Las noticias falsas, la desinformación y las mentiras no son fenómenos exclusivos de la era digital ni de las recientes administraciones políticas. A lo largo de la historia de los Estados Unidos, la manipulación de la información ha jugado un papel fundamental en la construcción de discursos políticos, comerciales y científicos. Aunque hoy se habla mucho de la "era post-verdad" y del impacto de las redes sociales en la propagación de mentiras, los ejemplos históricos nos muestran que la distorsión de la verdad es una constante en la vida pública de los Estados Unidos desde su fundación.
Las mentiras y la desinformación no son elementos nuevos. De hecho, los estudios históricos han comenzado a arrojar luz sobre cómo estas prácticas han estado presentes en momentos clave de la historia estadounidense, afectando tanto a la política como a los negocios y a la ciencia. La narrativa histórica que rodea la política de comunicación en elecciones presidenciales, la participación en guerras y la manipulación de la opinión pública a través de la publicidad y los mitos es tan antigua como la nación misma.
En la era moderna, el término "fake news" se ha convertido en un concepto ampliamente reconocido, especialmente con la llegada de la era digital y el auge de las redes sociales. Las plataformas de medios sociales han facilitado la propagación de información falsa, creando lo que algunos denominan una "arma digital". Sin embargo, lo que hoy parece ser una característica única de nuestro tiempo tiene raíces profundas en la historia estadounidense. Las elecciones presidenciales, por ejemplo, han sido escenario de manipulación informativa desde el siglo XIX, cuando las campañas políticas ya utilizaban falsedades para influir en el voto popular.
Uno de los casos más reveladores de la historia de las noticias falsas en Estados Unidos fue la campaña presidencial de 1828, en la que el futuro presidente Andrew Jackson fue objeto de una feroz desinformación. Las elecciones fueron marcadas por ataques personales y fabricaciones sobre la vida y la moralidad de Jackson, lo que desvió el foco de debate de los temas políticos importantes. Este patrón de usar la desinformación para influir en el resultado electoral continuó a lo largo de los siglos, alcanzando su punto máximo en los eventos que llevaron a la elección y asesinato de presidentes como Abraham Lincoln y John F. Kennedy.
La manipulación de hechos y la creación de mitos no se limitan al ámbito político. En la industria del tabaco, por ejemplo, las empresas utilizaron la ciencia falsa para minimizar los riesgos del tabaquismo y evitar la regulación gubernamental. Las campañas publicitarias de estas empresas distorsionaron la evidencia científica de manera sistemática, creando una narrativa de "incertidumbre" en torno a los efectos del tabaco en la salud pública. Este caso es solo uno de los muchos ejemplos de cómo la desinformación se ha utilizado para proteger intereses comerciales a costa de la salud pública y el bienestar social.
Otro caso paradigmático de manipulación informativa fue la participación de Estados Unidos en la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898. La prensa sensacionalista, encabezada por figuras como William Randolph Hearst, difundió noticias falsas sobre el hundimiento del USS Maine, creando un fervor patriótico que llevó a Estados Unidos a la guerra. Este tipo de "noticias falsas" jugó un papel crucial en la configuración de la opinión pública y la justificación de intervenciones militares en territorios extranjeros.
Los estudios de desinformación también exploran cómo los rumores y las mentiras se convierten en "hechos" socialmente aceptados. Un ejemplo de ello es la propagación de teorías conspirativas que, a lo largo de la historia, han tenido un impacto duradero en la política y la sociedad. Las conspiraciones que rodearon los asesinatos de Lincoln y Kennedy no solo distorsionaron la verdad histórica, sino que también moldearon la forma en que el público percibe la política y la historia de su país.
La era contemporánea no ha sido ajena a estas prácticas. El cambio climático, por ejemplo, ha sido un tema profundamente polarizado, en parte debido a la desinformación orquestada por grupos con intereses económicos que buscan minimizar los efectos del cambio climático para evitar regulaciones gubernamentales. Las grandes industrias petroleras y automotrices han estado detrás de campañas de desinformación que han sembrado dudas sobre la ciencia del cambio climático, dificultando los esfuerzos para abordar el problema de manera efectiva.
Este panorama histórico revela que las mentiras y las manipulaciones informativas no son solo productos del momento actual, sino que han sido una herramienta constante en la política, la economía y la ciencia. A lo largo de los siglos, la forma en que se han creado y diseminado "hechos" falsos ha sido fundamental para entender los procesos sociales, políticos y económicos. Los ciudadanos deben estar conscientes de que lo que se presenta como "verdad" no siempre lo es, y que las narrativas históricas son a menudo moldeadas por aquellos que tienen el poder de controlar la información.
Además de comprender cómo la desinformación ha moldeado la historia, es crucial que los lectores reconozcan el papel central que juega la información en la construcción de nuestra realidad. Las mentiras no solo alteran nuestra percepción de los eventos, sino que también afectan la forma en que entendemos la verdad y la certeza. El desarrollo de habilidades críticas de información y alfabetización mediática es esencial para poder navegar en la compleja red de hechos, mitos y mentiras que nos rodea. La capacidad de cuestionar, verificar y reflexionar sobre la información es fundamental para participar de manera activa y responsable en la vida cívica.
¿Cómo la industria del tabaco y el cambio climático manipulan la información para sus fines políticos?
La industria tabacalera, a lo largo del tiempo, ha demostrado una habilidad notable para manipular la información científica y crear confusión alrededor de los efectos nocivos del consumo de tabaco. Desde finales del siglo XX hasta principios del XXI, diversas tácticas han sido utilizadas para sembrar dudas sobre los riesgos de fumar. Investigaciones entre 1990 y 2013 identificaron varias estrategias clave que empleó la industria tabacalera para influir en la opinión pública y los legisladores. Entre las más destacadas estaban las afirmaciones de que las políticas propuestas sobre el tabaco tendrían consecuencias negativas no deseadas, que existían barreras legales para la regulación y que las medidas eran innecesarias, ya que la industria no comercializaba productos a menores o ya adhería a códigos voluntarios de conducta. Sin embargo, estas tácticas eran solo una parte de un espectro más amplio de acciones emprendidas por la industria para proteger sus intereses.
Desde la década de 1940, la industria del tabaco ha desplegado una variedad de métodos, más allá del simple lobbying, para moldear la percepción pública y política. Para el periodo posterior a los años 80, la industria utilizó un enfoque más sofisticado: crear iniciativas de colaboración con organismos reguladores y organismos gubernamentales. A través de consejos consultivos y grupos de trabajo, buscaban influir directamente en la formulación de políticas públicas, presentando un enfoque "racional" y "sensible" a las regulaciones. Este tipo de colaboración, aparentemente inofensiva, en realidad ayudaba a la industria a mantener el statu quo y retrasar cualquier acción que pudiera afectar negativamente a sus beneficios.
Un aspecto clave de la estrategia de la industria tabacalera fue su uso de la desinformación. En muchos casos, los portavoces de la industria no dudaban en afirmar que no había suficiente evidencia para respaldar la postura negativa sobre el tabaco. Argumentaban que ciertas regulaciones no tendrían efectos, citando que, por ejemplo, las restricciones publicitarias no impactarían en la diferenciación de marcas. Estos argumentos no solo eran falaces, sino que fueron repetidos una y otra vez a lo largo de las décadas, y a menudo fueron respaldados por estudios encargados por la propia industria.
El paralelismo entre las tácticas utilizadas por la industria del tabaco y las estrategias actuales empleadas en el debate sobre el cambio climático es evidente. En ambos casos, la manipulación de la información ha jugado un papel crucial. Si bien en el caso del tabaco la lucha parece haber llegado a su fin, el debate sobre el cambio climático sigue siendo uno de los mayores desafíos del siglo XXI. La estrategia utilizada por los defensores del escepticismo climático es casi idéntica a la desplegada por la industria tabacalera en su apogeo. Como sucedió en los años 90, ahora el escepticismo climático se basa en la creación de dudas sobre la ciencia, con la propagación de información errónea o tergiversada. Por ejemplo, la administración de Donald Trump, entre 2017 y 2018, intentó emular las tácticas de la industria tabacalera, desacreditando el consenso científico sobre el cambio climático y creando incertidumbre a través de la manipulación política de la información.
Es importante resaltar que, a diferencia de los casos de la industria tabacalera, el cambio climático es un fenómeno global con un alcance mucho mayor. Mientras que la lucha contra el tabaco estaba centrada principalmente en los Estados Unidos, el debate sobre el cambio climático involucra a actores internacionales, científicos, y políticos de todo el mundo. La gran mayoría de la comunidad científica está de acuerdo en que el cambio climático es una realidad y que está siendo acelerado por la actividad humana. No obstante, la resistencia política a las políticas medioambientales sigue siendo fuerte en muchas naciones, especialmente en aquellos países que dependen de industrias contaminantes o en aquellos donde el cambio climático es un tema divisivo.
Uno de los aspectos clave en el caso del cambio climático es la forma en que se ha globalizado la lucha por el medio ambiente. Si bien en los años 60 y 70 los movimientos por la salud pública lograron avances en la lucha contra el tabaco, el cambio climático sigue siendo un campo de batalla complicado, no solo por la resistencia política y económica, sino también por la fragmentación del conocimiento y la información. Miles de científicos a nivel mundial están investigando los efectos del cambio climático, mientras que el número de publicaciones científicas y reportes continúa aumentando año tras año. Sin embargo, este vasto cuerpo de conocimiento se ve eclipsado por el discurso político, que a menudo es el que guía la acción pública.
Lo que se debe entender es que la manipulación de la información, en ambos casos, no es solo una cuestión de difundir mentiras, sino de sembrar la duda de tal manera que la gente se quede en un estado de incertidumbre. Esto puede retrasar la acción y evitar que las políticas necesarias para enfrentar estos problemas sean adoptadas. En el caso del tabaco, la evidencia científica se consolidó con el tiempo y permitió la implementación de medidas regulatorias que salvaron vidas. Sin embargo, en el cambio climático, la lucha por la verdad sigue en pie, con fuerzas poderosas tratando de mantener el statu quo, lo que pone en riesgo el futuro del planeta.

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