Mucho antes de la televisión, la radio o internet, los periódicos ya desempeñaban un papel fundamental en la formación de la opinión pública y la respuesta de los gobiernos. Un caso histórico que demuestra de manera dramática esta interacción entre el público, las autoridades y los defensores de diferentes puntos de vista es la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898. Esta guerra influyó profundamente en el uso de la información y la desinformación por todas las partes involucradas, hasta el punto de que se puede considerar un estudio de caso clave para entender cómo la manipulación de la información ha modelado los eventos históricos.

En el contexto de la Guerra Hispano-Estadounidense, los estadounidenses ya habían estado discutiendo el futuro de Cuba, Puerto Rico y las demás colonias españolas en el Caribe durante varias décadas. Desde principios del siglo XIX, la cuestión de qué hacer con las colonias españolas y cómo debía responder Estados Unidos a este poder colonial europeo era un tema recurrente en la política y los medios de comunicación. A lo largo de este tiempo, los informes falsos y las historias distorsionadas, lo que hoy consideraríamos "noticias falsas", inundaron la opinión pública. Un claro ejemplo de este fenómeno es el libro Facts and Fakes About Cuba, publicado en 1897, en el que un reportero del New York Herald criticaba el movimiento pro-independencia cubano. Este periódico jugó un papel crucial en el debate nacional sobre la situación de Cuba, siendo una de las voces más influyentes en la discusión pública.

La guerra entre Estados Unidos y España fue precedida por una ola de desinformación que se alimentaba tanto de hechos reales como de invenciones y exageraciones. Durante la Revolución Cubana de 1895-1898, por ejemplo, se distorsionaron las atrocidades cometidas por los españoles, como el uso de campos de concentración, las condiciones crueles impuestas a los prisioneros y el trato violento a los ciudadanos estadounidenses arrestados. El misterioso hundimiento del USS Maine en el puerto de La Habana, que se convirtió en un catalizador para la guerra, también fue un episodio envuelto en especulación y rumores infundados.

A lo largo de este proceso, los medios de comunicación no solo informaban, sino que creaban una narrativa que movilizaba a la opinión pública. En muchos casos, estas narrativas no solo estaban basadas en hechos, sino que también incluían mitos y representaciones idealizadas, como la figura de Theodore Roosevelt y sus Rough Riders en la batalla de San Juan Hill, que fueron rápidamente convertidos en héroes nacionales. La prensa amarilla, como la que encabezaba el New York World de Joseph Pulitzer y el New York Journal de William Randolph Hearst, se hizo famosa por manipular la información para aumentar las ventas, a menudo distorsionando la realidad para hacerla más sensacionalista y alineada con los intereses del momento.

Lo que resulta particularmente relevante en este contexto es que las noticias falsas y la manipulación de la información no solo afectaron a los individuos involucrados directamente en los hechos, sino que también impactaron las decisiones políticas y militares de los gobiernos. Los Estados Unidos, bajo una creciente presión pública, se vieron impulsados a intervenir en Cuba, a pesar de que muchos en el gobierno y el público eran conscientes de las condiciones económicas empobrecidas de la isla y la falta de beneficios inmediatos para el país. La retórica nacionalista y el deseo de expandir la influencia de Estados Unidos en el Caribe y el Pacífico llevaron a una confrontación con España que, aunque breve, tuvo repercusiones de largo alcance.

Este escenario no fue un caso aislado. A lo largo del siglo XIX, los periódicos de Norteamérica, principalmente en Nueva York, estuvieron cubriendo constantemente la situación en Cuba y otras colonias españolas, ya sea con fines de lucro o por interés político. Los temas que dominaban la cobertura mediática eran varios: los intereses económicos estadounidenses en las plantaciones de azúcar y tabaco en Cuba; el trato brutal que los funcionarios españoles presuntamente daban a los estadounidenses arrestados; y las intensas discusiones sobre si Cuba debería convertirse en una colonia estadounidense o, en su lugar, obtener la independencia.

La guerra y su cobertura mediática pusieron de relieve la facilidad con la que la opinión pública puede ser moldeada, no solo por hechos verídicos, sino también por percepciones construidas y, a menudo, por mentiras flagrantes. Este fenómeno no es exclusivo de 1898; las noticias falsas y la creación de mitos alrededor de eventos históricos continúan siendo una herramienta poderosa en la política y la comunicación de masas hasta el día de hoy. La Guerra Hispano-Estadounidense de 1898, a través de la manipulación de la información, muestra cómo la guerra, el poder y los medios de comunicación se interrelacionan de formas que muchas veces no son reconocidas a simple vista.

Este episodio resalta la importancia de desarrollar un enfoque crítico hacia la información que consumimos. A menudo, lo que se presenta como un hecho "indiscutible" o una "verdad" puede estar teñido de prejuicios, intereses económicos o ideológicos. Es fundamental para el lector contemporáneo reconocer cómo, incluso en el pasado, la creación de mitos y la distorsión de la realidad podían moldear decisiones históricas trascendentales. La capacidad de discernir entre hechos verificables y narrativas manipuladas no solo es esencial para entender el pasado, sino también para enfrentar los desafíos que presenta el presente, donde las "noticias falsas" siguen teniendo un impacto profundo en la política global.

¿Cómo las mentiras y la desinformación se han difundido a lo largo del tiempo en la sociedad estadounidense?

El análisis histórico de la desinformación y la manipulación de hechos muestra una fascinante obsesión con la autenticidad, una tendencia que se remonta al menos un siglo y medio. En este contexto, los historiadores han señalado cómo el público tiende a manejar los hechos y las ideas de manera superficial, sin ahondar en la profundidad de los mensajes, un comportamiento que no es nuevo, sino que tiene sus raíces en épocas anteriores. La era de internet, con sus blogs, titulares llamativos y eslóganes, no ha hecho más que intensificar esta tendencia. De hecho, la brecha de atención del público se remonta a tiempos en los que los periódicos eran leídos de forma rápida y fragmentada. Hoy, mientras los defensores del cambio climático podrían contar con la certeza de que pocos leerían las centenares de páginas de testimonios científicos sobre el calentamiento global, se repite un patrón que ya existía mucho antes de la llegada de la tecnología digital.

La difusión de hechos erróneos ha sido, a lo largo de la historia, un proceso largo y arduo de desmentir. A menudo, el tiempo necesario para desmentir una falsedad es un indicador de su efectividad. Toma, por ejemplo, la explosión del USS Maine: el misterio no se resolvió hasta 75 años después. La investigación sobre el asesinato de Lincoln tardó 85 años en llegar a conclusiones claras, y el número de tiradores en la muerte de Kennedy sigue siendo un tema de debate, incluso 50 años después. Otros casos, como la industria tabacalera y la desinformación sobre el cambio climático, han mostrado cómo ciertos mitos o falsedades pueden perdurar mucho más allá de lo que muchos esperaban.

Es importante reconocer que la desinformación no es un fenómeno exclusivo del siglo XXI ni de la era digital. En siglos pasados, la difusión de información falsa estaba muy ligada a las estructuras políticas y a la estrategia de los grupos de poder. Durante el siglo XIX, los periódicos, por ejemplo, no solo transmitían información veraz, sino que también se usaban para promover intereses políticos, lo que facilitaba la circulación de rumores y distorsiones. Los periódicos de la época estaban directamente vinculados a los partidos políticos y, en muchos casos, se utilizaban como un medio de propaganda.

Los avances tecnológicos, en particular el internet, han transformado las dinámicas de difusión de información. Hoy en día, plataformas como YouTube, Facebook, Instagram y Twitter permiten que los individuos se conviertan en emisores directos de información, ya sea veraz o falsa, sin la intermediación de grandes instituciones. En 2018, el 73% de los adultos en los Estados Unidos reportaron utilizar YouTube, y el 68% usaba Facebook, con un porcentaje aún mayor entre los jóvenes. Este fenómeno ha transformado radicalmente la forma en que se difunde la información y la desinformación. Si bien las organizaciones siguen siendo actores clave en la producción de contenido, ahora los individuos pueden disputar la atención del público con ellas.

En la historia de Estados Unidos, los medios de comunicación han jugado un papel crucial en la propagación de rumores, mentiras y desinformación. Los padres fundadores del país entendieron la importancia de la libertad de expresión, consagrada en la Primera Enmienda de la Constitución, y la facilitaron mediante el establecimiento de infraestructuras de distribución de información, como el correo postal y los periódicos. Al principio, estos periódicos no solo cumplían una función informativa, sino que también se usaban como herramientas de los partidos políticos para promover sus puntos de vista. Así, tanto información verdadera como falsa circulaban por todo el país a través de una red de periódicos, que era la principal vía de comunicación en la época.

Sin embargo, es fundamental entender que, aunque el acceso a la información se ha democratizado con la llegada del internet, la misma facilidad para difundir información también ha dado cabida a la propagación de falsedades y rumores. La accesibilidad de la información no siempre garantiza su veracidad. Por ello, el desafío actual no solo consiste en acceder a la información, sino en desarrollar las habilidades necesarias para discernir entre lo que es verdadero y lo que no lo es. A medida que avanzamos hacia un futuro en el que las redes sociales seguirán siendo un medio dominante de comunicación, la reflexión crítica sobre el origen, la veracidad y la intención detrás de cada mensaje será esencial para comprender el impacto de la desinformación en la sociedad.