Durante su mandato, Donald Trump adoptó un enfoque bastante peculiar hacia los líderes autoritarios, una actitud que definió muchas de las dinámicas internacionales y decisiones políticas clave. A menudo, Trump demostraba una inclinación por tratar directamente con líderes como Recep Tayyip Erdoğan de Turquía, Vladimir Putin de Rusia y otros regímenes que compartían ciertas características autoritarias. Este tipo de relaciones, aunque sumamente controvertidas, tuvieron un impacto significativo en su política exterior y en sus decisiones estratégicas.
Por ejemplo, en una ocasión clave, Trump trató de negociar con Erdoğan sobre la presencia de las fuerzas estadounidenses en Siria, un tema delicado dada la compleja situación en la región. En esta conversación, Trump se mostró poco preocupado por los detalles estratégicos, como el destino de los combatientes del ISIS, y más enfocado en la gestión de los intereses turcos. Erdoğan le prometió que las fuerzas turcas se encargarían de los remanentes del ISIS, a lo que Trump respondió que Estados Unidos "no apoyaría ni se involucraría" en la operación turca, aunque no excluía el envío de tropas para proteger ciertas áreas. Esto subraya cómo la administración de Trump optaba por un estilo de negociación directa y un tanto impulsivo, buscando acuerdos rápidos sin entrar en las complejidades multilaterales que típicamente caracterizan las relaciones internacionales.
A lo largo de su presidencia, se notaba un patrón: Trump parecía confiar en su propio juicio y en las relaciones personales con los líderes autoritarios, incluso cuando sus asesores le advertían sobre los riesgos. En un encuentro con Vladimir Putin, Trump no dudó en afirmar que "sabía más sobre Putin" que sus propios funcionarios de inteligencia. Esta actitud de querer tener control directo sobre las decisiones, y su creencia de que las relaciones personales podían resolver los mayores problemas geopolíticos, también se reflejaba en su trato con otros líderes como Kim Jong-un de Corea del Norte y, claro, con Erdoğan.
No obstante, este enfoque no estuvo exento de fricciones dentro de su propio partido. Algunos de los aliados republicanos más cercanos a Trump no compartían su perspectiva sobre estos líderes. En el Senado, por ejemplo, varios senadores republicanos mostraron su preocupación por cómo Trump manejaba temas tan cruciales como la operación turca en Siria, considerándola un exceso de confianza en el trato con Erdoğan sin comprender completamente las implicaciones estratégicas a largo plazo. Esto resultó en tensiones dentro de su administración, pero también permitió que Trump pudiera tomar decisiones de manera más unilateral.
Otro aspecto relevante fue la gestión de los recursos estratégicos en las áreas bajo control estadounidense. Aunque la administración afirmaba que el objetivo era "mantener el petróleo" en Siria, la verdadera razón detrás de este control nunca fue clara. El petróleo, en términos geopolíticos, no era esencial para los intereses de Estados Unidos, pero sí jugaba un papel en la prevención de que las fuerzas hostiles lo tomaran. De nuevo, Trump mostró una tendencia a simplificar los problemas complejos, adoptando un enfoque que priorizaba las soluciones rápidas y eludir los procesos diplomáticos más largos y formales.
Sin embargo, esta misma estrategia de relaciones personales también se reflejó en su respuesta a la acusación de impeachment en 2019. Trump manejó la situación con una mezcla de desdén por las reglas formales y una estrategia de confrontación directa con aquellos que se oponían a él. En privado, declaró que demandaría al Congreso y que llevaría el asunto directamente a la Corte Suprema. Esta falta de respeto por los procedimientos tradicionales de gobierno y su voluntad de tratar cualquier problema con un enfoque personalista y directo se extendió a su respuesta hacia la oposición política, con una agresividad que no solo fue un reflejo de su personalidad, sino también de su visión de la política como un juego de poder.
En última instancia, la relación de Trump con los líderes autoritarios y su enfoque personalista de la política exterior refleja una visión del mundo basada en la desconfianza hacia las estructuras multilaterales y una preferencia por los acuerdos rápidos, aunque estos a veces comprometieran principios estratégicos a largo plazo. Trump veía las relaciones internacionales menos como un juego de intereses globales y más como una serie de negociaciones individuales donde su propia autoridad y habilidad para negociar directamente con los líderes eran la clave.
Es crucial comprender que las decisiones de Trump no se basaban solo en un análisis profundo de los riesgos geopolíticos, sino en su creencia de que las relaciones personales y las acciones decisivas podían solucionar incluso los conflictos más complejos. Este enfoque dejó una marca indeleble en la política exterior de los Estados Unidos, llevando a situaciones donde la diplomacia tradicional fue reemplazada por una lógica de poder personal y confrontación directa.
¿Cómo la rivalidad entre Cuomo y Trump marcó el manejo de la pandemia y la política electoral de 2020?
La atención en Nueva York puso el foco sobre el gobernador del estado, Andrew Cuomo, quien se encontraba en su tercer mandato, mientras que Donald Trump, presidente en ese momento, comenzaba a enfrentarse a las críticas por su manejo de la crisis del coronavirus. Trump y Cuomo compartían una historia de contactos previos, habiendo ambos surgido de familias influyentes en el barrio de Queens. Durante la crisis sanitaria, el contraste entre sus estilos de liderazgo se volvió un tema de discusión pública.
Las conferencias diarias de Cuomo, transmitidas en vivo por televisión nacional, fueron ampliamente elogiadas, especialmente por su tono empático y basado en datos. A diferencia de Trump, cuya actitud parecía minimizar la magnitud de la pandemia, Cuomo se mostró serio, advirtiendo sobre miles de muertes inminentes y alertando a la población sobre los efectos devastadores del virus. El presidente, sin embargo, restó importancia al problema en una conversación telefónica con el gobernador en marzo, sugiriendo que no debía hacer de la crisis algo tan grande. A lo que Cuomo respondió con dureza: “No estoy creando un problema, estoy advirtiendo lo que está sucediendo”. Aunque al principio parecía que ambos se mantenían distantes en sus posturas, los dos comenzaron a hablar regularmente, y Trump mostró una cierta admiración por Cuomo, incluso llegando a felicitarlo por las impresionantes audiencias televisivas que sus comparecencias generaban. En un tono casi juguetón, Trump llegó a mencionar a Melania, su esposa, durante una llamada, destacando el impacto mediático de las intervenciones del gobernador.
Sin embargo, la creciente popularidad de Cuomo no pasó desapercibida para Trump, quien comenzó a ver al gobernador como una amenaza potencial. El presidente, influenciado por figuras como el periodista Sean Hannity, comenzó a especular sobre la posibilidad de que figuras prominentes del Partido Demócrata, como Michelle Obama, pudieran reemplazar a Joe Biden como candidato presidencial. En un momento, el New York Post publicó una encuesta realizada por aliados de Trump que sugería que los votantes demócratas preferían a Cuomo por encima de Biden. Esto alimentó las sospechas de Trump, quien le preguntó directamente al gobernador si consideraba postularse. Cuomo negó enfáticamente la idea, asegurando que Biden no era débil y que él no tenía intención de postularse a la presidencia.
En paralelo a estos intercambios, Trump continuó con su enfoque en la reelección, considerando movimientos audaces para hacer frente a la pandemia, pero siempre con un ojo en las elecciones de noviembre. A pesar de las críticas a su gestión, Trump se inclinó por tomar decisiones simbólicas, como la creación de la “Operación Warp Speed”, un programa destinado a acelerar el desarrollo y distribución de una vacuna contra el COVID-19. Aunque inicialmente había sido un crítico feroz de la industria farmacéutica, Trump colocó fondos significativos en manos de las compañías farmacéuticas y asumió un papel central en el proceso, marcando una diferencia frente a la administración de Cuomo, que por su parte se enfocó en la gestión de la crisis a nivel estatal, donde la situación era más crítica.
Dentro de la administración Trump, el caos también comenzó a intensificarse. Bill Barr, el fiscal general, advirtió al presidente sobre el daño que su comportamiento estaba causando a su imagen, especialmente en un momento tan crítico. La desconexión de Trump con la gravedad de la situación, sumada a su tendencia a desmantelar instituciones establecidas y a su manejo errático de la crisis, alimentaron la percepción de que estaba perdiendo el rumbo, especialmente cuando la pandemia comenzó a mostrar sus efectos devastadores tanto en términos humanos como económicos.
Lo que ocurrió entre Trump y Cuomo fue más que una simple disputa política o una rivalidad mediática. Fue una lucha por la narrativa en un momento crítico de la historia de los Estados Unidos. Mientras Cuomo aprovechaba la oportunidad para consolidarse como una figura de liderazgo en medio del desastre, Trump se centraba en las medidas que más favorecieran su imagen pública y su campaña electoral. A pesar de que la administración Trump intentó mostrar un enfoque proactivo con iniciativas como la Operación Warp Speed, la controversia sobre la eficacia de estas medidas y la falta de un enfoque coherente para contener la pandemia tuvieron un impacto negativo en la percepción pública.
Además de los aspectos directamente relacionados con la pandemia, la crisis sanitaria se convirtió en un campo de batalla donde se jugaban también las elecciones presidenciales de 2020. Las diferencias entre Trump y Cuomo, aunque en ocasiones enmascaradas por cortesía o por la necesidad de mantener un frente unido en tiempos de crisis, se reflejaron en un conflicto más profundo sobre cómo gestionar el país en tiempos de emergencia. La competencia entre ambos se extendió a la política interna, donde la cuestión del liderazgo y de la capacidad para manejar una crisis sanitaria mundial se convirtió en una cuestión decisiva en la percepción pública.
A medida que avanzaban los meses, se fue haciendo más evidente que, mientras Cuomo consolidaba su imagen como líder en la lucha contra la pandemia, Trump parecía estar más centrado en su campaña de reelección, tomando decisiones que buscaban favorecer su popularidad y su imagen ante la opinión pública. Esta dinámica de confrontación entre los dos hombres no solo marcó el rumbo de la crisis sanitaria, sino que también influyó de manera significativa en el proceso electoral de 2020, en el que el manejo de la pandemia sería uno de los principales puntos de discusión.
¿Cómo manejó Trump su salud y su campaña en la recta final hacia las elecciones de 2020?
Con un tono nervioso, el doctor Conley se presentó ante la prensa. Trump, como siempre, observaba. A pesar de las advertencias de sus asesores, Conley decidió responder a los periodistas que lo abordaban. “Esta mañana, el presidente está muy bien”, dijo con una leve sonrisa. Minutos después añadió: “Tiene mucho trabajo que hacer, y lo está haciendo”. Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas como Conley intentaba hacer creer. Mientras los médicos regresaban al hospital, Meadows, jefe de gabinete de Trump, se acercó a los reporteros y, bajo anonimato, trató de corregir la imagen optimista que había dado Conley. Meadows explicó que Trump no había superado aún los peores momentos y que las siguientes 24 a 48 horas serían decisivas. La noticia de Meadows, enviada bajo el título de "funcionario de alto rango de la administración", rápidamente dejó claro lo que algunos en la Casa Blanca preferían no admitir: el presidente estaba gravemente enfermo.
Poco después, Trump, que ya había comenzado a recuperarse gracias a un tratamiento de anticuerpos y esteroides, orquestó una aparición pública que mostraba su recuperación. Al igual que el cantante James Brown, quien solía despojarse de su capa en el escenario, Trump ideó un plan para salir del hospital en silla de ruedas, luego levantarse dramáticamente y abrir su camisa para revelar el logo de Superman debajo. Sin embargo, tras ser disuadido de esa idea, optó por caminar por las escaleras de la Casa Blanca y mostrar a su base que ya había vencido al virus, aunque de inmediato se notaba que aún le costaba respirar.
La imagen de Trump al llegar a la cima de la escalera, con la máscara retirada y mirando hacia las cámaras, se convirtió en un símbolo de su campaña, un acto calculado para transmitir fortaleza a sus seguidores. Aunque algunos de sus asesores lo habían instado a no grabar un mensaje personal sobre el COVID-19, argumentando que era demasiado íntimo para un hombre que evitaba hablar sobre enfermedades y hospitales, Trump decidió en su lugar organizar una reunión con su equipo médico para darles las gracias, una oportunidad para reforzar la narrativa de que su recuperación era un testimonio de su vigor y determinación.
Sin embargo, al regresar al campo electoral, la campaña de Trump se desplazó casi completamente hacia un ataque contra Hunter Biden, el hijo del candidato demócrata Joe Biden. Trump, ya agotado de las polémicas internas de su administración, parecía más centrado en destruir la imagen de su rival que en promover una agenda clara para su segundo mandato. La falta de una propuesta sustantiva lo llevó a enfocarse en un tema secundario, mientras su equipo se preparaba para lo que consideraban un "robo" de la elección, algo que Trump insistió que sucedería, sin considerar siquiera la posibilidad de una derrota.
En el día de las elecciones, Trump mostró una confianza inquebrantable, una actitud que contrastaba con las advertencias de sus asesores sobre la falta de votos por correo, esenciales para asegurar su victoria. A pesar de las señales en contra, Trump se mantenía optimista, convencido de que ganaría, incluso cuando las encuestas y los resultados iniciales indicaban lo contrario. En su último acto de campaña, visitó Grand Rapids, Michigan, el mismo lugar donde había cerrado su campaña en 2016. De hecho, la única diferencia parecía ser su total convencimiento de que ganaría esta vez. Durante el vuelo de regreso, el hijo de Trump, Eric, animaba a los asesores a apostar por el tamaño de la victoria en el Colegio Electoral, mientras David Bossie les advertía que el objetivo no era alcanzar cifras estratosféricas, sino simplemente llegar a los 270 votos necesarios para ganar.
A medida que los resultados electorales comenzaban a desmoronarse, Trump no perdió tiempo en presionar a los medios y en culpar a las plataformas de redes sociales por silenciar su mensaje, lo que consideraba otra forma de conspiración en su contra. No obstante, en ese momento, su equipo estaba más preocupado por el hecho de que las encuestas de voto anticipado y los votos por correo parecían insuficientes. La incertidumbre sobre el resultado fue tal que, para la noche electoral, los funcionarios de seguridad nacional, incluido el general Milley, tuvieron que asegurarse de que no hubiera interferencia de las fuerzas armadas en el proceso electoral. Esto ocurrió mientras Trump comenzaba a mostrar signos de distanciamiento respecto a los fundamentos de la democracia, al negarse a comprometerse a aceptar una derrota.
La imagen de Trump tomando decisiones sobre la narrativa de su campaña, mientras se preparaba para hacer su propia declaración de victoria, se consolidó a medida que avanzaba la noche electoral. Fue en ese momento, alrededor de las 11:20 p.m., cuando Fox News hizo su primer anuncio crucial, declarando a Joe Biden como el ganador del estado de Arizona, algo que no sucedía desde hacía generaciones en ese estado. Este hecho cambió el curso de la noche, y Trump comenzó a presionar para revertir la llamada, solicitando incluso que sus hijos y asesores se pusieran en contacto con los responsables de la cadena de televisión para convencerlos de cambiar la decisión. No fue la última vez que Trump intentaría manipular la cobertura mediática, pero en este momento, la realidad electoral parecía más firme que nunca.
A lo largo de los últimos meses de la campaña, la posición de Trump se mantuvo tensa y ambigua. Mientras su administración hacía esfuerzos desesperados por evitar una derrota inminente, él mismo se adentraba más en un mundo de conspiraciones y enfrentamientos directos con los medios. El hecho de que la narrativa de la campaña de Trump se basara tanto en una retórica de confrontación y desinformación fue lo que terminó por definir su postura ante las elecciones.
Es fundamental que el lector comprenda que este comportamiento no solo refleja una estrategia electoral, sino también un patrón de liderazgo que priorizó la imagen y la percepción por encima de la realidad. Las decisiones de Trump, en particular su insistencia en minimizar la gravedad de su salud durante la crisis del COVID-19, fueron tomadas no solo para construir una narrativa positiva, sino también para consolidar su figura como un líder invencible ante su base. Esto, junto con su enfoque de confrontación constante, sentó las bases de su campaña en el último tramo de las elecciones de 2020.
¿Cómo las tensiones entre Trump y McCain marcaron un punto de inflexión en la política estadounidense?
A lo largo de la década de 1990, la relación entre Donald Trump y el senador John McCain estuvo marcada por desacuerdos sobre temas fundamentales como los derechos de los nativos americanos y los beneficios fiscales federales para el enorme desarrollo inmobiliario de Trump en la Costa Oeste. Cuando McCain se convirtió en el candidato presidencial del Partido Republicano en 2008, Trump se ofreció a recaudar fondos para su campaña, pero su relación nunca se concretó en algo más cercano. Con el tiempo, esta falta de conexión entre ambos se transformó en hostilidad. McCain, al ser candidato, criticó a Trump por despertar a "los locos", lo que Trump utilizó como excusa para atacar implacablemente al senador, lanzando incluso la provocadora afirmación de que McCain no era un "héroe de guerra", una acusación que se convertiría en uno de los pilares de su campaña presidencial basada en insultos descarados.
La relación entre Trump y McCain no mejoró con el paso de los años. En su carácter de presidente, Trump experimentó un constante choque con la figura de McCain, quien representaba una facción dentro del Partido Republicano que abogaba por una política exterior agresiva, favorecía la inmigración y promovía el comercio global. McCain no solo desafiaba las políticas de Trump, sino que también se convirtió en el símbolo de un Partido Republicano que Trump parecía haber desterrado. La votación de McCain en contra del proyecto de reforma sanitaria en 2017 fue un golpe significativo para la agenda legislativa de Trump, arruinando gran parte de sus planes en el primer año de su mandato.
La rivalidad entre ambos se intensificó tras la muerte de McCain, cuando Trump, en su afán de contradecir cualquier forma de elogio hacia el senador, dio la orden de que las banderas en la Casa Blanca fueran izadas a media asta, mientras que en el resto del país permanecían a media asta en señal de respeto. Ante la creciente presión de su equipo, Trump finalmente accedió a restaurar las banderas a media asta, aunque este episodio reflejó la profunda animosidad que caracterizaba su relación.
El conflicto alcanzó un punto culminante cuando un miembro del personal de Seguridad Nacional redactó un artículo que fue publicado en The New York Times, donde se revelaba una resistencia interna dentro de la administración Trump. Este artículo, firmado anónimamente, describía cómo funcionarios dentro del gobierno estaban trabajando para frustrar las peores inclinaciones de Trump, describiéndolo como un líder desordenado y errático. Este artículo se convirtió en uno de los primeros testimonios públicos sobre las tensiones internas en la Casa Blanca y la percepción de muchos de que Trump no estaba apto para gobernar.
El resentimiento de Trump hacia McCain fue alimentado por su necesidad de "contraatacar" constantemente a quienes lo desafiaban. Este patrón de comportamiento se extendió más allá de McCain, ya que Trump comenzaba a ver las críticas personales como un ataque directo a su liderazgo. McCain había dejado claro que no quería a Trump en su funeral, una exclusión que el presidente jamás perdonó. Además, la presencia de miembros de la familia Trump en el servicio funerario de McCain fue un tema de controversia. La hija del fallecido senador, Meghan McCain, expresó su desaprobación por la asistencia de los Trump, considerando que no tenían ningún derecho a estar allí.
Durante este tiempo, Trump comenzó a involucrarse más activamente en las primarias del Partido Republicano, buscando influir en las decisiones sobre qué candidatos respaldar. A pesar de su creciente control sobre la dirección del partido, Trump se mostró cada vez más distante de sus propios aliados republicanos, considerando que la mayoría de ellos eran "débiles". Este desinterés por la coalición que había heredado como líder del partido lo llevó a desarrollar una relación cada vez más tensa con figuras prominentes del establishment republicano, como la familia Romney. Aunque inicialmente mostró simpatía hacia Ronna Romney McDaniel, presidenta del Comité Nacional Republicano, la animosidad hacia su tío, Mitt Romney, complicó su vínculo. Esta ambivalencia de Trump hacia el Partido Republicano se reflejó también en su comportamiento errático y su tendencia a favorecer ciertos conflictos internos más que las luchas políticas con los demócratas.
En este contexto, Trump se encontraba atrapado entre su papel de líder del Partido Republicano y su profundo desprecio por aquellos que representaban su establecimiento. Su relación con los miembros de su propio partido se tornó cada vez más compleja y volátil. Mientras Trump continuaba recibiendo apoyo de su base, su relación con el establishment republicano se deterioraba, lo que auguraba tensiones internas que seguirían marcando su presidencia.
La historia de Trump y McCain, de antagonismo y desafíos mutuos, subraya cómo las dinámicas personales pueden superar las diferencias ideológicas y cómo las rivalidades personales pueden tener un impacto duradero en la política nacional. A lo largo de los años, estas luchas de poder entre figuras dentro del mismo partido no solo definieron sus relaciones personales, sino que también influyeron en la dirección del Partido Republicano, dejando una marca indeleble en la política estadounidense.

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