Los lunes son los días más difíciles para limpiar porque uno encuentra todo desordenado por todas partes. Los baños están mojados, con papel higiénico y toallas de papel tiradas por el suelo. La bañera llena de pelos, pero uno tiene que limpiarla. Me pongo los guantes para protegerme. Cuando cientos de estudiantes viven aquí, usan la cocina y los baños, imaginen cómo queda todo. Además, hay mucho trabajo que hacer antes de que los estudiantes regresen después del verano. Cada rincón debe quedar impecable. Protegemos nuestra salud con guantes y productos químicos fuertes, aunque no me gusta esa parte, pero la hago porque necesito trabajar. No hablo bien inglés y no puedo buscar otro empleo, así que no me queda otra.
Tengo un buen supervisor que nos trata bien, no nos presiona demasiado y eso hace la diferencia. Trabajo siete días a la semana, ocho horas los sábados y domingos en otra empresa, realizando el mismo trabajo en el mismo edificio. El problema es que tengo dos trabajos a tiempo parcial con diferentes compañías, por lo que no califico para ningún beneficio médico. Me gustaría un trabajo de tiempo completo durante la semana, con beneficios y fines de semana libres para estar con mis hijas, pero me dicen que no hay empleos así disponibles. No me gusta dejar a las pequeñas solas los fines de semana. Cuando salgo, Diani, la mayor, se queda con las menores o a veces viene mi hermana a quedarse con ellas. Ella no tiene un hogar estable, así que a veces pasa la noche con nosotros. Vanessa y Diani duermen juntas, yo duermo con la pequeña. Me gusta estar en casa por la noche para ayudar con las tareas y cuidar que estén bien.
Los beneficios de salud son algo que deseo mucho. Una vez tuve que ausentarme dos semanas por una operación en una vena de la pierna y no gané nada en ese tiempo porque no pude trabajar. Cuando una mujer toma licencia por maternidad, pasa lo mismo: te dan dos meses en casa, pero sin salario ni beneficios. Cuando tuve a mis hijas trabajé hasta que no pude más, casi hasta el octavo mes, porque necesitaba ahorrar dinero. Tratan de ser considerados con las embarazadas, dándoles trabajos más ligeros y evitando que limpien bañeras, porque un accidente podría ser grave. Gracias a la Campaña por un Salario Digno nos aumentaron el sueldo a once dólares con treinta y cinco centavos, pero aún gano solo ciento sesenta y dos dólares a la semana después de impuestos, lo que son seiscientos cuarenta y ocho dólares al mes.
Mientras trabajo, a veces pienso en lo incómoda que me siento con esta vida. Siempre lo mismo, me digo, pero luego me calmo porque sé que tengo que trabajar. Tengo tres hijas que mantener. Otras veces pienso en regresar a mi país, pero me recuerdo que mis hijas estudian aquí, que ya hablan inglés y que estoy legal, con ciudadanía. Me siento atrapada a veces. Siento vergüenza por limpiar baños, y a veces me da pena frente a los estudiantes que no son considerados con la suciedad que dejan. A veces creo que tomé una mala decisión al venir a Estados Unidos, pero también sé que he logrado muchas cosas. Dos de mis hijas nacieron aquí, tengo mi ciudadanía y al menos un techo bajo el cual vivir. No tengo dinero, pero vivo tranquila. Me gustaría que mis hijas y yo podamos seguir adelante juntas, tal vez regresar a Santo Domingo y construir una casa cómoda y en paz para vivir.
Una vez tuve que entrar a una oficina donde un profesor estaba muy concentrado en un problema que tenía en el pizarrón, y yo estaba arreglando un archivador. El hombre ni se inmutó, ni notó que estaba allí. Veinte minutos después me preguntó si ya había arreglado su archivador y le respondí que sí, veinte minutos antes. No es cuestión de clases sociales, sino de que él estaba totalmente absorto en su trabajo, algo que siempre he admirado.
Soy la única que limpia este edificio durante el día y hay noventa y cuatro habitaciones aquí. En una ocasión trabajé treinta y cinco días seguidos sin descanso entre mis dos empleos. Normalmente puedo aguantar, pero esta semana por ejemplo, estoy empezando a resfriarme. Muchos estamos cansados. Cansados de cuidar cada centavo. Pero parece que todos tienen miedo de hablar. La mayoría de los que trabajamos en UNICCO somos de países extranjeros, principalmente de habla hispana, y hay intimidación. Escuchamos historias de gerentes que amenazan con llamar a inmigración si pedimos un aumento o vacaciones. Si pierdes tu trabajo con una green card, tienes treinta días para conseguir otro empleo o debes salir del país. Un compañero no recibió pago extra por horas extras y no dijo nada por miedo. Una vez pedí vacaciones y en cuarenta y cinco minutos vinieron dos supervisores a preguntarme qué significaba eso. UNICCO promete vacaciones, pero la realidad es otra. A pesar de todo, tenemos un sindicato, el Local 254 de SEIU, que nos representa.
Mi alarma suena a las cuatro de la mañana. Esa es la única hora que tengo para mí: me ducho, me afeito, escucho las noticias. Salgo a las cinco y media, llego a la estación a las cinco cincuenta y cinco, tomo el tren y llego al trabajo a las siete y cuarto. Termino a las cuatro de la tarde, tomo el tren, compro café y una dona, camino veinte minutos hasta el supermercado, trabajo hasta las diez y media, regreso a la estación, tomo el tren y llego a casa a las once y media. Me acuesto a medianoche y suelo dormir profundo. Llevo así más de dos años.
Hay días que uno camina en una especie de niebla, pero no piensas demasiado, simplemente sigues adelante. Hubo un tiempo en que trabajaba de lunes a viernes y cuatro horas los sábados y domingos. Dejé eso, pero por un tiempo seguía despertándome temprano los sábados pensando que tenía que ir a trabajar, hasta que a mitad de la mañana me daba cuenta que no. Ahora los sábados limpio en casa, hago las compras y la colada. Los domingos veo fútbol. El tiempo es valioso, especialmente a los sesenta y uno años.
Actualmente uso el dinero de mi jubilación para pagar un préstamo del banco. Todavía queda algo en el fondo, pero pronto se agotará.
Es fundamental entender que detrás de cada trabajador en limpieza hay una historia de sacrificios, luchas y sueños. El trabajo no solo es físico, sino emocional, marcado por la incertidumbre laboral, la precariedad y el esfuerzo constante para ofrecer un futuro mejor a sus familias. La invisibilidad social que sufren y la falta de reconocimiento hacen más dura la carga, pero también refuerzan la dignidad con la que enfrentan cada día. Además, conocer las condiciones laborales, las dificultades legales y la falta de acceso a beneficios es crucial para valorar y comprender la complejidad de esta realidad que pocos ven y pocos escuchan.
¿Cómo influye el trabajo en la vida personal y el bienestar de quienes sirven en entornos de alto nivel?
Las jornadas laborales en los lugares de alto nivel pueden ser tanto una fuente de orgullo como una causa de desgaste físico y emocional. Esta dualidad se hace especialmente evidente en el caso de los trabajadores que, a pesar de realizar un trabajo demandante, encuentran satisfacción y orgullo en su labor, especialmente cuando sienten que sus esfuerzos son valorados. En un lugar como el Club de la Facultad de Harvard, un espacio que irradia prestigio, las personas que sirven a los miembros tienen una conexión profunda con su entorno, que va más allá del simple intercambio de servicio por dinero.
En este entorno, las rutinas diarias parecen estar marcadas por la eficiencia y la repetición. La jornada comienza temprano, con un despertar a las cuatro y media de la mañana para estar listo a tiempo. A pesar de las exigencias físicas del trabajo, los trabajadores se sienten responsables de proporcionar una experiencia que esté a la altura de las expectativas de los clientes, muchos de los cuales provienen de un entorno de élite. Es esta dedicación a servir lo que les da satisfacción: saber que los estudiantes, los miembros y los visitantes se sienten cómodos y bien cuidados.
El trabajo, sin embargo, no está exento de sacrificios. Las largas horas de pie, el esfuerzo constante para garantizar que cada detalle se cumpla, y las repetidas acciones físicas, como cargar platos pesados, pasan factura al cuerpo con el tiempo. El dolor en las manos, los brazos y la espalda es una constante, un recordatorio del esfuerzo físico necesario para mantener la eficiencia y el ritmo. En lugar de rendirse ante el desgaste, muchos aprenden a ajustar sus estrategias: hacer múltiples tareas en un solo viaje para reducir la fatiga o tomar descansos rápidos para recuperar fuerzas.
A pesar de estas dificultades, los trabajadores a menudo se sienten orgullosos de su desempeño. La rutina exacta y la capacidad de no mostrar el estrés a los demás son fundamentales. La satisfacción llega en momentos pequeños: un cliente que agradece su atención, una palabra amable de un compañero o una recomendación de un cliente satisfecho. Esta retroalimentación positiva es esencial para mantener la motivación. En muchos casos, los trabajadores del lugar se sienten parte de una comunidad que trasciende el empleo; son reconocidos por su dedicación y compromiso, lo que genera un sentimiento de pertenencia.
El vínculo con los clientes es otro aspecto fundamental. Muchos de estos trabajadores, que han servido durante años, no solo conocen a sus clientes, sino que se convierten en una parte integral de sus vidas, proporcionando un toque personal que va más allá de las expectativas de un servicio de alto nivel. A lo largo de los años, se desarrollan relaciones cercanas, e incluso amistades, con figuras notables y clientes recurrentes, lo que aporta una sensación de conexión genuina con los demás.
Por otro lado, la situación económica de estos trabajadores a menudo no refleja el estatus de la institución para la que trabajan. A pesar de que el Club de la Facultad de Harvard tiene una enorme dotación financiera, los salarios no siempre se corresponden con el nivel de prestigio de la institución. Los empleados, aunque tienen un trabajo estable y algunos beneficios como la membresía en el club, siguen enfrentando la realidad de la necesidad de un sindicato para proteger sus derechos y asegurar que su esfuerzo sea reconocido de manera justa. La lucha por mejores condiciones y salarios es constante, pero también lo es el sentimiento de que la estabilidad laboral es un valor más importante que el dinero.
El trabajo en este tipo de entorno también implica una dimensión humana profunda: el deseo de ayudar a los demás y de ser valorado por ello. La vocación de servicio, aunque cansada y desafiante, es un factor crucial en la satisfacción personal que experimentan estos trabajadores. Más allá de las dificultades, el sentido de contribuir al bienestar de otros genera un sentido de propósito que se convierte en el motor para seguir adelante, incluso cuando las circunstancias son adversas.
Lo que es esencial comprender más allá de las palabras de estos testimonios es la profunda interconexión entre el trabajo y la vida personal de estos individuos. En muchos casos, su identidad no solo se forma por su rol en la institución, sino por las relaciones que construyen, por la responsabilidad que sienten hacia su trabajo, y por el respeto que se ganan de los demás. Además, aunque el cuerpo se resiente por el esfuerzo físico, es la mente la que debe aprender a equilibrar la presión constante y el agotamiento. Saber cuándo reducir la carga, cuándo pedir ayuda y cómo mantener la motivación frente a las dificultades es tan crucial como la técnica y las habilidades de servicio.
Finalmente, hay que recordar que, aunque estas personas están al servicio de una élite, su trabajo requiere una ética que, en muchos casos, supera la simple necesidad económica. El trabajo es, en última instancia, una forma de pertenencia y una oportunidad para contribuir, pero también una lucha por el bienestar personal, el respeto mutuo y la justicia laboral.
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