La política de New Hampshire ha mostrado una notable volatilidad en cuanto a sus preferencias electorales, reflejando generalmente las tendencias nacionales en elecciones presidenciales y de senadores. Esta dinámica es evidente en las elecciones de 2014 y 2016, cuando las victorias fueron estrechas, lo que subraya el dividido panorama político del estado. En particular, las elecciones presidenciales de 2016 evidenciaron la polarización y el desafío que representaba el balance entre los candidatos demócratas y republicanos.
En 2016, la carrera presidencial en New Hampshire se desarrolló en un escenario tenso. A pesar de las difíciles circunstancias nacionales para los demócratas, Hillary Clinton logró una estrecha victoria en el estado. Esta victoria resultó aún más significativa al compararse con los resultados de estados clave como Pensilvania, Wisconsin y Michigan, que cayeron en manos de Donald Trump. El hecho de que Clinton pudiera ganar en New Hampshire mientras perdía en otros estados marginales muestra la complejidad de la dinámica electoral en esa región del noreste estadounidense.
El camino hacia la nominación republicana fue aún más tumultuoso. Donald Trump, aunque ganador en las primarias de New Hampshire, enfrentó una feroz oposición interna dentro de su propio partido. Candidatos como Jeb Bush y Marco Rubio intentaron desafiarlo, pero sus estrategias fueron ineficaces. Bush, por ejemplo, continuó en la contienda hasta después de Carolina del Sur, mientras que Rubio optó por responder a los ataques de Trump con más ataques, lo que le costó su imagen de optimismo. La división entre los otros candidatos, como John Kasich y Ted Cruz, favoreció a Trump al dividir a los votantes republicanos en varios frentes.
A pesar de su victoria, Trump no logró consolidar una estructura de delegados sólida, lo que permitió que algunos de sus rivales intentaran, de forma desesperada, bloquear su camino hacia la nominación en la convención republicana. Cruz, por ejemplo, adoptó una estrategia de "delegados en la sombra", buscando asegurar apoyo para él en futuras rondas de votación. Esta dinámica evidenció no solo la fractura interna dentro del Partido Republicano, sino también la incertidumbre sobre la efectividad de la maquinaria política de Trump, que durante gran parte del proceso fue débil.
Sin embargo, con el paso de los meses, gran parte de la élite republicana comenzó a aceptar la candidatura de Trump, si bien muchos lo hicieron por obligación y no por convicción. Figuras como John Sununu, quien en el inicio de las primarias había manifestado su descontento con Trump, finalmente lo apoyaron, argumentando que la candidatura de Clinton representaba un peligro aún mayor para el futuro del país. Esto refleja una tendencia preocupante de cómo las alianzas políticas se consolidan a menudo en función de la polarización y la dinámica del "menos malo".
En cuanto a Clinton, aunque era la favorita dentro de su partido, también tuvo que enfrentar una serie de desafíos internos y externos. El gobierno de Barack Obama, a pesar de sus esfuerzos, no pudo impedir la polarización política que surgió en su segundo mandato. El 2016, además, representaba un contexto difícil para los demócratas, con la economía estadounidense aún en recuperación después de la crisis financiera de 2008 y un electorado cada vez más escéptico respecto a las promesas de cambio.
La situación política de New Hampshire durante las elecciones de 2016, por tanto, resalta varias lecciones importantes. En primer lugar, los estados tradicionalmente competitivos son reflejo de una nación cada vez más polarizada, en la que los márgenes de victoria son estrechos y las alianzas pueden cambiar rápidamente. En segundo lugar, las decisiones estratégicas de los candidatos, tanto en el campo republicano como demócrata, son determinantes para consolidar el apoyo necesario para la victoria. Finalmente, la influencia de figuras de peso en el partido puede ser fundamental para movilizar a los votantes que, si bien reacios, optan por alinearse con un candidato con el cual no se sienten completamente identificados, pero al cual consideran menos problemático que su oponente.
Es crucial entender que, más allá de las victorias y derrotas de las elecciones, la dinámica política de New Hampshire refleja las profundas divisiones que atraviesan todo el país. Estos estados de batalla son el epicentro de los cambios que redefinen el panorama electoral de la nación y, en muchos casos, las decisiones que se toman en ellos influyen de manera decisiva en el resultado final de las elecciones presidenciales.
¿Cómo afecta la presencia de Donald Trump a las primarias presidenciales de 2020?
Desde la elección de Donald Trump como candidato presidencial en 2016, el panorama político estadounidense ha cambiado de manera significativa. En las primarias presidenciales de 2020, un número inesperado de candidatos del Partido Demócrata se presentó para disputar la nominación, en comparación con las ediciones anteriores, donde los candidatos se seleccionaban siguiendo criterios más establecidos. Este fenómeno plantea la pregunta de si los mecanismos formales e informales que históricamente limitaban el número de candidatos se han debilitado, o si, por el contrario, los líderes del partido se han esforzado en evitar la apariencia de favoritismo. El caso de Trump ha alterado no solo las reglas del juego, sino también las expectativas sobre el tipo de candidatos que deberían surgir, afectando también las estrategias de los contendientes.
La situación en el Partido Republicano es aún más compleja. Desde que Trump asumió la presidencia en 2017, ha estado rodeado de especulaciones sobre si enfrentaría una seria oposición dentro de su propio partido para la reelección en 2020. La historia reciente muestra que los presidentes que han cumplido su primer mandato rara vez enfrentan un desafío significativo durante las primarias de su propio partido. De hecho, desde 1992, cuando Pat Buchanan desafió sin éxito al presidente George H.W. Bush, no ha habido un reto serio a un presidente en funciones. En 2020, a pesar de los rumores y la cobertura mediática, solo un republicano relativamente conocido, el exgobernador de Massachusetts Bill Weld, se presentó oficialmente como retador. Otros como John Kasich, gobernador de Ohio, aún no han decidido si presentarse, mientras que otros han desistido después de haber mostrado interés inicial.
Es importante colocar este contexto dentro de la historia de los desafíos intrapartidarios. Los presidentes recientes, como Reagan, Clinton, el joven Bush y Obama, no enfrentaron retadores serios en sus respectivas reelecciones. Esto no quiere decir que esos presidentes no tuvieran obstáculos; sin embargo, en todos los casos, lograron consolidarse como figuras centrales dentro de sus partidos, a pesar de ciertos contratiempos o dificultades durante su primer mandato. Esta estabilidad se debe, en parte, a factores como economías nacionales fuertes, la popularidad personal y la tendencia de los votantes a otorgar crédito a los presidentes por tiempos de bonanza.
El caso de Trump es diferente por varias razones. A pesar de su relativa impopularidad en ciertos sectores del electorado, su base de apoyo dentro del Partido Republicano parece ser considerablemente leal. Esta lealtad hace que su reelección no solo sea una posibilidad sino una probabilidad dentro del contexto republicano, sin importar los puntos débiles de su gestión. Sin embargo, la presencia de challengers como Weld ha revelado algunas fisuras dentro del partido, aunque estos retadores hasta ahora no parecen tener el impulso necesario para derrotar a Trump.
El desafío a un presidente en funciones no es simplemente un conflicto electoral; es una señal de la división interna dentro del partido. En el caso de Truman en 1952 o Johnson en 1968, por ejemplo, los desafíos dentro del partido no necesariamente derivaron en la derrota del presidente, pero sí aceleraron decisiones sobre su continuidad, como en el caso de Lyndon Johnson, quien, tras el ascenso de Eugene McCarthy en New Hampshire, decidió no buscar un segundo mandato. Estas luchas internas, aunque no cambian la estructura de poder de manera inmediata, sí revelan la dinámica interna del partido y afectan la percepción pública.
En 2020, aunque Trump se mantiene firme en su liderazgo, la cuestión de si un retador puede arrastrar suficiente apoyo dentro de su propio partido sigue siendo relevante. Los republicanos que lo desafían no buscan necesariamente desbancarlo, sino que buscan señalar su debilidad y exponer las divisiones dentro del Partido Republicano, lo que podría repercutir en su capacidad para mantener una mayoría en las elecciones generales. Esto refleja cómo los desafíos presidenciales pueden ser más que simples enfrentamientos de poder; pueden ser reflejos de la dinámica política subyacente en la que las lealtades partidarias, la popularidad personal y las percepciones de debilidad o fortaleza se juegan en un escenario mucho más amplio.
Es crucial entender que el contexto de una primaria presidencial no se limita únicamente a la lucha por una nominación. En una primaria, las expectativas sobre la capacidad de un candidato para sostener la unidad dentro de su partido, consolidar apoyos dentro de una amplia base de votantes y enfrentar adversarios de otros partidos juegan un papel tan importante como la política y la ideología que representan. A medida que los candidatos se posicionan para la batalla, no solo deben considerar a su oposición directa dentro del partido, sino también las circunstancias externas que podrían definir el tono de la campaña: desde las políticas gubernamentales hasta los eventos internacionales que pueden alterar la percepción del liderazgo y las prioridades nacionales.
¿Cómo la teoría de los "birthers" impactó en la política estadounidense y el ascenso de Trump?
En los primeros años de la presidencia de Barack Obama, surgió una teoría conspirativa que cuestionaba su lugar de nacimiento y, por ende, su legitimidad para ocupar la Casa Blanca. Este movimiento, conocido como el "birtherismo", sostenía que Obama no había nacido en Hawái, sino en un lugar distinto, lo que lo haría inelegible para ser presidente. La base de esta teoría era que, de ser cierto, la ciudadanía de Obama estaría en duda, a pesar de que su madre, ciudadana estadounidense, lo hubiese hecho automáticamente ciudadano. Sin embargo, los proponentes del birtherismo no se conformaban con esta lógica legal y continuaban cuestionando su estatus, ignorando incluso los mecanismos constitucionales que garantizan la elegibilidad de un presidente.
Lo que en otro tiempo hubiera quedado relegado a los márgenes de la política, como aquellos panfletos fotocopiados y las discusiones en emisoras marginales, adquirió una nueva dimensión con el auge de las redes sociales. El "birtherismo" encontró un altavoz más grande que jamás hubiese tenido en otras épocas, lo que permitió que el tema se difundiera con rapidez. En respuesta a las crecientes demandas de transparencia, Obama publicó en su sitio web la copia de su certificado de nacimiento hawaiano, el cual, según los requisitos de la isla, servía para trámites cotidianos como licencias de matrimonio.
Sin embargo, los "birthers" no se detuvieron allí. Al contrario, esta acción solo avivó las llamas de la sospecha, pues no era suficiente para ellos. Exigían la versión más detallada del certificado, el "long-form" (formato largo), alegando que Obama estaba ocultando algo. Así, el asunto no solo se convirtió en una cuestión pública, sino que llegó a ser un tema recurrente en el discurso político y en los medios de comunicación.
Un personaje clave en la expansión del "birtherismo" fue Donald Trump. Durante el año 2011, Trump comenzó a poner en duda la autenticidad del certificado de nacimiento de Obama, cuestionando públicamente su lugar de origen en diversas plataformas mediáticas. Trump, conocido por su enfoque provocador, aprovechó la creciente ola de apoyo entre los sectores conservadores que alimentaban la desconfianza hacia Obama. Incluso llegó a afirmar que había contratado "investigadores" para viajar a Hawái y verificar la autenticidad del certificado, aunque nunca presentó pruebas sobre la existencia de estos investigadores ni sus hallazgos.
La insistencia de Trump en el tema del "birtherismo" lo colocó en el centro del debate público. Gracias a su visibilidad mediática, la controversia sobre el nacimiento de Obama comenzó a ganar terreno en los círculos más amplios de la política estadounidense. A pesar de que las pruebas y la lógica constitucional respaldaban la legitimidad de Obama, Trump logró que la discusión se mantuviera vigente. En abril de 2011, Obama se vio obligado a publicar el "long-form" de su certificado de nacimiento, un gesto que fue interpretado como una respuesta directa a las demandas de los "birthers".
Aunque Trump no fue el único que insistió en estas teorías, su insistencia y el eco que encontró en ciertos sectores de la población lo catapultaron a la escena política de manera significativa. Incluso cuando Trump no lograba ser tomado en serio por la mayoría de los observadores políticos, su nombre comenzaba a resonar entre los votantes republicanos. Las encuestas indicaban que un porcentaje considerable de estos electores deseaban que su partido respaldara las teorías de Trump sobre el "birtherismo". Esta circunstancia lo colocó en una posición favorable en comparación con otros candidatos republicanos en las primarias de 2011.
El momento clave llegó cuando Obama, en su discurso en la Cena de Corresponsales de la Casa Blanca, hizo mofa de la teoría de los "birthers", ridiculizando a Trump y su obsesión por el certificado de nacimiento. Esta humillación pública ante una audiencia nacional marcó un punto de inflexión en la carrera de Trump, pero, lejos de desaparecer, la figura de Trump se fortaleció dentro de los círculos conservadores. En ese momento, Trump no solo era un empresario y un personaje mediático, sino un líder político con una base de seguidores que lo respaldaba en su ataque a Obama.
La relación entre Trump y el "birtherismo" fue fundamental para entender su ascenso a la presidencia en 2016. A pesar de que en 2012 Trump dejó de lado la posibilidad de postularse para la presidencia, su influencia no se desvaneció. En lugar de desaparecer, Trump se posicionó como un comentarista político de gran alcance, utilizando plataformas como Twitter para atacar a Obama y difundir teorías que apelaban a la desconfianza y el populismo. Este apoyo popular creció, y fue uno de los factores clave que permitió su candidatura en 2016.
Es importante entender que el "birtherismo" no fue solo una teoría de conspiración infundada, sino que reflejó una estrategia política más amplia. A través de la perpetuación de estas ideas, Trump no solo desafió la figura de Obama, sino que también cuestionó las instituciones políticas y mediáticas que, según él, habían desinformado al pueblo estadounidense. De esta manera, el "birtherismo" se convirtió en una herramienta clave para que Trump consolidara su base de apoyo y, eventualmente, alcanzara la nominación presidencial republicana.
Es crucial no solo observar cómo la teoría del "birtherismo" influyó en la política de la época, sino también cómo esta estrategia contribuyó a la redefinición de la política estadounidense. Mientras las figuras políticas tradicionales se mantenían cautelosas y comprometidas con las normas y los procesos, Trump rompió con esos moldes, utilizando tácticas de desinformación y confrontación directa para conectar con un electorado cada vez más frustrado y desconfiado de las instituciones.
¿Cómo puede la piratería afectar el uso de herramientas tecnológicas y la privacidad en línea?
¿Cómo influye la oxidación asistida por láser en el micro-fresado de Inconel 718?
¿Qué secretos se esconden detrás de las apariencias? Reflexiones sobre la humanidad y sus contradicciones.

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский