El auto-excepcionalismo, como lo describimos, lleva la alabanza personal a un nivel superior. No se trata solo de reconocer los éxitos, sino de presentarse como algo excepcional en alguna forma importante. Esto puede incluir la identificación de características únicas o atributos propios, la exaltación de la propia superioridad sobre los demás candidatos, e incluso, en casos raros, sugerir que una fuerza superior respalda la candidatura. En resumen, el auto-excepcionalismo implica presentarse como una persona excepcionalmente calificada para liderar el país en una dirección exitosa. Sin embargo, hacer estas afirmaciones sobre uno mismo ha sido tradicionalmente visto como un movimiento arriesgado para los candidatos presidenciales, ya que tales declaraciones pueden resultar pomposas y desmesuradamente autocomplacientes, lo que podría alienar a los votantes. De hecho, la modestia y la humildad son dos características que los votantes tienden a valorar en sus candidatos presidenciales. Por lo tanto, los candidatos tienden a alabarse a sí mismos de esta manera solo de forma esporádica, si es que lo hacen.
Sin embargo, Donald Trump desafió estas normas. El auto-excepcionalismo fue, sin lugar a dudas, una de sus tácticas preferidas durante su campaña. Tal como se muestra en la Figura 3.2, no hay comparación entre la frecuencia con la que Trump invocó el auto-excepcionalismo en relación con sus predecesores. Kerry, Obama y Romney emplearon esta táctica solo en contadas ocasiones y, cuando lo hicieron, estas referencias fueron sumamente limitadas. En algunas ocasiones, tanto Romney como Obama se refirieron a sí mismos como "el único candidato" que adoptaba una postura clara sobre un tema o que ofrecía una política específica que otros candidatos no habían abordado. Obama en dos ocasiones llamó "histórica" a su campaña, y Romney describió sus esfuerzos en la gestión de los Juegos Olímpicos de 2002 en Salt Lake City como "el evento deportivo más grande del mundo". Así que las referencias al auto-excepcionalismo fueron extremadamente raras para estos candidatos. En contraste, Trump estaba completamente comprometido con el auto-excepcionalismo a lo largo de su campaña.
El auto-excepcionalismo de Trump se convirtió en una estrategia clave, de la cual hizo uso en el 68% de sus discursos, y a una tasa promedio de más de dos veces por discurso. Esta táctica retórica era sin duda característica de Trump. Y, aunque Trump solía decir "No tengo que presumir, no tengo que hacerlo, créanlo o no", estaba claro que sí lo hacía. Era el eje de su estrategia de "yo excepcional".
Desde el comienzo de su campaña, Trump demostró una total falta de interés en mostrar modestia o humildad. Simplemente no era parte de su naturaleza. En su lugar, optó por pintarse como una figura más grande que la vida, apelando a su audiencia a través de una imagen de sí mismo como algo extraordinario, incluso mítico. Una de las formas en las que lo hacía era referirse a sí mismo en tercera persona, como si "Donald Trump" fuera una persona más allá de los límites humanos. Trump se refirió a sí mismo en tercera persona más de setenta veces a lo largo de la campaña, en una variedad de circunstancias. Cuando hablaba sobre la guerra en Siria, por ejemplo, dijo: "Marquen mis palabras. Nadie será más duro con el ISIS que Donald Trump. Nadie."
Sin embargo, la forma más común en que Trump invocaba el auto-excepcionalismo era describiéndose a sí mismo —ya fuera en primera o tercera persona— como excepcional en diversos aspectos: como individuo, como empresario y como candidato. Por ejemplo, Trump decía con frecuencia: "Seré el mayor defensor y el más leal campeón de América". En cuanto a su preparación profesional, Trump comentaba: "Fui a una escuela de la Ivy League. Soy muy educado. Sé palabras. Tengo las mejores palabras". Trump también solía destacar su singular pericia en ciertos temas. Sobre el terrorismo, afirmó: "He estudiado este tema en gran detalle. Diría que, de hecho, lo he estudiado más que nadie. Créame, oh, créame". De manera similar, sobre la infraestructura, comentó: "[N]adie en la historia de este país ha sabido tanto sobre infraestructura como Donald Trump". En cuanto al muro fronterizo que prometió construir, expresó: "Yo construiré un gran muro, y nadie construye muros mejor que yo, créanme". Para Trump, todo lo que hacía era excepcional. En resumen: "Podría hacer las mejores cosas."
El punto culminante de su auto-excepcionalismo quedó resumido en su discurso en la Convención Nacional Republicana, cuando proclamó: "He ingresado en la arena política para que los poderosos ya no puedan golpear a la gente que no puede defenderse. Nadie conoce el sistema mejor que yo, por eso solo yo puedo solucionarlo". Quedó claro que Trump, y solo Trump, podía salvar al país de sus problemas.
No se trataba solo de las afirmaciones de Trump sobre su excepcionalismo; él regularmente destacaba cómo otros también reconocían su singularidad. Por ejemplo, Trump hablaba con frecuencia de su destreza empresarial como inigualable, diciendo: "Muchas personas han dicho que rindo mejor bajo presión que nadie que hayan visto. Lo he demostrado una y otra vez". Además, resaltaba cómo otros alababan su campaña: "Incluso los comentaristas, incluso aquellos que realmente no me quieren, han dicho que es el fenómeno más grande que jamás han visto". Sobre su desempeño en el segundo debate presidencial contra Hillary Clinton en St. Louis, Missouri, Trump mencionó: "Pat Buchanan escribió el gran artículo hoy, lo vieron, no estoy presumiendo, solo digo—tal vez un poco, pero aquí está—él dijo que fue la mejor actuación en un debate en la historia de la política presidencial". De igual forma, en referencia al impacto electoral de la Convención Nacional Republicana, comentó: "El más grande—dicen que el mayor repunte en la memoria".
Por último, a finales de 2015, Trump publicó una carta de su médico, Harold Bornstein, afirmando que "su fuerza física y resistencia son extraordinarias" y que "si es elegido, el Sr. Trump será, sin lugar a dudas, la persona más saludable que haya sido elegida para la presidencia". Para Trump, este tipo de argumentos alimentaba la idea de que no solo él proclamaba su excepcionalismo, sino que "muchas personas" lo habían notado y también lo proclamaban. Básicamente, Trump empleó la falacia retórica de "argumentum ad populum": Si otros lo dicen, debe ser cierto.
Para reforzar aún más su argumento de "yo excepcional", Trump a menudo se jactaba de sus logros singulares en el mundo de los negocios y la política. En cuanto a sus proyectos inmobiliarios, frecuentemente los describía como "los mejores del mundo", "los más buscados" y en "las mejores ubicaciones". También enfatizaba que estaba sacrificando su lujoso estilo de vida para postularse a la presidencia: "No tenía que hacer esto. Cuando hice esto, créanme, ustedes ven este increíble resort. Es uno de los mejores del mundo. Cuando hice esto, podría estar aquí disfrutando de mí mismo. No tengo que estar con ustedes. No necesitaba esto. Tengo lugares que son los mejores del mundo, ¿ok? Podría estar haciendo otras cosas. Estoy haciendo esto porque vamos a hacer a América grande de nuevo".
Este enfoque constante de Trump en su propia excepcionalidad, incluso cuando fingía humildad, lo consolidó como una figura política que se percibía por encima de los demás, no solo por sus seguidores, sino también por quienes evaluaban su candidatura desde fuera.
¿Cómo Trump redefinió el excepcionalismo estadounidense en su presidencia?
La figura de Donald Trump, durante su presidencia, desempeñó un papel único en el discurso político de Estados Unidos, especialmente en lo que se refiere al concepto de excepcionalismo americano. A diferencia de sus predecesores, Trump abordó este concepto de manera singular, posicionándose como el artífice de un resurgir de la grandeza americana, un fenómeno al que se refirió constantemente como la restauración del excepcionalismo estadounidense. Esta noción, históricamente considerada como un atributo inherente a la nación, pasó a ser, bajo su enfoque, algo dependiente de las capacidades y logros de un presidente específico.
Lo que Trump logró, y lo que hace su enfoque notable, es que consiguió vincular el excepcionalismo de Estados Unidos directamente a su propia figura, argumentando que su liderazgo era el factor crucial para restaurar la grandeza de la nación. En este contexto, Trump no solo asumió la responsabilidad de la revitalización de Estados Unidos, sino que convirtió este logro en un aspecto central de su mensaje político, dejando en claro que, bajo su mandato, el país había recobrado su lugar privilegiado en el mundo. Este enfoque fue radicalmente distinto al de sus predecesores, que, aunque también invocaron el excepcionalismo, nunca lo hicieron de forma tan directa y personal.
El mensaje de Trump fue consistente en sus discursos oficiales y en sus manifestaciones más informales, como sus mítines y tuits. De hecho, a través de estos canales, Trump construyó un relato en el que se posicionaba como el único capaz de devolver a Estados Unidos a su supuesta "grandeza" previa. Esta estrategia de comunicación, más desinhibida y menos formal que sus discursos presidenciales, le permitió conectar con un electorado que sentía que el país había perdido su rumbo.
Este fenómeno del “excepcionalismo personalizado” de Trump no solo se reflejó en sus palabras, sino también en sus decisiones políticas. La marca "Keep America Great", utilizada en su campaña de reelección, fue un claro ejemplo de cómo, en su visión, la grandeza de la nación ya no era solo una cualidad inherente, sino una construcción vinculada a su persona y su liderazgo. Su discurso inaugural, como era de esperar, marcó el tono para esta narrativa, como lo hacen tradicionalmente los discursos inaugurales de los presidentes, momentos cruciales para establecer la relación entre el líder y la nación.
Los discursos inaugurales, en particular, siempre han sido un medio poderoso para que los presidentes estadounidense expongan su visión del país y se conecten con el pueblo. En este contexto, las alocuciones de Ronald Reagan y Barack Obama, por ejemplo, proporcionaron marcos de referencia sobre cómo los presidentes han manejado el concepto de excepcionalismo americano. Reagan, tras una década de tumultos políticos y crisis económicas, utilizó su discurso inaugural para restaurar la confianza de la nación, remarcando lo excepcional de Estados Unidos al subrayar su carácter único en el mundo, su sistema de gobierno y la libertad que representaba. Obama, al asumir en 2009, en medio de la crisis financiera global y dos guerras en curso, adoptó una postura similar, buscando reafirmar la fe en el excepcionalismo estadounidense y destacar la resiliencia del pueblo estadounidense ante los desafíos.
Trump, sin embargo, transformó este relato en una cuestión mucho más personal. Mientras que Reagan y Obama apelaron a un concepto de excepcionalismo colectivo, Trump lo vinculó estrechamente a su propio mandato y sus logros. No se trataba solo de Estados Unidos como un todo, sino de él como el catalizador de su renacimiento. Esta perspectiva, aunque muy efectiva en su estrategia política, también generó debates sobre la autenticidad de la idea de excepcionalismo y su relación con el individuo que lideraba el país.
Es esencial, al abordar el excepcionalismo bajo la presidencia de Trump, entender que este fenómeno no se trató solo de una retórica vacía o de una manipulación política. Su estrategia se apoyó en una profunda polarización y en una base de apoyo que sentía que el país estaba perdiendo su lugar en el mundo. Así, lo que Trump presentó como un "resurgir" fue percibido por muchos como un regreso a la visión idealizada de un Estados Unidos dominante, mientras que otros lo vieron como un intento de moldear la realidad a la imagen de un solo hombre, algo que se alejaba de la noción tradicional de excepcionalismo como algo que pertenecía al país en su conjunto.
A través de sus discursos y su retórica, Trump configuró una narrativa en la que no solo restauró la grandeza americana, sino que también se adueñó de ella, convirtiéndola en un producto político ligado a su figura. Este enfoque, más allá de sus efectos inmediatos, abre un debate sobre cómo la política de un presidente puede redefinir o incluso alterar las percepciones históricas y culturales profundamente arraigadas, como la del excepcionalismo estadounidense.
¿Cómo el concepto de excepcionalismo estadounidense ha evolucionado con Obama y Trump?
El concepto de excepcionalismo estadounidense ha sido uno de los pilares ideológicos que ha sostenido la política y la identidad nacional de los Estados Unidos durante generaciones. Sin embargo, bajo la presidencia de Barack Obama y la de Donald Trump, este concepto ha experimentado una transformación radical. Obama, en su versión más inclusiva del excepcionalismo, proyectaba una visión de un país que avanzaba hacia la equidad, en el que las minorías comenzaban a ganar terreno frente a una mayoría blanca que históricamente había dominado la política y la cultura del país. Para Obama, la excepcionalidad de Estados Unidos residía en su capacidad para evolucionar y adaptarse a los tiempos, buscando representar a todos sus ciudadanos por igual.
En cambio, Trump se erige como un defensor del excepcionalismo estadounidense en su versión más exclusivista, un concepto que se basa en la preservación de los valores tradicionales de una mayoría blanca y conservadora. Trump no solo defendió su visión del excepcionalismo con fervor, sino que también transformó el Partido Republicano para que adoptara su enfoque del "yo excepcional", centrado en él mismo como líder supremo. Este enfoque de Trump no solo subrayó la supremacía blanca como una característica esencial de la nación, sino que también socavó los principios democráticos que, en otro tiempo, se asociaban con la grandeza de Estados Unidos.
Trump despreció las normas democráticas y las instituciones que tradicionalmente equilibraban el poder del presidente. Al poner en duda la legitimidad de las elecciones y atacar a los medios de comunicación, él transformó la idea de "ciudad brillante sobre una colina" que había sido un símbolo de la democracia y la excelencia en el mundo. En lugar de ser un faro de inspiración para las democracias jóvenes, como había sido en décadas anteriores, Estados Unidos comenzó a convertirse en un modelo a seguir para autócratas y líderes autoritarios, quienes adoptaron sus tácticas para afianzar su poder dentro de sus propios países.
El excepcionalismo de Trump, basado en la idea de que solo él podía salvar a América, también evocó comportamientos típicos de un líder autoritario. Su partido, cegado por el deseo de mantener el poder, permitió que Trump moldeara a su conveniencia la noción de lo que significaba ser excepcional, dejando poco espacio para la disidencia dentro de sus filas. En este contexto, el excepcionalismo se convirtió en una herramienta para perpetuar el dominio de una élite política en lugar de ser un principio que reflejara los ideales democráticos fundamentales de justicia e igualdad.
Es claro que Trump, al vincularse tan estrechamente con el concepto de excepcionalismo, dejó una huella duradera en su base de apoyo. Su influencia sobre el Partido Republicano ha sido profunda, y es probable que su versión del excepcionalismo siga siendo un referente dentro de la política estadounidense por algún tiempo. Sin embargo, la verdadera pregunta que queda por responder es si esta versión excluyente del excepcionalismo podrá prevalecer en el futuro, o si, con el paso del tiempo, la visión más inclusiva y transformadora de Obama será la que prevalezca, especialmente teniendo en cuenta los cambios demográficos inevitables dentro del electorado estadounidense.
Por supuesto, la figura de Trump, aunque influyente, probablemente será vista en el largo plazo como una anomalía, un momento específico de la historia política estadounidense en el que el país experimentó una transformación ideológica hacia una visión más cerrada y nacionalista del excepcionalismo. Esta visión, sin embargo, no es la que define al país en su totalidad. El excepcionalismo estadounidense, en su núcleo, sigue siendo más grande que cualquier figura individual, porque se basa en la idea de la nación y no en el narcisismo de un solo líder. La historia muestra que, aunque el país pueda ser desafiado por figuras que intentan redefinir su grandeza, el concepto de excepcionalismo continuará evolucionando, reflejando las necesidades y aspiraciones cambiantes de su pueblo.
Es importante recordar que el excepcionalismo estadounidense ha sido una idea flexible, moldeada por las circunstancias de cada época. En tiempos de crisis, como la Gran Depresión o la Segunda Guerra Mundial, el concepto de excepcionalismo se adaptó a las exigencias del momento, destacando la capacidad del país para superar adversidades. Ahora, bajo la influencia de figuras como Obama y Trump, este concepto sigue siendo una herramienta poderosa de movilización política, aunque bajo diferentes premisas ideológicas. Sin importar qué dirección tome en el futuro, el excepcionalismo estadounidense, por su naturaleza, siempre será una parte integral de la identidad nacional.
¿Cómo ha marcado Donald Trump la política estadounidense en sus discursos?
Los discursos pronunciados por Donald Trump durante su presidencia reflejan una visión particular del país, sus valores y su relación con el resto del mundo. El enfoque de Trump en temas como la economía, la inmigración y la seguridad nacional, se entrelazó con una retórica populista, apelando directamente a las emociones de su base electoral, con una retórica decididamente confrontacional y polarizadora. A lo largo de su mandato, sus intervenciones públicas sirvieron no solo para consolidar su imagen ante sus seguidores, sino también para desafiar los cimientos tradicionales de la política estadounidense.
Desde sus primeros días en la Casa Blanca, Trump dejó claro que su visión de América no era la misma que la de sus predecesores. En su discurso inaugural, el 20 de enero de 2017, se presentó como el defensor de un "nuevo orden" que ponía a los intereses de Estados Unidos por encima de cualquier consideración internacional. Al afirmar que "ahora el poder regresa al pueblo", Trump introdujo la idea de que el gobierno de Washington había sido ajeno a las necesidades de la mayoría de los ciudadanos. De esta forma, sus discursos sirvieron como una especie de manifiesto para una revolución política en la que se planteaba una total reconfiguración de las prioridades nacionales.
A lo largo de su mandato, Trump utilizó constantemente sus discursos para resaltar logros que, según él, demostraban su eficacia en el gobierno. Por ejemplo, celebraba las cifras récord de empleo y el crecimiento económico, haciendo alarde de sus políticas que, en su opinión, impulsaron el desarrollo económico del país. Su mensaje era claro: "América está ganando de nuevo", como expresó en varias ocasiones, destacando que, bajo su liderazgo, Estados Unidos había alcanzado logros que otras administraciones no habían podido lograr.
Sin embargo, la retórica de Trump también estuvo marcada por una constante crítica hacia aquellos que no estaban de acuerdo con él. El uso de términos como "fake news" (noticias falsas) para referirse a los medios de comunicación que lo criticaban y su frecuente ataque a la oposición demócrata creó un clima de confrontación constante. En sus discursos, Trump no solo promovió sus logros, sino que también definió a sus opositores como enemigos del pueblo estadounidense, una estrategia que le permitió movilizar a su base electoral, pero que también profundizó la división en el país.
La política exterior de Trump, y especialmente sus políticas migratorias, también fueron temas recurrentes en sus discursos. Su promesa de construir un muro en la frontera con México fue una de las piedras angulares de su campaña electoral y, posteriormente, una de las promesas más repetidas en sus discursos. En estos, apelaba a un sentido de nacionalismo exacerbado, posicionando a Estados Unidos como una nación que debía proteger sus fronteras y priorizar sus propios intereses sobre la cooperación internacional. Las promesas de "poner a América primero" estuvieron alineadas con sus políticas proteccionistas, como la renegociación de acuerdos comerciales internacionales y la retirada de acuerdos globales que consideraba perjudiciales para el país.
A pesar de sus polémicas, Trump también utilizó sus discursos para defender su gestión frente a los ataques políticos, especialmente cuando se enfrentó a la investigación del impeachment. En sus intervenciones de 2019, Trump proclamó su inocencia de manera vehemente, afirmando que las acusaciones en su contra eran el resultado de un "engaño político". Su defensa se basaba en la idea de que su presidencia había sido un éxito rotundo, a pesar de los intentos de sus opositores de socavar su mandato. Al comparar su administración con la de anteriores presidentes, Trump destacaba sus propios logros económicos y la seguridad de su país como pruebas de su éxito. Para él, cualquier crítica era parte de una narrativa maliciosa impulsada por sus detractores.
Es importante destacar que la retórica de Trump, lejos de ser simple o anecdótica, se enmarca dentro de un contexto más amplio de cambios en la política estadounidense. La figura de Trump representa una respuesta a los fracasos percibidos de las políticas tradicionales, y su estilo de liderazgo refleja un giro hacia un enfoque más personalista y menos institucional. Su habilidad para utilizar los medios sociales como herramienta para comunicar sus mensajes y movilizar a sus seguidores ha marcado un hito en la forma en que los políticos interactúan con el público.
Por último, los discursos de Trump, más allá de la política interna y externa, reflejan un cambio en el lenguaje político contemporáneo, donde la polarización y la lucha constante contra el "enemigo" han ganado terreno. Esta nueva forma de comunicar no solo ha dejado una huella en la política estadounidense, sino que también ha influido en el discurso político global, abriendo el camino para un nuevo tipo de liderazgo que trasciende las formas tradicionales de comunicación política.
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