La retórica neoliberal ha transformado la manera en que concebimos nuestras relaciones sociales y nuestra identidad política. El neoliberalismo, al centrar el poder y las potencialidades en el individuo aislado, redefine el papel de la ciudadanía y su relación con el Estado. Este fenómeno se observa no solo en las políticas económicas que promueven la privatización y la desregulación, sino también en las formas de interacción social que surgen en torno a estos principios. Así, el neoliberalismo reconfigura no solo las estructuras económicas, sino también la manera en que entendemos el bienestar colectivo y la responsabilidad cívica.

Uno de los efectos más insidiosos de la ideología neoliberal es la exaltación de la individualidad, que se presenta como una forma de liberación del individuo de las "ataduras" sociales. Desde la descalificación de todo lo que huela a "socialismo" —como la atención médica universal o las leyes ambientales— hasta la rearticulación de los ciudadanos como individuos que interactúan con la vida cívica exclusivamente como "contribuyentes" o "consumidores", el neoliberalismo tiende a reducir la esfera pública a un mercado de derechos y responsabilidades donde la comunidad deja de ser un ente colectivo. Esta disolución de los lazos sociales tiende a promover posturas individualistas que se presentan como una moral positiva, fruto de la liberación del individuo frente a las cargas colectivas. Así, la comunidad se fragmenta, y con ella, las responsabilidades compartidas.

Además, el neoliberalismo fomenta un escepticismo generalizado, particularmente en cuestiones que requieren conocimiento especializado y, sobre todo, responsabilidad colectiva. En un mercado de ideas altamente individualizado, las afirmaciones respaldadas por datos científicos y las opiniones emocionales se confunden, lo que lleva a que todas las opiniones —ya provengan de un experto o de un famoso, ya sean extraídas de revistas revisadas por pares o de un meme de Facebook— sean tratadas como igualmente válidas y relevantes. Este escepticismo refuerza la idea de que los hechos científicos pueden ser cuestionados, y el límite entre la opinión y el conocimiento se difumina, reemplazando las pruebas por emociones. Esto se ve con claridad en los negacionistas del cambio climático, los antivacunas y los que impulsan teorías conspirativas.

Un ámbito fundamental en el que se juega este escepticismo neoliberal es el lenguaje. En la actualidad, el lenguaje se ha convertido en un terreno donde la verdad objetiva se mezcla con las creencias y sentimientos personales. En la sociedad estadounidense de principios del siglo XXI, la vida política y sociocultural se caracteriza por el desprecio hacia la experticia y la celebración de la opinión individual. El discurso neoliberal ha recalibrado las interacciones sociales y políticas de tal forma que el individuo, despojado de su vinculación con el colectivo, se ve tentado a ignorar las recomendaciones científicas en favor de lo que le dicta su "sentimiento". La retórica de figuras públicas, como la de Donald Trump durante la pandemia de COVID-19, muestra cómo se puede usar el lenguaje para fomentar la inacción, disfrazada de libertad personal. Las declaraciones del ex presidente sobre el uso de mascarillas, que en apariencia son invitaciones a la acción, en realidad no llaman a una respuesta colectiva, sino que promueven la indiferencia hacia una amenaza común, como si alguien gritara "¡Fuego!" en un teatro lleno y sugiriera a la audiencia salir solo si les parece conveniente.

Desde la perspectiva de la teoría de los actos de habla, estas declaraciones no cumplen una función directa de acción, sino que se inscriben en un tipo de acto "perlocutivo". En otras palabras, los actos de habla no siempre logran un resultado inmediato, pero generan efectos posteriores que dependen de otros actores y de otras instituciones. En el caso de Trump, su llamado a "considerar" el uso de mascarillas no está vinculado a la construcción de un estado de cosas concreto, sino a la creación de un contexto ambiguo, donde la reacción del público queda suspendida, abierta a la interpretación y a la voluntad individual.

La noción de "interpolación" de Louis Althusser, que describe el acto de "llamar" a un sujeto dentro de un sistema ideológico, también es relevante aquí. El neoliberalismo, a través de su lenguaje, realiza una interpolación constante, que genera y regula nuevas formas de interacción, donde el sujeto es llamado a participar pero en términos que dependen de su propia interpretación y, sobre todo, de sus intereses individuales. En este proceso, el lenguaje no solo refleja una ideología, sino que la produce activamente, vinculando a los individuos con la estructura que los convoca.

Es importante comprender que este tipo de retórica no se limita al discurso político explícito. En la vida cotidiana, los actos de habla neoliberales también se manifiestan de manera sutil en las interacciones cotidianas. La forma en que nos relacionamos con los demás y con el sistema económico está impregnada por estos principios: la autonomía personal, la competencia y el individualismo son elementos que se entrelazan constantemente en nuestras decisiones, tanto a nivel personal como colectivo.

Al leer este tipo de discursos, el lector debe estar alerta a la manera en que la política neoliberal se infiltra en el lenguaje cotidiano. Las palabras y expresiones no son solo vehículos de comunicación, sino que son instrumentos de poder, que pueden alterar la forma en que entendemos nuestras relaciones con los demás y nuestra responsabilidad social. La retórica neoliberal, al redefinir la manera en que nos vemos a nosotros mismos en la sociedad, también transforma nuestra capacidad de actuar colectivamente y de asumir responsabilidades compartidas.

¿Cómo la política de Trump ha influido en la corrupción y en la desinformación digital?

La figura de Donald Trump, tanto en su ascenso político como en su permanencia en el poder, ha servido de caldo de cultivo para fenómenos complejos de corrupción y desinformación, que han alimentado una nueva forma de populismo. La relación entre las estructuras de poder, las narrativas construidas por los medios de comunicación y las plataformas digitales no es casual, sino un proceso que refleja la tensión constante entre la realidad política y la fabricación de la verdad a través de los medios. El fenómeno Trump revela cómo la política puede convertirse en un espacio de manipulación masiva, donde los principios democráticos se ven comprometidos bajo la presión de una narrativa que no solo distorsiona los hechos, sino que también refuerza un círculo vicioso de desinformación.

El impacto de Trump en la política contemporánea va más allá de la simple adopción de tácticas populistas. A través de una retórica constante de confrontación y deslegitimación de sus opositores, ha logrado posicionarse como una figura polarizadora cuyo discurso se basa más en la confrontación emocional que en la verdad objetiva. En este contexto, se observa cómo el uso de las redes sociales y las plataformas digitales, lejos de ser un espacio de información imparcial, se convierte en una herramienta poderosa para movilizar masas y alimentar narrativas que favorecen los intereses de un pequeño grupo político y económico.

El fenómeno de la "posverdad", donde los hechos pierden relevancia frente a las emociones y percepciones populares, tiene su mayor expresión en el liderazgo de Trump. Utilizando las redes sociales como su principal vehículo de comunicación, el expresidente ha logrado crear una alternativa a la información convencional. Los algoritmos que alimentan plataformas como Twitter o Facebook, por ejemplo, amplifican mensajes que generan divisiones profundas y refuerzan estereotipos, lo que termina por deslegitimar cualquier intento de dialogar sobre hechos objetivos. Este fenómeno no solo es un reflejo de la pérdida de la confianza en los medios tradicionales, sino también un factor que permite que la corrupción se camufle bajo la apariencia de una lucha "por el pueblo" contra una élite corrupta.

Un aspecto fundamental del mandato de Trump fue la creación de un lenguaje político donde la corrupción no era simplemente una cuestión de actos ilegales, sino una herramienta utilizada estratégicamente para debilitar a los enemigos políticos y consolidar el poder. La acusación constante hacia sus opositores, tildándolos de corruptos, sirvió para desviar la atención de las propias prácticas de corrupción que su administración favoreció. En este sentido, Trump aprovechó las brechas en el sistema informativo para crear una narrativa de "nosotros contra ellos", donde las denuncias de corrupción eran parte de un juego de poder destinado a consolidar una base de apoyo fervorosa que no cuestionara las contradicciones evidentes en sus políticas.

En paralelo, la manipulación del poder presidencial a través de campañas de desinformación y fake news ha sido otra característica fundamental del trumpismo. Al centrarse en un discurso de miedo y división, Trump no solo apuntó a desestabilizar a sus oponentes, sino que creó un espacio donde la verdad era relativa. La utilización de figuras clave en el ámbito de la desinformación, como el mismo Trump, actuó como catalizador de un sistema de "información alternativa" que ha ganado fuerza en las sociedades modernas.

La corrupción, por otro lado, no solo se manifiesta en los actos visibles de un gobierno, sino también en las estructuras invisibles que permiten la manipulación de la opinión pública. La política de Trump ha puesto de manifiesto cómo las estrategias neoliberales pueden operar de manera efectiva en un contexto donde las élites políticas y económicas logran generar una sensación de legitimidad a través de la construcción de un discurso en el que la corrupción es, de hecho, parte del sistema. En la administración Trump, la corrupción no fue un defecto, sino una herramienta política para asegurar lealtades y mantener el poder.

Lo que se aprende de todo esto es que la corrupción y la desinformación no son fenómenos aislados. Son interdependientes y se alimentan mutuamente en un ciclo que puede desbordar las estructuras democráticas. Además, es importante comprender que este fenómeno no es exclusivo de un solo país o líder; el uso estratégico de los medios digitales para manipular a las masas y crear nuevas formas de corrupción política es un modelo que puede replicarse globalmente. De hecho, el caso de Trump es solo un ejemplo de una tendencia más amplia en el que los límites entre la verdad y la mentira se desdibujan cada vez más.

Es crucial que los ciudadanos comprendan que la manipulación de la información es una forma de control social que afecta directamente el bienestar colectivo. En un mundo donde las plataformas digitales juegan un papel central en la política, la capacidad de discernir entre hechos y manipulaciones es más importante que nunca. El caso de Trump y su influencia sobre la política de la era digital subraya la necesidad de estar alerta frente a las narrativas que buscan reducir la complejidad de la realidad a un solo discurso simplista, pues ello no solo desinformará, sino que perpetuará estructuras de poder que favorecen la corrupción.

¿Cómo gestionaron los Estados Unidos la pandemia en términos de salud pública y economía?

A mediados de marzo, la estrategia adoptada por el gobierno de los Estados Unidos siguió el enfoque moderado de mitigación propuesto por el Imperial College, un camino intermedio entre la inacción y las estrictas restricciones. Sin embargo, los otros dos enfoques, la propagación sin restricciones y la mitigación intensa, seguían presentes en el debate. En abril, algunos asesores de la Casa Blanca predijeron una recuperación económica para el verano, lo cual estaba muy por delante del cronograma del modelo de mitigación moderada del Imperial College, pero alineado con el enfoque de propagación no mitigada. En una rueda de prensa del 29 de marzo de 2020, el presidente Donald Trump reconoció haber considerado el primer modelo, cuando fue presionado por varias personas, pero finalmente lo rechazó. En respuesta a una pregunta sobre la posibilidad de una propagación no mitigada, o lo que él denominó "sobrevivirla", el presidente comentó que, aunque hubo voces a favor de no hacer nada, la alta tasa de muertes prevista —de entre 1.6 a 2.2 millones de personas— no era aceptable.

El discurso de un supuesto "intercambio necesario" entre la salud pública y la economía nunca fue el único que dominó el panorama. Otros expertos en salud pública, tanto del sector público como privado, respaldados por los demócratas en el Congreso, abogaron por una secuenciación más larga y gradual de la mitigación y la recuperación, apoyada por ayudas federales a las empresas y personas más afectadas. Sin embargo, el debate político sobre las propuestas de ayuda hizo que cualquier intento de conectar la salud económica con la salud pública se convirtiera en un tema controversial.

Esta situación generó lo que podría considerarse una doble contabilidad dentro de la estrategia del presidente: las ganancias del mercado se registraban en una columna sin que las pérdidas humanas se reflejaran en la otra. La estrategia política principal de la administración consistió en mantener la apariencia de una relación favorable entre pérdidas y ganancias, llegando incluso a repetir afirmaciones erróneas, como que el virus estaba bajo control y que el país estaba superando la crisis. A medida que el número de muertes aumentaba y se acercaba al cuarto de millón, el presidente continuaba restando las muertes reportadas a las 2.2 millones inicialmente proyectadas, insistiendo en que las vidas perdidas habían sido menos y que el virus "estaba desapareciendo". El mercado de valores, aunque volátil en primavera, eventualmente se estabilizó a niveles previos a la pandemia en verano. Los republicanos consideraban estas ganancias del mercado como prueba de que la estrategia del presidente había sido la correcta, atribuyendo las muertes a una gestión deficiente por parte de los gobernadores demócratas. Este enfoque se convirtió en una parte integral de la narrativa política de la pandemia en los Estados Unidos durante 2020, donde la gestión de la crisis se asoció con la afiliación política.

A medida que las muertes aumentaban durante la primavera y el verano de 2020, la administración de Trump mantenía el mensaje de que el virus estaba bajo control, aunque las muertes alcanzaban su pico en estados como Nueva York y California. Para mediados de abril, estaba claro que la administración había abandonado los protocolos del Coronavirus Task Force en favor de una reapertura económica total. Un artículo de investigación en el New York Times se refería a este giro como un "cambio drástico", que, según se atribuía, surgió de un optimista informe de la Dra. Deborah Birx el 11 de abril, cuando se sugirió que las cifras estaban mejorando.

Poco antes de este cambio, se había hecho público que las comunidades de color en los Estados Unidos estaban en un riesgo significativamente mayor de contraer y morir a causa del COVID-19 que las personas blancas. Esta nueva información fue ampliamente discutida en los medios nacionales y, en ese contexto, la administración publicó nuevas directrices nacionales para la reapertura, mientras el presidente apoyaba en sus redes sociales a los manifestantes anti-cuarentena. Trump, además, comenzó a etiquetar explícitamente al virus como un problema propio de los "estados azules" (los gobernados por demócratas), lo que marcó una agresiva campaña por reabrir la economía.

La asociación temprana del COVID-19 con los estados mayoritariamente demócratas, donde se dieron los primeros brotes importantes, dio la impresión de que la pandemia afectaba principalmente a las grandes áreas metropolitanas y que las zonas rurales o del medio oeste escaparían de la peor parte. Sin embargo, para el verano de 2020, el virus ya había llegado a los estados republicanos, cuyos gobernadores habían reabierto prematuramente o se habían negado a imponer medidas de mitigación. A pesar de esta propagación, la administración continuó responsabilizando a los gobernadores demócratas por la mala gestión de la pandemia. Este enfoque, aunque erróneo desde el principio, adquirió una fuerza significativa durante los meses de verano y se racializó aún más.

Es esencial comprender que, aunque las decisiones políticas se centraron en la economía y en las elecciones presidenciales, la salud pública no fue siempre una prioridad dentro de la narrativa oficial. La política del "equilibrio" entre las pérdidas humanas y las ganancias económicas, y la constante minimización de la gravedad de la pandemia, evidencian un enfoque que priorizó los intereses económicos sobre la protección de la salud pública. Además, la pandemia no afectó a todos los grupos de la misma manera, y las disparidades raciales en los efectos del virus fueron un tema que se gestionó con reticencia y, en algunos casos, se explotó políticamente.

¿Cómo impactan las políticas migratorias de EE. UU. en los derechos humanos y el bienestar de los migrantes?

Las políticas migratorias de los Estados Unidos han tenido un impacto profundo en la vida de millones de personas que intentan llegar a este país en busca de refugio, seguridad y oportunidades. Desde el mandato del expresidente Donald Trump, una serie de medidas y reformas restrictivas han afectado significativamente tanto a los migrantes como a la estructura del sistema judicial estadounidense. En este contexto, es crucial entender cómo estas políticas no solo modifican el panorama legal y social de la inmigración, sino también cómo afectan la vida de las personas que atraviesan las fronteras, algunas veces bajo condiciones extremas.

Un ejemplo claro de este cambio fue la implementación de la llamada "prohibición musulmana", o el "Muslim Ban", que suspendió la entrada a ciudadanos de varios países de mayoría musulmana. Esta política afectó gravemente a los migrantes de Irán, Irak, Libia, Somalia, Sudán, Siria y Yemen, países donde los conflictos bélicos y las violaciones a los derechos humanos son frecuentes. Aunque la orden fue modificada tras varios desafíos judiciales, mantuvo su carácter excluyente y discriminatorio, afectando la vida de miles de personas que, aunque cumplían con los requisitos legales para ingresar, fueron objeto de una política que les cerraba las puertas sin importar su situación individual.

En paralelo, el gobierno de Trump implementó una serie de programas diseñados para frenar la migración, como los Protocolos de Protección a los Migrantes (MPP), que obligaban a los solicitantes de asilo a esperar en México mientras se procesaban sus casos en los tribunales estadounidenses. Esta medida, además de ser una clara violación del derecho internacional y de los derechos humanos, exacerbó las condiciones de vulnerabilidad de los migrantes. Numerosos informes documentaron ataques violentos contra personas en espera, situación que reveló la insuficiencia de los mecanismos de protección previstos para estos casos. Tras la llegada de la administración Biden, se suspendió temporalmente el MPP, y se buscó una nueva manera de manejar los casos de asilo.

Otro aspecto crítico fue la separación de familias, una política implementada en 2018, que afectó a miles de niños y sus padres. Se calculó que más de 5.500 menores fueron separados de sus progenitores durante esta crisis, lo que generó no solo una conmoción a nivel nacional e internacional, sino también un daño irreversible en la vida de los menores. Esta medida se justificaba bajo el argumento de la "tolerancia cero" ante la inmigración ilegal, pero rápidamente fue rechazada por la opinión pública y la comunidad internacional, dado el sufrimiento humano que conllevaba.

El impacto de estas políticas no se limitó al momento de su implementación. La legislación que surgió bajo la administración Trump también tuvo efectos a largo plazo sobre el sistema judicial de inmigración de EE. UU. Se produjeron cambios significativos en la forma en que se juzgaban los casos de asilo, en especial aquellos relacionados con la violencia doméstica y de pandillas. La política de "cero tolerancia" también se reflejó en las decisiones de las cortes migratorias, que, bajo la influencia de las nuevas políticas, comenzaron a rechazar más solicitudes de asilo. Esto se sumó a la creciente dificultad para acceder a una representación legal adecuada, lo que amplificó las barreras para los solicitantes de asilo y los refugiados.

El concepto de "ilegalidad migratoria" también se transformó en una construcción política que, lejos de ser un fenómeno puramente jurídico, se entrelazó con la retórica xenófoba y racista. El uso de términos como "invasión" o "criminalidad" para referirse a los migrantes por parte de la administración de Trump contribuyó a crear una atmósfera de hostilidad y deshumanización hacia aquellos que solo buscaban escapar de situaciones de violencia o pobreza extrema.

Más allá de las cifras y las políticas específicas, es esencial entender que las decisiones que afectan a los migrantes no son solo cuestiones legales o políticas. La migración está directamente relacionada con derechos humanos fundamentales, como el derecho a la vida, la libertad y la protección frente a persecuciones. En este sentido, el papel de las organizaciones internacionales, los tribunales y la sociedad civil sigue siendo crucial para garantizar que los derechos de los migrantes sean respetados.

Además, si bien la administración Biden ha dado pasos para revertir algunas de estas políticas, como la detención de niños y la separación familiar, el sistema migratorio estadounidense sigue estando plagado de obstáculos y contradicciones. Las políticas que favorecen la deshumanización de los migrantes, al enfocarse solo en la ilegalidad de su entrada, no pueden resolver los problemas estructurales que impulsan la migración en primer lugar. Factores como la pobreza, el cambio climático, los conflictos bélicos y la violencia en los países de origen de los migrantes siguen siendo los verdaderos motores de estos desplazamientos masivos, y la respuesta de EE. UU. debe ser mucho más que una serie de prohibiciones o medidas punitivas. Necesita una estrategia integral que abarque tanto la protección de los derechos humanos de los migrantes como el apoyo a sus países de origen para que puedan encontrar soluciones más allá de la emigración.