Anglin (2016) expone con crudeza que la creación de nuevos estados étnicos blancos implicaría, más allá de “golpear la raíz y remover a los judíos de nuestras sociedades”, la deportación masiva de todos los inmigrantes no blancos, independientemente de su lugar de nacimiento. En Estados Unidos, esto incluiría la repatriación a África de los descendientes de esclavos o la asignación de territorios autónomos dentro de las fronteras actuales. Esta visión extrema de “limpieza étnica” requiere inevitablemente un estado totalitario, pues solo mediante la supresión total de la democracia y la diversidad cultural se podrían llevar a cabo tales planes.
La retórica neo-nazi contemporánea, como la promovida por sitios web como The Right Stuff y su programa ‘The Daily Shoah’, no solo reproduce una nostalgia por el lebensraum hitleriano (espacio vital para la expansión racial), sino que eleva a la exterminación como método legítimo para obtener territorios y afirmar la supremacía blanca. Algunos de sus exponentes, bajo seudónimos, defienden abiertamente la “exterminación” de africanos negros, temiendo una eventual “corrupción” de las naciones blancas. Estas ideas, aunque extremas, se insertan dentro de una lógica que sostiene que la lucha racial es inevitable y que las especies superiores, según una interpretación distorsionada de la naturaleza, eliminarán a las inferiores.
Este conjunto de posturas no es ajeno a las características definitorias del fascismo, como señala Mann (2004): el estatismo autoritario, el nacionalismo excluyente y la “limpieza” como práctica política. No es casual que este discurso requiera un aparato estatal totalitario para implementarse, lo cual reafirma su profunda incompatibilidad con la democracia y el pluralismo.
Burley (2018) añade una dimensión contemporánea a estas ideas, señalando que muchos simpatizantes del alt-right prefieren no abogar explícitamente por la aniquilación de continentes enteros, sino que se inclinan hacia una versión modernizada del colonialismo. Richard Spencer, uno de los ideólogos más visibles, ha desplazado su visión de estados tribales aislados a la idea de un gran imperio blanco, reflejando un “espíritu faustiano” que impulsa a la conquista y la expansión. En su podcast, Spencer glorifica la colonización europea, interpretándola como un beneficio para los colonizados, mientras advierte que los pueblos indígenas deben ser “domados” para no convertirse en “pueblos humillados”. Esto refleja nuevamente los elementos fascistas de “trascendencia” y “limpieza”, con la guerra racial como inevitable.
Para Spencer, la raza trasciende el mero color de piel y se asemeja más a un “volksgeist” o espíritu de pueblo, concepto heredado de Johann Gottfried von Herder, que combina rasgos físicos con psicología, inteligencia, comportamiento y cultura compartida. Este volksgeist blanco abarca desde la península ibérica hasta el Cáucaso, entendiendo la identidad racial como un fenómeno integral y civilizatorio, no sólo biológico.
La confusión terminológica entre “alt-right” y “neo-nazi” es relevante. Shekhovtsov (2017) y antiguos neo-nazis como Christian Picciolini afirman que la alt-right no es más que una versión suavizada y “presentable” del neo-nazismo clásico. La evidencia de esto se hizo clara en eventos como el mitin “Unite the Right” en Charlottesville, donde se exhibieron símbolos nazis y se corearon consignas antisemitas y racistas como “Jews will not replace us” y “blood and soil”. Esta última frase encapsula el fundamento ideológico nazi que liga la identidad étnica exclusivamente a la sangre y el territorio, exaltando a la población campesina aria como el núcleo virtuoso de la raza.
Este mitin no fue sólo una manifestación política, sino un acto de pedagogía pública, donde el espacio público y los monumentos, como la estatua de Robert E. Lee, se utilizan para educar y reproducir la ideología de la supremacía blanca, mezclando la historia con la política contemporánea en un ritual de afirmación racista.
La adopción de saludos y eslóganes nazis, junto con discursos que atacan a minorías y a la prensa, refleja la continuidad ideológica entre alt-right y neo-nazismo. La retórica anti-inmigrante y antisemitista busca justificar la exclusión violenta y la restauración de un orden racial jerárquico, presentando a los judíos y las minorías como enemigos que manipulan y descomponen a la sociedad blanca.
Es fundamental comprender que estas ideas no son meras opiniones extremistas aisladas, sino parte de una visión política que busca reorganizar el mundo bajo un orden totalitario y excluyente, donde la diversidad es vista como una amenaza mortal. Este movimiento retoma discursos históricos y los adapta a las condiciones actuales, reforzando una narrativa de conflicto racial inevitable y de supremacía blanca enmascarada en conceptos pseudocientíficos y culturales como el volksgeist.
Además, es importante reconocer que estas ideologías prosperan en contextos de crisis social y económica, donde las ansiedades colectivas se canalizan hacia el miedo al otro y la búsqueda de “pureza” étnica. La persistencia y evolución del neo-nazismo bajo la etiqueta de alt-right muestra cómo el fascismo puede mutar y adaptarse, haciendo urgente un análisis crítico y una resistencia informada frente a sus peligros.
¿Cómo se manifiestan el fascismo, el sexismo y la discriminación en la política estadounidense contemporánea?
El ascenso de figuras políticas como Donald Trump pone de manifiesto ciertos paralelismos inquietantes con ideologías y prácticas asociadas al fascismo, a pesar de que estas no se presenten de forma explícita o totalitaria. Trump, en su figura como líder político, representa una de las características clave del fascismo: el uso de la violencia y el apoyo a fuerzas paramilitares. Este vínculo se hace evidente en su tolerancia hacia grupos armados de ideología fascista, así como su postura firme a favor del lobby armamentístico. De manera paralela, su rechazo al control de armas y su constante demonización de figuras políticas y sociales que se oponen a sus políticas acentúan la polarización y el clima de violencia que caracteriza a los movimientos de extrema derecha.
Una de las características más destacadas del fascismo es la creación de un entorno de "hechos alternativos", que se distancian de la realidad y construyen una narrativa paralela que reitera la supremacía del líder. Trump ha recurrido a esta estrategia repetidamente, como cuando alude a hechos deshumanizadores, como el caso de los niños migrantes detenidos en jaulas, o cuando minimiza el sufrimiento de las personas afectadas por sus decisiones, haciendo de esta indiferencia una herramienta política. Esta práctica también resalta otro rasgo del fascismo: la banalización de la crueldad, donde se reduce a la víctima a un "detalle" sin importancia, lo que facilita la aceptación social de políticas represivas.
El sexismo es otro de los pilares que fundamentan la figura de Trump y su política. Desde sus comentarios despectivos hacia las mujeres, hasta sus relaciones con figuras políticas y su defensa pública de figuras acusadas de violencia de género, Trump ha mostrado una actitud sistemática de desprecio hacia las mujeres. El rechazo al feminismo y la perpetuación de un modelo patriarcal rígido son elementos que se reflejan en su discurso y en sus políticas. La célebre controversia en torno a sus comentarios sobre mujeres, a quienes califica de "cerdas" o "animales asquerosos", pone en evidencia su concepción sexista del mundo. Además, su defensa de figuras como Rob Porter, acusado de maltratar a sus exesposas, ilustra cómo se minimizan los abusos cometidos dentro de las esferas del poder, en beneficio de la imagen pública y del mantenimiento de estructuras patriarcales.
Por otro lado, la discriminación hacia personas con discapacidades se presenta como otro aspecto preocupante de la administración de Trump. Las políticas del gobierno en relación con los servicios sociales, como los recortes en programas destinados a personas mayores y con discapacidades, reflejan una indiferencia preocupante por los sectores más vulnerables de la sociedad. La insistencia en que los beneficiarios de Medicaid participen en programas de trabajo, sin considerar adecuadamente las circunstancias de las personas discapacitadas, muestra una actitud sistemática de deshumanización. Esta falta de empatía hacia aquellos que no encajan en las normas de productividad establecidas por la sociedad es una característica de los regímenes que buscan una "purificación" social, similar a las políticas de eliminación de personas consideradas "no útiles" en regímenes fascistas.
La cultura del desprecio hacia los discapacitados no es solo un fenómeno aislado, sino que tiene una larga tradición en la historia de los movimientos totalitarios, como lo fue el caso en la Alemania nazi, donde se llevó a cabo un exterminio sistemático de personas con discapacidades en lo que se denominó el "programa de eutanasia". Las políticas actuales, aunque no tan extremas, reflejan un desprecio por la dignidad humana y la vida de los más vulnerables.
El análisis de estos aspectos nos lleva a reflexionar sobre la naturaleza de las políticas actuales y sus posibles consecuencias a largo plazo. Más allá de las prácticas específicas, lo que está en juego es una visión del mundo que excluye, deshumaniza y subyuga a aquellos que no cumplen con un ideal normativo de poder y "utilidad". Esta tendencia no es solo una característica de un individuo, sino que se está manifestando en diferentes niveles de la política y la sociedad contemporáneas, llevando a un debilitamiento de los principios democráticos, de igualdad y justicia social.
Es fundamental que, como sociedad, reconozcamos estas tendencias y cuestionemos los discursos que las sustentan, así como las políticas que las permiten. La lucha contra estas ideologías no solo pasa por el rechazo abierto de figuras autoritarias, sino también por la defensa activa de los derechos de las personas más vulnerables, como las mujeres, las personas discapacitadas y las minorías en general. La indiferencia hacia su sufrimiento no solo compromete su bienestar, sino que también pone en peligro la calidad y el futuro de las democracias en las que vivimos.

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