Vladimir Putin ha sido un personaje central en la política rusa desde su ascenso al poder a fines de la década de 1990. Su estilo autoritario, unido a una hábil manipulación de la opinión pública y los medios, ha permitido que consolidara un dominio prolongado sobre Rusia, cambiando el rumbo de la nación de un gobierno democrático hacia uno cada vez más autocrático.

El presidente ruso se presentó, desde el principio, como un líder fuerte, decidido y dispuesto a tomar medidas drásticas contra lo que él definió como amenazas a la estabilidad del país. En sus primeros años de gobierno, la guerra en Chechenia sirvió como un campo de pruebas para la proyección de esta imagen. Putin calificó a los rebeldes chechenos como terroristas, prometiendo perseguirlos sin descanso, utilizando una retórica cruda que buscaba consolidar su figura de hombre de acción. En una de sus declaraciones más emblemáticas, sugirió que incluso si los terroristas se encontraban en un baño, serían eliminados sin piedad. Esta postura agresiva fue aplaudida por muchos, pues resonaba con un fuerte sentimiento de protección nacionalista.

Sin embargo, la proyección de Putin como un líder cercano al pueblo, sencillo y racional, comenzó a verse distorsionada cuando entró en conflicto con el sistema político estadounidense. El caso del embajador estadounidense Michael McFaul, quien fue calificado por Putin como un agente de la revolución, ilustró la estrategia del presidente ruso para redirigir la atención de las dificultades internas del país hacia el enemigo externo: los Estados Unidos. Este tipo de ataques se intensificó con acusaciones infundadas de pedofilia contra McFaul, lo cual fue percibido como un intento de Putin para desacreditar a cualquier figura externa que pudiera influir en la oposición rusa. Las autoridades rusas, bajo el control del Kremlin, también hicieron uso de estos ataques para deslegitimar a sus críticos internos.

Al mismo tiempo, en la sociedad rusa se vivía una profunda nostalgia por los tiempos de la Unión Soviética. En una encuesta de 1999, una gran mayoría de los rusos expresó su preferencia por la época anterior a 1985, y muchos incluso consideraban que el mandato de Stalin había sido positivo para el país. Esta añoranza por el pasado soviético se vinculaba directamente con la figura de Putin, quien era percibido por muchos como el líder fuerte que podría restaurar la grandeza de Rusia. A pesar de que el presidente no mostró abiertamente una inclinación por un regreso al totalitarismo, sus reformas iniciales indicaban que la nación se estaba moviendo en esa dirección. La centralización del poder, la eliminación de los gobernadores electos y el control de los medios de comunicación fueron pasos clave en la creación de un régimen que, aunque no completamente autoritario en sus primeros años, mostraba claros indicios de que Putin no estaba interesado en un sistema democrático pluralista.

A lo largo de su presidencia, Putin adoptó una estrategia de control de los medios, asegurando que las tres principales cadenas de televisión del país estuvieran bajo su influencia. Este dominio de la información fue fundamental para consolidar su imagen de líder fuerte y protector de los valores rusos. A través de la televisión, Putin presentó al Occidente como un enemigo de la moral cristiana rusa, acusando a las potencias extranjeras de atacar la cultura y los valores tradicionales del pueblo ruso. De esta forma, él se posicionaba como el héroe de una narrativa nacionalista, en la que Rusia debía resistir las presiones del exterior.

Además, el vínculo entre Putin y las mujeres rusas fue otro aspecto crucial de su apoyo popular. Según diversas encuestas y reportajes, las mujeres, especialmente las mayores, constituían un importante bastión de apoyo para el presidente. Esta relación se cimentaba en una imagen de Putin como un hombre fuerte, saludable y protector, idealizado como el patriarca de la nación. A medida que muchas mujeres rusas envejecían y pasaban más tiempo frente a la televisión, la figura de Putin se convirtió en un símbolo de estabilidad y seguridad en un país marcado por transformaciones políticas y económicas turbulentas.

No obstante, el camino hacia el autoritarismo fue gradual. Las protestas de 2011, que surgieron tras las elecciones parlamentarias fraudulentas, fueron un claro indicio de la insatisfacción de una parte importante de la población con el régimen de Putin. Las manifestaciones, que llegaron a ser las más grandes desde la caída de la Unión Soviética, representaron una amenaza seria para el Kremlin. Putin, inicialmente sorprendido por el tamaño y la intensidad de las protestas, reaccionó con una combinación de ira y miedo. Al mismo tiempo, utilizó a figuras como Hillary Clinton y George Soros como chivos expiatorios, acusándolos de ser los responsables de fomentar la desestabilización.

Finalmente, el control absoluto de los medios y la eliminación de cualquier competencia política seria llevaron a Putin a mantenerse en el poder durante varias elecciones consecutivas. En 2018, no hubo sorpresas: Putin ganó sin dificultad, pues los principales opositores habían sido silenciados o eliminados. Esta estrategia de manipulación mediática y represión política transformó a Putin en un ejemplo clásico de un líder autoritario que, a pesar de su origen democrático, se inclinó hacia una forma de gobierno más autocrática.

Es esencial entender que la construcción de la figura de Putin como líder fuerte no fue un proceso espontáneo ni natural. Fue el resultado de una serie de decisiones políticas, sociales y mediáticas que moldearon la percepción pública y consolidaron su poder. Al mismo tiempo, este proceso nos muestra cómo la manipulación de la información y el control de los medios son herramientas clave en la creación de una narrativa en la que el líder se presenta como el protector del pueblo, mientras que cualquier oposición es etiquetada como una amenaza interna o externa.

¿Cómo podemos detener a los políticos de alto conflicto? Estrategias basadas en relaciones humanas

En el panorama político actual, los llamados "wannabe kings" (aquellos políticos con actitudes y comportamientos autoritarios, de conflicto constante y búsqueda de poder sin importar el coste) han aprendido a manipular y enganchar emocionalmente a sus seguidores mediante una repetición emocional en aislamiento. Este proceso de repetición no solo les permite crear un vínculo con sus votantes, sino también que estos lleguen a sentirse completamente unidos, a veces incluso obsesionados con ellos. Sin embargo, si queremos detener su ascenso y prevenir que sean elegidos, es esencial cambiar nuestro enfoque y pensar en términos de relaciones auténticas y saludables, basadas en la empatía, la atención y el respeto.

El concepto de "relaciones" es clave para neutralizar el impacto de estos políticos de alto conflicto (HCP, por sus siglas en inglés). Estas relaciones no deben basarse en fantasías o en la repetición de mensajes emocionales manipulativos, como los que practican los "wannabe kings". Debemos crear vínculos reales, apoyados en una repetición emocional positiva y genuina. La construcción de relaciones efectivas puede realizarse siguiendo algunas estrategias que son aplicables a todos los actores involucrados en el proceso político: desde candidatos y voluntarios hasta los propios votantes.

Una de las estrategias fundamentales es proporcionar a todos los votantes, incluso a aquellos que no ejercen su derecho al voto, una constante empatía, atención y respeto. Es importante recordar que todo ser humano, sin importar su posición política, merece ser tratado con dignidad. Esto se traduce en el uso de lo que he denominado "Declaraciones EAR™", que incluyen tres componentes clave: empatía ("me importa lo que piensas y sientes"), atención ("te escucharé y estaré presente para ti") y respeto ("te respeto como individuo y como ser humano"). No importa a quién te dirijas, ya sea un adversario político o un votante del otro partido, siempre se debe mantener una actitud respetuosa y constructiva. Este enfoque es fundamental, ya que la falta de empatía y respeto solo contribuye a la polarización y a la división, lo que facilita la manipulación de los votantes por parte de los políticos de alto conflicto.

Conocer a tu audiencia es otro punto crucial. Si bien es importante escuchar, lo que los votantes realmente buscan es alguien que ya entienda sus intereses y preocupaciones sin necesidad de que se los expliquen. Por lo tanto, el candidato debe presentarse como parte de “nosotros” desde el principio, como una figura con la cual los votantes se identifiquen, y no como una persona distante o ajena a sus realidades. Al hablar y actuar de esta manera, el vínculo se fortalece, porque los votantes sienten que su candidato los comprende de manera genuina.

Además, es fundamental comprender y presentar los problemas en términos de soluciones colectivas. La política no debe reducirse a una lucha contra un "enemigo", como a menudo hacen los políticos de alto conflicto, sino que debe enfocarse en cómo abordar los problemas sociales y políticos a través de la cooperación y el entendimiento mutuo. Hablar sobre los problemas en términos de "nosotros" y "unámonos para solucionarlos" promueve la unidad, mientras que la retórica divisoria solo aumenta la hostilidad y la confrontación.

La habilidad de saber cuándo luchar y cuándo comprometerse es esencial. No todo en la política debe resolverse a través del conflicto directo. Si bien es necesario defender los intereses de los votantes, también es crucial ser flexible y reconocer cuándo un enfoque más conciliador puede ser más efectivo. Los votantes respetan a aquellos que pueden ser firmes en sus principios, pero que también tienen la sabiduría de trabajar con otros cuando es necesario, buscando siempre soluciones viables y constructivas.

La fortaleza, la energía y la confianza son cualidades que los votantes buscan en sus líderes. Se asocia el liderazgo con la seguridad y la energía, y a menudo los votantes tienden a alinear su apoyo con aquellos que perciben como fuertes y decididos. En una campaña, es crucial proyectar confianza en cada aspecto, incluso si se cambia de opinión o enfoque en algún tema. La apariencia de debilidad o duda puede ser perjudicial. Además, es esencial no perder tiempo ni energía en tratar de convencer a los seguidores acérrimos de los políticos de alto conflicto. Aunque estos individuos son importantes, su lealtad a su candidato suele ser inquebrantable. El foco debe estar en los votantes indecisos o moderados, que son los que realmente pueden decidir el resultado de una elección.

La relación con los votantes leales o “Loyalists” debe ser cuidadosamente gestionada. No se debe desperdiciar demasiado tiempo tratando de convencer a los seguidores más radicalizados de un político de alto conflicto, ya que están emocionalmente atados a su líder. Sin embargo, estos votantes pueden escuchar con mayor atención si se les trata con respeto y si se les presenta una visión calmada y energizada del futuro. Es más probable que algunos de estos seguidores se sientan atraídos por un mensaje que se basa en el respeto mutuo y la solución de problemas, aunque no lo expresen públicamente.

Los votantes resistivos o "Resisters" son una pieza clave para movilizar a los votantes moderados y movilizar el voto contra los políticos de alto conflicto. Es crucial escuchar sus temores y preocupaciones, validar su frustración y generar en ellos el impulso necesario para involucrarse en la campaña. Pero también es esencial enseñarles la importancia de no alienar a los moderados, sino de encontrar puntos en común y trabajar juntos. La colaboración entre los votantes moderados y los resistivos es la clave para evitar que un político de alto conflicto gane poder.

Es fundamental que los votantes moderados y resistivos comprendan que la lucha entre ellos antes de una elección primaria solo favorece a los políticos de alto conflicto. La discordia interna debilita la posibilidad de crear una coalición sólida capaz de derrotar a un “wannabe king”. Por ello, es necesario hacer todo lo posible para unir a los votantes de todas las tendencias, antes de que los enfrentamientos internos desaten una división que favorezca a aquellos que promueven el caos y la polarización.

¿Por qué hay tantos políticos de alto conflicto hoy en día?

Los individuos con personalidades de alto conflicto (HCP, por sus siglas en inglés) se encuentran en el centro de muchos de los problemas sociales actuales. Son una presencia en todos los países, en todas las culturas. Los HCP no son un problema exclusivo de los Estados Unidos o del Occidente, sino un problema humano que parece estar creciendo año tras año. Si no vives completamente aislado, es imposible evitarlos.

Un aspecto sorprendente y notable de los HCP es su capacidad para, en muchas ocasiones, obtener lo que desean. Son extremadamente encantadores, persuasivos y carismáticos. Al menos, así es como se muestran al principio. Una vez que logran acercarse a las personas o surgen conflictos, su fachada se desmorona, y comienzan a mostrar su verdadera naturaleza. Para entender cuán predecibles son los HCP, basta con observar los 40 comportamientos predecibles de estas personalidades.

Es fundamental, sin embargo, no etiquetar a las personas privadas de esta manera. Si tienes a alguien en mente que encaje con este patrón, no le digas que piensas que es un HCP. Si esa persona realmente lo es, probablemente te odiará o resentirá por hacer tal observación y te convertirá en su próximo blanco de culpabilidad.

Cabe destacar que los HCP no eligen ser difíciles. Todas las personalidades son el resultado de tres factores básicos, sobre los cuales no tenemos control mientras crecemos. Estos factores son una combinación de tendencias genéticas al nacer, experiencias tempranas durante la infancia (como abuso o indulgencia) y el entorno cultural en el que crecemos. El entorno cultural, especialmente en las últimas décadas, ha fomentado una cultura del narcisismo, impulsada por la excesiva preocupación por la autoestima, los dispositivos electrónicos y el enfoque centrado en el individuo.

Esto no significa que los HCP no merezcan compasión, pero sí implica que es necesario establecer límites firmes para protegerse de su comportamiento. La clave es adaptar nuestra propia conducta en lugar de intentar cambiar la suya. No intentemos darles perspectiva sobre sí mismos ni discutir interminablemente sobre el pasado. Es preferible centrarse en lo que podemos hacer en el presente y, lo más importante, evitar que sean nuestros compañeros, líderes o jefes, ya sea a nivel local o nacional.

Uno de los motivos por los que encontramos tantos HCPs en la política actual tiene que ver con su atracción hacia el poder. Los HCP pueden ser desde alcaldes hasta presidentes, y algunos de ellos buscan ser más que líderes; desean ser reyes o reinas. Están profundamente atraídos por la gloria, la validación y el poder absoluto que otorgan los cargos políticos. La posibilidad de culpar, castigar o destruir públicamente a quienes perciben como sus enemigos les resulta enormemente gratificante. Les encanta la lucha, el proceso de adversarios, pero sobre todo, desean ganar y dominar, y que todos lo vean. Aspiran a ser esa figura indiscutible, el "hombre fuerte" al que nadie desafía, la persona que todos obedecen o admiran.

Por otro lado, los HCPs se sienten particularmente atraídos por el mundo fantástico que ofrecen los medios de comunicación de alta emoción. En plataformas como la televisión, Facebook o YouTube, no se requiere experiencia política ni habilidad de liderazgo para atraer atención; de hecho, comportarse mal genera incluso más visibilidad que demostrar competencia. Aquellos HCPs que carecen de empatía y remordimientos son expertos en crear imágenes ficticias de sí mismos, manipulando a una audiencia ya predispuesta a creer en historias de crisis, héroes y villanos. Los medios de alta emoción adoran a los HCPs porque, con su intensidad emocional, su pensamiento todo o nada y su comportamiento impredecible, se convierten en los mejores actores del escenario mediático.

A lo largo de la historia hemos visto cómo ciertas personalidades, como los narcisistas y sociópatas, han llegado a la política. Existen cinco tipos de HCPs: narcisistas, antisociales, borderline, paranoides e histriónicos. Sin embargo, no todos están interesados en ocupar un cargo político. Los dos tipos más encantadores, engañosos y peligrosos son los HCPs con rasgos de trastornos de personalidad narcisista y sociópata. Estos son los individuos que buscan el poder, a menudo sin importar las consecuencias para los demás.

Aunque no es mi objetivo diagnosticar a los HCPs según los criterios del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), es fundamental reconocer sus patrones de comportamiento conflictivo. Los HCPs narcisistas, por ejemplo, son personas absorbidas por la idea de ser superiores a los demás. Su comportamiento se caracteriza por declaraciones despectivas hacia aquellos que consideran sus enemigos, sean familiares, compañeros de trabajo o incluso el público en general. Su necesidad de validación y admiración se traduce en una constante manipulación para asegurarse de que todos los ojos estén puestos sobre ellos, sin importar el daño que puedan causar.

Los sociópatas, por otro lado, son individuos agresivos, deshonestos y violadores recurrentes de las normas. Carecen de remordimientos por sus acciones y están motivados por una necesidad insaciable de dominar a los demás. Su falta de empatía y su comportamiento errático los convierte en manipuladores excepcionales, capaces de atraer seguidores dispuestos a creer en sus promesas vacías y, a menudo, peligrosas. Estos sociópatas suelen buscar el poder político porque les proporciona la plataforma ideal para dominar y destruir a sus oponentes.

Es crucial que el electorado sea consciente de estos patrones de comportamiento antes de tomar decisiones políticas. La presencia de estos individuos en puestos de poder puede tener consecuencias devastadoras para una sociedad. No se trata solo de si tienen o no un trastorno de personalidad, sino de los efectos que sus actitudes y comportamientos conflictivos pueden tener en el bienestar colectivo.

Los HCPs no son simplemente un fenómeno político, sino una manifestación de una crisis cultural más profunda. Vivimos en una era en la que el egocentrismo y la manipulación mediática han creado un caldo de cultivo ideal para el ascenso de este tipo de personalidades. La política ya no es solo una cuestión de liderazgo, sino también un escenario para la lucha constante por el poder, en la que los HCPs sobresalen debido a su capacidad para manipular emociones y crear narrativas de confrontación.