El estudio de la geopolítica popular ha atravesado un cambio notable, alejándose de una simple interpretación de textos mediáticos y dirigiéndose hacia un enfoque más encarnado y performativo, en gran parte gracias a la influencia del pensamiento feminista. Esta transformación conceptual nos invita a analizar no sólo lo que vemos, sino lo que hacemos: nuestras prácticas cotidianas, nuestras interacciones digitales y nuestras maneras de interpretar el mundo geopolítico a través de la cultura popular.
Las redes sociales han desempeñado un papel determinante en este giro. Debates contemporáneos sobre el “clicktivismo” desdibujan la línea entre producción y consumo. La participación política ya no se limita a estructuras tradicionales; se expresa en likes, hashtags y memes. La viralidad es una forma de agencia. Y, sin embargo, esta aparente democratización de la participación va acompañada de un creciente cinismo. La proliferación de noticias falsas durante las elecciones de 2016, por ejemplo, ha dejado una huella duradera en la percepción popular de los sistemas democráticos, infundiendo escepticismo que contamina incluso las representaciones geopolíticas más básicas.
La cultura popular se convierte así en un espacio de contestación política. Un filme de comedia, como The Interview, puede provocar amenazas interestatales, filtraciones digitales masivas y movilizaciones discursivas globales. El contexto material y tecnológico de la producción cultural —su digitalización, su inscripción en redes de distribución globales, su vulnerabilidad frente al ciberataque— convierte el consumo en acto político. En este caso, ver una película en línea se percibe como un gesto de resistencia simbólica frente al autoritarismo.
Este desplazamiento desde lo representacional hacia lo performativo exige un nuevo instrumental teórico. Las herramientas tradicionales de análisis textual ya no bastan. Se necesita una comprensión de los afectos, de la performatividad digital, de las redes sociales como territorios de poder y disputa. Lo cotidiano se vuelve geopolítico, no por lo que representa, sino por cómo se experimenta. La vida diaria, en su flujo constante de interacciones mediadas por pantallas, es ahora un espacio donde se negocia la soberanía, la legitimidad, la identidad.
Frente a este panorama, resulta fundamental repensar el método. Si bien el interés por la relación entre cultura popular y (geo)política ha crecido, poca atención se ha prestado a las formas concretas de investigar este vínculo. La segunda edición de Popular Culture, Geopolitics, and Identity intenta llenar este vacío, incorporando un capítulo que reflexiona sobre los enfoques metodológicos contemporáneos. La práctica investigativa se convierte así en objeto de análisis: ¿cómo estudiar lo efímero, lo afectivo, lo digital? ¿Cómo capturar lo geopolítico en el gesto cotidiano?
El concepto mismo de “cultura popular” está en expansión. Ya no se limita al cine o la televisión: incluye el patrimonio, los algoritmos, las infraestructuras digitales. La geopolítica popular no se manifiesta sólo en lo que se dice o se muestra, sino en lo que circula, en cómo se conecta, en quién puede acceder. Las conexiones sociales y los flujos de información son ahora determinantes para comprender el poder.
Las representaciones ya no son estables ni unívocas. El mismo contenido puede ser consumido como entretenimiento trivial o como manifiesto ideológico, dependiendo del contexto, del espectador, de las narrativas paralelas que lo rodean. Este carácter polisémico refuerza la necesidad de enfoques analíticos dinámicos, capaces de adaptarse a las mutaciones constantes de lo popular.
Es crucial que el lector comprenda que la geopolítica popular no es una forma secundaria o superficial de política. Es una arena fundamental donde se configuran imaginarios colectivos, se reproducen (o resisten) jerarquías globales y se disputan sentidos. La banalidad de lo cotidiano no excluye su carga política; al contrario, es precisamente en lo banal donde se sedimentan las formas más duraderas de poder simbólico.
Además, hay que subrayar que esta reconfiguración del campo no es neutral. Implica una apertura epistemológica, pero también una toma de posición. Investigar la geopolítica popular requiere atención a las desigualdades de acceso, a los sesgos de plataforma, a las asimetrías del capital cultural y mediático. Implica también un cuestionamiento continuo sobre quién tiene voz, quién produce significado y quién queda fuera de la conversación.
La cultura popular no es simplemente un reflejo del mundo. Es una forma de hacer mundo.
¿Cómo las geopolíticas contemporáneas dan forma a nuestra percepción del mundo?
Las geopolíticas contemporáneas, dentro del contexto de la globalización y la creciente interconexión de las naciones, juegan un papel crucial en la construcción de narrativas que dan forma a nuestras percepciones del mundo. Desde la era clásica, los conceptos de poder y control han sido los cimientos de la geopolítica, pero hoy en día, estos conceptos están siendo redefinidos a través de las interacciones diarias y las representaciones en la cultura popular.
Una de las principales transformaciones de las geopolíticas actuales es el desplazamiento hacia lo que se conoce como la "geopolítica digital", una categoría que refleja la influencia de las nuevas tecnologías, como el GPS y las redes sociales, sobre la construcción de las relaciones internacionales. La globalización ha facilitado la creación de nuevas esferas de poder, donde las grandes potencias pueden intervenir de manera más indirecta pero igualmente efectiva, gracias al uso de herramientas como la inteligencia digital, la manipulación de la información y las intervenciones militares en el ciberespacio.
La política, en este sentido, ya no es solo el dominio de las relaciones diplomáticas tradicionales, sino que también está estrechamente vinculada con los medios de comunicación, la cultura popular y la tecnología. Películas como las de James Bond o series como "Homeland" ofrecen una representación de la geopolítica moderna donde las intervenciones políticas no siempre son visibles, pero su impacto es significativo. Este tipo de representación cultural influye en cómo el público general entiende el poder, la amenaza y la seguridad internacional. Es un reflejo de cómo el cine, la televisión y los videojuegos contribuyen a la creación de lo que se podría llamar una "geopolítica cotidiana", una donde las nociones de identidad, miedo y patriotismo se entrelazan con los intereses nacionales.
A medida que las potencias globales se enfrentan en nuevos escenarios, la figura del enemigo también se redefine. Las antiguas confrontaciones entre bloques ideológicos, como las que marcaron la Guerra Fría, han dado paso a nuevas amenazas, a menudo invisibles, como el terrorismo o los ciberataques. En este contexto, la identidad nacional y la seguridad se fusionan, creando una narrativa donde las naciones no solo luchan por el poder territorial, sino por el control de la información y la percepción pública.
Además, la evolución del militarismo y la industrialización de los conflictos también está marcando una era de "militarización de la cultura". Las representaciones de la guerra en los medios de comunicación y en los videojuegos han dado forma a una comprensión de la violencia que no es solo física, sino también simbólica. El entretenimiento militar, a través de películas o juegos de guerra, contribuye a la normalización de la violencia, haciendo que los conflictos armados sean más accesibles y comprensibles para el público general, al mismo tiempo que enmascaran las realidades complejas de estas intervenciones.
La geopolítica digital y las representaciones mediáticas están transformando las maneras en que los ciudadanos se relacionan con el poder y el control. El concepto de "yo digital" o "yo en red" ha sido identificado como una nueva forma de agencia personal dentro de un sistema geopolítico globalizado. En este contexto, las plataformas digitales ofrecen una vía para que las personas participen en la construcción de sus propias identidades nacionales y globales, al mismo tiempo que son influidas por los relatos que se difunden a través de las noticias, los memes y las narrativas virtuales.
Es crucial comprender que las geopolíticas actuales no se limitan a las grandes potencias o a los actores estatales tradicionales. En la era contemporánea, las nuevas formas de poder incluyen a actores no estatales, como las corporaciones multinacionales, los grupos terroristas y los movimientos sociales. Estos actores no solo desafían las estructuras tradicionales del poder, sino que también crean nuevas formas de identidad política y geopolítica.
Al considerar todo esto, es vital reconocer que, en la geopolítica moderna, las identidades nacionales son maleables y se construyen a través de narrativas que pueden cambiar según los intereses de quienes las difunden. Las fronteras geopolíticas ya no son solo territoriales; son también digitales, culturales y emocionales, lo que exige una reflexión crítica sobre los mecanismos que influyen en nuestras percepciones y en la forma en que nos relacionamos con el mundo.
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