La mayoría de las infecciones por Campylobacter son autolimitadas y se resuelven en el transcurso de una semana. En la gran mayoría de los casos, basta con una terapia de hidratación y corrección de electrolitos. El tratamiento antibiótico sólo debe considerarse si hay fiebre elevada persistente, disentería, enfermedad prolongada o recurrente, o si el paciente está inmunocomprometido o embarazada. Las complicaciones son infrecuentes, pero no por ello deben subestimarse.
Una de las complicaciones clínicas más significativas es que la campilobacteriosis puede imitar la apendicitis aguda, lo que puede llevar a una intervención quirúrgica innecesaria. Además de las manifestaciones intestinales, Campylobacter puede causar infecciones extraintestinales como bacteriemia, hepatitis, pancreatitis e infecciones del tracto urinario. En ciertos casos, la infección por Campylobacter jejuni puede desencadenar secuelas post-infecciosas severas como el síndrome de Guillain-Barré, una enfermedad paralítica aguda del sistema nervioso periférico, caracterizada por una debilidad progresiva de las extremidades. Este síndrome es el resultado de una respuesta autoinmune contra el ácido siálico presente en el lipooligosacárido de C. jejuni, lo que induce la formación de anticuerpos antigangliósidos responsables de la desmielinización de los nervios periféricos.
Otros efectos post-infecciosos incluyen la artritis reactiva y el síndrome de intestino irritable, que afectan respectivamente entre el 2–5% y el 9–13% de los pacientes luego de una infección por C. jejuni. Aunque C. jejuni y C. coli son las especies más frecuentes en infecciones humanas, otras especies como C. fetus subsp. fetus y C. upsaliensis también pueden ser patógenas. Ambas pueden causar enfermedad diarreica, aunque C. fetus subsp. fetus se asocia más comúnmente con bacteriemia y enfermedad sistémica en personas inmunodeprimidas. Estas especies requieren condiciones de cultivo diferentes a las de C. jejuni y C. coli, lo que implica un alto riesgo de pasar desapercibidas si no se consideran activamente en el diagnóstico diferencial. Por ejemplo, C. fetus requiere una incubación a 25 °C y el aislamiento de C. upsaliensis mejora con medios selectivos a base de carbón.
El espécimen de elección para el aislamiento de Campylobacter en casos de gastroenteritis aguda es la muestra fecal, aunque también pueden utilizarse sangre, tejidos y líquidos corporales si se sospecha una infección no gastrointestinal. Las tinciones de Gram rutinarias no se aplican directamente a muestras fecales, pero la tinción modificada con fucsina básica al 0.1% o carbolfucsina ha demostrado mayor eficacia para visualizar Campylobacter en muestras puras o directamente desde heces, aunque su uso no está generalizado. Si se sospecha Campylobacter en una tinción de Gram primaria y el microorganismo es difícil de visualizar por su escasa tinción, repetir la tinción con un tiempo de exposición a la safranina de 2 a 5 minutos puede mejorar significativamente la intensidad de la coloración.
Para aumentar la probabilidad de aislamiento, se utilizan medios selectivos como Campy CVA, que contienen nutrientes adicionales y agentes antimicrobianos, e incubación en atmósfera microaerófila a 42 °C durante al menos 48 horas. Estas condiciones pueden lograrse mediante generadores de gas o sistemas de vacío
¿Qué es el Bacilo de Calmette-Guérin (BCG) y cómo se relaciona con la tuberculosis y las inmunodeficiencias?
El Bacilo Calmette-Guérin (BCG) es una cepa viva atenuada de Mycobacterium bovis utilizada como vacuna contra la tuberculosis (TB), especialmente en regiones con alta prevalencia de la enfermedad. Esta cepa fue desarrollada tras múltiples cultivos seriados de M. bovis aislado de una vaca con mastitis, logrando un microorganismo que no producía enfermedad en varios modelos animales. A partir de esta cepa original, diferentes laboratorios han producido variantes genéticamente distintas de BCG, cada una con propiedades fenotípicas e inmunogénicas particulares. Aunque la vacunación con BCG reduce el riesgo de progresión a enfermedad activa, se reconoce que esta protección disminuye con la edad, especialmente al llegar a la adolescencia.
M. bovis, incluida la cepa BCG, pertenece al complejo Mycobacterium tuberculosis (MTB), que agrupa especies responsables de tuberculosis humana y zoonótica, compartiendo un ancestro común y genomas prácticamente idénticos. Además, existen más de 170 especies adicionales de micobacterias no tuberculosas (NTM), que junto con el MTB y M. leprae, causante de la lepra, conforman un amplio espectro de micobacterias. Estas bacterias comparten una pared celular rica en ácidos micólicos y lípidos complejos que dificultan su tinción con Gram, manifestándose en tinciones acidorresistentes como Ziehl-Neelsen o Kinyoun. La retención del carbolfucsina después de un lavado con ácido-alcohol caracteriza a estos bacilos como acidorresistentes (AFB), un rasgo fundamental para su identificación en muestras clínicas.
La infección tuberculosa se adquiere comúnmente por inhalación de gotas respiratorias provenientes de pacientes con TB pulmonar activa. Mycobacterium tuberculosis es la causa predominante dentro del complejo MTB, mientras que M. bovis representa un pequeño porcentaje de casos en países desarrollados. Tras la inhalación, si el sistema inmunológico no elimina inmediatamente el microorganismo, este puede entrar en un estado latente, alojándose en macrófagos alveolares y tejidos intersticiales pulmonares. Se forman granulomas mediante la agregación de macrófagos, células dendríticas y linfocitos para contener la infección. La mayoría de los individuos permanece asintomática en esta etapa de infección latente (LTBI), que puede persistir por décadas sin contagio ni síntomas. Sin embargo, en ciertos grupos, como niños pequeños o personas con VIH, la infección puede progresar rápidamente a enfermedad activa sin pasar por la latencia.
La reactivación de la infección latente ocurre en un pequeño porcentaje de casos, frecuentemente asociada a alteraciones de la inmunidad celular, como en pacientes con VIH, uso de inhibidores de TNF, corticosteroides o diabetes. En zonas de alta endemicidad, la reinfección con una nueva cepa también puede desencadenar reactivación. En estos casos, la enfermedad puede extenderse más allá del granuloma inicial, afectando múltiples áreas pulmonares o diseminándose a otros órganos, convirtiéndose en una fuente de contagio mediante gotas respiratorias. Los síntomas típicos incluyen tos persistente, fiebre, sudoración nocturna y pérdida de peso gradual. Radiográficamente, la TB activa se caracteriza por infiltrados nodulares en lóbulos superiores y cavitaciones pulmonares.
En circunstancias excepcionales, la vacunación con BCG puede provocar enfermedad derivada de la vacuna misma, desde abscesos locales hasta enfermedad diseminada. Esta última es especialmente grave, afectando múltiples órganos a través de diseminación linfática y hematógena, y con frecuencia resulta fatal cuando se presenta con patrón miliar. La mayoría de estos casos se observa en niños con inmunodeficiencias primarias o adquiridas, como inmunodeficiencia combinada severa, enfermedad granulomatosa crónica o VIH. Por este motivo, está contraindicado vacunar con BCG a niños inmunocomprometidos o con sospecha de inmunodeficiencia.
El diagnóstico de exposición a TB se realiza mediante la prueba cutánea de tuberculina (TST) o el ensayo de liberación de interferón gamma (IGRA). En casos de infección latente o enfermedad activa, ambas pruebas suelen ser positivas, aunque no permiten distinguir entre ambos estados. Además, un resultado negativo no excluye la infección, ya que individuos que eliminan rápidamente el bacilo pueden presentar pruebas negativas. Los individuos vacunados con BCG pueden mostrar falsos positivos en la TST, mientras que el IGRA es negativo, pues está diseñado para diferenciar reacciones a M. tuberculosis y no a cepas vacunales.
Es fundamental entender que la respuesta inmune al complejo MTB es compleja y depende tanto de la inmunidad innata como adaptativa. La formación y mantenimiento del granuloma son procesos dinámicos que implican un equilibrio delicado entre el control bacteriano y la inflamación tisular. La disfunción en cualquiera de estos mecanismos puede resultar en progresión o diseminación de la enfermedad. La resistencia intrínseca de algunas cepas, como M. bovis a la pirazinamida, condiciona el manejo terapéutico y subraya la importancia de la identificación precisa de la especie involucrada. Además, la evaluación de la función inmunitaria, como en casos de infecciones atípicas tras vacunación, permite detectar inmunodeficiencias subyacentes que afectan el pronóstico y la elección del tratamiento.
¿Cómo se diagnostica y trata la blastomicosis en infecciones fúngicas dimórficas?
La blastomicosis es una infección causada por hongos termodimórficos del género Blastomyces, principalmente Blastomyces dermatitidis y Blastomyces gilchristii, que se encuentran en áreas endémicas como los valles de los ríos Ohio y Mississippi, los Grandes Lagos y el río San Lorenzo. Estos hongos poseen una fase micelial en ambientes fríos que, al ingresar al organismo humano, cambian a la fase levaduriforme, característica de la infección activa.
El diagnóstico de la blastomicosis se basa en múltiples métodos, siendo el cultivo en medios como el inhibidor de mohos (inhibitory mold agar, IMA) el estándar de oro para la confirmación definitiva. En este medio, tras aproximadamente 12 días, se observa un crecimiento macroscópico de color blanco beige, mientras que la observación microscópica revela hifas septadas con conidióforos no ramificados y conidios terminales que tienen una forma distintiva similar a “paletas de caramelo” o “lollipops”.
Las pruebas serológicas y antigénicas complementan el diagnóstico, pero presentan limitaciones importantes. Los ensayos inmunodifusión, que detectan anticuerpos contra Blastomyces, ofrecen una especificidad moderada pero sensibilidad limitada. Por otro lado, los inmunoensayos enzimáticos (EIA) muestran mayor sensibilidad, aunque sacrifican especificidad, lo que puede resultar en reactividad cruzada con otros hongos dimórficos endémicos como Histoplasma y Paracoccidioides. La detección de antígeno en orina es más sensible que en suero, pero también está sujeta a este fenómeno de reactividad cruzada, por lo que los resultados deben interpretarse en el contexto clínico y epidemiológico.
Las técnicas moleculares, como la reacción en cadena de la polimerasa en tiempo real (PCR en tiempo real), pueden detectar material genético del hongo en muestras clínicas diversas, incluyendo tejido fijado en parafina. Sin embargo, estas pruebas pueden perder sensibilidad en infecciones con baja carga de organismo. El análisis genético mediante secuenciación de regiones ribosomales y espaciadores internos permite diferenciar entre las especies de Blastomyces, aunque en la práctica clínica habitual esta diferenciación no altera el tratamiento ni el pronóstico, dada la similitud en su manejo.
En cuanto al tratamiento, las infecciones severas de blastomicosis requieren la administración intravenosa de anfotericina B, un antifúngico potente pero con un perfil de efectos secundarios relevante. Para formas más leves o moderadas, los azoles son la primera línea, con itraconazol siendo el más utilizado, aunque fluconazol, voriconazol y posaconazol también son opciones efectivas. La duración del tratamiento con azoles es prolongada, generalmente entre 6 a 12 meses, y a veces se extiende aún más según la evolución clínica.
El monitoreo del paciente incluye el seguimiento de los niveles de antígeno en orina y la evaluación radiológica pulmonar, donde la disminución del antígeno se correlaciona con la respuesta terapéutica, y su aumento puede indicar recurrencia. La blastomicosis puede manifestarse principalmente con síntomas pulmonares, aunque las lesiones cutáneas por inoculación traumática también son frecuentes. Si no se trata, la enfermedad puede evolucionar hacia cuadros clínicos catastróficos.
Es crucial comprender que la interpretación de las pruebas diagnósticas requiere una visión integral que considere la epidemiología, la clínica y la posibilidad de infección por otros hongos dimórficos. Además, la infección por Blastomyces debe ser diferenciada de otras causas infecciosas respiratorias, incluyendo bacterias y virus, así como otras micosis oportunistas, especialmente en pacientes inmunocomprometidos. En estos casos, la combinación de pruebas microbiológicas, serológicas y moleculares es indispensable para un diagnóstico certero y oportuno.
La blastomicosis representa un desafío diagnóstico y terapéutico debido a su presentación clínica variable y la complejidad en la interpretación de pruebas específicas, que muchas veces cruzan resultados con otras micosis endémicas. La experiencia clínica y el seguimiento cuidadoso son fundamentales para el manejo exitoso de esta enfermedad.
¿Cómo se desarrolla la infección por Cystoisospora belli y cómo se diagnostica?
El ciclo de vida de Cystoisospora belli (anteriormente conocido como Isospora belli) es complejo y está marcado por varias fases dentro del huésped humano. Esta protozoaria coccidia invade las células epiteliales intestinales más profundas, donde da inicio a la reproducción asexual, produciendo merozoítos en forma de plátano que luego se liberan en la luz intestinal. Los merozoítos pueden invadir los enterocitos adyacentes y continuar con la replicación asexual o, alternativamente, iniciar la gametogénesis, desarrollándose en microgametocitos o macrogametocitos. La fertilización de un macrogametocito da lugar a la concepción de un cigoto que se convierte en un ooquiste inmaduro, lo que permite la continuación del ciclo de vida del parásito.
Esta infección es intracecótica, y C. belli se ha detectado en diversas zonas del intestino delgado, como el duodeno, el yeyuno y el íleon. La enfermedad se caracteriza generalmente por diarrea acuosa autolimitada, que suele resolverse entre los 7 y 10 días. Sin embargo, los pacientes pueden presentar síntomas adicionales como esteatorrea, dolor de cabeza, fiebre, malestar general y vómitos. En individuos inmunocomprometidos, bebés y niños, la infección puede manifestarse de forma más grave, con una diarrea crónica que provoca una deshidratación severa y pérdida de peso.
Además de los síntomas gastrointestinales, los esporozoítos y los merozoítos de C. belli tienen la capacidad de viajar fuera del intestino hacia otros órganos y formar quistes monozoicos en los tejidos. Estos quistes de pared gruesa se han encontrado en los ganglios linfáticos mesentéricos, el hígado, la vesícula biliar y el bazo de pacientes infectados. En aquellos casos donde la inmunidad al parásito disminuye, los quistes pueden reactivarse y dar lugar a infecciones recurrentes.
El período patente de la infección, es decir, el tiempo que transcurre desde que un paciente infectado comienza a excretar ooquistes hasta que ya no se detectan, es altamente variable. Este período depende del estado inmunológico del paciente y puede durar entre 30 y 50 días en individuos inmunocompetentes. En personas inmunocomprometidas, sin embargo, este período puede extenderse durante más de 6 meses.
El tratamiento estándar para la cistoisporiasis es la administración oral de trimetoprim/sulfametoxazol. En casos donde los pacientes son alérgicos o intolerantes a este fármaco, se han utilizado con éxito otros medicamentos como ciprofloxacino y pirimetamina. Además, es esencial el apoyo con líquidos, electrolitos y nutrientes en caso de diarrea crónica y deshidratación importante.
El diagnóstico de C. belli se basa en la identificación de los ooquistes en muestras fecales. Los ooquistes de C. belli tienen una forma elipsoidal que recuerda a un balón de fútbol o una almendra, y miden entre 25 y 30 µm. Para la detección, se utilizan principalmente tintes como el ácido-modificado rápido o el safranina, que permiten visualizar los ooquistes en las heces teñidas. Sin embargo, a veces estos ooquistes pueden aparecer como formas transparentes o "fantasmales" si no se tiñen de manera uniforme. Los preparados de montajes en fresco sin teñir también son útiles para el diagnóstico, ya que los ooquistes tienen la capacidad de autofluorescer bajo microscopía de fluorescencia ultravioleta.
En cuanto a los hallazgos histopatológicos, la biopsia de tejidos intestinales muestra varias etapas del ciclo de vida de C. belli dentro de los enterocitos. Se observan cambios en la mucosa, como acortamiento de las vellosidades, hiperplasia de las criptas y un aumento de células inflamatorias. En casos de excistación extraintestinal, se pueden identificar esporozoítos o merozoítos en forma de quistes monozoicos en las secciones de tejido.
Es importante señalar que no existen pruebas inmunohistoquímicas específicas para detectar C. belli en muestras de tejidos, ni pruebas de antígenos o serológicas disponibles para el diagnóstico clínico de la cistoisporiasis. Las pruebas moleculares solo se han utilizado en investigaciones científicas y no son aplicables en la práctica clínica.
El diagnóstico diferencial de la cistoisporiasis es crucial, especialmente dado que sus síntomas, como la diarrea acuosa, pueden superponerse con los de otras infecciones parasitarias y bacterianas. Es fundamental conocer el historial médico y de viajes del paciente, y recolectar muestras fecales durante varios días para aumentar las probabilidades de detección microscópica de los ooquistes.
En cuanto a los avances en el diagnóstico y tratamiento, es importante resaltar que las técnicas de tinción y la microscopía ultravioleta son esenciales para la identificación, dado que las pruebas serológicas y de antígenos aún no han sido desarrolladas para el diagnóstico clínico. La importancia de un diagnóstico preciso radica en la necesidad de diferenciar la cistoisporiasis de otras condiciones que presentan síntomas similares, lo que exige un enfoque clínico cuidadoso y detallado.
¿Cómo se realizan las pruebas diagnósticas para la tuberculosis y la infección por micobacterias?
El diagnóstico de las infecciones por micobacterias, en especial de la tuberculosis, depende de varios métodos que incluyen pruebas directas, cultivos y técnicas inmunológicas. Los procedimientos deben seguir estrictas normas de bioseguridad debido a la naturaleza del agente patógeno, así como a los requisitos específicos para el crecimiento de estas bacterias, que son más lentas y difíciles de cultivar.
El proceso comienza con la toma de muestras, que deben manejarse en condiciones estrictas para evitar la contaminación. Las muestras de esputo, por ejemplo, pueden contener otras bacterias o hongos que compiten con las micobacterias por los nutrientes. Por ello, es necesario un proceso de descontaminación para garantizar que las micobacterias crezcan sin interferencias. Además, la mucina presente en las secreciones respiratorias puede atrapar las micobacterias, por lo que antes de la descontaminación es importante digerir la muestra para romper esta mucina y permitir un análisis más preciso.
Una vez procesada la muestra, se pueden realizar pruebas microscópicas directas, como la tinción ácido-resistente, que permite observar rápidamente la presencia de micobacterias. Existen diferentes métodos de tinción, siendo los más comunes la tinción de Ziehl-Neelsen y la de Kinyoun. La primera utiliza calor para penetrar las paredes celulares de las micobacterias, mientras que la segunda emplea un proceso en frío. Las micobacterias tiñen de rojo en ambas técnicas, lo que facilita su identificación. En algunos laboratorios, la tinción con fluoróforos, como la auramina-rhodamina, se utiliza más frecuentemente porque es hasta diez veces más sensible que las tinciones tradicionales basadas en fucsina carbólica.
El cultivo sigue siendo el estándar en el diagnóstico de las infecciones por micobacterias. Se emplean medios sólidos a base de huevo, como el medio Löwenstein-Jensen, o medios sólidos basados en agar, como el medio Middlebrook. Estos medios pueden ser suplementados para suprimir el crecimiento de otros microorganismos que pudieran interferir con la detección de las micobacterias. Sin embargo, algunos tipos de micobacterias, como Mycobacterium haemocromium, requieren medios específicos enriquecidos con hemina o hemoglobina para su crecimiento, así como temperaturas de incubación más bajas que las típicas (30 °C en lugar de 35–37 °C). Los cultivos de micobacterias requieren entre seis y ocho semanas para su desarrollo, aunque el uso de medios líquidos puede acelerar este proceso.
En cultivos, algunas micobacterias, como Mycobacterium tuberculosis, muestran una característica particular: la formación de cordones microscópicos, en los que las bacterias se agrupan en cadenas paralelas. Este fenómeno, conocido como “cording”, es un factor de virulencia debido a la presencia de trehalosa dimicolato, un glicolípido que juega un papel en la adhesión y protección de las micobacterias.
En cuanto a la clasificación de las micobacterias, tradicionalmente se usaba el sistema de Runyon, que divide a las especies en no cromógenas, foto cromógenas y escoto cromógenas, según si desarrollan pigmentación en medios de cultivo. Sin embargo, hoy en día, con los avances en las técnicas de diagnóstico molecular, este sistema ha quedado obsoleto.
Las pruebas histopatológicas, como la tinción ácido-resistente de secciones de tejido fijado en formol, también permiten la identificación de las micobacterias, aunque no son suficientes para determinar la especie. En los tejidos afectados por infecciones micobacterianas, es común encontrar una reacción inflamatoria granulomatosa, que puede ser necrotizante o no necrotizante, caracterizada por la presencia de macrófagos. La carga bacilar de las micobacterias puede ser extremadamente baja, por lo que es crucial examinar cuidadosamente las muestras, ya que incluso la presencia de un solo bacilo ácido-resistente puede ser significativa.
Por otro lado, las pruebas inmunodiagnósticas son esenciales para confirmar la infección por tuberculosis, especialmente cuando no es posible detectar el agente patógeno directamente. Las pruebas de tuberculina (PPD) y los ensayos de liberación de interferón gamma (IGRAs) son las más utilizadas. La prueba de tuberculina mide la respuesta de hipersensibilidad retardada tras la inyección de una pequeña cantidad de antígeno. Esta prueba no es infalible, ya que aproximadamente el 20% de los niños con tuberculosis confirmada no reaccionan de inmediato al PPD, y la tasa es incluso más alta en individuos inmunocomprometidos. Los IGRAs, por su parte, miden la liberación de interferón gamma en respuesta a los antígenos de Mycobacterium tuberculosis. Aunque son más específicos y no se ven afectados por la vacunación BCG, ambas pruebas tienen limitaciones en cuanto a su sensibilidad, lo que puede llevar a resultados negativos incluso en presencia de infección.
Además de los métodos directos e inmunológicos mencionados, es crucial que los profesionales de la salud comprendan que el diagnóstico de tuberculosis no solo depende de las pruebas, sino también del contexto epidemiológico del paciente. Factores como la exposición a personas infectadas, la presencia de síntomas típicos como tos persistente, fiebre, sudores nocturnos y pérdida de peso, y las condiciones preexistentes que puedan predisponer a una persona a desarrollar tuberculosis, deben ser considerados. La combinación de una evaluación clínica adecuada con los métodos diagnósticos permitirá una aproximación más precisa y una gestión más eficaz de la enfermedad.

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