Italia vivió una de sus etapas más turbulentas a inicios de los años 90, marcada por una crisis financiera que sacudió los cimientos del país. En este escenario de incertidumbre, Silvio Berlusconi emergió como una figura poderosa, un hombre que se presentaba como el único capaz de restaurar la grandeza de Italia. Su entrada en el ámbito político fue arrolladora, no sólo por su condición de outsider político, sino también por su agresiva campaña mediática que lo proyectaba como el salvador de una nación en declive.

Berlusconi, un magnate de los medios y la construcción, comprendió rápidamente cómo utilizar los medios de comunicación para forjar su imagen. Su control sobre los canales de televisión más influyentes del país, a través de su conglomerado Mediaset, le permitió crear una narrativa constante, un relato que le permitió justificar su ascenso y mantenerse en el poder, a pesar de su falta de logros tangibles. De hecho, las promesas que hizo durante su campaña electoral eran claras mentiras: más empleos, prosperidad y una solución mágica a la deuda pública. Sin embargo, su habilidad para comunicar y su imagen de hombre fuerte resultaron ser mucho más efectivas que la realidad de sus propuestas incumplidas.

La esencia de su discurso era simple, pero profundamente efectiva: creó una "crisis fantástica" en la que el gobierno saliente —compuesto por una coalición de partidos de izquierda— se convertía en el villano, un enemigo que estaba agotando los recursos del pueblo italiano. Ante esta "amenaza", Berlusconi se presentaba como el héroe capaz de devolverle al país la prosperidad y el poder. El populismo, alimentado por esta narrativa, lo catapultó al cargo de primer ministro, pero la realidad no tardó en demostrar la falsedad de sus promesas. A pesar de ello, su capacidad para manipular los medios de comunicación, unida a su carisma y a su figura de "fuertísimo" líder, le permitió mantener una sorprendente popularidad durante años.

Su habilidad para controlar la narrativa a través de los medios de comunicación no se limitaba a las promesas vacías; Berlusconi también se esforzaba en silenciar las voces disidentes. En varias ocasiones, intentó neutralizar a los periodistas críticos, presionando a los directores de los medios públicos, como la Radiotelevisione Italiana (Rai), para que adoptaran posturas más favorables a su gobierno. Esta táctica de control mediático, junto a una narrativa populista de "los buenos" contra "los malos", es un patrón recurrente en figuras autoritarias que buscan crear una distorsión de la realidad que les favorezca.

A pesar de su condena por fraude fiscal y su implicación en escándalos personales y políticos, Berlusconi siguió siendo una figura influyente en la política italiana. Su habilidad para manipular emociones a través de los medios de comunicación permitió que, incluso después de su condena, siguiera liderando su partido y mantuviera una gran base de apoyo. La forma en que Berlusconi se presentó ante el pueblo italiano —como un líder fuerte y carismático, inmune a las críticas— es un ejemplo claro de cómo las figuras autoritarias se alimentan de la manipulación mediática y de las crisis inventadas.

Este fenómeno no es exclusivo de Italia. En otras partes del mundo, figuras similares han utilizado la misma estrategia: crear una "crisis fantástica" que justifique su ascenso y consolidación de poder. Desde los Estados Unidos, con figuras como Donald Trump, hasta Venezuela con Hugo Chávez, la estrategia es casi idéntica: construir un enemigo, hacer promesas grandiosas e imposibles de cumplir, y controlar el relato a través de los medios.

Los HCP (High Conflict Personalities, o personalidades de alto conflicto), como Berlusconi, suelen compartir rasgos comunes: un narcisismo desmesurado, una agresividad latente y una disposición para utilizar cualquier medio para alcanzar y mantener el poder. Estos líderes no dudan en aprovechar las emociones del pueblo para manipular la opinión pública, mientras ocultan sus verdaderas intenciones detrás de promesas populistas. Sin embargo, lo que es crucial comprender es que las crisis que plantean no son reales. Son construcciones artificiales, creadas para movilizar a la gente hacia un único propósito: la consolidación de su poder personal.

Aunque este tipo de líderes pueden parecer efectivos a corto plazo, su falta de conexión con la realidad y la imposibilidad de cumplir sus promesas suele llevar a una eventual caída. Sin embargo, el daño que causan durante su mandato puede ser profundo y duradero, no sólo en términos económicos y políticos, sino también en la forma en que distorsionan la percepción pública y desestabilizan las instituciones democráticas.

Es importante señalar que la manipulación mediática, junto con la creación de crisis fantásticas, no solo es un rasgo de líderes de derecha, sino que también ha sido utilizada por figuras de izquierda. El caso de Jim Jones, líder de la secta Peoples Temple, demuestra cómo una figura autoritaria de izquierda también pudo manipular a miles de personas para llevarlas a una tragedia masiva. La ideología puede variar, pero la estrategia sigue siendo la misma: utilizar la emoción, el miedo y la narrativa para mantener el control.

Para los lectores, es esencial que comprendan que la manipulación de los medios de comunicación y la creación de narrativas falsas son herramientas poderosas en manos de los líderes autoritarios. Estas estrategias no sólo buscan mantener el poder, sino también erosionar la confianza de la ciudadanía en las instituciones democráticas y en la realidad misma. La historia de figuras como Berlusconi y otras similares en todo el mundo es una advertencia: no todo lo que brilla es oro, y los líderes que prometen salvar a la nación con soluciones simplistas a menudo están interesados solo en su propio beneficio.

¿Cómo los líderes de personalidad conflictiva llegan al poder y qué podemos hacer al respecto?

A lo largo de los años, he observado cómo ciertas personalidades, particularmente las que se encuentran en lo que denomino el grupo de las "personas de alto conflicto" (HCP, por sus siglas en inglés), han comenzado a ganar terreno en la política. Estas personas, con tendencias narcisistas y sociopáticas, no solo logran ser elegidas, sino que, a menudo, consiguen mantener su poder mediante técnicas extremadamente destructivas y manipuladoras. La fascinación por el poder, junto con su incapacidad para resolver problemas reales, los lleva a presentar a las sociedades un enemigo común y una “crisis” fantasiosa, donde ellos, como salvadores, son la única solución.

Al principio de mi investigación sobre este fenómeno, muchos se mostraron escépticos. Juristas, profesionales de la salud mental e incluso colegas dentro del ámbito académico me decían que lo que describía no era relevante para el contexto político. A medida que profundizaba en este comportamiento, descubrí patrones comunes que no solo se daban en el ámbito legal, sino que también se repetían en la arena política, empresarial y comunitaria. La conexión era clara: las personas con personalidades altamente conflictivas (HCP) eran las que realmente desestabilizaban los sistemas, no sólo en la vida personal, sino en las esferas sociales y políticas más amplias.

Las personalidades conflictivas en política no son nuevas, pero con la globalización de los medios de comunicación y la creciente polarización, sus comportamientos y tácticas se amplifican. Estos individuos son astutos en la creación de un escenario emocionalmente cargado, donde su discurso se convierte en un llamado a la guerra emocional contra un enemigo ficticio. Utilizan el miedo, la división y el caos para agrupar a la sociedad en torno a una narrativa en la que ellos se presentan como los únicos capaces de salvar a la población.

El patrón básico de un líder de alto conflicto (HCP) es relativamente simple de identificar. Son personas que constantemente buscan infligir daño, generar caos y dividir a la sociedad. Son maestros de la manipulación emocional y juegan con la incertidumbre de la gente para ganar apoyo. Sin embargo, lo que la mayoría no percibe es que este tipo de líderes no está interesado en resolver los problemas reales; su meta es ganar poder a través del conflicto y la división.

Una de las principales características de los líderes HCP es su capacidad para convertir una crisis fabricada en un elemento central de su narrativa. La "Triada de Crisis Fantasiosas" que estos líderes presentan tiene tres componentes clave: un malvado enemigo, una crisis apoteósica y ellos mismos como el único salvador. Es un ciclo vicioso que asegura la movilización de las masas y la consolidación de poder. La sociedad, en este contexto, se convierte en un campo de batalla emocional donde los votantes son arrastrados a apoyar a estos líderes sin considerar las consecuencias a largo plazo.

Este fenómeno ha sido observable en figuras como Adolf Hitler, Joseph Stalin, Mao Zedong y, más recientemente, en algunos políticos contemporáneos. Estos líderes no solo utilizan tácticas de polarización dentro de sus países, sino que también alimentan la inestabilidad a nivel global. A pesar de las diferencias culturales y políticas, las características fundamentales de los líderes HCP siguen siendo las mismas: la manipulación emocional, la creación de enemigos ficticios y el fortalecimiento del liderazgo mediante la crisis.

La polarización política global de los últimos años parece ser un caldo de cultivo para estas personalidades. La creciente incivilidad entre liberales y conservadores, la aparición de gobiernos autoritarios y el resurgimiento del populismo son síntomas claros de que las dinámicas de los HCP han invadido todos los niveles de la política mundial. Es fundamental comprender que no se trata solo de un fenómeno aislado; este tipo de líderes están utilizando las mismas tácticas que han usado los grandes dictadores del siglo XX. De hecho, los ejemplos más actuales, como ciertos presidentes en América y Europa, siguen este patrón a la perfección.

Es importante no solo identificar este tipo de personalidades, sino también comprender cómo afectan a las instituciones y sociedades. Los medios de comunicación juegan un papel esencial en la amplificación de estos comportamientos. La proliferación de noticias falsas y la manipulación mediática permiten que los HCP mantengan una imagen pública que les otorga el poder necesario para seguir adelante con sus agendas. La clave para contrarrestar este fenómeno radica en educar al público sobre los patrones de conducta de estos individuos y cómo estos patrones pueden poner en peligro la estabilidad política y social de cualquier nación.

Por supuesto, el impacto de los HCP en la política no termina en las urnas. Una vez en el poder, estos líderes siguen utilizando tácticas divisorias para mantenerse en control. La creación de grupos polarizados dentro de la sociedad, como los "Leales Amantes", los "Resistentes Enfurecidos" y los "Moderados Apáticos", les permite manipular a las masas y desviar la atención de problemas reales hacia temas superficiales. Es fundamental, por lo tanto, que los votantes comprendan cómo sus emociones son explotadas por estos líderes y cómo sus decisiones pueden ser manipuladas por un discurso emocionalmente cargado.

Las soluciones para frenar este patrón no son fáciles, pero son posibles. Es necesario formar una base de votantes crítica, que reconozca y entienda las tácticas de los HCP. Los partidos políticos deben tener en cuenta estos perfiles al seleccionar a sus candidatos, y los votantes deben ser educados para reconocer los signos tempranos de estos patrones. Si se identifican a tiempo, los HCP pueden ser desarmados antes de que tengan la oportunidad de consolidar su poder. Además, los medios de comunicación deben adoptar un enfoque más riguroso en la verificación de hechos y en la exposición de las narrativas de crisis falsas que estos líderes intentan crear.

La información y la educación son herramientas poderosas. Entender que los líderes HCP operan bajo un conjunto predecible de comportamientos nos permite no solo identificar sus tácticas, sino también proteger nuestras democracias y sociedades de su influencia destructiva. Es imperativo que los ciudadanos mantengan una vigilancia constante y que busquen maneras de contrarrestar el efecto divisivo de estas personalidades, promoviendo un diálogo constructivo y basado en hechos.

¿Cómo las emociones y el conflicto político modelan la elección de los votantes?

El panorama político contemporáneo está marcado por la división emocional que los líderes generan entre sus seguidores y sus opositores. Un fenómeno clave de esta división es la forma en que los políticos de alto conflicto (HCP, por sus siglas en inglés) utilizan el lenguaje y la retórica para crear una conexión emocional con su base, mientras pintan a sus rivales como enemigos, antagonistas o incluso villanos. Este uso de las emociones es crucial para entender las dinámicas que han marcado las elecciones recientes, como las de 2016 en los Estados Unidos, donde las polarizaciones alcanzaron niveles sin precedentes.

El grupo de los "Resistentes", como se les denomina, es una manifestación de oposición intensa que surge tanto de la derecha como de la izquierda. Este grupo no solo lucha contra los partidos establecidos, sino que también actúa como una especie de fuerza contraria a la moderación política, que a menudo es percibida como insuficientemente ideológica o comprometida. Así, en el caso de la Alemania nazi, los comunistas se opusieron ferozmente a los socialdemócratas, debilitando su poder y ayudando a que los extremistas tomaran el control. Similarmente, en la Rusia de Stalin, los pequeños agricultores capitalistas que resistían la colectivización operaban de manera encubierta, adoptando una postura de lucha contra el régimen sin visibilidad. En tiempos recientes, se ha visto que incluso figuras como Bernie Sanders encarnan el papel de los "Resistentes", luchando contra el establishment dentro de su propio partido. Sanders se presenta como un independiente que busca reformar un sistema político que considera corrupto, y aunque su discurso es emocionalmente intenso, no alcanza el nivel de hostilidad hacia los "enemigos" que caracteriza a los líderes de alto conflicto.

Los "Moderados" juegan un papel crucial en la dinámica política actual. En las elecciones de 2016, un 68 por ciento de los independientes que se inclinaban hacia el Partido Republicano votaron por Trump, mientras que un 65 por ciento de los independientes inclinados hacia el Partido Demócrata votaron por Clinton. Sin embargo, como han señalado los encuestadores, el creciente desdén hacia los partidos establecidos está llevando a muchos votantes a identificarse como independientes. Este descontento político refleja un cansancio generalizado hacia el sistema bipartidista y hacia la política como un campo cargado de ira y hostilidad. Es este desdén el que crea un espacio fértil para que los políticos de alto conflicto, con su discurso cargado de emociones, puedan ganarse a un electorado cada vez más desencantado.

El concepto de "Desertores" o "Dropouts" describe a aquellos que, por diversos motivos, se abstienen de votar. En las elecciones de 2016, el 39 por ciento de los posibles votantes se inclinaron por no votar. Muchos de ellos argumentan que no hay diferencias significativas entre los candidatos o los partidos, o simplemente carecen de tiempo o motivación para participar en el proceso electoral. Los nuevos leyes de "supresión del voto" en ciertos estados de EE. UU., que restringen los horarios de votación y los tipos de identificación requeridos, también han añadido barreras para el ejercicio del derecho al voto, particularmente en las comunidades más vulnerables. Sin embargo, a pesar de estas restricciones, los votantes afroamericanos, los millennials y la Generación X continúan jugando un papel crucial en las elecciones, aunque con una tasa de participación que sigue siendo inferior al ideal.

A pesar de la creciente polarización, los políticos de alto conflicto (HCP) siguen jugando con la emoción de sus bases. Trump, por ejemplo, utilizó un lenguaje emocional y descriptivo que resonó profundamente con sus seguidores, superando la lógica o la racionalidad en favor de un discurso cargado de imágenes y emociones. La manipulación de las emociones se convierte en una herramienta esencial para movilizar a los votantes, que no siempre responden a la lógica, sino más bien a la narrativa emocional que se les presenta. Los llamados a la acción, las amenazas ficticias y los enemigos creados artificialmente son parte de una táctica diseñada para movilizar a los votantes y fortalecer la conexión emocional con el líder.

Es importante destacar que cuando los "crisis fantasmas", como las amenazas de invasiones o conspiraciones creadas artificialmente, se desvanecen o son desmentidas, la influencia emocional de los políticos de alto conflicto también tiende a disminuir. Sin embargo, el ciclo de crear nuevas crisis o enemigos continúa, alimentado por los medios de comunicación de alta emoción, que amplifican las narrativas polarizadas y emocionales. Así, la manipulación mediática juega un papel decisivo en cómo se perciben los conflictos y en cómo los votantes se alinean emocionalmente con un lado u otro.

Este ciclo de emocionalidad y polarización no solo afecta el comportamiento electoral, sino que también impacta en la salud del sistema democrático. La falta de participación, la desconfianza en las instituciones y el desencanto generalizado con los partidos establecidos amenazan con socavar la legitimidad de las elecciones y la efectividad del gobierno representativo. Es fundamental comprender que, aunque las emociones juegan un papel central, los votantes deben ser conscientes de las dinámicas subyacentes que afectan sus decisiones. No basta con identificar a los "enemigos" o los "héroes" del discurso político; es necesario analizar críticamente las narrativas que se nos presentan y considerar las implicaciones a largo plazo de un sistema político cada vez más polarizado.