El excepcionalismo estadounidense, una idea profundamente arraigada en la cultura y la política de los Estados Unidos, ha sido un tema recurrente en los discursos presidenciales desde la Segunda Guerra Mundial. Esta creencia sostiene que Estados Unidos tiene un destino especial en el mundo, una responsabilidad única para liderar y promover ciertos valores universales como la democracia, la libertad y los derechos humanos. Sin embargo, a lo largo del tiempo, la forma en que este concepto ha sido abordado por los presidentes de diferentes épocas ha mostrado grandes variaciones, especialmente en momentos de crisis o transición política.

En el contexto de la administración de Barack Obama, el excepcionalismo estadounidense se presenta como una fuerza positiva, vinculada a la capacidad del país para superar las adversidades y mantenerse como un faro de esperanza para el mundo. Obama, en su discurso inaugural, subrayó que aunque Estados Unidos estaba pasando por una crisis económica profunda, las cualidades fundamentales que habían hecho a la nación grande seguían intactas: la productividad, la creatividad y la capacidad de adaptarse. El presidente, sin embargo, destacó que ya era hora de cambiar el rumbo, de enfrentar los problemas estructurales del país y avanzar hacia una reconstrucción. Obama apelaba a un sentido de unidad nacional para seguir adelante, con la idea de que el liderazgo de Estados Unidos no solo era necesario, sino fundamental para preservar los valores democráticos a nivel mundial.

Por otro lado, el discurso inaugural de Donald Trump mostró una perspectiva radicalmente diferente. Mientras que sus predecesores a menudo reconocían la importancia de la supremacía estadounidense, Trump hizo un llamado directo a abandonar la idea de que Estados Unidos debía liderar al mundo. En su lugar, propuso una visión centrada en el "America First" (Primero América), donde el país se enfocaría principalmente en resolver sus propios problemas internos antes de involucrarse en las cuestiones globales. Trump rechazó la idea de imponer el modelo estadounidense a otros países y en su lugar optó por presentar a la nación como un ejemplo a seguir. Este enfoque marcó un giro importante, ya que el excepcionalismo estadounidense no se basaba en la idea de una superioridad inherente, sino en la capacidad de Estados Unidos para reinventarse y "ganar" de nuevo en el ámbito económico, político y militar.

Es importante señalar que, al inicio de su mandato, Trump evitó hablar de la excepcionalidad de Estados Unidos de manera directa. En cambio, se centró en la idea de que el país había perdido su posición dominante en el escenario internacional y que su misión era recuperar esa supremacía. En sus discursos posteriores, sin embargo, la referencia a la excepcionalidad comenzó a resurgir, aunque de una forma más matizada, vinculada a la promesa de restaurar el liderazgo estadounidense a través de la competitividad y el poder económico. La "excepcionalidad" de Trump no se entendía como un hecho natural, sino como un proceso en el cual Estados Unidos debía recuperar su lugar en el mundo tras un período de declive.

A lo largo de su mandato, las referencias a la excepcionalidad de Estados Unidos fueron aumentando, mientras que las menciones al "no excepcionalismo" disminuían gradualmente. Este cambio de enfoque en los discursos de Trump reflejaba una estrategia más amplia de comunicación, en la que el presidente no solo buscaba reposicionar a Estados Unidos como una potencia mundial, sino también como una nación capaz de superar sus propios desafíos internos. Las frecuentes menciones a la derrota en "guerras interminables", el fracaso en el comercio internacional y la pérdida de poder en diversas áreas simbolizaban la percepción de que Estados Unidos debía reencontrar su esencia y restaurar su grandeza.

Este enfoque de "ganar de nuevo" se convirtió en un mantra de la administración Trump, pero fue acompañado por una retórica que enfatizaba el rechazo de las políticas previas de intervención global y el fomento de una política exterior más aislacionista. La crítica hacia el papel tradicional de Estados Unidos como líder global también reflejaba una crítica a la forma en que las administraciones anteriores habían manejado los asuntos internacionales y la política exterior, promoviendo una visión de Estados Unidos como una nación en declive que debía recuperar su supremacía.

El concepto de excepcionalismo no fue solo una cuestión de política externa para Trump. De hecho, en su discurso inaugural, enfatizó un mensaje de unidad y reconstrucción interna, destacando las desigualdades económicas y sociales que persistían dentro del país. Mencionó a las madres y niños atrapados en la pobreza, las fábricas en ruinas y un sistema educativo ineficaz. Para Trump, el excepcionalismo no era solo una cuestión de liderazgo global, sino de reconstrucción interna, de recuperar el "gran sueño americano" para todos los ciudadanos, especialmente aquellos que se sentían olvidados por las élites políticas.

A lo largo de su presidencia, Trump continuó con esta narrativa de transformación, prometiendo una era de victorias para Estados Unidos en el comercio, la diplomacia y la economía. Las constantes referencias a la "victoria" fueron una parte integral de su discurso, contrastando con la percepción generalizada de que Estados Unidos había perdido su camino.

Lo que resulta evidente es que la interpretación del excepcionalismo estadounidense ha evolucionado significativamente en las últimas décadas. En la era de Obama, el excepcionalismo se vinculaba a una visión de liderazgo global basado en principios democráticos y en la promoción de valores universales. En contraste, bajo Trump, el excepcionalismo se redefinió en términos de competitividad y autosuficiencia, con un enfoque más introspectivo y nacionalista. Esta evolución refleja no solo un cambio en la retórica política, sino también un cambio profundo en la forma en que Estados Unidos se ve a sí mismo en el escenario mundial y en su papel dentro de la política internacional.

El excepcionalismo estadounidense, entonces, no es un concepto fijo ni inmutable. Su interpretación depende de los momentos históricos, de las crisis que enfrenta el país y de los líderes que lo representan. Sin embargo, lo que sigue siendo constante es la creencia de que Estados Unidos tiene una capacidad única para reinventarse y superar sus desafíos, ya sean internos o externos. Este concepto sigue siendo una piedra angular de la identidad nacional y sigue siendo una herramienta poderosa en la política y la comunicación presidencial.

¿Cómo definió Trump a "la gente" en su presidencia?

Durante su campaña presidencial de 2016, Donald Trump adoptó una retórica en la que se proclamó el representante de "la gente". Sin embargo, esta idea de "la gente" estaba lejos de ser universal; Trump definió a la población estadounidense de manera excluyente, argumentando que solo aquellos que lo apoyaban formaban parte de "la verdadera gente". Así, el concepto de pueblo en su discurso no reflejaba a toda la nación, sino a un sector específico que compartía su visión y valores.

Desde sus primeros mensajes en redes sociales, Trump destacó su relación con el pueblo estadounidense, asegurando que su lucha no era por él, sino por aquellos que se sentían ignorados o marginados, especialmente durante la presidencia de Barack Obama. A menudo insistía en que se sacrificaba por esta "gente olvidada", y sus discursos se centraban en que él era el portavoz de una gran parte de la nación que había sido desatendida por la clase política tradicional.

Esta narrativa de "la gente olvidada" tenía un paralelismo claro con la idea de la "mayoría silenciosa" de Richard Nixon, que buscaba representar a aquellos que se sentían desplazados por los cambios sociales y políticos. Trump afirmó ser la voz de aquellos que se sentían despojados de su poder y que, según él, necesitaban ser escuchados nuevamente. Así, en su visión, los votantes que lo apoyaban eran los legítimos propietarios de la nación, aquellos que verdaderamente merecían estar al mando.

En sus discursos, Trump utilizaba frecuentemente frases como "los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no serán olvidados más", y repetía que él estaba allí para devolverles el poder. Según su perspectiva, la victoria en las elecciones presidenciales le otorgaba a él y a sus seguidores un mandato para gobernar en su nombre, como si fueran los únicos que realmente representaban a la nación. Esta visión excluyente y polarizante lo llevaba a enfrentar a un "enemigo" claramente identificado: los demócratas, los medios de comunicación y cualquier otro grupo que no estuviera de acuerdo con su visión.

Trump se veía a sí mismo como un líder excepcional, un defensor de aquellos que se sentían marginados por el sistema político tradicional. En sus rallies, a menudo afirmaba que sus seguidores, a quienes se refería como "los verdaderos estadounidenses", eran los más inteligentes, los más trabajadores y los que más contribuían a la sociedad. Rechazaba la idea de que los "élite" fueran la verdadera clase dirigente, insistiendo en que eran los seguidores de su movimiento quienes representaban el verdadero poder y sabiduría.

Este discurso de exclusividad fue evidente durante todo su mandato. A pesar de que Trump era el presidente de todos los estadounidenses, parecía más preocupado por satisfacer las expectativas de sus seguidores más leales, quienes lo veían no solo como su líder, sino como su voz. Así, se construyó una relación casi simbiótica entre Trump y sus seguidores, en la que ambos se percibían como el núcleo de "la verdadera América".

Además, este enfoque excluyente del "pueblo" tenía claras implicaciones políticas. La oposición, es decir, los demócratas y otros críticos de su gobierno, no solo eran considerados enemigos políticos, sino que su resistencia se presentaba como un intento de subvertir la voluntad del pueblo. Al etiquetar a sus opositores de manera despectiva, Trump consolidaba una narrativa en la que cualquier crítica hacia él era vista como una traición a los intereses de la nación misma.

Es importante entender que, a pesar de la constante apelación a "la gente" en su discurso, Trump no estaba buscando representar a toda la población estadounidense. Su lenguaje y sus políticas reflejaban una visión profundamente divisiva del país, en la que la identidad y la lealtad política se volvieron criterios cruciales para determinar quién merecía ser considerado parte de la verdadera nación. Por lo tanto, más allá de su retórica populista, el mensaje subyacente era que la política de Trump no era un gobierno para todos, sino un gobierno para quienes lo apoyaban incondicionalmente.

¿Cómo la resistencia política y los medios de comunicación se convirtieron en el enemigo para Trump?

Donald Trump, desde los primeros días de su campaña electoral y durante su presidencia, adoptó una postura única ante la oposición. En lugar de buscar una conciliación con aquellos que se oponían a sus políticas, prefería presentar a sus detractores como enemigos de la nación, incluso calificándolos de antiamericanos. La resistencia a su gobierno no solo estaba representada por aquellos que no coincidían ideológicamente con él, sino que cualquier forma de oposición pasaba a ser vista como una amenaza directa al pueblo estadounidense y a su democracia.

Este enfoque de confrontación se cristalizó durante las elecciones de 2016, donde Trump trató de construir una narrativa simple pero poderosa: si él representaba la verdadera voluntad del pueblo estadounidense, entonces su oponente, Hillary Clinton, representaba todo lo contrario. Clinton no solo era la candidata del Partido Demócrata, sino que según Trump, era una amenaza para el país y sus valores. La idea que promovió era clara: "si no estás conmigo, estás en contra de la voluntad del pueblo". No solo eso, sino que también sugirió que cualquier beneficio que Clinton pudiera recibir, como la decisión del FBI de no continuar con su investigación sobre los correos electrónicos, era parte de una conspiración contra el pueblo estadounidense.

Este discurso polarizador encontró eco durante toda su presidencia, donde Trump constantemente trató de dividir a la sociedad en "nosotros" y "ellos". En su visión, los demócratas no eran solo el partido de la oposición, sino que también se habían convertido en los principales actores de una resistencia contra los intereses y valores de América. En este contexto, cualquier tipo de crítica o disenso era automáticamente rechazada como una amenaza a la nación misma, que solo él parecía defender.

Por ejemplo, Trump utilizó expresiones como "La izquierda radical está trabajando muy duro, pero EL PUEBLO es mucho más inteligente" para establecer una clara distinción entre los demócratas y lo que él consideraba ser el verdadero pueblo estadounidense. De manera más agresiva, los acusó de ser obstruccionistas, de intentar socavar la democracia y de subvertir la voluntad del pueblo. Esta retórica no solo servía para atacar a sus rivales políticos, sino también para consolidar su propio poder, al presentarse como el único defensor legítimo de la democracia.

Una de las figuras que más contribuyó a esta narrativa fue, según Trump, la prensa. Los medios de comunicación se convirtieron en el blanco favorito de sus ataques, siendo considerados por él como "la verdadera oposición" del país. Trump sostenía que los medios distorsionaban la verdad, promovían noticias falsas y, en última instancia, amenazaban la democracia estadounidense. Su relación con la prensa fue tensa desde el comienzo de su campaña y solo empeoró durante su presidencia, donde se refería a ellos como "Fake News" (noticias falsas), a pesar de que algunos de esos mismos medios simplemente informaban hechos que no le favorecían.

En este escenario, Trump utilizó las redes sociales, particularmente Twitter, como su herramienta principal para comunicarse directamente con el pueblo, evitando lo que consideraba una cobertura injusta de los medios. A través de sus tuits, no solo se enfrentaba a sus detractores, sino que también reforzaba la idea de que los medios de comunicación formaban parte de un complot para socavar su presidencia.

Lo que se destaca en toda esta dinámica es la forma en que Trump convirtió la oposición política en una amenaza existencial para Estados Unidos. A diferencia de otros presidentes, que trataban de abordar las críticas con una cierta diplomacia o mediante el proceso democrático, Trump no dudó en ver a los opositores como enemigos directos, lo que generó una polarización sin precedentes en la política estadounidense.

Es crucial que los lectores comprendan que este enfoque de Trump no solo fue un producto de su estilo personal, sino una estrategia política calculada para movilizar a sus bases y consolidar su poder. Al presentar a la oposición como un enemigo de la nación, Trump buscó crear una narrativa donde él era el único líder legítimo capaz de interpretar la voluntad del pueblo, mientras que aquellos que se oponían a él estaban fuera del marco democrático.

A lo largo de su mandato, este enfoque radicalizó aún más la división en el país, y las instituciones democráticas se vieron forzadas a enfrentarse a una política presidencial que descalificaba cualquier forma de oposición legítima como un ataque al pueblo y la democracia misma. Es importante destacar que este tipo de retórica y acción política tiene consecuencias a largo plazo, no solo para la política interna de Estados Unidos, sino también para la percepción que el mundo tiene sobre la salud de la democracia en el país.

¿Cómo Trump redefinió la relación entre los medios y el pueblo estadounidense?

A tan solo un mes de iniciar su presidencia, cuando las críticas hacia Donald Trump comenzaron a circular más frecuentemente en los medios de comunicación, él acuñó un nuevo apodo para referirse a ellos: “Los medios de noticias falsas (fallando @nytimes, @CNN, @NBCNews y muchos más) no son mi enemigo, son el enemigo del pueblo estadounidense. ¡ASQUEROSO!” Trump no solo se veía a sí mismo como una víctima de una prensa parcial, sino que además transmitió a sus seguidores la idea de que los medios eran, en efecto, los verdaderos enemigos del pueblo estadounidense. De acuerdo con él, no solo se trataba de su relación con la prensa, sino de una batalla más grande, una lucha entre las élites del país y el pueblo real al que él representaba.

Durante sus mítines de MAGA, como el de Fort Myers en 2018, Trump expresó: “Hemos condenado con firmeza el odio, el racismo, la intolerancia y todos sus feos aspectos, pero los medios no quieren que oigan su historia. No es mi historia, es su historia”. Para Trump, los medios no solo lo atacaban a él, sino que también hacían lo mismo con sus seguidores. En un país profundamente dividido, él construyó una narrativa donde su presidencia y sus ideas eran las de la mayoría silenciada, mientras que los medios de comunicación estaban de alguna forma al servicio de intereses que iban en contra de la voluntad popular.

El término “enemigo del pueblo” era central en su discurso. En su mente, los medios de comunicación no solo eran una molestia, sino una amenaza directa a la democracia estadounidense. Repetía que los medios habían alcanzado un nivel de deshonestidad y corrupción sin precedentes en la historia de los Estados Unidos, algo que, para él, era emocionante, pero también profundamente triste. La crítica a su gobierno no solo cuestionaba su liderazgo, sino que, según su perspectiva, estaba atacando el alma misma de América.

Si bien intentó matizar sus comentarios en ocasiones, como cuando aclaró que no se refería a todos los medios, sino solo a los “medios falsos” que no le favorecían, la realidad era que Trump no se limitaba a atacar a aquellos medios que criticaban su gestión. Los grandes medios de comunicación estadounidenses, incluidos los más reconocidos y prestigiosos, fueron etiquetados constantemente como “falsos”. Solo las fuentes alineadas con su narrativa, como Fox News, se libraban de este epíteto. En su visión, la prensa debía servir a sus intereses, y cualquier crítica o cuestionamiento a su gobierno era una forma de sabotaje a la democracia misma.

La forma en que Trump moldeó la opinión pública a través de su enfrentamiento con los medios fue un reflejo de su concepción distorsionada del papel que los medios deben desempeñar en una democracia. Más que ser un contrapeso saludable al poder, como tradicionalmente se les ha concebido, Trump veía a los medios como una extensión de su agenda. Los medios que lo apoyaban no eran simplemente aliados, sino los únicos canales legítimos a través de los cuales el pueblo estadounidense podía informarse.

Más allá de los medios, Trump se mostró particularmente agresivo frente a cualquier tipo de oposición que considerara un obstáculo a su poder. La investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones de 2016, liderada por Robert Mueller, fue una de las manifestaciones más claras de esta confrontación. Trump utilizó su lenguaje característico para referirse a ella como la "caza de brujas más grande en la historia de la política estadounidense", una táctica que le permitió no solo deslegitimar la investigación, sino también asociarla con un ataque a los intereses de sus seguidores.

La retórica de Trump no solo apelaba a su base de apoyo, sino que también constituía una estrategia para desviar la atención de las críticas a su gobierno, presentándolas como una conspiración destinada a socavar su mandato. A través de su constante uso de frases como "los demócratas no se preocupan por Rusia, solo por el poder político", Trump lograba vincular cualquier oposición política, incluida la investigación sobre su campaña, con una supuesta traición al pueblo estadounidense.

Este fenómeno de “victimización” y la creación de un enemigo claro y constante no fue solo una táctica para movilizar a su base, sino también una forma de consolidar el poder. Al crear una narrativa donde él y su presidencia eran el centro legítimo de los intereses de los estadounidenses, Trump construyó un marco de referencia donde cualquier crítica no solo era vista como injusta, sino como una amenaza directa a la democracia. Para él, y para muchos de sus seguidores, la presidencia de Trump no solo representaba una administración, sino una lucha constante por lo que él percibía como el futuro de la nación.

El constante ataque a la prensa, las investigaciones en su contra y la polarización de la opinión pública fueron elementos fundamentales en su estrategia política. Más allá de la retórica, es importante comprender cómo estos elementos configuraron la política estadounidense durante su mandato y cómo redefinieron la relación entre el gobierno y los medios. El desafío que presentaron los medios críticos con su gobierno no solo fue una cuestión de imagen, sino una de poder. La confrontación con los medios, por lo tanto, fue una manifestación de un problema mucho más profundo en la estructura política del país.

¿Cómo los Medios Conservadores y los Políticos Republicanos Respaldaron la Estrategia de Trump de "Excepcionalismo Personal"?

A medida que avanzaba la presidencia de Donald Trump, la línea que separaba a los medios conservadores de la política se desdibujaba cada vez más. Durante sus mítines, la constante de la estrategia de Trump era resaltar su propia excepcionalidad, una narrativa que no solo fue adoptada por él, sino también por comentaristas y figuras políticas que formaban parte de la esfera republicana. Esta visión del "yo excepcional" se veía reflejada en cada discurso y en la manera en que los medios de comunicación conservadores lo apoyaban, desde Fox News hasta otros canales, amplificando sus logros y minimizando las críticas.

Uno de los momentos más simbólicos de esta intersección entre los medios y el poder político ocurrió durante un mitin en el que Trump invitó a Sean Hannity al escenario, quien comenzó su intervención con una de sus declaraciones más polémicas: "Por cierto, todas esas personas que están en la parte de atrás son noticias falsas". A partir de ese momento, Hannity no solo reforzó la idea de un "Trump excepcional", sino que la abrazó completamente al alabar sus logros, como el haber mantenido sus promesas de campaña. La adhesión de Hannity a esta retórica no fue un hecho aislado, sino que se convirtió en una norma dentro de los comentaristas conservadores que, al igual que él, comenzaron a justificar y promover la política de Trump.

Jeanine Pirro, otra figura prominente de Fox News, no tardó en seguir el mismo camino, declarando con entusiasmo que Estados Unidos se encontraba en la "racha de crecimiento económico más fuerte de su historia" y elogiando el papel de Trump como líder del cambio. Su presencia en los mítines y su discurso daban forma a la narrativa de que la presidencia de Trump era "histórica" en términos de logros económicos, un punto de vista que se replicaba en los medios republicanos constantemente.

El respaldo de los comentaristas conservadores no se limitó solo a las cuestiones económicas. Lou Dobbs, otro miembro destacado de Fox News, afirmó que Trump estaba haciendo exactamente lo que había prometido durante su campaña, calificándolo como el presidente "más efectivo y exitoso en la historia moderna de Estados Unidos". Incluso figuras más moderadas, como Newt Gingrich, no dudaban en decir que Trump representaba una fuerza de cambio nunca antes vista en la historia de Washington. Este respaldo mediático fue crucial, ya que los medios conservadores no solo sirvieron como amplificadores de la imagen de Trump, sino que también cimentaron su mensaje de excepcionalismo ante una audiencia que se sentía atraída por esta retórica.

A nivel político, los miembros del Partido Republicano también adoptaron esta estrategia de "excepcionalismo personal". Muchos de los críticos de Trump dentro del partido, como los senadores Jeff Flake y Bob Corker, se retiraron de la arena política o cambiaron radicalmente su postura, alineándose con la presidencia de Trump. El caso más destacado fue el de Lindsey Graham, quien pasó de ser uno de los mayores detractores de Trump a convertirse en uno de sus más fieles aliados. En sus intervenciones, Graham no dudaba en destacar los logros de Trump, desde la reconstrucción del ejército hasta la lucha contra el terrorismo, e incluso llegó a afirmar que el presidente había logrado la economía más fuerte de su vida.

Este viraje político dentro del Partido Republicano dejó claro que, para muchos de sus miembros, la adhesión a la figura de Trump era una necesidad estratégica: aquellos que no se sumaran a su visión de "excepcionalismo" se veían rápidamente desplazados. Políticos como Kevin McCarthy, Ted Cruz y David Perdue, entre otros, adoptaron sin reservas el mensaje de Trump sobre el crecimiento económico, la reducción del desempleo y la fortaleza militar, incluso si en privado podrían tener dudas sobre algunas de sus políticas.

El apoyo a Trump por parte de figuras republicanas también se reflejaba en las intervenciones públicas que hacían, donde no solo alababan sus logros, sino que los presentaban como parte de un cambio estructural en el país. "Gracias a Trump, Estados Unidos está ganando como nunca antes", expresó McCarthy, mientras que Cruz subrayó los históricos niveles de empleo que se habían alcanzado bajo su administración.

Es importante destacar que, a pesar de que muchos de estos políticos y comentaristas elogiaran públicamente a Trump, la mayoría de ellos compartían un interés común en mantener la unidad dentro del partido y asegurar la continuidad de sus políticas, especialmente en un contexto de creciente polarización política. La retórica de "excepcionalismo" ofreció un marco que no solo beneficiaba a Trump, sino que también consolidaba a los republicanos como una fuerza política cohesionada frente a sus rivales.

Además de las cuestiones económicas, la narración de Trump como un líder que había hecho más que cualquier otro presidente en la historia reciente en términos de seguridad, inmigración y combate al terrorismo se amplificó a través de las voces de sus seguidores. El énfasis en la excepcionalidad no solo se limitaba a sus políticas internas, sino que también se extendía a su visión de Estados Unidos en el escenario mundial. El resurgir del patriotismo y el orgullo nacional que Trump promovía, apoyado por figuras políticas y mediáticas, formó un relato poderoso que, para muchos, justificaba su enfoque de gobierno y su estilo de liderazgo.

En resumen, la combinación de medios conservadores y figuras políticas del Partido Republicano permitió que la estrategia de Trump de presentarse como una figura única y excepcional fuera aceptada y promovida por amplios sectores de la sociedad estadounidense. La cohesión de este mensaje, entrelazado con una retórica de éxito y fortaleza, creó una narrativa poderosa que redefinió el discurso político de la era Trump.