En el marco del activismo contemporáneo, el concepto de democracia se encuentra en constante interrogación. La figura tradicional de la democracia, asociada con la legislación formal y las instituciones dominantes, ha sido reconfigurada por movimientos sociales y actores como Angela Davis, cuya obra ha señalado la urgencia de pensar una democracia más allá de las estructuras que históricamente la han delimitado. A través de sus enseñanzas y su trabajo político, Davis nos invita a reconsiderar qué significa vivir en un sistema democrático cuando las estructuras de poder no solo están asociadas con la propiedad y la raza, sino con el capitalismo que lo permea todo.

Angela Davis, desde su propia experiencia de lucha y reflexión, ha destacado que las formas convencionales de democracia, sobre todo aquellas vinculadas al Estado y el mercado, resultan insuficientes para alcanzar una justicia verdadera. A lo largo de su vida, Davis ha sido un referente en la lucha por los derechos humanos, por los derechos de las mujeres, y por la abolición del sistema carcelario. En este sentido, su visión de la democracia se aleja de la concepción burguesa y se acerca a una idea de democracia radical que incluye derechos sustantivos, tales como el derecho a un empleo, a la educación, y a la salud, derechos que no dependen de las jerarquías de propiedad ni de la clase dominante.

Davis propone que, al pensar en democracia, debemos reconocer que este concepto ha sido secuestrado por las élites, y que la mayoría de los pueblos nunca han gozado de una democracia plena. La historia de la democracia, tal como la conocemos, está teñida por las luchas y las resistencias que han sido invisibilizadas, como la de Haití, que se alzó como la primera democracia no racial en el mundo, desafiando la idea predominante de que las revoluciones democráticas nacieron en Europa o América del Norte. Este enfoque histórico no solo amplía nuestra comprensión de los procesos democráticos, sino que también destaca la importancia de los movimientos sociales en la redefinición de las estructuras de poder y su relación con los pueblos.

Uno de los elementos más destacados de la entrevista con Davis es su reflexión sobre la importancia de la escritura en el activismo. En una era donde las redes sociales han adquirido una relevancia fundamental, Davis considera que estos canales, como Twitter, son esenciales para organizar y visibilizar problemáticas que los grandes medios de comunicación a menudo ignoran. El uso de plataformas digitales, aunque limitado en su alcance y profundidad, permite un tipo de activismo que crea conexiones globales y da voz a las luchas invisibilizadas. Sin embargo, la activista no solo ve en las redes sociales un espacio para la difusión de información, sino un lugar donde se debe ir más allá del retuiteo y la firma de peticiones: es necesario consolidar esfuerzos que no se queden en la superficie, sino que vayan a las raíces del problema.

El activismo contemporáneo, alimentado por las redes sociales, ha mostrado su capacidad para movilizar a multitudes, pero también ha revelado sus limitaciones. La llamada “activismo de sofá”, que a menudo se reduce a la participación pasiva en plataformas digitales, no es suficiente para transformar las estructuras sociales y políticas. A través de las redes, se pueden crear conciencias, pero la acción política requiere un compromiso físico, estratégico y de largo plazo. Es por eso que Davis enfatiza la necesidad de articular movimientos que no solo utilicen los medios digitales como herramienta, sino que también construyan espacios de organización colectiva, reflexión y acción real que vayan más allá de lo virtual.

En este sentido, es crucial entender que la escritura, especialmente la crítica y la reflexiva, tiene un rol vital en la construcción de una democracia genuina. Es en las aulas, en las comunidades y en los debates públicos donde se debe fomentar una imaginación política colectiva que cuestiona, que desafía las estructuras de poder y que busca alternativas reales al sistema capitalista. Este tipo de trabajo no solo involucra la crítica, sino también la creación de propuestas que transformen las relaciones de poder, economía y justicia social.

El activismo, entonces, no solo es una cuestión de presencia en los medios, sino de construcción de alternativas materiales. La lucha por una democracia verdadera requiere de un compromiso profundo con los ideales de justicia social, entendidos en su dimensión más amplia: el acceso a los derechos fundamentales para todos, sin distinción de raza, clase, género o nacionalidad. Sin esta base sólida, cualquier intento de democracia corre el riesgo de convertirse en una ilusión, un mecanismo que reproduce las desigualdades en lugar de erradicarlas.

¿Cómo educar a las masas desde una perspectiva marxista-leninista?

La importancia de la educación popular, especialmente en el contexto de las clases trabajadoras, ha sido un tema central en las discusiones marxistas desde sus inicios. Siguiendo las ideas de Marx y Engels, Vladimir Lenin subraya la relevancia de una educación de masas para el despertar de la conciencia política de los obreros. Esta perspectiva, a pesar de las críticas que señala una “desviación de la pedagogía política democrática” (Welton, 2014), encuentra en la obra de Lenin, particularmente en su famoso folleto ¿Qué hacer? (1902), una clara defensa de la capacidad de los trabajadores para desarrollar una conciencia crítica que va más allá de sus intereses inmediatos.

En este texto, Lenin establece el carácter y el contenido de un movimiento revolucionario, esbozando tareas organizacionales y planes para construir una “organización militante de toda Rusia”. Frente a las tendencias economistas dentro del Partido Socialdemócrata Ruso, que a menudo caían en una visión limitada de la lucha obrera como una simple mejora de condiciones laborales, Lenin argumentaba que los trabajadores, aunque capaces de alcanzar una conciencia sindical, necesitaban una educación política que les permitiera entender las causas sistémicas de su explotación y, de este modo, comprometerse en una lucha política militante más profunda. Este proceso educativo no era solo una cuestión de explicar mejor las condiciones laborales, sino de desarrollar una visión crítica que permitiera a los obreros comprender las estructuras subyacentes de la opresión.

Una de las principales aportaciones de Lenin en este sentido es su creencia firme en las capacidades intelectuales de los trabajadores. Contrario a la concepción tradicional de que el proletariado carecía de la preparación necesaria para comprender las dinámicas políticas y económicas complejas, Lenin afirmaba que los trabajadores podían no solo comprender sus demandas inmediatas sino también visualizar el objetivo revolucionario de abolir el sistema social que los mantenía subordinados a la clase propietaria. De este modo, el proceso educativo debía ir más allá de las demandas gremiales y plantear un análisis profundo del sistema capitalista en su conjunto, con miras a la transformación radical de la sociedad.

Lenin veía la educación política como un medio para avanzar en la conciencia social de los obreros. Siguiendo esta lógica, y en un paralelo con las teorías de Vygotsky sobre el desarrollo cognitivo, se podría decir que Lenin proponía un movimiento similar al del aprendizaje dentro de la zona de desarrollo próximo. Mientras que Vygotsky consideraba que los educadores o compañeros más avanzados debían guiar al alumno hacia una comprensión más profunda y abstracta de la realidad, Lenin también creía que los obreros más políticamente conscientes podían desempeñar el papel de educadores, compartiendo su entendimiento crítico con aquellos que aún no habían alcanzado una conciencia revolucionaria.

Este enfoque pedagógico se centra en la crítica de la conciencia espontánea, aquella que se forma a partir de la experiencia directa y la observación empírica. Lenin insistía en que este tipo de conciencia, aunque no incorrecta, era insuficiente para entender la estructura interna de las relaciones sociales y económicas. Por ello, el papel del educador político no era solo el de transmitir información, sino el de deshacer las concepciones simplistas e inadecuadas sobre la realidad, empleando herramientas analíticas que permitieran a los obreros captar los patrones subyacentes que organizan la vida social.

En este sentido, el proceso educativo se convierte en una herramienta para revelar lo que Marx denominaba el “núcleo racional dentro de la cáscara mística”. De esta manera, el conocimiento de la estructura social no es simplemente una acumulación de hechos, sino un esfuerzo consciente por desvelar las leyes subyacentes que rigen el sistema capitalista, lo que permite la organización de una acción transformadora. Así, el proceso educativo en Lenin no es solo cognitivo sino profundamente político, al apuntar a la comprensión de los sistemas de explotación y al desarrollo de una voluntad colectiva para transformarlos.

El análisis pedagógico que Lenin propone resuena con la teoría de la actividad, que subraya la importancia de la acción consciente como motor del aprendizaje y de la transformación social. La idea de que el conocimiento debe estar ligado a la acción para ser verdaderamente significativo también se puede ver en el enfoque de Vygotsky, quien insistía en la necesidad de aplicar los conocimientos adquiridos en contextos reales y concretos. Esta conexión entre el aprendizaje y la acción se convierte en el núcleo de la pedagogía revolucionaria propuesta por Lenin.

Por otro lado, el concepto de formas fenomenológicas que desarrolla Marx también tiene implicaciones profundas para el estudio de la educación. El análisis de las formas fenomenológicas —la apariencia superficial de la realidad— ayuda a comprender cómo las concepciones espontáneas, derivadas de la experiencia directa, pueden resistirse al conocimiento crítico. La pedagogía marxista, en este sentido, es una pedagogía de la transformación, que busca dislocar las formas erróneas de conocimiento que surgen de la experiencia cotidiana y reemplazarlas con una comprensión más profunda y materialista de la realidad social. En el proceso educativo, los estudiantes no solo aprenden sobre el mundo, sino que cambian su relación con él, enfrentándose a la contradicción entre la realidad aparente y las estructuras subyacentes que la organizan.

A nivel pedagógico, lo relevante es la capacidad de los educadores de reconocer y superar los obstáculos epistemológicos que los estudiantes enfrentan al intentar comprender los sistemas sociales en los que están inmersos. Como señalan algunos estudios recientes sobre Vygotsky, la educación no es solo un proceso de transmisión de conocimiento, sino un proceso de confrontación y superación de las formas fenomenológicas que limitan la comprensión crítica. El aprendizaje se convierte así en un proceso de liberación cognitiva, en el que los estudiantes son guiados para reconocer y desmantelar las estructuras de conocimiento que refuerzan su sujeción social.

El papel del educador, tanto en el enfoque de Lenin como en el de Vygotsky, es facilitar la transición del conocimiento espontáneo al conocimiento científico, proporcionando a los estudiantes las herramientas necesarias para interpretar la realidad de manera crítica y transformadora. Este proceso implica una interacción constante entre los educadores y los estudiantes, donde ambos lados contribuyen al desarrollo de la conciencia política y social.

¿Cómo las perspectivas marxistas y críticas pueden transformar la lucha por la justicia social en el siglo XXI?

Las teorías marxistas, a pesar de las críticas que han recibido, siguen siendo un marco fundamental para comprender la interrelación entre las luchas sociales y las estructuras de poder en el mundo contemporáneo. El análisis de las condiciones materiales y las relaciones de poder ofrece una manera de pensar las luchas contra la opresión desde una perspectiva radical y transformadora, donde las ideas se ponen en práctica en la acción colectiva. Esto es especialmente crucial en un contexto en el que las divisiones sociales, raciales, y de clase siguen siendo fundamentales para la organización de la sociedad. A lo largo de este texto, se expone cómo la reflexión crítica, la praxis dialéctica y la movilización política deben entrelazarse para alcanzar un cambio significativo y duradero.

Como señala Marx en sus Tesis sobre Feuerbach, la cuestión de si se puede atribuir verdad objetiva al pensamiento humano no es una cuestión teórica, sino práctica. En la práctica, los seres humanos deben demostrar la verdad de sus pensamientos, es decir, la realidad y el poder de esos pensamientos en el mundo material. La idea de que el pensamiento humano tiene una "mundanidad" inherente permite entender la relación dialéctica entre el conocimiento y la experiencia dentro del mundo material. Esta perspectiva es esencial para analizar luchas políticas y sociales de gran escala, como los asesinatos extrajudiciales de personas negras, la forma moderna de servidumbre negra conocida como el "Nuevo Jim Crow", y el movimiento Black Lives Matter, entre otros.

Este enfoque no solo coloca a las personas oprimidas en el centro de la crítica, sino que también subraya la necesidad de construir coaliciones inclusivas que fomenten el activismo y la organización política en diferentes contextos y momentos históricos. De acuerdo con Paulo Freire, la praxis —entendida como la reflexión y la acción— es clave para la transformación social. No puede haber una palabra verdadera que no sea también una praxis. Hablar una palabra verdadera es, por tanto, transformar el mundo. Este principio implica que la teoría debe ser aplicada para desafiar las estructuras de poder y generar cambios reales. Las experiencias vividas por los grupos oprimidos deben ser la base de una práctica crítica que no solo se limite al aula, sino que también se extienda a los movimientos y organizaciones activistas, a los grupos comunitarios locales y a otros públicos diversos.

Además, el trabajo marxista debe trascender los marcos tradicionales de la política identitaria, especialmente en un contexto donde los grupos de derecha utilizan este término para deslegitimar las luchas de los grupos marginalizados. Los movimientos de justicia social han estado históricamente comprometidos con una crítica profunda que vincula la opresión a las estructuras económicas y políticas, a menudo reproduciendo prácticas racistas y sexistas que han sido tradicionalmente asociadas con la derecha. Sin embargo, estas luchas no deben ser vistas como fragmentadas, sino como partes de una crítica interseccional más amplia que aborda las diferentes formas de opresión.

El trabajo del Black Caucus de la National Council of Teachers of English (NCTE) y el Caucus Indígena Americano han sido fundamentales en la lucha por el reconocimiento de las lenguas y las estructuras institucionales racistas. Estas iniciativas también han estado alineadas con la crítica al colonialismo y la epistemología dominante, subrayando la necesidad de decolonizar el pensamiento y las prácticas académicas. El enfoque marxista sobre la división de clases y la explotación capitalista se complementa con estas luchas al reconocer que la opresión no es solo una cuestión racial, sino también una cuestión de lucha de clases.

Al igual que el marxismo debe expandirse para incluir contextos no occidentales, los trabajos de Franz Fanon y Cedric Robinson, entre otros, muestran cómo el capitalismo y el racismo han evolucionado juntos, creando un sistema de "capitalismo racial" que depende de la violencia, el genocidio y la esclavitud. Fanon, en Los condenados de la tierra, recalca la necesidad de revisar el marxismo cuando se enfrenta al problema colonial, entendiendo que la pertenencia racial y económica está interconectada de manera inseparable. Robinson, por su parte, demuestra que el racismo no solo es una consecuencia histórica del capitalismo, sino también su lógica misma.

Marxismo y decolonialidad pueden trabajar juntos en una crítica de las estructuras capitalistas y coloniales, pero esto requiere una constante revisión y ajuste de las teorías existentes. El marxismo se ofrece, entonces, como una herramienta para analizar no solo las luchas anti-coloniales y anti-racistas del siglo XXI, sino también las luchas contra el patriarcado, la heteronormatividad, y la crisis ambiental. En este sentido, no solo se trata de cuestionar las estructuras de poder, sino también de construir alternativas mediante la praxis crítica, siempre en diálogo con los movimientos por la justicia.

La crítica que aquí se presenta es una llamada a la acción reflexiva, a una praxis que no se limite al discurso académico, sino que se traduzca en intervenciones políticas concretas. Este enfoque no solo es relevante para las ciencias sociales, sino también para los movimientos organizados que buscan una transformación estructural. Las luchas por la justicia social en el contexto actual requieren una mirada crítica a las prácticas pedagógicas, las dinámicas institucionales y las estrategias de organización que han sido históricamente ineficaces o insuficientes.

Por último, se debe comprender que las respuestas a la crisis actual no pueden limitarse a los marcos convencionales de las políticas identitarias. Aunque la atención a las experiencias de los grupos oprimidos es vital, la conexión entre estas luchas y una crítica más amplia del sistema económico y político es lo que permitirá avanzar hacia una transformación radical y democrática. Esto requiere un enfoque interseccional y global que conecte las luchas locales con los movimientos internacionales por la justicia social, donde la praxis se convierte en la herramienta para unir el pensamiento y la acción en la lucha por un mundo más justo.

¿Cómo se puede pasar el testigo en la lucha por la justicia social?

En las competiciones de atletismo, el testigo es un cilindro vacío que un corredor lleva y pasa al siguiente participante en una carrera de relevos. Este acto, aparentemente sencillo, se convierte en un mecanismo revelador para comprender la dinámica de la justicia social. No debemos pensar en el “pasar el testigo” como un acto individual, aislado, de valentía o persistencia. El verdadero desafío radica en la transmisión colectiva y generacional del testigo, en la creación de redes que sean capaces de generar un cambio social efectivo.

La idea de la carrera de relevos puede parecer sencilla: un equipo de corredores parte desde un punto de inicio, donde se supone que todos tienen las mismas oportunidades, hacia una meta clara y visible. Sin embargo, las circunstancias históricas, materiales y políticas influyen profundamente en la experiencia de los participantes. El contexto en el que ocurre una carrera no es igual para todos, y lo mismo ocurre con las luchas sociales. Tomemos como ejemplo los Juegos Olímpicos. La explotación comercial del cuerpo del atleta es una industria multimillonaria, donde los costos asociados con la infraestructura, los derechos de transmisión, los patrocinios y el turismo son colosales. A pesar de que los atletas son quienes generan el mayor beneficio económico, rara vez reciben una compensación justa por su trabajo.

En la lucha por la justicia social, el éxito del "pasar el testigo" no depende de una victoria clara en contra de un racismo explícito, ni siquiera de la derrota de individuos racistas. El verdadero trabajo se encuentra en entender cómo las redes institucionalizadas y preexistentes de opresión se interrelacionan y se refuerzan mutuamente. En este sentido, no se trata de luchar contra un enemigo único, sino de reconocer cómo las estructuras de poder se entrelazan y cómo las injusticias se reproducen a través de ellas.

Un ejemplo de esto es la historia de Carlos, un atleta que vivió en carne propia la opresión racial mientras estudiaba en Texas entre 1965 y 1967, y más tarde durante su participación en los Juegos Olímpicos de 1968. La opresión racial que experimentó no puede entenderse aislada del contexto más amplio de la explotación de la clase trabajadora y la mercantilización del deporte. Su historia está profundamente marcada por la intersección de las luchas de clase y raza, que se manifiestan de manera más visible a través de la figura del atleta como símbolo de resistencia y lucha.

Cuando, años después, descubrí en los archivos de mi universidad el nombre de John Carlos, no iba buscando a este atleta en particular. De hecho, hasta ese momento, nadie en la comunidad universitaria parecía recordar su presencia en el campus. A pesar de haber sido una figura clave en la protesta de los Juegos Olímpicos de 1968, su nombre había sido cuidadosamente borrado de la memoria colectiva de la universidad, tanto por la administración como por los propios exalumnos. Fue solo después de un largo esfuerzo, en el que trabajé para visibilizar su historia y sus logros, que Carlos fue finalmente reconocido por la universidad, recibiendo un doctorado honorario en 2012, casi 50 años después de su salida del campus.

En este contexto, mi trabajo consistió en recuperar esa memoria silenciada y pasar el testigo a las nuevas generaciones. La lucha por la justicia social no solo se refiere a reconocer los logros de figuras como Carlos, sino también a continuar el trabajo de cuestionar y desafiar las estructuras de poder que silencian y marginalizan a los individuos que luchan por la igualdad. Este acto de "pasar el testigo" implica una responsabilidad colectiva para garantizar que las luchas del pasado no sean olvidadas y que las futuras generaciones sigan trabajando en la misma dirección.

La acción colectiva, que incluye no solo a individuos, sino también a textos, archivos, y formas simbólicas, es fundamental para crear el cambio social. La historia de Carlos no es solo la historia de un hombre, sino la historia de un sistema que silenció la resistencia y de una comunidad que finalmente la recuperó. Sin embargo, este proceso no es lineal ni garantizado. La resistencia a la memoria colectiva y al reconocimiento de figuras como Carlos sigue siendo un reto, ya que las estructuras de poder que intentan suprimir estos relatos continúan presentes.

El concepto de “pasar el testigo” tiene, por lo tanto, un doble sentido. En primer lugar, nos recuerda la necesidad de trabajar colectivamente, de reconocer que el cambio social no se logra de manera individual, sino a través de un esfuerzo colectivo y generacional. En segundo lugar, nos invita a reflexionar sobre la importancia de la memoria histórica y de cómo las luchas del pasado deben ser transmitidas y preservadas para inspirar la acción futura. Es un proceso continuo, un ciclo en el que cada generación debe asumir la responsabilidad de pasar el testigo a la siguiente, asegurándose de que las luchas por la justicia social nunca se detengan.

Es esencial comprender que el trabajo por la justicia social no es una tarea que termine con la resolución de un problema aislado. Es un esfuerzo continuo, uno que requiere tanto reflexión crítica como acción constante. Para que el testigo sea pasado de manera efectiva, no basta con reconocer el sufrimiento del pasado; también debemos estar dispuestos a cuestionar las estructuras de poder actuales que perpetúan las desigualdades. Solo a través de la acción colectiva y la memoria activa se puede garantizar que el testigo de la justicia social siga siendo transmitido, fortalecido y mantenido en movimiento.

¿Cómo transformar la educación y el arte en un proyecto transnacional de empoderamiento?

Colaborar con mis estudiantes de Duke y Emerson en Medellín abrió una puerta inesperada hacia la creación de un proyecto que combinaba educación, arte y movilidad cultural. Desde ese momento, movilizamos recursos en nuestras instituciones educativas respectivas, enfrentándonos durante dieciocho meses a la recaudación de fondos y a los intrincados procesos administrativos necesarios. La exposición se realizó en octubre de 2010 y funcionó enteramente como un proyecto de clase en mis cursos de Escritura de Primer Año. Los estudiantes colombianos la desarrollaron como un proyecto de investigación independiente a través de sus profesores en el Departamento de Arte de la Universidad Nacional. No contábamos con otro apoyo oficial y se nos permitió ocupar un salón de conferencias de Emerson para montar nuestra exposición. Al llegar el día de la instalación, nos prohibieron colocar cualquier material en las paredes. Entonces, Jota Samper, entonces codirector, improvisó soluciones arquitectónicas y enseñó al equipo a construir paredes en cuatro horas, logrando montar, mantener y desmontar toda la exposición en un tiempo récord. La asistencia fue masiva y los visitantes comenzaron a explorar nuestro sitio web desde aulas y espacios de arte en Estados Unidos y Colombia. Los estudiantes que participaron integraron estas experiencias en sus tesis finales de pregrado.

En abril de 2011, el decano del Departamento de Arte y Arquitectura de la Universidad Nacional me invitó a impartir un taller de escritura de un mes en julio, que decidí realizar principalmente en El Aula Internacional, un espacio cultural independiente abierto a la comunidad universitaria y a talleres de justicia social. La selección de cuatro estudiantes de arte para participar en la segunda exposición PBM en Boston en octubre se hizo mediante un jurado transnacional entre Emerson College y la Universidad Nacional. La razón principal para mi invitación fue asistir a los estudiantes con sus solicitudes de visa a Estados Unidos, incluyendo la preparación para su entrevista en la embajada en Bogotá. Transformé este proceso burocrático en una situación retórica, usando la visa como un ejercicio de construcción ética, política y académica del proyecto.

El objetivo de PBM es desestabilizar los estereotipos dominantes sobre Medellín y Colombia, y la exposición “Proyecto Boston Medellín 2013: Medellín Mujeres” buscó representar a las mujeres desde contextos sociales, culturales y físicos diversos y empoderados. Se trabajó para contrarrestar la representación reduccionista de la mujer colombiana asociada con la prostitución o el turismo sexual. Se creó un sitio web en el que las artistas —todas mujeres jóvenes— presentaban su obra en sus propias palabras e imágenes, incluyendo este material en sus solicitudes de visa. Dadas las condiciones socioeconómicas de varias artistas, estas estrategias eran esenciales para demostrar legitimidad académica, artística y humana a los oficiales de la embajada. El sitio se integró dentro de un proyecto más amplio de narrativas transnacionales, mostrando a las artistas como seres humanos con aspiraciones y trayectorias definidas, capaces de movilizar sus historias y proyectos a través de fronteras.

El taller enseñó a los estudiantes a analizar audiencias, redactar en múltiples idiomas y presentar proyectos en contextos transnacionales. Se trabajó paso a paso: revisando ejemplos de solicitudes exitosas, investigando becas disponibles y modelando aplicaciones tras modelos aprobados. Las críticas escritas y orales fueron constantes, y el compromiso fue extremo: reuniones de cinco horas diarias, encuentros a las cinco de la mañana antes de trabajos o clases, uso del espacio sin limitaciones de horarios, e incluso dormir en el lugar para continuar con la labor. Una de las dificultades pedagógicas principales fue que, aunque los estudiantes podían identificar a su audiencia, les resultaba casi imposible escribir sobre sí mismos. La cultura académica colombiana rara vez fomenta la expresión personal hacia extraños, lo que hacía del taller un espacio de aprendizaje transformador y de empoderamiento tangible.

El valor de este proyecto no reside únicamente en el logro de una exposición o en la obtención de visas, sino en el desarrollo de la conciencia sobre los recursos individuales y colectivos como estudiantes y escritores. Al final del curso, los estudiantes no solo experimentaron un sentido de logro académico, sino que alcanzaron una noción concreta y sostenible de empoderamiento, aprendiendo a reconocerse como ciudadanos del mundo capaces de proyectar sus voces y trabajos más allá de fronteras físicas y culturales. La movilidad de sus historias y la capacidad de narrarse en múltiples contextos culturales constituyen la clave para entender cómo el arte y la escritura pueden operar como herramientas de justicia social y expansión de posibilidades vitales.

Además, es importante que el lector comprenda cómo estas experiencias reflejan la intersección entre arte, educación y política: cada proyecto transnacional requiere sensibilidad ética, conciencia de las desigualdades sociales y habilidad para transformar procesos burocráticos en oportunidades de expresión y empoderamiento. La comprensión de estas dinámicas permite ver que los espacios educativos pueden convertirse en laboratorios de ciudadanía global, donde las historias de individuos se convierten en agentes de cambio social y cultural.