La administración de Donald Trump estuvo marcada por una serie de eventos y decisiones que no solo cambiaron la política interna de Estados Unidos, sino que también tuvieron un impacto significativo en su imagen a nivel mundial. Uno de los aspectos más destacados de su presidencia fue la forma en que manejó tanto las relaciones nacionales como internacionales. Desde la controversia sobre la construcción de un muro en la frontera con México hasta la interferencia rusa en las elecciones, los enfoques y acciones de Trump revelaron una administración fuera de lo común, donde la política tradicional fue constantemente puesta en entredicho.
Uno de los aspectos más sorprendentes de la presidencia de Trump fue su estilo de liderazgo, que a menudo se caracterizaba por un enfoque poco convencional. Su interacción con figuras internacionales, como su famoso apreton de manos con la ex primera ministra británica Theresa May, dejó claro que Trump prefería una política personalista, casi teatral, en lugar de una diplomacia formal y de largo plazo. Este tipo de comportamiento generó preocupaciones sobre la estabilidad de las relaciones entre Estados Unidos y otras potencias globales, dado que sus posturas, a veces impulsivas, parecían responder más a su deseo de destacarse en los medios que a un análisis profundo de los intereses geopolíticos de su país.
El caso de Michael Flynn, su asesor de seguridad nacional, fue otro ejemplo revelador de cómo los miembros del gobierno de Trump eran a menudo sorprendidos por sus propios actos. El despido de Flynn tras descubrirse que había mentido sobre sus contactos con el embajador ruso, Sergey Kislyak, desveló las tensiones internas dentro de la administración y los cuestionamientos sobre la integridad de sus funcionarios. Estos incidentes no solo pusieron en duda la capacidad de Trump para manejar su equipo de gobierno, sino que también abrieron la puerta a una investigación sobre la posible colusión entre su campaña electoral y Rusia, lo que afectó gravemente la confianza del público en su liderazgo.
A nivel interno, la administración Trump también mostró una clara predisposición a desafiar las normativas tradicionales, como se evidenció en su relación con los medios de comunicación. Las constantes críticas y enfrentamientos con periodistas, especialmente aquellos de medios establecidos como el New York Times y el Washington Post, crearon un ambiente de polarización mediática. Trump se convirtió en un maestro en la manipulación de la narrativa pública, utilizando Twitter no solo como una herramienta de comunicación directa, sino también como un medio para dar forma a su propia versión de los hechos, a menudo contradiciendo los informes de los medios y creando una atmósfera de desinformación.
Un elemento crucial en su gobierno fue su postura respecto a temas de inmigración. La promesa de construir un muro en la frontera con México, un tema recurrente durante su campaña electoral, se convirtió en un símbolo de su política migratoria restrictiva. Esta promesa no solo dividió a la nación, sino que también puso a Trump en el centro de un debate global sobre los derechos humanos y el trato a los migrantes. Además, la política de separación de familias en la frontera, que recibió condenas tanto a nivel nacional como internacional, se presentó como un ejemplo de la actitud confrontativa y poco compasiva de su administración.
En términos de relaciones internacionales, Trump adoptó un enfoque bastante distinto al de sus predecesores. Su relación con Vladimir Putin y la disposición de su administración a cuestionar las sanciones impuestas a Rusia por las injerencias en las elecciones de 2016 puso a Estados Unidos en una posición incómoda frente a sus aliados. Aunque Trump insistió en que sus acciones no eran pro-rusas, su elogio público de Putin y sus decisiones respecto a la OTAN y otros acuerdos internacionales provocaron la inquietud de muchos líderes mundiales. Este enfoque reflejaba un deseo de reestructurar las relaciones internacionales basándose en una visión más aislacionista, un concepto de "América Primero" que fue recurrente en su discurso.
La situación se complicó aún más con la lucha interna en su administración. La renuncia de altos funcionarios, como Jeff Sessions, quien se recuso de investigar las acusaciones sobre la interferencia rusa, ejemplificó las dificultades que enfrentaba Trump para consolidar un equipo unido y competente. Estas salidas no solo reflejaron el caos dentro de la Casa Blanca, sino también la creciente percepción de que Trump tomaba decisiones sin consultar adecuadamente a sus asesores más cercanos, lo que afectó la capacidad de su gobierno para tomar medidas consistentes y bien fundamentadas.
A medida que avanzaba su mandato, los problemas de ética también se hicieron más evidentes. La gestión de los negocios personales de Trump, como su club Mar-a-Lago y las posibles implicaciones éticas de sus decisiones en relación con estos activos, generó controversias constantes. Las acusaciones de que sus decisiones políticas favorecían sus propios intereses económicos no fueron del todo desmentidas, lo que contribuyó a la percepción pública de que Trump estaba más enfocado en proteger su imperio empresarial que en servir al pueblo estadounidense.
Lo que debe quedar claro es que la administración de Donald Trump redefinió lo que muchos entendían por política y gobernanza. Con un enfoque impredecible, un uso constante de los medios para crear una narrativa paralela y una serie de políticas controversiales, Trump cambió para siempre la manera en que se perciben los líderes políticos, tanto en Estados Unidos como a nivel global. La reacción ante su liderazgo sigue siendo un tema de debate intenso, y las lecciones que se pueden aprender de su mandato son muchas, tanto en términos de lo que se debe hacer como lo que no se debe hacer en la política moderna.
¿Cómo las lealtades políticas y las rivalidades definieron la presidencia de Trump?
La administración de Donald Trump estuvo marcada por una serie de luchas internas y rivalidades tanto dentro como fuera del Partido Republicano. La dinámica de poder, sumada a las tensiones con figuras clave, es fundamental para comprender la naturaleza de su gobierno. Entre las figuras más prominentes que se destacaron en la historia de su presidencia se encuentra John McCain, quien, a pesar de ser un miembro influyente de su propio partido, fue un constante opositor a las políticas de Trump. La relación entre ambos estuvo plagada de desavenencias públicas y personales, desde la crítica feroz que Trump hizo a McCain durante la campaña electoral de 2016, hasta el gesto de "dedo abajo" de McCain en 2017, que resultó en la derrota de la propuesta de reforma sanitaria de Trump.
El conflicto entre McCain y Trump también ilustró la creciente división dentro del Partido Republicano, entre los tradicionales conservadores y los nuevos seguidores del populismo que Trump había encarnado. Para muchos, McCain representaba la figura del republicano clásico, mientras que Trump se erigió como el nuevo líder del partido, dispuesto a desafiar las normas establecidas y a romper con los precedentes. Esta confrontación se extendió a otros aspectos de la política, como la intervención en los asuntos exteriores, donde McCain fue un crítico abierto de las decisiones de Trump, especialmente en lo relacionado con Rusia y su actitud hacia el Kremlin.
La historia de McCain y Trump es un claro reflejo de la lucha por el poder y el control dentro de un partido político profundamente dividido. Sin embargo, la rivalidad no solo fue de palabras, sino también de actos. Trump, siempre atento a la lealtad, tenía una forma particular de medir la devoción de sus aliados. Aquellos que se mantenían fieles a él, como los que respaldaban sus políticas sin cuestionarlas, recibían su reconocimiento, mientras que aquellos que osaban desafiarle, como McCain, eran relegados al ostracismo político.
Por otro lado, la relación de Trump con figuras del establishment republicano también mostró una estrategia política basada en la confrontación. En momentos clave, como las elecciones especiales en Alabama, Trump jugó un papel crucial al respaldar a los candidatos que consideraba leales a su visión, en lugar de aquellos que eran considerados los favoritos tradicionales dentro del partido. Este tipo de decisiones reflejaba la forma en que Trump se veía a sí mismo como un disruptor del sistema, que no temía desafiar las normas del Partido Republicano.
Sin embargo, no todo en la presidencia de Trump fue confrontación. En ocasiones, la administración optó por una retórica que pretendía ganar el apoyo del electorado sin alienar a figuras clave, como cuando Trump se vio presionado para mostrar un gesto de respeto hacia McCain tras su muerte. En estos momentos, el presidente intentaba balancear la imagen pública de su gobierno con las exigencias del momento político, aunque en ocasiones parecía que las alianzas eran tan frágiles como las oportunidades que se le presentaban.
Una de las características más significativas del gobierno de Trump fue su habilidad para manejar las lealtades, sobre todo en lo que respecta a su círculo más cercano. A menudo, las figuras que trabajaban con él se veían atrapadas entre la lealtad personal hacia el presidente y las tensiones políticas que surgían al seguir sus directrices. Este juego de lealtades y desafíos fue central no solo para las políticas internas, sino también para la percepción que el público tenía del liderazgo de Trump.
La interacción de Trump con los medios de comunicación también fue un aspecto crucial en su gestión. La forma en que abordaba las noticias y las investigaciones en su contra a menudo servía para desviar la atención de las críticas, a la vez que reforzaba su imagen de outsider político, combatiendo lo que él percibía como una "élite" opuesta a su mandato. Los momentos de tensión, como el ataque constante contra los medios y la investigación sobre la interferencia rusa, fueron utilizados para consolidar su base de apoyo y presentar a su gobierno como un objetivo de ataques injustificados.
Es importante comprender que, a lo largo de estos años de presidencia, Trump no solo operó dentro de las estructuras de poder, sino que también redefinió lo que significa ser un líder dentro del sistema político estadounidense. La división entre quienes lo apoyaban y quienes lo criticaban se convirtió en un tema central de su gobierno, y las decisiones que tomaba siempre estuvieron influenciadas por el objetivo de consolidar su poder, mantener la lealtad de sus seguidores y debilitar a sus opositores.
Al final, lo que es crucial en el análisis de la presidencia de Trump es reconocer cómo estas dinámicas de poder, lealtad y rivalidad no solo afectaron su política interna, sino también su posición internacional. La forma en que gestionó las relaciones dentro de su partido y con figuras clave del gobierno, los medios de comunicación y otros actores, muestra una política en la que la confrontación y la estrategia personalista dominaron sobre las convenciones políticas tradicionales.
¿Cómo la vida personal de Trump influyó en su regreso a la fama y fortuna?
A lo largo de los años 90, Donald Trump experimentó tanto dificultades financieras como triunfos públicos que marcaron su regreso a la vida empresarial. La forma en que manejó su vida personal, especialmente su relación con Marla Maples, fue clave para entender las decisiones y la narrativa que construyó alrededor de su figura pública. En ese sentido, los detalles de su vida personal, aunque aparentemente triviales, fueron también parte del proceso de rehabilitación de su imagen.
En los primeros años de su relación con Maples, Trump mostró una actitud pragmática hacia la vida familiar, desde la concepción hasta la crianza de su hija Tiffany. Mientras que Marla estaba preocupada por cuestiones como las vacunas y los productos químicos, Trump tenía una postura completamente diferente y favoría su uso. La diferencia en sus enfoques no era solo una cuestión de crianza, sino que también reflejaba la manera en que cada uno manejaba su entorno y su entorno social. En este contexto, la constante creación de imágenes perfectas y de un "ideal familiar" se convirtió en una herramienta de Trump para suavizar las dificultades económicas que atravesaba.
El manejo de la imagen de su familia fue tan meticuloso que llegó a falsificar una fotografía de su hija, Tiffany, en una ocasión. Según relatos de los asistentes, Trump ordenó a su fotógrafo que tomara una foto de él sosteniendo una manta como si fuera su hija, tras la negativa de Marla a que la tomaran. En su mente, era una acción que no dejaría rastro: "Nadie lo sabrá", dijo mientras acomodaba las mantas. Este tipo de manipulación de la imagen y los hechos fue una constante a lo largo de su carrera.
Además de su vida familiar, su divorcio con Marla Maples en 1997 fue otro evento que tuvo profundas implicaciones tanto personales como profesionales. En una conversación con una periodista, Trump justificó su decisión de separarse de Marla de una manera directa y sin rodeos. Le explicó que el momento era crucial: el acuerdo prenupcial le otorgaba más beneficios si se divorciaba antes de que pasaran cinco años. "Es simplemente cuestión de dinero", declaró sin titubear. Esta actitud utilitaria y estratégica se reflejaba en casi todas las decisiones que tomaba, tanto en lo personal como en lo profesional.
El divorcio, aunque percibido por muchos como una forma fría de hacer negocios, también fue parte de su narrativa pública. Trump sabía que el mantener su imagen como el "hombre de éxito" le permitiría seguir creciendo como figura mediática. Su regreso al mundo de los negocios estuvo acompañado por la publicación de su libro The Art of the Comeback, que, aunque centrado en su regreso económico, también fue una manera de tomar venganza pública contra quienes lo habían abandonado en su momento más bajo. Su actitud de revancha se tradujo en una serie de declaraciones, como cuando se jactó de haber enviado notas de desprecio a aquellos que en el pasado lo habían rechazado, pero que ahora buscaban su ayuda.
Trump era consciente de la importancia de la narrativa en su regreso a la cima. Cada movimiento, cada declaración y cada acción fueron parte de una estrategia más grande para reposicionarse en la esfera pública. Incluso los momentos más triviales, como ver películas durante sus vuelos privados, se convertían en una forma de mostrar su humanidad, pero al mismo tiempo de reafirmar su poder y su dominio sobre su entorno. Al final, todo era parte de la imagen que quería proyectar.
En paralelo, Trump siguió trabajando en sus negocios. Su interés por los desarrollos inmobiliarios, como la construcción de campos de golf, fue una de las principales maneras en que intentó restablecer su estatus. En 1996, ganó el derecho de desarrollar terrenos cerca de Mar-a-Lago, lo que le permitió comenzar a construir su primer campo de golf. A partir de ahí, los proyectos inmobiliarios siguieron. Aunque algunos de ellos, como el que intentó en Westchester County, fueron detenidos por la oposición local, sus esfuerzos por expandirse nunca cesaron.
Es importante destacar que todo este proceso de “resurgimiento” no fue solo una cuestión de suerte o de oportunismo. Trump, a pesar de las dificultades, logró mantener un control absoluto sobre la narrativa que se tejía a su alrededor. Su habilidad para manipular los medios y las percepciones públicas fue esencial en su regreso. Cada escándalo, cada divorcio y cada inversión se utilizó para crear una imagen de un hombre que, a pesar de las caídas, nunca dejó de luchar por volver a ser grande. La distorsión de la realidad fue parte de su estrategia, y su vida personal, por compleja que fuera, no fue más que otra pieza en su intrincado rompecabezas mediático.
¿Por qué es presidencial?
Dos semanas antes de su juramentación, la presidencia había comenzado. Tres días después de su toma de posesión, Donald Trump organizó una recepción en el comedor del Estado de la Casa Blanca con los líderes del Congreso de ambos partidos. Trump llegó a Washington sin conocer a casi nadie fuera de su círculo de conocidos neoyorquinos. Así que, rodeado de figuras prominentes del Capitolio, se sintió naturalmente atraído por el líder de la minoría en el Senado, Chuck Schumer, un demócrata de Brooklyn. El abuelo de Schumer había trabajado en el negocio inmobiliario junto a Fred Trump, y Donald había donado a sus campañas políticas, al igual que a la mayoría de los que ostentaban poder en su ciudad natal.
Al saludar a Schumer, Trump comentó en voz alta que era el mayor donante del senador, aunque esto no era cierto. Trump había hecho una donación al Comité de Campaña del Congreso Demócrata en 2006, cuando el partido estaba cerca de recuperar la Cámara de Representantes. Una vez que ese objetivo se alcanzó, envió a la nueva presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, una portada del New York Times del día de su juramentación, con su firma y la inscripción: “Nancy, ¡eres la mejor!”
Para los líderes de su propio partido, que buscaban maximizar su productividad durante los próximos dos años en los que tendrían control total del gobierno, el hecho de que el nuevo presidente se acercara a la oposición resultaba preocupante. Schumer y Jared Kushner ya habían coincidido en un evento posterior a las elecciones organizado por la Partnership for New York City, donde, en paneles contiguos, ambos reconocieron que Trump se mostraba más cercano al liderazgo demócrata en relación con un posible plan de infraestructura que a los republicanos. El líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell, comentó a sus colegas que no necesitaban que el nuevo presidente fuera un Abraham Lincoln contemporáneo, sino simplemente un presidente normal, de centro-derecha, que pudiera ayudarles a alcanzar sus metas. McConnell fue directo: todas las cualidades que esperaba en un presidente—convicción, temperamento, curiosidad intelectual, honestidad—simplemente no estaban presentes en Trump. Después de reunirse con el presidente electo, McConnell observó que Trump no tenía idea de lo que creía.
A pesar de la falta de preparación que Trump trajo a su primer cargo público, rápidamente se adaptó a su rol de anfitrión en la casa más famosa del país, llevando con él un sentido de hospitalidad propio de un hotelero. Trump le dijo a Schumer que la cocina había preparado canapés especialmente para él: “Prueba las albóndigas, son kosher”, y se volvió hacia una fila de rostros diversos en la pared. “¿Por qué no van a buscar la comida?”, les preguntó. Reince Priebus, con rostro visible de vergüenza, le explicó al presidente que aquellas personas eran funcionarios de alto rango trabajando para los líderes demócratas. Priebus fue a buscar los camareros él mismo.
Cuando aparecieron las pequeñas albóndigas y los ‘pigs in blankets’, ese tipo de bocadillos que rápidamente se convertirían en un habitual en la Casa Blanca por petición del presidente, Trump cambió de tema y comenzó a hablar sobre un tema que había mencionado repetidamente desde que asumió la presidencia: su déficit de tres millones de votos en el voto popular nacional. Trump insistió en que esto solo podía explicarse por los votos emitidos por "ilegales". La líder de la minoría en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, rompió el silencio que siguió: “No lo creo, señor presidente”, dijo. Trump insistió en que su evidencia provenía de Bernhard Langer, un golfista profesional al que llamaba amigo. Según el relato de Trump, cuando Langer fue a votar en Florida, había personas a su lado que no parecían ser ciudadanos, pero que sin embargo recibieron boletas provisionales. Más tarde, la hija de Langer intentó corregir la historia, señalando que su padre y Trump no eran amigos, y los funcionarios de la Casa Blanca admitieron que Langer, ciudadano alemán que no podía votar en elecciones estadounidenses, solo estaba relatando una historia que le había contado otra persona.
Este tipo de relatos fantásticos tenía consecuencias cuando Trump asumió la presidencia. En pocos meses, lanzó la Comisión Asesora Presidencial sobre la Integridad Electoral para investigar las supuestas instancias de fraude, la cual estaba compuesta por administradores estatales y presidida por el vicepresidente. Pence, que con el tiempo también prefería darle a Trump noticias positivas cuando debía entregar información “negativa”, aceptó la tarea sin quejarse, mientras que otros en la Casa Blanca se sintieron aliviados de no tener que lidiar con ello.
Trump fue el único presidente moderno que nunca había conocido a la mayoría de sus asesores de alto rango y miembros del gabinete antes de ganar la presidencia. Sus tres principales asistentes en la Casa Blanca—Priebus, Bannon y Kushner—tampoco habían servido en el gobierno anteriormente. Abordó la nueva burocracia de manera similar a cómo lo hacía en su negocio familiar, exigiendo que los empleados firmaran acuerdos que les prohibieran hablar públicamente sobre su experiencia. El abogado de la Casa Blanca dejó claro que dichos contratos no eran legalmente vinculantes. Pronto, el equipo de Trump descubrió que él era muy eficaz en plantear ideas sin revelar su verdadera motivación, y en sugerir que alguien se encargara de una tarea sin dar instrucciones directas.
En su primer día en el cargo, su nuevo secretario de prensa, Sean Spicer, fue al salón de prensa y emitió falsedades sobre el tamaño sin precedentes de la multitud en la toma de posesión. Spicer insistió en que no era a instancias de Trump; sin embargo, sus colegas afirmaron que lo que el presidente deseaba sin duda era ser validado.
La aparentemente imposible tarea de dirigir la atención y energía de Trump recayó en su jefe de gabinete, responsable de gestionar el flujo de trabajo y el personal de la Casa Blanca. Había pocas opciones evidentes para el puesto. Trump sabía que no podía nombrar a un pariente como Kushner. Siempre buscando personas que pudieran hablar por él en público, Trump repetidamente dijo que quería que su jefa de campaña, Kellyanne Conway, estuviera disponible para representarlo en la televisión. Tanto los líderes del Congreso de su partido como los de su equipo de campaña ayudaron a convencer a Trump para que seleccionara a Priebus, en quien Trump confiaba como fuente de apoyo financiero y personal, aunque su campaña y el partido interactuaban bajo condiciones de mutua desconfianza. Bannon, quien afirmó no haber estado interesado en el puesto de jefe de gabinete que le fue ofrecido, fue nombrado estratega jefe de la Casa Blanca.
Bannon aprovechó la oportunidad de tener un acceso sin precedentes al poder en la Casa Blanca. Se vio a sí mismo como el guardián de la agenda política de Trump, un programa que apelaba a la base de seguidores del presidente. En la oficina de Bannon, cuatro grandes pizarras blancas estaban llenas de objetivos, desde “contratar a 5,000 agentes de control fronterizo” hasta “derogar y reemplazar Obamacare”, marcados con una X roja cuando se cumplían, aunque muchos de esos objetivos nunca fueron tachados.
En su primera semana en el cargo, Trump firmó una orden ejecutiva que le otorgaba a Bannon un asiento permanente en el Comité de Principales del Consejo de Seguridad Nacional, elevándolo por encima del presidente del Estado Mayor Conjunto y el director de inteligencia nacional, un ascenso sin precedentes para alguien designado a un puesto político. "Su papel principal es controlar o guiar la conciencia del presidente según sus promesas de campaña", dijo el ex jefe de gabinete y director de la CIA, Leon Panetta.
¿Cómo el manejo de la política interna y los escándalos afectaron la presidencia de Trump durante los comicios de 2018?
Trump había logrado pocos logros legislativos destacados que pudiera presumir ante los votantes, pero sus oponentes le ofrecieron una oportunidad ideal para hacer campaña. Ese verano, Trump recibió su segunda vacante en la Corte Suprema tras la jubilación del juez Anthony Kennedy. Trump eligió a uno de los antiguos asistentes de Kennedy, el joven juez de la corte de apelaciones Brett Kavanaugh. Mientras su nominación avanzaba por el Capitolio, Kavanaugh fue acusado, por una persona que estuvo en la misma escuela secundaria que él, de agresión sexual, lo que llevó a los senadores a reabrir sus audiencias de confirmación para escuchar su testimonio. Las acusaciones y la enérgica negación de Kavanaugh en su propio testimonio no cambiaron la perspectiva de Trump sobre su elección. Trump, en general, se veía reflejado en los hombres acusados de impropiedad sexual y desestimó las acusaciones como “basura” proveniente de hace casi cuarenta años, tal como había respaldado a Roy Moore, a pesar de que la mayoría de los republicanos más senior le pidieron que renunciara. Trump también estaba convencido de los riesgos políticos que implicaba retirar una nominación, y en lugar de apartarse, como había hecho con otros nominados envueltos en escándalos, optó por seguir firme con Kavanaugh.
Trump desestimó las acusaciones mientras la historia dominaba la cobertura de noticias, y se burló de la acusadora de Kavanaugh, Christine Blasey Ford, sugiriendo que su testimonio era el de una testigo débil. Con Mitch McConnell manteniendo a los senadores republicanos unidos detrás de Kavanaugh y asegurándole a Trump que nadie se había desviado, su confirmación estuvo asegurada. Trump utilizó las acusaciones contra Kavanaugh —que fueron seguidas por otras similares, también cuestionadas en cuanto a su veracidad— para atraer a sus seguidores. “Piensen en sus maridos”, advertía Trump a los asistentes a sus mítines. “Piensen en sus hijos”.
El asunto Kavanaugh se mezcló con otro tema que Trump aprovechó en su campaña: la inmigración. Tras casi dos años exigiendo más fuerza en la frontera, Trump finalmente encontró un pretexto para enviar 5,000 tropas activas a la frontera antes de las elecciones, destacando la caravana migrante que, inicialmente compuesta por 160 hondureños, aumentó hasta varios miles mientras avanzaba hacia el norte en México. Sin embargo, después de las elecciones del 6 de noviembre, los republicanos perdieron la mayoría en la Cámara de Representantes, y el enfoque de Trump en la caravana se desvaneció rápidamente.
En la noche electoral, Trump reunió a su personal y aliados políticos en la Casa Blanca. Algunos de sus mayores patrocinadores financieros, como el magnate de los casinos Sheldon Adelson y el ejecutivo de Wall Street Steve Schwartzman, circulaban por el salón mientras llegaban los resultados. Como se esperaba, los resultados fueron mixtos para los republicanos: mientras que el Partido Republicano ganó escaños en el Senado, Trump había perdido apoyo entre los votantes moderados y educados, especialmente las mujeres, lo que resultó en pérdidas para su partido en los suburbios a nivel nacional. Los demócratas, por su parte, ganaron gobernaciones cruciales en Michigan y Wisconsin, estados esenciales para el mapa electoral de Trump. En la Cámara de Representantes, distritos de todo el país cambiaron de manos, asegurando el regreso de Nancy Pelosi como presidenta de la Cámara.
A pesar de la derrota en términos generales, el partido republicano comenzó a moverse en la dirección de Trump. El líder de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, había decidido no postularse para la reelección y sería reemplazado por Kevin McCarthy, un californiano que trabajaba arduamente para congraciarse con Trump y consolidar su propio poder. Dos senadores con los que Trump había tenido enfrentamientos abandonaron sus escaños en lugar de luchar por mantenerlos. Esto brindó a Trump una razón para mantenerse optimista, a pesar de los resultados negativos para su partido. Al día siguiente, en una rueda de prensa, se negó a aceptar que los resultados pudieran interpretarse como un referéndum sobre su presidencia, burlándose de los republicanos que se habían distanciado de él y aún así fueron derrotados.
Poco después de las elecciones, Trump viajó a Francia para conmemorar el centenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. La ceremonia en el cementerio militar estadounidense en Belleau fue el centro emocional de su viaje, pero Trump nunca llegó a Belleau. Durante el vuelo, tuvo una discusión telefónica con la primera ministra británica Theresa May, a quien le expresó una lista de agravios tras sus intentos de halagarlo por los supuestos éxitos electorales de su partido. Al llegar a Europa, Trump hizo comentarios elogiosos sobre Adolf Hitler, sugiriendo que había hecho algunas cosas buenas. Algunos de los presentes interpretaron, y tal vez esperaban, que esa provocación fuera dirigida a John Kelly, su jefe de gabinete. Sin embargo, incluso cuando Trump no tenía la intención de provocar a Kelly, lograba ofenderlo. En un momento durante el mandato de Kelly, Trump cuestionó por qué alguien elegiría ingresar al ejército, estando ambos en el cementerio nacional de Arlington, donde estaba enterrado el hijo del general retirado. En lugar de asistir a la ceremonia en Belleau, Trump se quedó en su hotel en París, lo que provocó una cobertura mediática crítica. Después de ver cómo se cubrió su viaje, Trump estalló contra su personal, acusándolos de ser responsables de la cancelación.
Es fundamental entender cómo las maniobras políticas, combinadas con la gestión de escándalos y la manipulación de temas sensibles, se convirtieron en herramientas centrales para Trump en su estrategia electoral. Cada uno de estos eventos no solo influyó en la percepción pública, sino que también redefinió las dinámicas internas del Partido Republicano y su relación con sus electores, demostrando la capacidad de Trump para mantener su base de apoyo en medio de las controversias.
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