La primaria de New Hampshire en 2016 jugó un papel crucial en el destino de Donald Trump durante las elecciones presidenciales de ese año. Sin ella, la campaña de Trump podría haber encontrado un final natural tras sus derrotas en Iowa, tal como ocurrió con otros candidatos en la historia política estadounidense. Sin embargo, el resultado inesperado en New Hampshire le dio a Trump una segunda oportunidad, una que aprovechó con destreza para lanzarse hacia la nominación presidencial del Partido Republicano.
New Hampshire tiene una importancia histórica debido a su posición temprana en el calendario de primarias, lo que ha permitido que sus resultados influencien decisivamente la carrera presidencial. Aunque la primaria de New Hampshire es vista como un accidente de la historia, su impacto se ha incrementado desde 1952, cuando los resultados sorprendentes hicieron que Dwight D. Eisenhower se lanzara como candidato presidencial. Desde entonces, New Hampshire ha ganado fama por sus resultados impredecibles, donde candidatos menos conocidos, pero bien posicionados, han logrado derrotar a figuras más establecidas y con más recursos.
Este contexto fue clave para entender el desenlace de las elecciones de 2016. Mientras que los republicanos en Iowa estaban dominados por votantes evangélicos socialmente conservadores, New Hampshire ofrecía un entorno político completamente diferente. La baja religiosidad de su población y el carácter más pragmático y moderado de los republicanos del estado hicieron que las políticas conservadoras tradicionales no fueran tan determinantes como en Iowa. Esto permitió a Trump capitalizar la falta de entusiasmo en torno a los candidatos tradicionales, como Ted Cruz o Marco Rubio, quienes, a pesar de sus victorias en Iowa, se enfrentaban a un terreno electoral que no era propicio para ellos.
Trump, un candidato cuyo ascenso estuvo marcado por la división dentro de su propio partido, aprovechó la oportunidad en New Hampshire para consolidar su apoyo entre los votantes republicanos moderados. Mientras que la mayoría de los republicanos veían a Trump como una figura controversial e incluso peligrosamente inelegible, su habilidad para conectar con el electorado en New Hampshire fue la clave de su éxito. Si bien algunos en el Partido Republicano trataron de frenarlo, la falta de una estrategia unificada para detenerlo permitió que Trump se posicionara como el candidato más destacado en el partido.
La primaria de New Hampshire no solo permitió a Trump resurgir, sino que también complicó las aspiraciones de otros candidatos republicanos. Marco Rubio, quien había logrado un tercer lugar en Iowa, tenía todo que ganar en New Hampshire, ya que esa primaria representaba una oportunidad para consolidarse como el principal contendiente del establishment republicano. Sin embargo, su desempeño fue insuficiente, lo que dejó a Trump con una ventaja aún mayor. De hecho, la falta de una respuesta efectiva por parte de los republicanos moderados abrió el camino para que Trump se mantuviera como el líder de la carrera, incluso a pesar de sus políticas contradictorias y su falta de apoyo en varios temas clave.
El ascenso de Trump no solo es el resultado de su capacidad para conectar con el electorado de New Hampshire, sino también de una profunda disfuncionalidad dentro de su propio partido. A medida que los republicanos no lograron unificar su apoyo en torno a un solo candidato alternativo, Trump se benefició de un fenómeno político que desbordó las estrategias tradicionales de campaña.
Es importante entender que New Hampshire, al ser el primer estado en votar después de Iowa, tiene un peso simbólico significativo. Mientras que Iowa puede ser visto como un campo de prueba para los candidatos sociales y evangélicos, New Hampshire ofrece una imagen más clara del electorado republicano moderado. Esto significa que una victoria en New Hampshire tiene un impacto no solo en la moral del candidato, sino también en la percepción pública de su viabilidad. Las victorias sorprendentes, como las de Trump, demuestran que los resultados de este estado tienen un poder mucho mayor que el de una simple primaria.
En 2016, la campaña de Trump en New Hampshire se vio como un fenómeno impredecible. Aunque su victoria no fue un hecho asegurado, el resultado final ofreció un testimonio de cómo los cambios en la política estadounidense y la fragmentación del Partido Republicano habían creado un espacio donde alguien como Trump pudiera prosperar. Este hecho destaca la importancia de las dinámicas políticas y la capacidad de los votantes de influir en los resultados, incluso cuando el panorama parecía no estar a su favor.
Además de los detalles que rodearon la primaria de New Hampshire, es esencial considerar cómo el sistema electoral estadounidense, con su particularidad de primarias estatales, amplifica los efectos de un estado como New Hampshire. Si bien la primaria no define de manera absoluta la dirección de la carrera, sí actúa como un termómetro que indica el nivel de apoyo a ciertos candidatos y permite la aparición de sorpresas. A pesar de que otros estados con votantes más numerosos y variados tienen una mayor influencia final en las primarias, New Hampshire continúa siendo un componente clave para dar el primer golpe a la carrera hacia la Casa Blanca.
¿Cómo se formó el panorama republicano en las elecciones de 2016?
La competencia por la candidatura presidencial republicana en 2016 fue un escenario plagado de figuras políticas con trayectorias diversas, algunas con amplia experiencia y otras completamente fuera del molde tradicional. Uno de los actores más destacados en este grupo fue Jeb Bush, exgobernador de Florida, hijo del expresidente George Bush y hermano del presidente George W. Bush. Si no hubiera sido por una estrecha derrota en la carrera por la gobernación en 1994, tal vez hubiera sido Jeb, no George W., quien hubiera competido por la presidencia en 2000. Y si no fuera por compartir el apellido con su hermano, cuya presidencia terminó con una popularidad baja, una economía en crisis y dos guerras impopulares, Jeb probablemente habría sido el candidato en 2012. A pesar de ser percibido como un candidato ideal, con un gobierno estatal exitoso y un dominio del idioma español que le permitiría conectar con los votantes hispanos, la presencia de su apellido resultó ser un obstáculo. La figura de su hermano, George W. Bush, arrastraba consigo los recuerdos de su controvertida presidencia.
Desde el inicio de su campaña en 2015, Bush se presentó como el favorito, pero pronto se vio que no lograría consolidarse como el líder claro de la carrera. En las primeras encuestas, aunque encabezaba con un modesto 17%, la competencia se intensificaba. El apoyo dentro de los círculos republicanos no fue suficiente para atraer a un electorado más amplio, que lo veía más como un eco del pasado que como una opción fresca para el futuro. Además, la abundancia de rivales en la contienda, algunos con trayectorias políticas sólidas, complicó aún más su posición.
Marco Rubio, senador de Florida, surgió como un rival formidable. A pesar de su juventud, Rubio había ganado atención nacional al derrotar a Charlie Crist en las primarias republicanas para el Senado en 2010. Con la imagen de un hijo de emigrantes cubanos, su discurso optimista y su énfasis en el "sueño americano" calaron bien entre muchos republicanos. Sin embargo, su apoyo a la reforma migratoria en 2013 generó un rechazo considerable entre los sectores más conservadores. A pesar de estas controversias, Rubio logró captar la atención de aquellos que buscaban un candidato con carisma y conexión con las minorías, algo esencial en un país cambiante.
En contraste, Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey, adoptó una postura más combativa. Conocido por su estilo directo y polémico, Christie utilizó su estilo confrontativo para ganar visibilidad, incluso durante el escándalo del puente de George Washington, que casi destruye su carrera. A pesar de las dificultades, Christie mantuvo su deseo de postularse y, aunque enfrentó dificultades financieras, se centró en conseguir una victoria decisiva en New Hampshire para mantenerse en la contienda.
John Kasich, gobernador de Ohio, aportó una personalidad algo excéntrica y a veces impredecible. Aunque fue conocido por sus ocasionales desvíos de la línea partidaria, como su expansión del Medicaid en Ohio, Kasich logró captar atención, especialmente entre aquellos que veían con buenos ojos su enfoque pragmático y su capacidad de liderazgo.
Scott Walker, gobernador de Wisconsin, emergió con una fuerte base de apoyo entre los conservadores más duros, especialmente debido a su enfrentamiento con los sindicatos en su estado. Sin embargo, su estilo polarizador no fue suficiente para captar el apoyo necesario en una contienda tan reñida.
A la par de los candidatos más tradicionales, surgieron figuras más controvertidas o sin experiencia política directa. Ben Carson, famoso cirujano y autor, captó la atención de muchos debido a su éxito en la separación de gemelos siameses, pero carecía de la experiencia política necesaria para respaldar sus afirmaciones. Carly Fiorina, ex CEO de Hewlett Packard, también se sumó a la carrera, aunque su experiencia política limitada le pasó factura.
Finalmente, en un rincón distinto de la contienda, se encontraba Rand Paul, un senador libertario de Kentucky, quien aportaba una perspectiva política única dentro de la competición. Su enfoque en la libertad individual y el escepticismo frente al poder gubernamental lo hacían un candidato atractivo para los votantes más jóvenes y aquellos decepcionados con el sistema político tradicional.
Lo que realmente caracterizó la campaña republicana de 2016 fue la diversidad de aspirantes que, aunque compartían un mismo partido, representaban enfoques y estilos completamente distintos. Desde los tradicionales como Bush y Rubio, hasta los nuevos rostros como Trump, cada uno aportó una visión única del futuro del Partido Republicano. Esta división, lejos de ser un obstáculo, reflejaba una batalla interna por redefinir la identidad del partido en una era post-Obama, donde la estrategia política, las políticas migratorias y la relación con las minorías se convirtieron en puntos clave de la discusión.
Es esencial comprender que las elecciones de 2016 no solo fueron una batalla por la presidencia, sino también un proceso de reflexión interna sobre la dirección que el Partido Republicano debería tomar. Aunque figuras como Bush y Rubio representaban la continuidad del liderazgo tradicional, otros como Trump desafiaban esas normas, prometiendo una ruptura con las políticas establecidas. Esta dinámica permitió que la elección se convirtiera en una plataforma de debate sobre qué significa ser republicano en una América cada vez más diversa y polarizada.
¿Cómo Donald Trump se convirtió en líder de las primarias republicanas de New Hampshire en 2016?
En las primeras etapas de la campaña presidencial republicana de 2016, Donald Trump se benefició enormemente de un campo de candidatos considerablemente dividido y poco inspirador. Mientras que otros aspirantes a la nominación republicana como Jeb Bush, Chris Christie y Marco Rubio no lograban generar suficiente entusiasmo ni un apoyo claro dentro del partido, Trump, quien no era tomado en serio por muchos y cuya carrera política era prácticamente inexistente, aprovechó la situación a su favor. Desde el momento en que anunció su candidatura el 16 de junio de 2015, su figura desmesuradamente mediática le permitió dominar la cobertura de prensa, lo que facilitó su ascenso en las encuestas de los votantes republicanos.
Una de las principales razones por las que Trump pudo transformar un primer impulso en las encuestas en una posición de liderazgo sostenida, a diferencia de otros candidatos como Rick Perry, Michelle Bachmann y Herman Cain, que se desinflaron rápidamente en 2012, radica en la naturaleza misma de la política de New Hampshire. Este estado, que se encuentra entre los menos religiosos de los Estados Unidos, no es terreno fértil para los conservadores sociales y los llamados "guerreros de la cultura". Por ello, los candidatos republicanos, que en otros estados se habrían centrado en temas como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo, optaron por centrar sus mensajes en la economía y la política exterior en New Hampshire, donde los temas sociales eran dejados de lado a menos que un votante preguntara directamente sobre ellos.
Sin embargo, a pesar de no ser un estado tradicionalmente de línea dura en temas sociales, New Hampshire se convirtió en un campo propicio para Trump. El magnate, al no tener un historial político que lo atara a una serie de posiciones preconcebidas, pudo reinventar sus posturas sobre muchos temas a lo largo de la campaña. En lo que respecta a la inmigración, se mostró inflexible, abogando por una muralla impenetrable a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México. Pero, en otros temas, su postura fue sorprendentemente moderada, distanciándose de otros candidatos republicanos. En un debate, Trump expresó su compromiso de proteger a los individuos con condiciones preexistentes en su sistema de salud, lo cual contrastaba con la postura más extremista que defendían otros republicanos. Además, en otro debate, criticó duramente a Scott Walker por la calidad de los servicios públicos en Wisconsin.
Trump también consiguió captar el apoyo de aquellos votantes moderados dentro del electorado republicano. No fue raro que un votante que se identificaba como moderado viera en Trump una figura más accesible que otros candidatos como Ted Cruz o Marco Rubio, quienes se apegaban más estrictamente a las posturas conservadoras tradicionales. En las encuestas de salida, Trump superó a John Kasich entre los votantes autodenominados como moderados o algo conservadores, mientras que al mismo tiempo venció a Ted Cruz entre los votantes de extrema derecha. La ambigüedad ideológica de Trump, lejos de ser un obstáculo, resultó ser una ventaja estratégica. Él podía ser percibido tanto como un conservador por aquellos preocupados por la inmigración y el aborto, como un moderado por los que preferían un enfoque menos rígido.
Además, la falta de consistencia ideológica no fue el único factor que le permitió a Trump ganar la primaria de New Hampshire. Los errores y pasos en falso de otros candidatos y figuras del partido republicano jugaron un papel crucial. Muchos de los candidatos republicanos no lograron transmitir una visión clara o conectar con los votantes. Los republicanos que esperaban una campaña más coherente y menos divisiva se vieron obligados a reconsiderar su apoyo cuando las propuestas de otros aspirantes carecían de fuerza o atractivo.
El caso de New Hampshire revela no solo las estrategias de los candidatos, sino también las complejidades de la política republicana contemporánea. La prevalencia de los conservadores sociales y la ideología derechista dentro del partido genera una disonancia cuando se confronta con estados menos influenciados por la religión y donde los temas sociales no dominan el debate. Los votantes republicanos en estados como New Hampshire se encuentran en un terreno más flexible, donde el enfoque en la economía y la política exterior se vuelve esencial para ganar el apoyo de la base moderada del partido.
Es fundamental entender que, si bien la estrategia de Trump en New Hampshire le permitió posicionarse como una figura dominante dentro del partido republicano, su capacidad para adaptarse y cambiar de postura rápidamente sobre varios temas le dio una ventaja competitiva que otros candidatos no pudieron igualar. Trump supo aprovechar los vacíos ideológicos y las divisiones internas del partido republicano, transformándose en un candidato capaz de captar el apoyo tanto de los conservadores más radicales como de los más moderados.
¿Por qué New Hampshire se mantuvo azul en las elecciones generales de 2016?
La campaña de Hillary Clinton en 2016 fue una de las más ambiciosas en términos de alcance geográfico. No solo se centró en los estados clave que tradicionalmente habían votado demócrata, sino que también dedicó esfuerzos significativos en los estados que habían sido oscilantes entre los dos principales partidos, como Iowa y Carolina del Norte. Además, Arizona, que no había votado demócrata desde 1996, recibió una considerable atención, al igual que Utah, donde la candidatura independiente de Evan McMullin ponía en juego el estado en favor de una opción anti-Trump. La campaña de Clinton también se dirigió a fortalecer las candidaturas en el Congreso, con la esperanza de recuperar o reducir los márgenes republicanos en el Senado y la Cámara de Representantes, ya que varios de estos estados también celebraban elecciones al Senado en 2016. Sin embargo, este enfoque estratégico significaba que Clinton tuvo menos tiempo para concentrarse en los estados tradicionalmente "azules", aquellos que se asumían seguros para su causa.
Por otro lado, la campaña de Donald Trump adoptó un enfoque diferente. Si bien algunos analistas republicanos dudaban de la capacidad de Trump para competir con los recursos limitados de su campaña, el candidato republicano mantuvo un ritmo frenético de actos públicos, realizando casi el doble de paradas por día que Clinton durante la fase final de la campaña. Aunque sus visitas no garantizaban una victoria en estados clave como Pensilvania, Michigan o Wisconsin, le permitieron estar listo para aprovechar cualquier desmoronamiento en la ventaja de Clinton. Esta caída en las encuestas de Clinton durante el mes de octubre, alimentada por los ataques de Trump en los debates y la filtración de correos electrónicos de su campaña, abrió la puerta para que Trump se posicionara mejor.
El caso de New Hampshire en 2016, sin embargo, representa una excepción interesante dentro del panorama electoral. Mientras que otros estados oscilantes cedieron ante Trump, New Hampshire permaneció en manos demócratas, con una victoria ajustada de Clinton por apenas 2,736 votos. La clave para comprender esta victoria se encuentra en dos factores principales: la composición demográfica y el nivel educativo de su electorado.
New Hampshire es uno de los estados menos diversos de EE. UU., con una población 94% blanca. Esto, en teoría, debería haber favorecido a Trump, ya que los votantes blancos tienden a inclinarse hacia los republicanos, mientras que los votantes no blancos son más proclives a apoyar a los demócratas. Sin embargo, la pequeña población no blanca del estado jugó un papel crucial en la victoria de Clinton. Aunque los votantes blancos representaron el 92% del electorado, y Trump los lideró por un estrecho margen de 48% a 46%, la victoria de Clinton entre los votantes no blancos, que constituyeron el 8% restante del electorado, fue decisiva. Clinton obtuvo el 58% de sus votos, mientras que Trump solo alcanzó el 33%. Este patrón también se repitió en la elección al Senado, donde la candidata demócrata Maggie Hassan se benefició del apoyo decisivo de los votantes no blancos.
Además de la demografía, otro factor clave fue el nivel educativo de los votantes en New Hampshire. Este estado tiene una de las poblaciones más educadas de los EE. UU., con un 36.6% de los residentes mayores de 25 años con un título universitario y un 14.1% con un grado avanzado. La composición educativa de New Hampshire jugó un papel importante en su resultado electoral. Aunque Trump obtuvo una victoria entre los votantes con menos educación, con un 58% entre los que solo tenían un diploma de secundaria, Clinton superó a Trump entre los votantes con títulos universitarios y postgrado. Entre aquellos con una licenciatura, Clinton logró un empate técnico con Trump (48% frente a 47%), pero fue entre los votantes con títulos de posgrado donde la ventaja de Clinton se hizo abismal, ganando con un 65% frente al 29% de Trump.
Este contraste en la composición educativa entre New Hampshire y otros estados clave como Pensilvania, Michigan y Wisconsin resultó ser determinante. En estos últimos, el apoyo a Trump fue considerablemente más fuerte entre los votantes con menos educación, lo que contribuyó a su éxito en esos estados. En cambio, New Hampshire, con su electorado más educado, fue un territorio más difícil para Trump.
Lo que se puede extraer de este análisis es que las elecciones no solo dependen de las grandes tendencias demográficas, sino también de las características específicas del electorado de cada estado, como el nivel educativo y la diversidad. En estados con una alta proporción de votantes con educación superior, los demócratas suelen tener una ventaja, mientras que en estados con un electorado más homogéneo y menos educado, los republicanos pueden tener mayores posibilidades de éxito.

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