La ascensión de las ideas neoliberales y su adopción por parte de figuras clave como Ronald Reagan o Margaret Thatcher ha sido una de las narrativas más discutidas en la historia política reciente. Sin embargo, una parte crucial de esta historia a menudo se pasa por alto: la adopción de los principios neoliberales no fue un fenómeno exclusivamente reciente ni impulsado únicamente por economistas obscurecidos. Las raíces de estos principios—como el rechazo al estado del bienestar, la oposición a los impuestos y la desregulación—se encuentran mucho antes de la década de 1970, y ya formaban parte del discurso republicano contra el New Deal, mucho antes de que figuras como Friedrich Hayek adquirieran relevancia.
Herbert Hoover, presidente de los Estados Unidos antes de Franklin D. Roosevelt, defendió abiertamente una economía laissez-faire, y las figuras contrarias a Roosevelt utilizaron una retórica similar a la que más tarde adoptaron Margaret Thatcher y Reagan. Un ejemplo claro de esto es el manifiesto de Barry Goldwater, La conciencia de un conservador, donde abogaba por la eliminación de programas sociales y el retiro del gobierno de áreas como la vivienda pública y la educación. Este documento fue publicado más de una década antes de que las ideas neoliberales empezaran a ser aceptadas por la mayoría de los economistas y líderes políticos. A pesar de este contexto temprano, la consolidación del neoliberalismo como corriente principal no fue automática.
Uno de los aspectos más importantes de este proceso fue la capacidad de los conservadores de fusionar diferentes tendencias dentro del movimiento. El neoliberalismo, con su énfasis en la austeridad y el recorte del gasto social, fue un concepto difícil de vender, incluso dentro de la misma coalición conservadora. Los conservadores más tradicionales, como los religiosos, no veían con buenos ojos el debilitamiento del estado de bienestar, pues muchos de sus principios contradecían sus valores de caridad cristiana. Así, la adaptación de las ideas neoliberales a los intereses de estos grupos se convirtió en una tarea esencial. A través de un cuidadoso trabajo de organización, los conservadores lograron crear diferentes justificaciones para los mismos objetivos: mientras que para los libertarios la reducción del estado se entendía como una medida para reducir el tamaño del gobierno, para los religiosos se presentó como una forma de preservar la autonomía de las instituciones privadas y evitar la interferencia del estado en sus esfuerzos de ayuda.
Además, la creación de un enemigo común fue un método recurrente para unir a las distintas facciones del conservadurismo. Durante la Guerra Fría, el comunismo y la amenaza soviética fueron utilizados como un chivo expiatorio para consolidar una identidad conservadora. Sin embargo, la construcción de enemigos no siempre es tan sencilla cuando se trata de cuestiones internas. En particular, las diferencias raciales dentro del movimiento conservador han sido un tema difícil de manejar, ya que muchos de los votantes conservadores se encuentran divididos entre aquellos que sienten resentimiento racial hacia los avances de la comunidad afroamericana y aquellos que se oponen a la discriminación pero comparten las preocupaciones económicas del movimiento. Para manejar esta división, los conservadores perfeccionaron lo que se ha denominado dog-whistle politics, una estrategia comunicacional en la que los mensajes parecen dirigirse a un grupo sin alienar al otro.
Un ejemplo claro de esta política de "silbido de perro" se encuentra en el uso de la imagen del "declive urbano patológico", un concepto que se ha utilizado para conectar el malestar racial y las políticas conservadoras. Esta imagen no solo ha servido para movilizar a votantes racistas, sino que también ha permitido a los conservadores construir una narrativa sobre el fracaso de las políticas urbanas del estado del bienestar, al mismo tiempo que evitaban acusaciones directas de racismo. Al proyectar la imagen de ciudades en ruinas, afectadas por la pobreza y la criminalidad, los conservadores han logrado apelar a los temores de los votantes blancos, mientras se mantenían dentro de los límites de la corrección política, presentándose como defensores de la ley y el orden.
A lo largo de las últimas décadas, este uso de las imágenes del declive urbano ha sido una herramienta eficaz para transformar el panorama político de Estados Unidos, especialmente en áreas como el Rust Belt. Las ciudades afectadas por el declive industrial han sido presentadas como un microcosmos del fracaso de las políticas progresistas, y este enfoque ha sido utilizado para justificar intervenciones políticas tanto a nivel estatal como local. En este contexto, el "declive urbano" ha dejado de ser simplemente un problema social para convertirse en un instrumento de poder político, sirviendo para consolidar una base de apoyo conservadora en zonas económicamente desfavorecidas.
Es importante comprender cómo las políticas neoliberales no son simplemente un conjunto de ideas económicas, sino una estrategia política profundamente entrelazada con la manipulación de las emociones y percepciones del electorado. El neoliberalismo no surgió como una solución lógica a los problemas económicos, sino como una respuesta ideológica a un contexto político muy específico, diseñado para transformar la estructura de poder en favor de una élite económica, mientras que el resto de la sociedad era movilizada con discursos que apelaban a sus miedos y prejuicios más profundos.
¿Cómo el discurso conservador ha moldeado la percepción de la crisis urbana en Detroit y otras ciudades estadounidenses?
El discurso conservador sobre las ciudades en declive, especialmente Detroit, ha sido moldeado a lo largo del tiempo por una serie de ideologías que intentan justificar la falta de intervención estatal y defender el statu quo económico. Desde la Revolución Francesa, los conservadores han utilizado una serie de estrategias retóricas para cuestionar las reformas políticas, sociales y económicas, lo que ha influido profundamente en cómo se perciben los problemas urbanos en la actualidad.
Uno de los aspectos clave de esta narrativa conservadora es la creación de un mito alrededor de las ciudades como Detroit, al retratar a estas áreas como lugares de fracasos colectivos, donde la intervención del gobierno es presentada como la causa del colapso social y económico. Este enfoque se sustenta en la idea de que el gasto gubernamental y las regulaciones excesivas han generado un ciclo de dependencia y parálisis que ha destruido la vitalidad de estas ciudades. En este contexto, se argumenta que la intervención estatal no solo es inútil, sino que exacerba los problemas que busca resolver.
La narrativa conservadora que describe a Detroit como un ejemplo de fracaso del intervencionismo estatal es, en gran medida, un intento de despojar a las víctimas de la crisis urbana de cualquier tipo de empatía. Según este relato, la caída de Detroit no es el resultado de decisiones estructurales y políticas como la desinversión industrial o la discriminación racial, sino de la corrupción y el exceso de regulación. Este enfoque no solo responsabiliza a los residentes de la ciudad, principalmente a los no blancos, sino que también reduce la complejidad histórica de la crisis a una simple cuestión de gestión económica y moral.
A nivel teórico, los conservadores se apoyan en dos escuelas de pensamiento clave: la teoría de la elección pública y la teoría del capital humano. La teoría de la elección pública sugiere que las decisiones locales deben estar subordinadas a las leyes del mercado, que se perciben como autoajustables y disciplinadoras. Desde esta perspectiva, las intervenciones estatales no solo son ineficaces, sino que están condenadas a fracasar porque el mercado, considerado como un ente imparcial y eficiente, se encargará de disciplinar cualquier intento de transformación social. Por su parte, la teoría del capital humano subraya la idea de que los individuos y las pequeñas empresas son los actores óptimos para la creación de valor económico, mientras que los gobiernos y los grandes sindicatos son vistos como obstáculos para la innovación y el progreso.
En este contexto, el "mito de Detroit" se construye sobre tres pilares: el derroche gubernamental, la inflexibilidad económica y un supuesto antagonismo racial entre la comunidad negra y los residentes blancos. Este discurso utiliza una serie de tesis conservadoras que, aunque formuladas de manera diferente, tienen el mismo objetivo: preservar el statu quo. La tesis de la perversidad, por ejemplo, sostiene que cualquier intento de mejorar una situación solo sirve para empeorarla, como ocurre con las políticas de bienestar social. La tesis de la futilidad, por otro lado, argumenta que las reformas sociales no tienen ningún impacto real debido a la resistencia estructural del sistema. Finalmente, la tesis de la amenaza afirma que los costos de las reformas son demasiado altos y ponen en peligro logros previos.
Lo que está en juego en esta narrativa es un intento de desvincular la historia de la crisis urbana de su contexto más amplio y de ofrecer una interpretación que minimiza las responsabilidades de las élites económicas y políticas. Al retratar a Detroit y otras ciudades como ejemplos de "fracaso colectivo" atribuible a los propios habitantes, los conservadores intentan construir una justificación para no intervenir. Se presenta la solución como la "autonomía" de las ciudades y la reducción de la intervención estatal, lo que, paradójicamente, perpetúa el ciclo de pobreza y desventaja que estas ciudades enfrentan.
Es fundamental comprender que la crisis urbana no es un fenómeno aislado ni espontáneo. Aunque el discurso conservador ha logrado presentar las ciudades como ejemplos de fracaso moral y económico, la historia de la desinversión en Detroit y otras ciudades está profundamente marcada por políticas de desindustrialización, segregación racial y el abandono deliberado de las comunidades más vulnerables. A lo largo de las décadas, las políticas de vivienda, los recortes de impuestos y las desregulaciones han favorecido a las élites económicas, mientras que las políticas públicas que hubieran podido mitigar los efectos de la crisis han sido sistemáticamente socavadas.
La comprensión de esta crisis no debe limitarse a los discursos polarizados entre el "estado como salvador" y el "mercado como solución". Es esencial reconocer las raíces estructurales de la pobreza urbana y el racismo sistémico, que son las verdaderas fuerzas que impulsan el colapso de estas comunidades. Las intervenciones del gobierno, cuando son bien dirigidas y no están motivadas por intereses partidistas, pueden jugar un papel crucial en la regeneración de estas áreas, no como una solución paternalista, sino como una forma de restaurar los derechos y la dignidad de aquellos que han sido históricamente marginados.
¿Cómo las Ciudades de la Rust Belt están Abordando el Declive Urbano?
Las ciudades del Rust Belt, como Flint, Rochester y Saginaw, han experimentado la desaparición de industrias clave, lo que ha llevado a una serie de problemas urbanos, desde la disminución de la población hasta el deterioro de la infraestructura. En respuesta a estos desafíos, diversas ciudades han adoptado planes de "ajuste de tamaño" (rightsizing), con el objetivo de redibujar el futuro urbano de acuerdo con los nuevos límites demográficos y económicos. Estos planes, aunque comparten principios comunes, difieren en la manera en que abordan temas cruciales como la vivienda asequible, la regeneración de espacios públicos y la gestión del declive poblacional.
En Flint, por ejemplo, aunque el informe no aborda explícitamente las oportunidades de vivienda asequible en zonas de alta densidad, se menciona que una vez que la población de la ciudad se estabilice, se deberá concentrar en el crecimiento, agregando hasta 15,000 unidades de vivienda en las áreas del centro y del Distrito de Innovación. Sin embargo, el informe deja en el aire si estas viviendas serán subsidiadas. En lugar de centrarse en un desarrollo sin restricciones, el plan subraya la importancia de construir infraestructura verde y de focalizarse en barrios que ya han sufrido una gran pérdida de población. La creación de espacios públicos de propiedad pública es mencionada, pero sin detallar cómo se financiarían o qué ubicación tendrían. Además, se observa una característica interesante en el plan de Flint: el uso de una escala deslizante que condiciona el desarrollo y la naturalización de ciertas áreas bajo condiciones específicas.
Por otro lado, el informe de Rochester, denominado Project Green, se concentra en un enfoque de “ciudad más pequeña pero mejor” frente a la caída de la población. Este plan resalta la importancia de la reconversión ecológica de la ciudad, pero también reconoce las limitaciones fiscales en cuanto a la provisión de infraestructura. A diferencia de Flint, Rochester tiene un enfoque más definido en la demolición selectiva, buscando evitar el patrón aleatorio de demoliciones que solo perpetúa la decadencia de los barrios. Sin embargo, este tipo de estrategias de "limpieza urbana" son recordatorios de los fracasos de renovaciones urbanas de la década de 1960 y 1970. En este contexto, el informe subraya la necesidad de que los residentes tengan voz en las decisiones sobre qué estructuras demoler, asegurando que el proceso no repita los errores del pasado. A pesar de su enfoque verde, Project Green también contempla la posibilidad de que el suelo demando por las demoliciones sea vendido o arrendado a largo plazo, con la esperanza de que, eventualmente, el mercado inmobiliario se recupere.
Saginaw, una ciudad más pequeña del Rust Belt, adoptó el concepto de "ajuste de tamaño" en su Plan Maestro de la Ciudad en 2011, reafirmándolo más tarde en su Plan de Acción Anual. Este plan, al igual que los de Flint y Rochester, comienza reconociendo la disminución poblacional y la necesidad de una intervención estratégica. En el caso de Saginaw, los esfuerzos se centran en reducir los costos operativos mediante la reconfiguración de la infraestructura urbana y la adaptación de la ciudad a un tamaño más manejable. Sin embargo, la falta de recursos y de una clara dirección en la creación de viviendas asequibles sigue siendo un tema pendiente, al igual que en las otras ciudades.
Lo que todos estos planes comparten es una visión común de ciudad reducida y funcional, pero la implementación de estas ideas no está exenta de problemas. A pesar de los esfuerzos por revitalizar los espacios urbanos y promover el bienestar de los residentes a través de la creación de parques o la mejora de la infraestructura verde, el impacto de estos cambios en las poblaciones desplazadas no siempre está claro. En la mayoría de estos informes, se da por sentado que la creación de nuevas viviendas asequibles debe estar alineada con la eliminación de viviendas ya existentes, pero sin un plan claro para los afectados por estas demoliciones. En muchos casos, la falta de financiación y la incertidumbre sobre el futuro del mercado inmobiliario complican aún más la puesta en práctica de estas propuestas.
Es esencial que los planes de ajuste de tamaño no se limiten a la mejora de la infraestructura o la creación de espacios públicos, sino que también consideren de manera efectiva el impacto en las comunidades vulnerables. La falta de vivienda asequible en estas áreas y la falta de un compromiso claro con la creación de viviendas accesibles son cuestiones que deben ser resueltas si se desea garantizar que las ciudades no solo sobrevivan a la desindustrialización, sino que prosperen de manera inclusiva y sostenible.
¿Cómo interactúan la decadencia urbana, la amenaza racial y el movimiento conservador en la política estadounidense contemporánea?
La historia de la justicia racial en Estados Unidos durante el siglo XX presenta una complejidad que a menudo se ignora. Desde 1932 hasta 1960, el Partido Demócrata dependía en gran medida del apoyo de segregacionistas del sur, lo que reflejaba una división racial conservadora repartida entre los dos grandes partidos políticos. Sin embargo, esta dinámica cambió radicalmente en los años sesenta, cuando la migración de afroamericanos hacia el norte, el liderazgo demócrata en el movimiento por los derechos civiles y la estrategia republicana de atraer a los blancos descontentos del sur mediante el “dog whistling” (discursos codificados de corte racial) transformaron el panorama político. Desde entonces, la definición de lo que significa ser conservador o progresista ha sido cada vez más racialmente bifurcada, con un conservadurismo que domina y está ligado estrechamente al neoliberalismo, cuyo ascenso se explica más por las convulsiones sociales de los años sesenta que por las crisis económicas posteriores.
El movimiento conservador supo capitalizar la reacción blanca frente a las protestas y conquistas del movimiento por los derechos civiles, especialmente en el sur y medio oeste. Una herramienta política fundamental ha sido la asociación simbólica entre la decadencia urbana y la patología negra. Esta imagen negativa de las ciudades en declive funciona como un mensaje codificado para justificar políticas restrictivas y punitivas, además de reforzar estereotipos raciales profundamente arraigados. El resultado ha sido un círculo vicioso: las ciudades postindustriales con grandes poblaciones negras sufren políticas de austeridad, abandono y racismo de libre mercado que perpetúan su deterioro.
El declive urbano, la amenaza racial y el movimiento conservador no son fuerzas aisladas, sino que interactúan para generar una inercia política que se manifiesta en la privación y la penalización de las ciudades más afectadas. Aunque la migración de capital y población fuera de las ciudades en decadencia se explica por factores económicos como la reestructuración laboral, los impuestos elevados o la permisividad en la construcción suburbana, el componente racial es central para entender la dinámica específica del Cinturón de Óxido estadounidense. La construcción social de la negritud como amenaza a la propiedad, al poder político y a la seguridad blanca ha sido una fuerza causal poco reconocida en la génesis del declive urbano. La percepción de amenaza racial fomenta la imagen negativa de las ciudades negras, consolidando el rechazo y el aislamiento desde los suburbios blancos, y limitando la viabilidad política de soluciones que beneficiarían a estas comunidades.
En respuesta a los cambios sociales de los sesenta, la reacción blanca se concentró en los suburbios blancos adyacentes a las ciudades negras más conflictivas, reconfigurando la política local y nacional. La estrategia conservadora perfeccionó la política del “silbido dog” para apelar a resentimientos raciales de manera implícita. Al hablar aparentemente de cuestiones urbanas o económicas, se transmite un mensaje racial subyacente, culpando la supuesta patología individual negra por el fracaso urbano. Esta estrategia política se sostiene gracias a la ambigüedad del discurso, que permite la denegación plausible pero también moviliza los prejuicios raciales.
Además, la construcción discursiva del declive urbano sirve para criticar y deslegitimar la gobernanza progresista. En el Medio Oeste, la imagen de ciudades como Detroit o Cleveland como paisajes rotos se usa para fundamentar agendas políticas conservadoras que restringen el gasto público y abren las ciudades a la explotación económica, a través de políticas como la austeridad fiscal, la desregulación hipotecaria y la limitación de leyes salariales mínimas. Estas políticas no solo perpetúan la salida de capital y personas, sino que actúan como una privación organizada sobre espacios ya empobrecidos.
La interacción constante de estas tres fuerzas —declive urbano, amenaza racial y movimiento conservador— se alimentan mutuamente y configuran una política que restringe las opciones para la regeneración urbana. El racismo laissez-faire, que se manifiesta en la construcción organizada de la ciudad negra como un espacio fallido, depende de la reacción blanca y de la estrategia conservadora para mantener un estado de privación política y social. Este contexto crea una inercia a múltiples niveles que dificulta cualquier transformación significativa en las ciudades afectadas.
El análisis comparativo del Cinturón de Óxido permite identificar patrones estructurales y diferenciar factores locales contingentes. La relación entre la construcción racial de amenaza y el declive urbano no es un fenómeno aislado ni accidental, sino una dinámica reproducida en varias ciudades con composiciones raciales similares. Por lo tanto, las soluciones deben considerar esta interacción compleja y reconocer cómo las políticas conservadoras y los discursos racializados moldean el presente y futuro de estas urbes.
Es crucial comprender que la decadencia urbana no es solo un problema económico ni un mero efecto de la reestructuración industrial, sino un fenómeno racializado donde la construcción social de la amenaza negra y la respuesta conservadora han dado forma a políticas y percepciones que perpetúan la desigualdad y el abandono. La narrativa política dominante excluye muchas veces esta dimensión racial, lo que limita la posibilidad de intervenciones efectivas y equitativas para revertir la crisis de las ciudades postindustriales.

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский