La imagen que se presenta en los mitines de Trump es una de apasionada lealtad, un fervor que se extiende a través de un público diverso, aunque en gran parte homogéneo en cuanto a su ideología y postura frente a temas cruciales como la inmigración y la seguridad. Los vehículos que se estacionaban cerca del lugar eran en su mayoría SUVs y crossovers de última generación, un indicio del tipo de público que acudía al evento. Entre los asistentes, había una sorprendente cantidad de mujeres y jóvenes, aunque la diversidad racial era casi inexistente. A pesar de la lluvia y las dificultades para escuchar detalles con claridad, las conversaciones que alcanzaron a ser escuchadas daban cuenta de un entusiasmo palpable, sobre todo hacia la figura de Trump y su manera de manejar la política.
Lo que predominaba en las discusiones era la admiración por su actitud desafiante, su negativa a ceder ante la presión de los medios establecidos. Para muchos, Trump representaba un cambio radical en la política, alguien dispuesto a decir y hacer lo que pensaba sin temor a las consecuencias. Este desdén por lo políticamente correcto, sumado a su postura firme en temas como la inmigración y la defensa de los intereses nacionales, lo convertía en un líder que inspiraba confianza. Los asistentes no solo aplaudían sus políticas, sino que también compartían su visión de un país que debía protegerse de las amenazas externas, tanto físicas como ideológicas.
El discurso de Trump en este contexto no difería mucho de sus intervenciones anteriores, aunque la mención a la política migratoria adquirió un tono de urgencia particular. Propuso la anulación de la "ciudadanía por nacimiento", atacó la "migración en cadena" y denunció el fenómeno del "turismo de nacimientos". La multitud reaccionaba a estos puntos con vítores y aplausos, especialmente cuando Trump mencionaba las caravanas migratorias que se dirigían hacia la frontera sur de los Estados Unidos, destacando el peligro que representaban para la seguridad nacional. En esta narrativa, los migrantes, especialmente los hombres jóvenes, eran vistos como una amenaza directa, un ejército de invasores al que había que detener a toda costa. La idea de militarizar la frontera con miles de soldados parecía ser una propuesta ampliamente apoyada entre los presentes.
En este contexto, las figuras políticas opositoras eran vistas como débiles y traidoras, incapaces de enfrentar los desafíos que representaban las fuerzas externas. Trump, por el contrario, era percibido como el único líder con la firmeza necesaria para proteger al país. Cualquier mención de figuras como Hillary Clinton era rápidamente respondida con el cántico de "enciérrenla", un símbolo del rechazo absoluto hacia lo que representaba la oposición política.
El mito de un país invadido por los "bárbaros" se construía a partir de una retórica de exclusión, una visión del mundo que dividía a los "verdaderos estadounidenses" de aquellos que no encajaban en el molde cultural y social que Trump y sus seguidores promovían. En este marco, la lealtad a Trump no era solo una cuestión política; era una cuestión de identidad. Defender al presidente era defender los valores fundamentales de la nación frente a lo que se percibía como una amenaza existencial.
Lo interesante de esta dinámica es que, al regresar de un mitin de Trump y relatar la experiencia a sus colegas en la universidad, el autor fue recibido con incredulidad y desconfianza. Las preguntas que surgieron apuntaban a un desconocimiento profundo sobre la base de apoyo de Trump: ¿Cómo es posible que alguien pueda respaldar a un líder tan polarizador? ¿Qué motiva a esta gente a seguirlo? Estas preguntas reflejan la incomprensión que existe entre aquellos que se oponen a Trump y quienes lo apoyan de manera fervorosa. La distancia entre los dos grupos es abismal, y entender las motivaciones de los otros parece cada vez más complicado.
El hecho de que alguien no apoye a Trump no lo hace automáticamente incapaz de comprender las motivaciones de sus seguidores. De hecho, a menudo es más fácil para un crítico de Trump analizar su base de apoyo desde una distancia analítica, pues la cercanía emocional tiende a nublar el juicio. Comprender las posturas políticas ajenas no es cuestión de simpatizar con ellas, sino de ser capaz de analizar las estructuras subyacentes que las impulsan.
Lo que realmente subyace en el apoyo a Trump es una visión del mundo marcada por el miedo, la exclusión y el deseo de recuperar un poder percibido como perdido. La política de Trump no se basa en una propuesta positiva de cómo debe ser el futuro, sino en una reacción a lo que se considera una amenaza directa al estilo de vida tradicional. Esta mentalidad securitaria, que ve al otro como una amenaza, ha impregnado a gran parte de su base, transformando el apoyo en una causa existencial. Para entender este fenómeno es necesario ir más allá de los hechos y las cifras, y tratar de comprender cómo se configura una visión del mundo que ve al "extraño" como un enemigo.
¿Cómo se dividen los seguidores más fieles de Trump según sus preocupaciones y valores?
Entre los seguidores más fervientes de Donald Trump, surgen diversas categorías que reflejan preocupaciones y valores distintos. Aunque todos comparten un apoyo inquebrantable hacia su figura, sus motivaciones pueden ser profundamente diferentes. A través de un análisis detallado, podemos identificar cuatro tipos principales de seguidores: los securitarios, los guerreros sociales, los preocupados por la economía y los partidarios del Tea Party. Cada uno de estos grupos se distingue por sus propios intereses y prioridades, lo que permite una comprensión más matizada de su relación con el ex presidente.
El grupo más numeroso es el de los securitarios, que representan aproximadamente el 59.3% de los seguidores más leales de Trump. Este grupo se caracteriza por su enfoque primordial en temas relacionados con la seguridad nacional y la inmigración. Para los securitarios, el principal motivo de su apoyo es la percepción de que el país está amenazado por factores externos e internos que requieren una protección estricta. Aunque la defensa nacional y la inmigración se mencionan con mayor frecuencia, también hay un trasfondo de preocupaciones sobre la seguridad personal, familiar y grupal. Esta orientación hacia la seguridad puede reflejar una sensación de vulnerabilidad o de desconfianza hacia lo que perciben como elementos extraños o peligrosos para su forma de vida.
Un 14.9% de los seguidores de Trump encajan en el grupo de los guerreros sociales, que valoran principalmente cuestiones de derechos religiosos, aborto y temas relacionados con la moralidad pública. Este grupo pone un fuerte énfasis en la defensa de lo que consideran los valores tradicionales y se sienten motivados a proteger lo que perciben como los pilares de una sociedad moralmente sana. Para estos seguidores, la política no es solo una cuestión de seguridad o economía, sino una lucha por mantener un orden social y cultural acorde con sus creencias religiosas y morales.
En un porcentaje considerable, alrededor del 12%, se encuentran los preocupados por la economía. Estos seguidores tienden a preocuparse por cuestiones más amplias como la desigualdad económica, la salud y el empleo. A menudo, las preocupaciones sobre el futuro económico del país son el factor determinante en su apoyo, y buscan soluciones que prioricen el bienestar económico y la estabilidad financiera. Sin embargo, es importante señalar que este grupo no necesariamente tiene un enfoque claro hacia el intervencionismo estatal, sino más bien hacia una política económica que fomente el libre mercado y la mínima intervención gubernamental.
Finalmente, un 11.1% de los seguidores de Trump se alinean con el grupo de los partidarios del Tea Party, cuyo principal interés se centra en el gasto gubernamental, los impuestos y la regulación estatal. Este grupo se caracteriza por su aversión al gobierno grande y su preferencia por políticas económicas que favorezcan la reducción de impuestos y la desregulación. La ideología subyacente a estos seguidores está muy influenciada por el libertarismo, que promueve una menor intervención del estado en la vida de los ciudadanos y un mayor énfasis en la autonomía individual.
Aunque los securitarios representan el grupo más grande y dominante, no todos los seguidores de Trump se agrupan exclusivamente en esta categoría. Alrededor del 40% de sus seguidores se identifican con otras preocupaciones, ya sea por valores sociales, cuestiones económicas o una preferencia por políticas de menor intervención estatal. Este desglose muestra que el apoyo a Trump no es un fenómeno homogéneo, sino que está formado por una coalición de individuos con diferentes motivaciones y prioridades.
Los datos también revelan algunas diferencias demográficas entre estos grupos. Los securitarios, por ejemplo, tienden a tener una situación financiera más estable en comparación con los seguidores más preocupados por la economía. Estos últimos tienden a estar en una posición económica más precaria. Sin embargo, en cuanto a educación y composición racial, no se observan diferencias significativas entre los distintos grupos de seguidores de Trump.
Es importante notar que este análisis, aunque detallado, no debe llevar a la conclusión de que todos los seguidores de Trump son homogéneos o que sus preocupaciones se limitan únicamente a los temas mencionados. En realidad, los intereses y valores de estos grupos pueden variar considerablemente, incluso dentro de cada categoría. Por ejemplo, aunque los securitarios prioricen la seguridad, algunos de ellos también pueden compartir preocupaciones económicas o sociales. La multiplicidad de factores que influyen en su apoyo a Trump refleja una complejidad mucho mayor que la simple división entre seguridad, economía o valores sociales.
El análisis de estos grupos permite entender mejor los diversos matices que componen el apoyo a Trump, y cómo este fenómeno no solo está determinado por un conjunto limitado de preocupaciones, sino por un entramado de factores que abarcan desde la seguridad nacional hasta los derechos sociales y la intervención estatal en la economía. La clave, por lo tanto, está en reconocer que los seguidores de Trump no son un bloque monolítico, sino una coalición diversa cuyas preocupaciones y valores varían según el grupo al que se pertenezca.
¿Cómo comprenden y se alinean diferentes arquetipos de personas con el apoyo a figuras políticas como Donald Trump?
Existen múltiples maneras en las que los individuos justifican su apoyo a figuras políticas como Donald Trump, y esas justificaciones están profundamente influenciadas por sus valores, percepciones sociales y experiencias personales. Este capítulo describe cuatro arquetipos ficticios que representan diversas formas de entender la política y la vida en sociedad a través del prisma de la devoción a un líder político. Cada arquetipo refleja un conjunto de creencias y actitudes que ayudan a entender los motivos detrás del apoyo a un líder populista y cómo estos grupos encarnan diferentes facetas de la sociedad estadounidense contemporánea.
Daniella Brunson es un ejemplo de la llamada "guerrera social", una mujer blanca, de cincuenta y seis años, que vive en un pequeño pueblo y tiene una visión conservadora sobre cuestiones sociales como el aborto. Para Daniella, el aborto es un asesinato, y su postura está fuertemente influenciada por sus creencias religiosas. Aunque inicialmente no apoyaba a Trump en las primarias republicanas de 2016, con el tiempo llegó a admirar su enfoque en la designación de jueces conservadores y la implementación de leyes más estrictas sobre el aborto. Su visión del mundo está profundamente ligada a la idea de que el comportamiento político y social debe alinearse con los valores cristianos. Su rechazo hacia la corrección política es evidente, y prefiere la franqueza y la claridad en el discurso. La figura de Trump, con su lenguaje provocador y su postura firme sobre ciertos temas, la atrae, pero no sin cierto conflicto interno, especialmente debido a su lenguaje rudo y su comportamiento en las redes sociales.
Por otro lado, Bill Schendts representa al "preocupado económicamente". A sus cuarenta años, Bill es un hombre blanco que trabaja en dos empleos y aún no logra cubrir sus necesidades básicas debido al alto costo de vida en su ciudad. Su frustración con el sistema es palpable; su apoyo a Trump proviene de la esperanza de que un empresario exitoso pueda comprender sus dificultades y mejorar la economía para personas como él. Aunque sus problemas inmediatos están lejos de ser raciales o sociales, el resentimiento hacia las élites educadas y ricas, junto con la preocupación por la brecha de ingresos, son sus principales motivadores. Bill ve a Trump como una posible solución a sus problemas económicos, sin importar las diferencias ideológicas que pueda tener con él en otros temas.
Britt Kittleston, por su parte, encarna a un hombre de mediana edad que representa al "teapartista", una figura que valora la independencia personal y tiene una visión escéptica hacia el gobierno. Aunque financieramente estable, Britt está cansado de las estructuras que considera ineficaces y corruptas. La postura desafiante de Trump, que actúa sin importar las consecuencias, lo cautivó. No le interesa la corrección política y cree firmemente en la libertad personal. Para él, las diferencias sociales y raciales se pueden superar si las personas se esfuerzan, pero no piensa que el gobierno deba intervenir. La política para Britt es una cuestión de actitud y de vivir según sus propias reglas, sin someterse a lo que considera imposiciones morales de otros grupos.
Finalmente, Ralph Reburg es el arquetipo del "segurista", alguien que valora la seguridad y el orden por encima de todo. A sus setenta años, Ralph ha sido testigo de un mundo en el que la seguridad de la nación y la identidad estadounidense eran mucho más claras y definidas. Aunque no tiene un interés particular en temas como el racismo o la pobreza, su preocupación por la inmigración y el cambio social es evidente. Para Ralph, Trump representa una figura que entiende la necesidad de proteger a los "americanos reales" de amenazas externas e internas. Su visión de la política se centra en la seguridad, el poder militar y el fortalecimiento de las instituciones nacionales. La llegada de inmigrantes a su comunidad es vista como una amenaza que debe ser detenida, y cree que la defensa de los valores tradicionales es la clave para enfrentar los desafíos del futuro.
Cada uno de estos arquetipos ofrece una perspectiva única sobre los motivos detrás del apoyo a Trump, pero todos comparten una profunda desconfianza en las estructuras tradicionales del poder y la política. La admiración por Trump no proviene solo de su retórica populista, sino también de su capacidad para representar a aquellos que sienten que han sido dejados de lado por el sistema. Si bien cada uno de estos grupos tiene preocupaciones y valores distintos, todos están unidos por una visión común de que el cambio es necesario, pero que debe provenir de una figura fuerte que desafíe el statu quo y represente sus intereses.
Es importante comprender que estos arquetipos no son monolíticos ni homogéneos. Aunque cada uno de ellos tiene creencias y preocupaciones que pueden parecer claras y consistentes, sus puntos de vista y valores son matices de una realidad mucho más compleja. En la sociedad contemporánea, la política no se reduce a un conjunto de posiciones unidimensionales; se trata de una amalgama de creencias, emociones y experiencias personales que configuran las decisiones políticas de los individuos. Por lo tanto, el análisis de estos arquetipos no debe reducirse a una simple identificación con un líder, sino que debe comprenderse en el contexto de una lucha más amplia por la identidad, la seguridad y la justicia en la sociedad moderna.
¿Cómo las divisiones internas en el Partido Republicano afectan su visión sobre la seguridad y la cooperación internacional?
Las tensiones dentro del Partido Republicano, especialmente entre los securitaristas y aquellos más inclinados a trabajar con aliados tradicionales, han creado una división palpable que repercute directamente en las políticas de seguridad y relaciones exteriores. Por un lado, los securitaristas aislacionistas, seguidores de figuras como Donald Trump, prefieren un enfoque unilateral, desconfiando profundamente de la capacidad de otros países para garantizar la seguridad de Estados Unidos. Esta desconfianza se extiende a todo aquel que no forme parte de su visión interna del mundo, considerándolos más una amenaza que una ayuda.
En contraposición, los securitaristas intervencionistas, como lo fue Rex Tillerson, secretario de Estado en el gobierno de Trump, ven en la colaboración internacional una estrategia necesaria para la estabilidad global, aunque sin abandonar su postura de defensa nacional estricta. Para ellos, trabajar con aliados sigue siendo una forma válida de proteger los intereses nacionales, pero con una clara visión de que la seguridad sigue siendo, en última instancia, responsabilidad de los propios Estados Unidos.
El Partido Republicano se ve entonces atrapado entre estas dos posturas antagónicas. Por un lado, están los que rechazan cualquier forma de cooperación con naciones externas, argumentando que solo a través del aislamiento se puede garantizar la seguridad nacional. Por otro, están los que reconocen la interdependencia global y buscan un equilibrio que permita mantener la seguridad sin renunciar a la cooperación. Estos últimos comprenden que el mundo actual exige una visión más compleja de la política exterior, en la que se debe reconocer que la fortaleza de un país no solo depende de su capacidad de defensa propia, sino también de la solidez de sus alianzas internacionales.
En cuanto a los efectos de estas divisiones, es crucial entender que las relaciones exteriores de Estados Unidos no se determinan únicamente por las necesidades inmediatas de seguridad, sino por las identidades políticas que los actores promueven dentro de su propio país. Mientras los securitaristas aislacionistas ven a los aliados como una carga, aquellos con una visión más internacionalista consideran que la estabilidad mundial solo se puede alcanzar a través de la colaboración. Así, las tensiones internas no solo dificultan la formulación de políticas exteriores, sino que también crean un ambiente político polarizado donde las soluciones a los problemas globales se ven constantemente obstaculizadas por diferencias ideológicas profundas.
Es importante comprender que los securitaristas no solo temen a las amenazas externas, sino también a la influencia y la infiltración de culturas y valores ajenos a los de la nación. Esta postura alimenta un sentimiento de exclusión, no solo en el ámbito de la seguridad, sino también en la política interna y en la percepción del "otro", entendiendo al inmigrante o al aliado externo como un potencial desestabilizador. Este miedo a lo desconocido y la desconfianza hacia lo ajeno, incluso en tiempos de cooperación, son la base de una política de aislamiento que, si no se gestiona adecuadamente, puede generar más conflictos internos que externos.
Lo que a menudo se pasa por alto en estas divisiones es que, mientras los securitaristas aislacionistas se centran en defender su territorio frente a los enemigos, los republicanos más cooperativos luchan por mantener la idea de una democracia que no se vea erosionada por el miedo constante. La seguridad no debe entenderse solo como una cuestión de defensa militar, sino también como la capacidad de un país para preservar sus valores democráticos y sus relaciones con el mundo exterior. Los unitarios, aquellos que defienden la cooperación y la interacción con otras naciones, suelen ver en la democracia un bastión contra el autoritarismo y las amenazas internas, algo que muchos securitaristas tienden a subestimar.
Por último, es esencial reconocer que las dinámicas entre securitaristas y unitarios no se limitan a la política exterior, sino que influyen profundamente en la percepción que se tiene de la democracia misma. Mientras que los securitaristas tienden a ver la democracia como una vía de empoderamiento de los "extranjeros" y las "minorías", los unitarios entienden la democracia como la única defensa viable frente a la concentración del poder en manos de una élite interna. Esta diferencia fundamental entre las visiones de democracia y seguridad es lo que perpetúa el conflicto dentro del Partido Republicano y más allá.
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