Después de abandonar la Casa Blanca, Donald Trump mantuvo su influencia política de una manera inesperada. Aunque el tiempo en el poder estuvo marcado por profundas divisiones, tanto dentro del Partido Republicano como en la sociedad estadounidense en general, su legado político siguió siendo una fuerza poderosa. Incluso después de los intentos de destitución y las investigaciones sobre el asalto al Capitolio el 6 de enero, Trump mantuvo un control férreo sobre su base de apoyo, usando este poder para cimentar su futura carrera política y, no menos importante, su emprendimiento personal.

Las repercusiones del asalto al Capitolio fueron inmediatas. Mientras se desarrollaba su segundo juicio de destitución, Trump siguió enfrentándose a la condena de una parte significativa de su propio partido. A pesar de esto, la postura de figuras clave como Mitch McConnell dejó abierta la posibilidad de futuras sanciones, aunque al final votó para absolverlo. Sin embargo, McConnell no dejó de afirmar que Trump era “prácticamente y moralmente responsable de los eventos de ese día”. Esto, por supuesto, no afectó la popularidad de Trump entre sus seguidores, pero sí generó fisuras dentro del Partido Republicano.

La formación de una comisión selecta en la Cámara de Representantes para investigar el ataque al Capitolio permitió que el caso tomara un giro más detallado y menos apresurado que el juicio político. Sin embargo, la falta de participación republicana en dicha comisión y las represalias de Trump contra los pocos que se atrevieron a oponerse a él, como Liz Cheney y Adam Kinzinger, ilustraron la consolidación de su poder dentro del partido. La política de venganza personal se mantuvo constante en la agenda de Trump, cuyas amenazas a sus adversarios dentro del Partido Republicano se convirtieron en una herramienta central de su estrategia post-presidencial.

En cuanto a su vida empresarial, la retirada del poder no supuso un freno para sus esfuerzos comerciales. Trump utilizó su estatus para seguir aprovechando la rentabilidad de su marca, generando nuevas fuentes de ingresos. Uno de los movimientos más audaces fue la creación de su propia red social, un proyecto que comenzó con su bloqueo de cuentas en plataformas como Twitter y Facebook. A través de un acuerdo con una empresa de cheques en blanco, Trump lanzó la idea de una red social alternativa, con un enfoque empresarial que también atrajo la atención de los inversores. Sin embargo, este movimiento fue objeto de investigación por la SEC debido a la opacidad de sus mecanismos de financiación.

Mientras tanto, sus hijos, especialmente Donald Jr., comenzaron a explorar otros nichos comerciales, como la publicación de un libro con fotos personales de Trump durante su mandato en la Casa Blanca, lo cual se vendió a precios elevados. La imagen de Trump como una figura mediática se mantenía viva en la promoción de eventos y recaudaciones de fondos, donde las contribuciones multimillonarias para sus comités políticos eran la norma. Además, su yerno Jared Kushner, al margen de sus propios emprendimientos financieros, continuó expandiendo su influencia en el mundo empresarial a través de un fondo de inversión multibillonario, que recibió fuertes inversiones del Medio Oriente tras sus gestiones diplomáticas.

Sin embargo, lo que subyace a todo esto es una constante interacción entre su vida política y su deseo de obtener beneficios materiales. Trump nunca dejó de operar bajo la lógica del negocio, donde cada acción tenía el objetivo de generar más poder e ingresos. Aunque su campaña sobre el fraude electoral fue ampliamente desacreditada, Trump continuó usando la narrativa para recolectar fondos y mantener su influencia sobre una base de seguidores fieles.

A lo largo de estos años, la obsesión de Trump con el poder, el dinero y la imagen pública ha sido una constante. La manera en que ha manipulado su figura para fines financieros, desde la creación de libros hasta su participación en eventos de alto nivel, refleja una estrategia coherente de monetización de su imagen, que sigue siendo un activo valioso para su marca personal. Además, su constante apelación al pasado, como cuando recordaba la figura de Roy Cohn, su mentor, resalta su tendencia a aferrarse a figuras y momentos que le proporcionan legitimidad y poder.

Es esencial comprender que la vida política de Trump no solo es una cuestión de ideologías o de la lucha por el poder en Washington. Su enfoque hacia la política es también un reflejo de sus propios intereses comerciales y personales. Cada paso que da está guiado no solo por el deseo de volver al poder, sino también por la necesidad de fortalecer su imperio empresarial, que ha sido tan importante para su identidad como político. En este sentido, los movimientos de Trump no pueden entenderse sin considerar su incesante búsqueda de ganancias y de consolidación de una red de apoyo que le permita manejar a su antojo la narrativa política estadounidense.

¿Cómo la ambición y la imagen pública de Donald Trump se construyeron en la política y los negocios?

En la convención republicana de 1988 en Nueva Orleans, donde Paul Manafort, socio de Roger Stone, se desempeñaba como subdirector del evento, Donald Trump comenzó a vislumbrar una faceta política que marcaría el rumbo de su carrera en las décadas siguientes. Durante los días previos al evento, Trump, que había llegado con la compañía de la modelo Marla Maples, pasó gran parte de su tiempo aislado en su habitación del hotel, absorto en su propio mundo. A pesar de las llamadas de personajes célebres como Frank Sinatra, Trump no se dejó distraer. El evento fue una de esas experiencias que dejó una marca profunda en él, no solo por la magnitud de la convención, sino por el poder simbólico que representaba. "Esto es lo que quiero", comentó mientras recorría el suelo abarrotado por delegados y medios de comunicación. Aquella noche, bajo las luces del Louisiana Superdome, el concepto de poder y presencia pública se le presentó con una claridad brutal.

El evento fue solo un preludio para el conocimiento que Trump comenzaría a adquirir sobre la influencia de la imagen en la política y el marketing personal. Pocos meses después, Trump recibió un informe de investigación de encuestas realizado por el equipo de su consultor, Stuart Schoen. La encuesta, aunque carecía de detalles técnicos, se centró en un tema clave: la imagen pública de Trump como líder y su posible impacto en una futura candidatura. De acuerdo con el estudio, "la familiaridad con su libro The Art of the Deal ayudaba a pintar una imagen de Trump como un líder efectivo", destacando que su figura se asociaba con el sueño americano y el potencial de superación social. Trump ya entendía, como pocos en ese momento, que la percepción pública de una persona podía ser tan importante, o más, que sus habilidades políticas reales.

En la encuesta también se abordaba un aspecto crucial para la época: su polémico uso de las leyes fiscales. A pesar de las críticas por pagar pocos o nulos impuestos, los resultados mostraban que una mayoría de votantes no veía este hecho como un obstáculo para apoyarlo. La astucia de Trump para manejar estos temas mostraba su capacidad para navegar en los márgenes de la ética convencional, creando una imagen que, para muchos, era sinónimo de éxito y ambición. Las encuestas también señalaron que su mensaje tenía un fuerte apoyo entre votantes afroamericanos y latinos, quienes lo veían como una figura que representaba la oportunidad y el ascenso social, un aspecto que Trump más tarde emplearía hábilmente en su discurso político.

Sin embargo, es importante señalar que Trump, en sus primeros años como posible candidato, no poseía una visión política estructurada. A menudo se limitaba a hacer comentarios que resonaban con su experiencia en los negocios, más que con una ideología bien definida. Su comprensión de la política internacional era rudimentaria, y a menudo se dejaba influenciar por frases o conceptos que oía en sus círculos sociales. Un ejemplo de esto fue su interpretación de lo que él llamó "un sentimiento de supremacía", un término que usó tras escuchar una conversación entre el periodista Abe Rosenthal y el escritor Gay Talese. Trump lo usó en un contexto que iba más allá del poder geopolítico, refiriéndose más a la autoestima nacional de Estados Unidos y su declive en comparación con otras naciones como Japón o Arabia Saudita. Esta mezcla de ignorancia política y ambición personal se reflejaba en su vida y en sus decisiones empresariales, especialmente en el mundo inmobiliario de Manhattan, donde el poder y la riqueza se medían en función del control sobre la propiedad escasa y su valorización.

Otro ejemplo emblemático de la complejidad de su mentalidad y sus aspiraciones ocurrió en 1988, cuando Trump adquirió el hotel Plaza de Nueva York. Para él, esa compra no fue simplemente una inversión más, sino la búsqueda de una obra de arte. En sus palabras: "No es solo un edificio, es la obra de arte definitiva". La compra del Plaza fue la culminación de años de lucha por destacarse en un mundo empresarial donde la imagen, el poder y la exclusividad eran claves para el éxito. A diferencia de sus inversiones anteriores, en las que conocía cada detalle, la compra del Plaza fue más emocional que racional. Trump no se preocupó por los costos ni por las implicaciones financieras inmediatas. Su decisión fue guiada por el deseo de poseer algo emblemático, algo que representara su ambición y su capacidad para dominar un mercado tan competitivo como el de bienes raíces de Nueva York.

Lo que es fundamental entender sobre Trump en este punto de su vida es cómo su visión del mundo estaba profundamente influenciada por su carrera empresarial. Su mentalidad era la de un "rentista", un individuo que ve la vida y los negocios como un juego de suma cero, donde el poder y los recursos solo pueden concentrarse en unas pocas manos. Esta concepción de la riqueza y el poder, tomada de su experiencia en el mundo inmobiliario, lo llevaría a pensar que la política, al igual que los negocios, se trataba de capturar una porción de la realidad y maximizarla. No era solo un líder en busca de popularidad; era un hombre convencido de que el mundo debía funcionar según sus propias reglas.