Desde los inicios de la política estadounidense, la manipulación de la información y la creación de "noticias falsas" han jugado un papel fundamental en las elecciones presidenciales. La campaña electoral de 1828, que enfrentó a Andrew Jackson contra John Quincy Adams, representa un ejemplo primordial de cómo las mentiras, rumores y distorsiones de la verdad fueron utilizadas para atacar al oponente y movilizar a los votantes. Aunque a primera vista podría parecer que esa era una época lejana, los métodos empleados entonces se pueden rastrear hasta las elecciones más recientes, revelando una sorprendente continuidad en las tácticas de desinformación.
El clima político de 1828 estuvo marcado por una profunda división geográfica y social entre el este y el oeste de Estados Unidos. En un contexto de expansión territorial y un cambio en la composición del electorado, los nuevos votantes del oeste se vieron atraídos por un candidato como Jackson, que representaba una alternativa a las élites tradicionales del este. Este ambiente de confrontación política permitió la proliferación de acusaciones y rumores. La prensa, en su papel de canal de distribución de información, jugó un rol crucial al dar espacio a las campañas sucias y a la difamación.
Uno de los ataques más notorios fue sobre el matrimonio de Andrew Jackson con su esposa Rachel. Se propagaron rumores que cuestionaban la moralidad de su unión, acusando a Rachel de ser una "adúltera" debido a la interpretación errónea de su divorcio anterior. Este tipo de desinformación no solo atacaba la figura personal de Jackson, sino que se presentaba como un medio para debilitar su candidatura, apelando a los prejuicios y valores morales del electorado, especialmente en Nueva Inglaterra y el sur de Estados Unidos. La calumnia sobre su vida privada se convirtió en uno de los puntos de mayor propaganda de la campaña, aunque no se trataba de hechos verificables, sino de mitos y rumores que, al final, afectaron su imagen ante la opinión pública.
La manipulación de la información en esta época no se limitaba solo a las calumnias personales. También se propagaron mitos políticos y conspiraciones, como la famosa acusación de un "pacto corrupto" entre Henry Clay y John Quincy Adams tras la elección de 1824. A pesar de que la verdad sobre estas alegaciones nunca se resolvió de manera clara, los votantes creyeron firmemente en ellas, lo que incrementó la animosidad entre las facciones políticas. Este tipo de creencias infundadas alimentó la polarización política y fomentó la división social.
Lo que ocurrió en 1828 marcó un punto de inflexión en la historia electoral de Estados Unidos, ya que la campaña presidencial se convirtió en un terreno fértil para la fabricación de hechos falsos, rumores y ataques personales. A lo largo de las décadas, esta tendencia solo se intensificó. En el siglo XX y XXI, las campañas presidenciales han seguido utilizando estos métodos, adaptándolos a los nuevos medios de comunicación, como la radio, la televisión y, más recientemente, las redes sociales. Los estudios de 2016, por ejemplo, mostraron cómo las "noticias falsas" en plataformas como Facebook fueron compartidas a una escala masiva, lo que afectó la percepción pública y la decisión de voto.
Hoy en día, es más evidente que nunca que las noticias falsas y la desinformación no solo tienen el poder de influir en el resultado electoral, sino que también reafirman las creencias preexistentes de los votantes. Las redes sociales, al estar divididas ideológicamente, sirven como ecosistemas donde los usuarios se exponen principalmente a información que refuerza sus puntos de vista, creando un fenómeno de "burbuja informativa". Este ciclo refuerza las creencias políticas de cada grupo, y facilita la propagación de desinformación sin cuestionamiento.
Para comprender en profundidad el impacto de la desinformación en las elecciones, es crucial reconocer que la manipulación de la verdad es un fenómeno que trasciende las campañas electorales. Forma parte de una estrategia más amplia para moldear la opinión pública y movilizar a los votantes en favor de un candidato. No es suficiente con simplemente identificar las "noticias falsas" o los rumores; también es necesario examinar las condiciones sociales y políticas que permiten su proliferación. La desinformación no solo se basa en mentiras explícitas, sino que también se nutre de los miedos, prejuicios y tensiones sociales que existen en un momento determinado. Es fundamental que los votantes desarrollen una conciencia crítica frente a la información que consumen, para poder distinguir entre lo que es factualmente cierto y lo que es parte de una estrategia de manipulación.
¿Cómo la guerra española-estadounidense influyó en la gestión de la información en los conflictos posteriores?
La Guerra Hispano-Estadounidense dejó una profunda huella en la manera en que los Estados Unidos gestionaron la información durante los conflictos bélicos posteriores. Aunque muchos historiadores se concentran principalmente en las consecuencias militares de los conflictos, un aspecto fundamental de las guerras es la manera en que dejan un legado informativo, que influye en la estrategia, la propaganda y la gestión de la opinión pública. Esta influencia es palpable no solo en las decisiones militares, sino también en la manera en que los líderes civiles y militares interpretan y controlan la información en las guerras subsiguientes.
La experiencia adquirida durante la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898 fue crucial para los líderes de la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial y otros conflictos posteriores. Por ejemplo, muchos de los oficiales de la Primera Guerra Mundial, incluyendo comandantes de regimientos, ya habían participado en la guerra de Cuba. Esta experiencia, aunque relativamente breve, dejó una marca duradera, ya que las lecciones sobre el control de la información y la manipulación de la opinión pública continuaron siendo esenciales en los conflictos venideros. En la Segunda Guerra Mundial, figuras clave como Dwight D. Eisenhower, quien fue comandante supremo de las fuerzas aliadas en Normandía, también había tenido experiencia previa en la Primera Guerra Mundial, lo que afectó su enfoque estratégico.
A través de las décadas, la gestión de la información se fue perfeccionando, y la forma en que las autoridades estadounidenses manejaron las narrativas públicas durante los conflictos bélicos pasó a ser una herramienta fundamental de control social. Durante la Primera Guerra Mundial, los oficiales estadounidenses aprendieron a ser más cautelosos antes de entrar en conflicto, especialmente en lo que respecta a la formación de la opinión pública. Este enfoque era una respuesta directa a la experiencia traumática de la guerra con España, donde los líderes se sintieron arrastrados a la confrontación por una prensa descontrolada que alimentó el fervor bélico.
Con el inicio de la Primera Guerra Mundial, el gobierno de Woodrow Wilson adoptó una postura más proactiva, estableciendo la Comisión de Información Pública (CPI), cuyo objetivo era moldear las percepciones del público antes de la entrada oficial de los Estados Unidos en el conflicto. A través de la propaganda, el gobierno promovió la idea de que la neutralidad era una virtud, solo para cambiar rápidamente de discurso una vez que los Estados Unidos decidieron entrar en la guerra. Los medios fueron presionados para autocensurarse y evitar la difusión de información útil para el enemigo. Además, las autoridades federales crearon una serie de agencias como la Junta de Censura y la Oficina de Censura de Cable, las cuales controlaban la información que llegaba al público y la que se enviaba al enemigo.
Estas políticas continuaron evolucionando, y la lección aprendida en la Primera Guerra Mundial sobre la importancia del control de la información fue reaplicada en la Segunda Guerra Mundial. En este conflicto, el engaño y la desinformación jugaron un papel crucial. Un ejemplo destacado de esto fue el exitoso uso de engaños sobre la localización del desembarco aliado en Normandía en 1944. Los alemanes fueron convencidos de que la invasión tendría lugar en otro lugar, lo que permitió a las fuerzas aliadas ganar la ventaja estratégica. La propaganda y la manipulación de la información fueron también esenciales en otras campañas, como en la campaña italiana en el Mediterráneo.
Durante la Guerra de Vietnam, la gestión de la información se complicó aún más. Los medios de comunicación desempeñaron un papel central en la formación de la opinión pública, y la administración de Lyndon B. Johnson utilizó informes falsos para justificar acciones militares, como ocurrió con la Resolución del Golfo de Tonkin. Aunque los informes iniciales de un ataque a dos destructores estadounidenses fueron utilizados como pretexto para escalar el conflicto, investigaciones posteriores revelaron que la naturaleza del ataque fue distorsionada. Esta manipulación de hechos, aunque no tan sofisticada como en las guerras mundiales, mostró cómo el control de la información seguía siendo crucial para la legitimación de la intervención militar.
La constante recurrencia de la desinformación y la propaganda en los conflictos bélicos de Estados Unidos resalta cómo la experiencia acumulada en la Guerra Hispano-Estadounidense, la Primera y la Segunda Guerra Mundial, influyó directamente en la toma de decisiones durante los siguientes enfrentamientos. Las lecciones sobre la gestión de la información no solo se convirtieron en un componente esencial de la estrategia militar, sino también en un instrumento de control social y de legitimación política. Las guerras no solo transforman las tecnologías y tácticas militares, sino que también dejan una huella en la manera en que las sociedades gestionan y perciben la verdad.
Al considerar todo esto, es importante notar que la gestión de la información en la guerra no solo tiene efectos en el resultado inmediato del conflicto, sino que también forma parte de una estrategia más amplia que afecta la memoria histórica y la legitimidad política de las intervenciones bélicas. A lo largo del siglo XX y XXI, el control de la narrativa, tanto a nivel nacional como internacional, se convirtió en una herramienta de poder en la política global, y la manipulación de los hechos sigue siendo una práctica utilizada por diversas potencias para justificar sus acciones.

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