El debate sobre cómo los arreglos económicos existentes deben intervenir en la economía y, en particular, sobre la política ambiental, ha generado una división significativa entre los economistas. Los defensores de las teorías neoliberales, como la Escuela de Chicago, han sido los más firmes en promover una visión donde se favorece el derecho de propiedad privada sobre las intervenciones estatales. Un caso emblemático de este enfoque es el trabajo de Ronald Coase, quien, a pesar de ser erróneamente asociado con la promoción de políticas de desregulación, reconoció que la acción del gobierno puede reducir los costos de control de la contaminación, lo que hace que estas intervenciones sean justificables. Esto contrasta directamente con la interpretación errónea de sus seguidores que lo presentan como un enemigo de la regulación estatal.

La crítica más notable a la perspectiva de Coase proviene de la teoría económica institucional crítica, que destaca la importancia de los costos de transacción y la estructura social en la toma de decisiones económicas. A diferencia de la economía neoclásica, que asume que los individuos actúan como máximos utilitarios aislados, la economía institucional resalta cómo las preferencias de los individuos son socialmente construidas y cómo estas influencian las decisiones en mercados y otros contextos, como las relaciones familiares. Este contraste, representado en el análisis de Vatn, establece una clara división entre la economía ortodoxa y la heterodoxa. Mientras que la primera se enfoca en una visión de racionalidad independiente y un equilibrio exógeno, la segunda subraya la interacción social y la evolución como componentes clave del análisis económico.

Dentro de la economía institucional crítica, los trabajos de economistas como Veblen, Kapp, y Myrdal han hecho importantes contribuciones para comprender las crisis ecológicas y, particularmente, la ineficacia de las políticas ambientales. Veblen, con su concepto de consumo ostentoso, critica la sociedad consumista, mientras que Kapp introduce la noción de desplazamiento de costos como una explicación alternativa de la contaminación, en contraposición a la teoría convencional de las externalidades. La obra de Kapp subraya que las políticas ambientales no pueden simplemente reducirse a la asignación de derechos de propiedad o a la intervención del mercado, sino que deben considerar las estructuras sociales y las instituciones que permiten o dificultan la acción colectiva.

Kapp también destacó la importancia de cuestionar la calidad de vida humana y la conducta en diferentes disposiciones institucionales. En este sentido, la crítica a las estructuras actuales no solo apunta a la ineficiencia económica, sino también a la transformación que debe experimentar la sociedad para dar paso a una economía más orientada al bienestar común. A este enfoque se han sumado economistas como Gunnar Myrdal, quien, influenciado por Kapp, destacó la necesidad de revisar la conexión entre los costos de la contaminación y las estructuras económicas más amplias que perpetúan estas externalidades.

Por otro lado, Polanyi y Galbraith, aunque no directamente involucrados con la economía ambiental, ofrecen una perspectiva crítica sobre el funcionamiento del capitalismo y sus formas corporativas. Polanyi, en particular, abordó cómo las economías pueden estructurarse de manera diferente a la dominante en la actualidad, sugiriendo alternativas que se basen en la cooperación y el bienestar común, en lugar de la competencia desenfrenada. Sus ideas resuenan con la crítica contemporánea a los mercados libres y el crecimiento económico ilimitado, postulando que las economías deben adaptarse a las realidades ecológicas y sociales.

Más recientemente, el trabajo de Elinor Ostrom, quien fue galardonada con el Premio Nobel de Economía en 2009, ha sido fundamental para desafiar la visión predominante sobre los recursos comunes. Ostrom demostró que los recursos de uso común no necesariamente son condenados a la sobreexplotación, como afirmaba la teoría de la tragedia de los comunes de Garrett Hardin. A través de estudios históricos y empíricos, mostró que las comunidades locales pueden gestionar con éxito los recursos sin recurrir a la privatización. Sin embargo, la obra de Ostrom también refleja una aceptación parcial de la teoría de juegos y la teoría de los costos de transacción, lo que la sitúa en una posición intermedia entre la economía institucional crítica y la institucional nueva. Aunque Ostrom se aparta de los enfoques neoliberales, su aceptación de algunas premisas de la economía neoclásica le ha valido críticas dentro de la corriente crítica, pero sus investigaciones siguen siendo una piedra angular para repensar las políticas ambientales y la gestión colectiva de recursos.

Es crucial entender que la clave para enfrentar las crisis ecológicas no reside solo en la asignación eficiente de recursos o en la intervención del gobierno, sino en la comprensión profunda de las instituciones sociales que configuran las relaciones económicas. La relación entre economía y medio ambiente debe contemplar no solo la reducción de la contaminación o la eficiencia de los mercados, sino también cómo los valores sociales, las normas y las estructuras de poder influyen en las decisiones sobre el uso y la distribución de los recursos naturales. La visión crítica de la economía institucional ofrece una forma de pensar sobre el futuro económico que no se limita a los modelos actuales, sino que imagina nuevas formas de organizar la producción y el consumo que sean más sostenibles, equitativas y respetuosas con los límites ecológicos del planeta.

¿Cómo puede la economía feminista redefinir el paradigma económico dominante?

El concepto de economía feminista ha crecido de manera significativa, desafiando las concepciones tradicionales y proponiendo una visión alternativa sobre cómo funciona la economía. Este enfoque deconstruye muchas de las ideas centrales de la economía convencional, como la naturaleza del trabajo, cómo se reproducen las economías y el papel crucial de las relaciones sociales y las actividades de cuidado en la operación de cualquier economía. En su núcleo, estas perspectivas subrayan el papel de los sistemas patriarcales y las instituciones sesgadas por género, elementos que estructuran la vida económica y social. No obstante, lo que distingue a la economía feminista no es solo su enfoque en las relaciones de género, sino su aspiración a ir más allá, abordando las causas fundamentales de los problemas sociales y económicos.

Una de las claves de esta corriente es la reorientación de la economía hacia lo que se denomina "provisión social", un concepto que coloca a la comunidad y las actividades de cuidado en el centro de la reproducción social (Nelson 1993; Jennings 1993; Power 2004). La provisión social no se entiende solo como la producción de bienes, sino como un proceso que involucra a las personas en su totalidad, cuidando las relaciones humanas y los ecosistemas que permiten la reproducción de la vida. En este sentido, se destaca la relevancia de la atención a las preocupaciones ambientales, una preocupación central para las ecofeministas, que vinculan la crisis ecológica con una cultura patriarcal capitalista que subordina tanto a las mujeres como a la naturaleza (Griffin 1980; Salleh 1997; Shiva 1997). En la visión ecofeminista, la explotación de los recursos naturales y la explotación de las mujeres están estrechamente relacionadas, y ambas deben ser abordadas simultáneamente si se busca una transformación profunda.

En este contexto, filósofas como Vandana Shiva han puesto de manifiesto la conexión entre el género y el medio ambiente en los países no industrializados, donde las mujeres son despojadas del control sobre los recursos naturales y sufren de manera desproporcionada los efectos de la degradación ambiental. Shiva sostiene que "las mujeres y la naturaleza están íntimamente relacionadas, y su dominación y liberación están igualmente vinculadas" (Shiva 1988: 47), lo que resalta la necesidad de una lucha conjunta entre los movimientos por los derechos de las mujeres y los movimientos ecológicos, ambos como respuestas a una "maldesarrollo" patriarcal.

A pesar de los avances que la economía feminista ha propuesto, no todos sus exponentes comparten la misma visión respecto al futuro del capitalismo. Por ejemplo, algunos economistas feministas, como Nancy Nelson, rechazan las posturas radicales que abogan por la transformación completa del sistema económico o la abolición del capitalismo. Nelson y Morgan (2020) argumentan que los enfoques que critican la estructura capitalista desde una perspectiva post-capitalista o de "sin-crecimiento" carecen de una base realista, ya que, según su visión, el capitalismo no debe ser entendido exclusivamente como un sistema competitivo y orientado al beneficio, sino como un constructo que forma parte de la teoría económica dominante.

Sin embargo, esta postura es contradictoria en algunos aspectos, ya que a pesar de rechazar las críticas radicales, Nelson adopta conceptos fundamentales del capitalismo, como el análisis de los diferentes tipos de capital (físico, natural, humano, social), que en última instancia pueden ser problemáticos. La incorporación de estos elementos como "capital" puede verse como una simplificación excesiva y como una validación implícita de los conceptos dominantes que la economía feminista busca desafiar. A pesar de las críticas que Nelson ha hecho al pensamiento económico ortodoxo, su adopción de estos términos sigue siendo compatible con los enfoques tradicionales de la economía neoclásica, lo que genera una tensión dentro de la misma corriente de la economía feminista.

Por otro lado, existen economistas feministas que han abordado la necesidad de imaginar un futuro económico más allá del capitalismo. La investigación sobre utopías feministas, como la promovida por Bauhardt (2014), examina alternativas al crecimiento capitalista y se adentra en movimientos como el de "decrecimiento". Esta postura rechaza las soluciones reformistas y propone una ruptura más profunda con las estructuras de poder que mantienen el patriarcado y el capitalismo. Además, la confluencia de la economía feminista con ideas del movimiento decolonial ha abierto un espacio para reflexionar sobre cómo las economías coloniales han sido estructuradas a partir de la explotación y el despojo de los pueblos y de las mujeres, lo que añade una dimensión adicional al debate sobre la justicia económica global.

Es fundamental que los estudios y las propuestas de la economía feminista no solo aborden los problemas de género y explotación en términos de visibilizar el trabajo doméstico y el cuidado, sino que también reflexionen sobre cómo estas prácticas están conectadas con una estructura económica que sigue siendo dominada por intereses capitalistas y patriarcales. Además, debe haber un cuestionamiento profundo de las nociones de "capital" y "crecimiento económico" que siguen dominando los debates, cuestionando su validez en un mundo cada vez más consciente de las limitaciones ecológicas y sociales.

La economía feminista no es solo una crítica a los modelos económicos dominantes, sino también una invitación a repensar las formas en que valoramos y distribuimos los recursos, no solo en términos de productividad económica, sino en términos de justicia social y ambiental. Esto incluye la creación de nuevas formas de organización social que integren la solidaridad, el cuidado y la sostenibilidad como pilares fundamentales del funcionamiento económico, lo que podría dar paso a una economía verdaderamente inclusiva y equitativa.

¿Por qué la epistemología positivista ha fallado en la economía?

La economía, como disciplina científica, ha intentado emular las ciencias exactas, particularmente la física, adoptando un enfoque que sigue los preceptos del empirismo lógico. Sin embargo, la aplicación práctica de esta corriente filosófica ha sido, en muchos casos, un fracaso. La concepción de la economía como una ciencia cuantitativa, capaz de medir y modelar con la precisión matemática propia de la física, ha reducido la complejidad de los fenómenos económicos a números, ignorando dimensiones cualitativas esenciales. Este impulso hacia una economía estrictamente cuantitativa tiene sus raíces en los métodos de la física clásica de Descartes y Newton, que vieron la ciencia como un campo de estudio regido por la matemática y la lógica, prescindiendo de las cualidades cualitativas del mundo natural.

En este contexto, los economistas adoptaron, con el paso del tiempo, teorías matemáticas complejas, como la teoría del control óptimo derivada del cálculo de variaciones de Joseph-Louis Lagrange. Esta formalización matemática se convirtió en el dogma dentro de la economía ortodoxa, creando un perfil distintivo para los economistas: expertos en manipular variables cuantificables, a expensas de cualquier consideración sobre los aspectos cualitativos de la economía. La tendencia hacia la cuantificación es una herencia directa de la crítica de Descartes a la física aristotélica, la cual privilegia la observación empírica y la medición en lugar de las cualidades inherentes de los fenómenos.

Esta visión reduccionista de la economía ha sido denunciada por diversos pensadores, como Georgescu-Roegen, quien acuñó el término "aritmomorfismo" para describir la tendencia de los economistas a imponer una lógica numérica a fenómenos que no son reducibles a cifras. Según Georgescu-Roegen, la exclusión de las cualidades de los objetos de estudio empobrece la comprensión real de las economías, ya que los fenómenos económicos no se reducen a simples variables cuantificables. Los conceptos fundamentales de la economía, tales como justicia, competencia, emprendimiento o incluso el propio concepto de trabajo, son eminentemente dialécticos y cualitativos. Estos conceptos no pueden ser comprendidos a través de la mera aplicación de un modelo aritmético; requieren una comprensión que trascienda la numeración y reconozca la complejidad y la dinámica del cambio cualitativo.

El empirismo lógico en economía enfrenta, de esta manera, un dilema filosófico esencial: sus metodologías niegan el cambio cualitativo, pues reducen la realidad a lo que se puede medir y contar, y en este proceso cometen un "falso epistemológico", como lo denomina Bhaskar. Este error ocurre cuando el investigador no distingue explícitamente lo que constituye su objeto de estudio, definiéndolo exclusivamente según su metodología. De este modo, la ontología se funde con la epistemología, lo que implica que la realidad se ve limitada y reducida a lo que se sabe de ella.

Además, la incapacidad de la economía para aprender de sus propios errores es un tema recurrente. La predicción, que ocupa un lugar central en la economía moderna, se ha convertido en un criterio primordial para evaluar teorías, como lo propuso Milton Friedman en 1953. Sin embargo, esta actitud ha sido criticada por muchos economistas, que advierten que la verdadera ciencia económica no se trata únicamente de hacer predicciones, sino de comprender las causas y los mecanismos subyacentes que gobiernan los fenómenos económicos. La metodología utilizada por economistas como Blaug (1980) y su enfoque positivista basado en la verificación empírica ha sido insuficiente para capturar la complejidad de los sistemas económicos reales, lo que se traduce en una constante "anomalía" dentro de la disciplina.

La paradoja de la economía moderna es que, pese a la gran cantidad de estudios empíricos y modelos matemáticos, la práctica sigue desconectada de las realidades observables. Los economistas continúan utilizando técnicas como el análisis de regresión sin comprender adecuadamente las limitaciones teóricas de estas herramientas. Los llamados "errores" metodológicos y las anomalías observadas rara vez afectan al núcleo paradigmático de la economía; en cambio, se ajustan las teorías para acomodarlas a estos fallos, sin cuestionar los supuestos fundamentales.

El positivismo en economía ha sido criticado por pensadores como McCloskey, quien observa que la amalgama de positivismo lógico, conductismo y modelos hipotético-deductivos no constituye una metodología científica legítima. En lugar de acercarse a la economía con una mentalidad crítica, muchos economistas optan por una retórica vacía, que perpetúa la idea de que la disciplina es más una cuestión de persuasión que de búsqueda de la verdad. Sin embargo, la crítica no debe ser entendida como un rechazo de la ciencia económica en sí misma, sino como un rechazo a las malas prácticas dentro de la ciencia económica. La economía, como disciplina científica, tiene el potencial de ofrecer explicaciones válidas sobre los fenómenos sociales, pero requiere una metodología más reflexiva y una aceptación de que la verdad no siempre puede ser reducida a ecuaciones matemáticas.

La economía no puede ser tratada exclusivamente como una ciencia empírica que se limita a la medición y la predicción. Es necesario reconocer que sus objetos de estudio son complejos, dialécticos y cualitativos, y que cualquier enfoque que intente reducir esta complejidad a modelos numéricos enfrentará dificultades para comprender la verdadera naturaleza de los fenómenos económicos. La verdadera comprensión de la economía debe incluir tanto los aspectos cuantitativos como cualitativos, y la historia económica, que debe ser contada con palabras, es tan relevante como cualquier serie temporal que marque el paso del tiempo. El progreso en la disciplina depende de un reconocimiento de estas limitaciones y de una apertura hacia enfoques más integrales y reflexivos.

¿Cuál es la base filosófica de la economía ecológica social?

La economía ecológica social se enfrenta a complejos desafíos epistemológicos al intentar integrar elementos de la economía, la ecología y la filosofía. Una de las cuestiones más críticas dentro de este campo radica en la necesidad de una postura filosófica que permita avanzar en un entendimiento más profundo de las dinámicas sociales y ambientales. En este sentido, se plantea un dilema entre dos enfoques opuestos: los objetivistas reduccionistas de las ciencias naturales y los relativistas radicales de las ciencias sociales, quienes interpretan el conocimiento como un discurso subjetivo. Esta polarización genera una tensión inherente sobre cómo concebir la relación entre lo que es real, lo que es subjetivo, y cómo puede construirse un conocimiento científico coherente sobre la realidad.

Los economistas ecológicos, conscientes de esta problemática, intentan navegar entre los dos extremos: evitar la tentación nihilista del postmodernismo, que niega toda verdad objetiva, y la creencia modernista en una verdad objetiva indiscutible. En este contexto, algunos proponen el realismo crítico como una posible filosofía de la ciencia que permita superar este dilema. El realismo crítico se presenta como una herramienta útil para clarificar las posiciones ontológicas y epistemológicas que sustentan la práctica de la economía ecológica, al mismo tiempo que aborda la relación entre la naturaleza, la sociedad humana y sus interacciones.

Una cuestión fundamental es la existencia de una realidad no humana, independiente de los seres humanos. Esta idea se ha visto puesta en duda por corrientes idealistas modernas, que sostienen que el mundo no existe fuera de las percepciones y construcciones cognitivas humanas. Este enfoque ha generado debates y conceptos erróneos, como el de la naturaleza híbrida de Latour, que intenta borrar las fronteras entre la sociedad humana y la naturaleza no humana. Sin embargo, la negación de una realidad no humana independiente de los humanos va en contra de evidencias empíricas fundamentales, como las que provienen de la teoría de la evolución o de la termodinámica.

La economía ecológica se fundamenta en la premisa de que existen estructuras naturales autónomas, que operan independientemente de la acción humana. No significa que los humanos no interfieran en estos procesos, sino que debemos reconocer las limitaciones impuestas por las estructuras biológicas y físicas del mundo. Así, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y otros problemas ambientales deben entenderse dentro de la lógica de un mundo que posee leyes y límites que no pueden ser transgredidos solo por la voluntad humana. Este entendimiento es esencial para desarrollar una visión más clara de las posibilidades de intervención social y ecológica.

En este sentido, el debate sobre el Antropoceno, una era dominada por la actividad humana, ha generado confusión al no reconocer la distinción entre lo que los humanos pueden controlar y lo que escapa a su influencia. La visión que propone un control absoluto sobre las condiciones planetarias es insostenible, ya que no considera la independencia estructural de la naturaleza. Esta es una falacia que, al no distinguir entre estructuras profundas y eventos actualizados, lleva a malinterpretar las capacidades humanas dentro de los límites de la biología y la física.

Además, la economía ecológica no solo debe abordar las limitaciones ambientales impuestas por la naturaleza, sino también las estructuras sociales que afectan las decisiones humanas. En este sentido, la crítica al capitalismo y a las estructuras de poder existentes juega un papel crucial. Estas estructuras no solo influyen en cómo entendemos la naturaleza, sino también en cómo manejamos los recursos, los territorios y las relaciones sociales. La economía ecológica debe desmantelar estas jerarquías para promover un modelo más justo y sostenible.

Finalmente, uno de los conceptos más importantes que la economía ecológica debe incorporar es la necesidad de un cambio en la forma en que percibimos la relación entre la sociedad y la naturaleza. La separación entre el humano y el no-humano es un legado del pensamiento cartesiano que sigue influyendo en nuestra visión del mundo. Sin embargo, al reconocer que la naturaleza no es solo un objeto de intervención humana, sino que tiene su propia autonomía, podemos comenzar a desarrollar modelos más integradores y menos antropocéntricos.

Este enfoque es vital no solo para la comprensión académica de los problemas ecológicos, sino para desarrollar políticas que reconozcan las limitaciones del crecimiento económico ilimitado y promuevan una transición hacia un modelo más equilibrado con los límites planetarios.