En la práctica educativa, uno de los aspectos más desafiantes es cómo los estudiantes organizan y retienen la información que se les presenta. A menudo, se asume que los estudiantes tienen la capacidad de organizar su conocimiento de manera efectiva, similar a la forma en que lo hacen los expertos en una disciplina. Sin embargo, esta suposición rara vez es válida, y las diferencias entre las estructuras de conocimiento de los expertos y los novatos son marcadas y profundas.
Las estructuras de conocimiento de los expertos son vastas y altamente interconectadas, lo que les permite acceder rápidamente a la información y realizar conexiones eficaces entre distintos conceptos. Por ejemplo, un experto en historia del arte puede identificar fácilmente las escuelas teóricas dentro de su campo, nombrar a los académicos relacionados con cada escuela y reconocer los libros y artículos que ejemplifican los trabajos de estos autores. Esta organización de la información no se limita a una jerarquía simple, sino que se extiende a una red compleja donde la información se conecta de múltiples maneras. Este tipo de estructura no solo facilita el acceso a la información, sino que también mejora la capacidad de los expertos para usar su conocimiento de manera eficiente y efectiva.
Sin embargo, no toda la información puede ser representada como un conjunto de jerarquías claras y discretas. A medida que la información se vuelve más compleja y está más interconectada, los expertos utilizan enlaces adicionales que indican referencias cruzadas o áreas donde las jerarquías estrictas pueden desmoronarse. Esto permite una estructura de conocimiento más flexible, capaz de abarcar y organizar una gran cantidad de información de manera más eficiente.
La habilidad de los expertos para organizar el conocimiento de esta forma no es algo innato, sino que se desarrolla a lo largo del tiempo. Un estudio clásico de Ericsson, Chase y Faloon (1980) demostró cómo los estudiantes universitarios, que no tenían una memoria excepcional, pudieron recordar largas secuencias de dígitos mediante una técnica llamada chunking (segmentación). Estos estudiantes, corredores competitivos, utilizaron su conocimiento del tiempo de carrera para organizar secuencias de cuatro dígitos en registros deportivos memorables (por ejemplo, “3432” como “34:32”, el récord mundial de una carrera). Esta estrategia les permitió recordar no solo un número, sino un conjunto de información organizada en unidades significativas, lo que multiplicó su capacidad de recordar. Lo verdaderamente impresionante fue que, al organizar estos fragmentos en grupos más grandes y jerárquicos, los estudiantes fueron capaces de recordar hasta 100 dígitos sin ayuda externa.
Este tipo de organización de la memoria es un claro ejemplo de cómo la creación de estructuras organizadas y altamente conectadas puede aumentar significativamente la capacidad de acceder y recordar información. Si bien este estudio se centró en la memorización, sus implicaciones van más allá, sugiriendo que la forma en que organizamos nuestro conocimiento influye profundamente en cómo podemos utilizarlo de manera efectiva. Esencialmente, los expertos construyen una red compleja de relaciones entre hechos, fechas y conceptos, lo que les permite acceder rápidamente a la información cuando la necesitan.
Este fenómeno también se observa en el ámbito educativo. En el caso de los estudiantes, se ha demostrado que cuando se les proporciona una estructura para organizar nueva información, aprenden de manera más eficiente. Un estudio clásico de Bower et al. (1969) mostró que los estudiantes que debían aprender una lista de minerales tuvieron un rendimiento significativamente mejor cuando se les proporcionó una categorización jerárquica de los mismos (metales versus piedras, con subcategorías en cada caso). Este tipo de organización ayuda a los estudiantes a clasificar la información de manera que sea más fácil de recordar y utilizar.
Además, los organizadores previos, que consisten en principios o proposiciones que brindan una estructura cognitiva para guiar la incorporación de nueva información, también demuestran ser efectivos. Estos organizadores pueden presentarse de diversas formas: escrita, oral o incluso pictórica. Los estudios han mostrado que cuando los estudiantes reciben estructuras organizativas previas, la comprensión y la memorización se ven considerablemente mejoradas, lo que resalta la importancia de la organización en el proceso de aprendizaje.
Esto es especialmente relevante cuando se observa el caso de los estudiantes en el aula de un experto. Por ejemplo, si un profesor de historia del arte como la profesora Rothman proporciona a sus estudiantes una estructura organizativa que les permita ver cómo se conectan diferentes movimientos artísticos, artistas y obras dentro de un marco coherente, es probable que los estudiantes encuentren el aprendizaje más accesible. Sin este marco organizativo, la tarea de memorizar hechos aislados se vuelve abrumadora, y los estudiantes pueden sentirse perdidos al tratar de recordar datos sin una red de conexiones entre ellos.
Es importante reconocer que, aunque los expertos tienen una red densa de conocimiento interconectado, los estudiantes no pueden esperarse que organicen su conocimiento de la misma manera de manera inmediata. Por ello, es fundamental proporcionarles marcos y herramientas que les ayuden a construir estas redes de conocimiento de forma progresiva. Los estudiantes no pueden ser simplemente dejados a su suerte para deducir por sí mismos la estructura conceptual que subyace a lo que están aprendiendo.
Las investigaciones también han mostrado que los novatos tienden a organizar el conocimiento de manera superficial. Un estudio realizado por Chi y colaboradores (1989) en el campo de la física mostró que los novatos agrupaban problemas en función de características superficiales, como el tipo de diagrama, mientras que los expertos los clasificaban según las leyes físicas involucradas. Esta diferencia en la forma de organizar los problemas refleja una comprensión más profunda y estructurada del conocimiento por parte de los expertos, lo que les permite resolver problemas de manera más efectiva.
Para que los estudiantes aprendan de manera más eficiente, es necesario que los profesores no solo impartan información, sino que les proporcionen las herramientas para organizarla de manera significativa. Esto les permitirá crear sus propias redes de conocimiento interconectadas que, con el tiempo, facilitarán el acceso a la información y mejorarán su capacidad para usarla en diferentes contextos.
¿Qué factores motivan a los estudiantes a aprender?
A pesar de que los profesores Robles y Hill reflexionan profundamente sobre cómo motivar a sus estudiantes, ambos cometen un error común y frecuente: asumen que sus estudiantes se motivan de la misma manera que lo hicieron ellos en su época como alumnos. Cuando los estudiantes no muestran el mismo nivel de motivación, los profesores concluyen que son apáticos o perezosos. Sin embargo, una revisión más detallada de sus enfoques y de las consecuencias no deseadas de sus métodos revela explicaciones adicionales que pueden explicar el desinterés de los estudiantes. Por ejemplo, el Profesor Hill está tan apasionado por el contenido del curso que no se da cuenta de que los aspectos del curso que más le emocionan—como las lecturas fundamentales y el trabajo con fuentes primarias—no tienen el mismo valor para sus estudiantes. Como resultado, los estudiantes abordan el trabajo de manera superficial y nunca logran dominar el material. Por su parte, la Profesora Robles intenta recrear el entorno altamente competitivo que la motivó como estudiante. Sin embargo, sus advertencias sobre la dificultad del material y las limitadas probabilidades de éxito pueden reforzar las percepciones negativas preexistentes sobre el curso, comprometiendo las expectativas de los estudiantes sobre el éxito y socavando su motivación para realizar el trabajo necesario para alcanzar buenos resultados.
Aunque ambos relatos abordan problemas algo diferentes, el concepto de motivación está en el núcleo de cada uno de ellos.
¿Qué principio de aprendizaje está en juego aquí?
La motivación es el impulso personal que una persona tiene para alcanzar un estado u objetivo deseado. En el contexto del aprendizaje, la motivación influye en la dirección, intensidad, persistencia y calidad de los comportamientos de aprendizaje en los que los estudiantes se involucran. El principio subyacente es claro: la motivación de los estudiantes genera, orienta y sostiene las acciones que realizan para aprender.
El impacto de la motivación en el aprendizaje es crucial y no debe subestimarse. A medida que los estudiantes ingresan a la universidad y ganan mayor autonomía sobre qué, cuándo y cómo estudiar, la motivación juega un papel fundamental en la orientación de sus comportamientos. Además, dado que existen múltiples metas que compiten por su atención, tiempo y energía, es fundamental entender qué factores pueden incrementar o disminuir la motivación de los estudiantes para perseguir metas relacionadas con el aprendizaje.
En el primer relato, si los estudiantes no encuentran el contenido del curso interesante o relevante, pueden no ver el valor de dominarlo y, por ende, no involucrarse en los comportamientos necesarios para lograr un aprendizaje profundo. En el segundo relato, si los estudiantes no creen que tendrán éxito en el curso, pueden desconectarse de los comportamientos necesarios para aprender. Imaginen cómo habrían cambiado estas historias si los estudiantes en la clase del Profesor Hill hubieran visto el valor de aprender a usar fuentes primarias, o si los estudiantes en la clase de la Profesora Robles hubieran esperado que su esfuerzo se tradujera en un rendimiento sólido y buenas calificaciones.
¿Qué nos dice la investigación sobre la motivación?
Los objetivos proporcionan el contexto dentro del cual los valores y expectativas adquieren significado e influyen en la motivación. Al hablar de motivación, resulta necesario primero examinar los objetivos. Decir que alguien está motivado no nos dice mucho, a menos que aclaremos qué es lo que esa persona está motivada a hacer. Así, los objetivos sirven como la característica organizadora básica del comportamiento motivado. Son como una brújula que guía y orienta una amplia gama de acciones con propósito, que incluyen aquellas relacionadas con los estudios, las relaciones sociales, la identidad personal, las necesidades de seguridad, y los deseos de ser productivo y competente en el mundo.
Es importante destacar que los objetivos de los estudiantes pueden diferir de los objetivos que los profesores tienen para ellos. Este desajuste es evidente en la primera historia: el Profesor Hill deseaba que sus estudiantes comprendieran la Filosofía Continental a través del uso y la apreciación de fuentes primarias, pero ese objetivo no coincidía con las metas de los estudiantes. Un desajuste más general ocurre cuando deseamos que los estudiantes persigan el aprendizaje por sí mismo, pero ellos están principalmente motivados por metas de rendimiento. Las metas de rendimiento implican proteger una imagen propia deseada y proyectar una reputación positiva. Cuando los estudiantes están guiados por metas de rendimiento, se enfocan en demostrar competencia para parecer inteligentes, obtener estatus y reconocimiento.
Existen, además, dos formas de metas de rendimiento: las metas de rendimiento orientadas hacia el éxito y las metas de rendimiento orientadas a evitar el fracaso. Los estudiantes con metas de rendimiento orientadas al éxito buscan alcanzar la competencia cumpliendo con los estándares normativos, mientras que los estudiantes con metas de rendimiento orientadas a evitar el fracaso buscan evitar la incompetencia. La investigación sugiere que las metas de rendimiento orientadas al éxito son más beneficiosas para el aprendizaje que las metas orientadas a evitar el fracaso.
En contraste, cuando los estudiantes están guiados por metas de aprendizaje, se centran en adquirir competencia y aprender genuinamente lo que una actividad o tarea tiene para ofrecerles. Si los estudiantes buscan solo lo necesario para obtener una buena calificación, sin la intención de profundizar en el contenido, el aprendizaje profundo se verá limitado. Los estudios sugieren que los estudiantes con metas de aprendizaje, en comparación con aquellos con metas de rendimiento (especialmente las orientadas a evitar el fracaso), tienen más probabilidades de emplear estrategias de estudio que fomenten una comprensión profunda, buscar ayuda cuando la necesiten, persistir ante las dificultades, y sentirse cómodos con tareas desafiantes.
Además de los objetivos de aprendizaje, es relevante entender que la motivación de los estudiantes no siempre está alineada con el tipo de metas que los profesores esperan. Si bien muchos educadores desean que sus estudiantes se enfoquen en el aprendizaje genuino, muchos estudiantes pueden estar más interesados en cumplir con las expectativas externas, como obtener una buena calificación o evitar el fracaso. Este desfase en las expectativas puede ser un factor clave en la desconexión de los estudiantes y en su falta de compromiso con los procesos de aprendizaje.
¿Cómo seleccionar los objetivos de aprendizaje adecuados para maximizar el éxito del estudiante?
La claridad de los objetivos de aprendizaje es fundamental para guiar tanto a los docentes como a los estudiantes en su camino educativo. Para que un objetivo sea realmente útil y efectivo, debe cumplir con varios criterios clave. En primer lugar, debe centrarse en el estudiante, formulado de manera que empodere al aprendiz: "El estudiante debe ser capaz de ____". De esta forma, el objetivo se convierte en un desafío claro y alcanzable para cada estudiante, orientado a sus necesidades y potencial.
El segundo elemento esencial es la descomposición de la tarea en habilidades cognitivas específicas. Las actividades que parecen requerir una sola habilidad, como escribir o resolver problemas, en realidad suelen implicar una combinación de habilidades. Por ejemplo, escribir un texto no se limita a redactar un párrafo coherente; requiere identificar un argumento, organizar ideas, analizar la evidencia y estructurar correctamente la redacción. Igualmente, la resolución de problemas implica descomponer la cuestión en subproblemas, seleccionar las herramientas adecuadas, y aplicar fórmulas o métodos específicos. Por lo tanto, para dominar estas habilidades complejas, los estudiantes deben practicar y perfeccionar cada componente de forma individual antes de poder realizar la tarea en su totalidad.
El tercer criterio de un buen objetivo de aprendizaje es que debe emplear verbos de acción que indiquen comportamientos concretos y medibles. Esto reduce cualquier ambigüedad y clarifica lo que se espera del estudiante. Usar verbos claros como "analizar", "definir" o "demostrar" ayuda a evitar la vaguedad inherente a términos como "comprender". Así, la expectativa intelectual se transmite de forma precisa, y el progreso del estudiante se puede evaluar de manera efectiva.
Finalmente, los objetivos deben ser medibles. Es decir, debemos ser capaces de evaluar si el estudiante ha adquirido la habilidad esperada. Esta medición puede tomar muchas formas, como pedirle al estudiante que recite un teorema, resuelva un problema específico o identifique un principio aplicable. La medición proporciona un indicador claro del dominio de la habilidad, permitiendo que tanto el estudiante como el docente verifiquen el progreso y ajusten la enseñanza en consecuencia.
El trabajo de Benjamin Bloom en la creación de una taxonomía de objetivos educativos sigue siendo un recurso fundamental en este sentido. Esta taxonomía, revisada por Anderson y Krathwohl, clasifica las habilidades intelectuales en seis niveles, desde el recuerdo simple de hechos hasta la creación de nuevo conocimiento. Cada nivel tiene verbos que representan el tipo de actividad cognitiva que se espera en ese nivel, ayudando a los docentes a enfocar sus objetivos de manera precisa y efectiva.
El uso de esta taxonomía facilita que los objetivos de aprendizaje se alineen con las actividades y evaluaciones del curso, garantizando que los estudiantes trabajen en tareas que contribuyan directamente a la adquisición de habilidades en el nivel adecuado. Además, esta aproximación facilita que los docentes puedan identificar en qué nivel de conocimiento se encuentra un estudiante y adaptar la instrucción para cubrir cualquier brecha de aprendizaje.
Como ejemplo, un docente de historia podría plantear el objetivo de que los estudiantes "articulen y desmientan mitos comunes sobre la inmigración mexicana". Un docente de ciencias podría esperar que los estudiantes "analicen circuitos simples que incluyan resistores y capacitores". En cada caso, el verbo de acción se ajusta al tipo de conocimiento y habilidades que se espera que los estudiantes adquieran, asegurando que el aprendizaje sea tanto claro como alcanzable.
Es importante que el docente también esté atento a la flexibilidad de los objetivos. Mientras que algunos objetivos son más concretos y medibles, otros pueden ser más amplios o abstractos. No obstante, todos deben ser revisados regularmente para asegurarse de que se mantengan alineados con las metas del curso y las necesidades cambiantes de los estudiantes.
Además de la correcta formulación de los objetivos, es esencial que estos estén acompañados de un conjunto claro de reglas para el aula. Las normas establecen expectativas claras sobre el comportamiento, las interacciones y el enfoque de los estudiantes en las actividades. Las reglas de clase deben estar alineadas con los objetivos de aprendizaje, lo que permitirá crear un entorno donde los estudiantes se sientan seguros para participar y expresar sus ideas sin temor al juicio. De igual forma, si el objetivo del curso es fomentar la discusión respetuosa y basada en evidencia, las reglas deben reforzar estos valores.
Por último, es importante destacar que los objetivos de aprendizaje no son solo una herramienta para los docentes, sino también para los estudiantes. Deben ser presentados de manera que los estudiantes comprendan claramente lo que se espera de ellos y cómo sus esfuerzos se alinean con el aprendizaje que se busca alcanzar. La evaluación continua del progreso hacia estos objetivos permite ajustes en el enfoque pedagógico, asegurando que el proceso de enseñanza sea dinámico y adaptado a las necesidades de cada grupo de estudiantes.
¿Cómo influye el conocimiento previo y la estructura cognitiva en el aprendizaje académico?
El aprendizaje académico es un proceso complejo, influenciado por múltiples factores que van más allá de la simple acumulación de información. En este contexto, el conocimiento previo juega un papel crucial. La estructura cognitiva del estudiante, definida por sus experiencias previas, sus creencias y habilidades, determina cómo se procesan y organizan nuevos contenidos. Según el enfoque de Paas, Renkl y Sweller (2004), la interacción entre la carga cognitiva y las estructuras de la información puede afectar directamente la forma en que los estudiantes abordan las tareas de aprendizaje. Este principio sostiene que las nuevas informaciones deben alinearse con las estructuras cognitivas previas para que el aprendizaje sea eficaz, minimizando la sobrecarga cognitiva que podría perjudicar la comprensión.
La teoría del aprendizaje se ha centrado en cómo las estructuras previas del estudiante afectan su capacidad para asimilar nueva información. A menudo, los estudiantes tienden a usar sus conocimientos previos como filtros a través de los cuales interpretan nuevos conceptos. Sin embargo, cuando estas estructuras son inadecuadas o demasiado rígidas, se presenta lo que se denomina "bloqueo cognitivo", donde el estudiante es incapaz de integrar correctamente los nuevos conocimientos en su estructura cognitiva existente. Esto subraya la importancia de fomentar una educación que no solo exponga a los estudiantes a nueva información, sino que también facilite la reorganización y expansión de sus estructuras cognitivas previas.
Por otro lado, las teorías de la motivación también desempeñan un papel esencial en el aprendizaje académico. Miller et al. (1996) destacan cómo los objetivos de aprendizaje, la anticipación de consecuencias futuras, el deseo de complacer a otros y la percepción de la propia capacidad influyen en la involucración de los estudiantes en el trabajo académico. Los estudiantes que establecen metas claras de aprendizaje tienden a ser más persistentes y a involucrarse más profundamente en el proceso educativo, ya que asocian el éxito académico con logros personales y reconocimiento social. La motivación, por lo tanto, no solo impulsa el rendimiento académico, sino que también afecta la forma en que los estudiantes procesan y aplican la información aprendida.
Es importante entender también que el aprendizaje no es solo un proceso cognitivo; es profundamente social. Las interacciones informales con profesores y compañeros, como sugiere Pascarella y Terenzini (1991), tienen un impacto significativo en el desarrollo académico y social de los estudiantes. Estos intercambios contribuyen no solo a la comprensión de los contenidos académicos, sino también a la construcción de una identidad académica y social, un factor crucial para el éxito a largo plazo.
En cuanto a las metodologías de enseñanza, el uso de estrategias que fomenten la comprensión profunda, como el aprendizaje basado en problemas o la enseñanza recíproca, es fundamental. Estas metodologías ayudan a los estudiantes a desarrollar habilidades metacognitivas, permitiéndoles monitorear y ajustar su propio proceso de aprendizaje. En este sentido, la habilidad para autorregular el aprendizaje se convierte en un factor determinante en la adquisición de conocimientos duraderos.
Además, la capacidad para transferir habilidades y conocimientos entre contextos distintos es otro aspecto clave del aprendizaje académico. En este sentido, las teorías sobre la transferencia del aprendizaje, como las de Reed et al. (1974), sugieren que la habilidad para reconocer similitudes entre diferentes situaciones es crucial para la aplicación del conocimiento en situaciones nuevas o desconocidas. Este tipo de aprendizaje no solo fortalece las capacidades cognitivas, sino que también fomenta una comprensión más holística de los contenidos, permitiendo que los estudiantes construyan conexiones más amplias y significativas.
A lo largo de este proceso, es fundamental que los estudiantes comprendan que el conocimiento no es una entidad estática, sino un fenómeno dinámico que evoluciona a medida que se incorporan nuevos aprendizajes. Según Novak y Canas (2008), las herramientas como los mapas conceptuales pueden ser útiles para representar y organizar los conocimientos adquiridos, facilitando una comprensión más clara y estructurada de los contenidos.
Finalmente, es importante tener en cuenta que el desarrollo académico de los estudiantes está marcado por su capacidad para adaptar sus enfoques de aprendizaje a diferentes contextos. En este sentido, la flexibilidad cognitiva y la apertura para revisar creencias previas juegan un papel fundamental en la construcción de un aprendizaje significativo y profundo. Los estudiantes que desarrollan estas habilidades no solo mejoran su rendimiento académico, sino que también se convierten en aprendices más autónomos y efectivos, capaces de abordar una amplia gama de desafíos académicos con éxito.

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