Desde que tengo memoria, he creído firmemente en la idea de que la vida es lo que uno cree que será. Esta concepción, por simple que parezca, ha sido el motor que ha impulsado mi vida. Cuando tenía diez años, me veía a mí misma bailando en mi habitación con unos zapatos nuevos, los cuales, por cierto, me habían sido heredados por una chica que vivía cerca de mi casa. Pero para mí, esos zapatos representaban la entrada a un futuro lleno de posibilidades. No importaba que mi madre, mi hermana o mis parientes cercanos no compartieran la misma visión. El simple hecho de visualizar una vida próspera y llena de logros me daba energía y esperanza. ¿Por qué no habría de serlo? La vida sería grandiosa. Y punto. Fin de la historia.
Creo que si todos trabajáramos en nuestra mentalidad con la misma dedicación con la que entrenamos nuestros cuerpos o nos enfocamos en nuestras carreras, el mundo sería un lugar mucho mejor. La mente es un instrumento invaluable, pero muchas veces la desperdiciamos, dejándonos arrastrar por el miedo, las dudas y la tendencia a centrarnos en lo negativo cuando, en realidad, existen innumerables oportunidades. A veces, un pequeño ajuste en la forma de pensar puede hacer maravillas.
Un ejemplo claro de cómo la mentalidad puede influir en los resultados lo viví en mi carrera como agente inmobiliaria. Tenía a la venta un apartamento que, a pesar de mis esfuerzos, no se vendía. Probé de todo: decoración, eventos con corredores, marketing, jornadas de puertas abiertas. Nada parecía funcionar. Me sentía confiada, pero, aún así, el apartamento no se vendía. Cada otro apartamento similar en la zona se vendía, pero el mío seguía en el mercado. Me rompía la cabeza tratando de entender qué estaba pasando.
Entonces, algo hizo clic en mi mente. Recordé las conversaciones que había tenido con los propietarios del apartamento. Siempre hablaban de cómo el precio era demasiado alto, lo pequeño del piso, lo difícil que sería venderlo porque todas las otras propiedades eran mejores. Ellos se sentían “malditos”. Y, sorprendentemente, estaban en lo cierto, pero no por las razones que pensaban. El verdadero problema no era el apartamento, sino su mentalidad.
Decidí convocar una reunión con ellos, más como una intervención que una reunión formal. Les pedí que abrieran sus corazones y compartieran sus sentimientos sobre todo el proceso de venta hasta ese momento. De nuevo, repitieron sus temores: el precio estaba alto, el apartamento no valía lo que pedían y nunca se vendería. Fue en ese momento cuando les dije: "Ese, ahí, es el problema". Ellos pensaron que hablaba del precio, pero en realidad les estaba diciendo que tenían la “frecuencia” equivocada. Les expliqué que la mentalidad influye enormemente en los resultados. Les pedí que se visualizaran, antes de dormir, viviendo en su nuevo hogar y viéndolo vendiéndose a una persona encantada. Aunque probablemente pensaron que me había vuelto loca, aceptaron probarlo. ¿El resultado? En dos semanas, recibí una oferta de $5,000 por encima del precio de venta. Todo comenzó en la mente.
Las pequeñas variaciones en cómo pensamos sobre nuestra vida, sobre nuestras circunstancias, pueden tener un impacto profundo en lo que atraemos. Cambiar nuestra mentalidad no implica engañarnos a nosotros mismos o ignorar la realidad; se trata de enfocarnos en las posibilidades y no en los obstáculos.
Otro aspecto que también impactó enormemente mi vida fue el darme cuenta de la importancia de contar historias. Siempre he sido una persona observadora. Me encanta ver cómo las personas actúan, sus peculiaridades y esos pequeños detalles que hacen que los humanos sean tan fascinantes. Todo lo que me rodea se convierte en una historia, en un guion potencial, como si estuviera constantemente buscando la próxima gran anécdota. Quizá por eso terminé siendo parte del programa de televisión Selling New York.
En ese programa, no se trataba de reformar las propiedades, ya que muchas de las viviendas eran perfectas tal como estaban. El objetivo era mostrar a la audiencia un mundo en el que no muchos podrían entrar, el mercado de bienes raíces de lujo en Nueva York. Un día, mientras grabábamos un episodio con un compañero, el productor se acercó y comenzamos a charlar. En medio de la conversación, le pregunté si quería escuchar mi idea para un programa. Me pidió que le contara mis historias y, para mi sorpresa, le encantaron. Esas historias fueron lo que los productores necesitaban, porque su mayor desafío era encontrar tramas interesantes. Fue en ese momento que descubrí que tenía un talento natural para encontrar historias, incluso sin haberlo planeado.
Las ideas que le compartí, sobre situaciones reales con mis clientes, acabaron convirtiéndose en episodios del programa. Mi visión del mundo estaba impregnada de historias, y eso fue lo que los productores vieron. Y aunque muchas veces me pidieron que dijera cosas que no eran auténticas para mí, como "¡Vamos a la azotea a hacer una fiesta!", me mantuve fiel a mi estilo. A veces, se trata de mantener la autenticidad, incluso si eso significa hacer el ridículo. Recuerdo un día en el set cuando llegué con dos botas diferentes, algo que todos hemos hecho alguna vez. Pero en lugar de preocuparse por lo que pensaran, decidí mostrarlo, porque era real. A veces, la verdad de lo que somos es mucho más poderosa que cualquier guion forzado.
De todo esto, queda claro que cuando uno es fiel a su visión y a su forma de ver el mundo, las oportunidades surgen de manera inesperada. En mi caso, la televisión llegó a mí, pero descubrí que lo que más me atraía no era estar frente a la cámara, sino todo lo que sucedía detrás de ella. De alguna manera, esa misma visión creativa que había aplicado en mi trabajo como agente inmobiliaria se trasladó al mundo de la televisión. La clave está en no limitarse a los convencionalismos, sino en estar dispuestos a explorar y ser auténticos en lo que hacemos. La vida misma, al final, es una historia en constante evolución.
¿Cómo manejar la parálisis por análisis y la revalorización del fracaso en la vida profesional?
A veces la vida nos presenta situaciones inesperadas que nos obligan a actuar, incluso cuando nos sentimos absolutamente desbordados o mal preparados. En una ocasión, me encontré en un escenario en el que debía moderar un panel de discusión. Mi corazón latía a mil por hora; estaba aterrada, y la preparación que pensé tener era, en realidad, nula. Sin embargo, sabía que no podía retroceder. Si no me presentaba, todo se vería aún peor. Aunque no estaba lista, tomé acción. Saqué una servilleta y anoté los nombres de los panelistas. Estaba al tanto del tema, por suerte, y empecé haciendo una pregunta general. Luego, para ganar tiempo y pensar en la siguiente pregunta, me permití una pausa. Me dirigí al público diciendo: "¿Escucharon lo que dijo Rafael? Interesante, ¿verdad?" y luego dirigí la siguiente pregunta a otro panelista. En lugar de entrar en pánico, me enfoqué en escuchar lo que los demás decían, lo que me permitió construir nuevas preguntas y mantener la conversación fluida. Lo que inicialmente parecía una situación de desastre se convirtió en una de las discusiones más agradables.
Este episodio me hizo pensar en un concepto clave: la "parálisis por análisis". Este término describe esa parálisis que experimentamos cuando nos enfocamos tanto en los posibles resultados de nuestras decisiones, que nunca llegamos a tomar ninguna. La gente se detiene al intentar predecir cada posible consecuencia, perdiendo de vista que la inacción es, en muchos casos, peor que cometer errores. Esta parálisis es algo que veo constantemente en el ámbito profesional, especialmente entre los agentes inmobiliarios. Muchos llegan a la oficina con toda la intención de triunfar, visten su mejor atuendo profesional, se disponen a hacer llamadas, pero, a pesar de su esfuerzo, no avanzan. A menudo, la razón no es que sean malos en su trabajo, sino que buscan alcanzar la perfección antes de actuar. La búsqueda obsesiva de respuestas definitivas o de la acción perfecta los detiene, y eso los conduce a la inacción.
El miedo al fracaso es la raíz de este problema. Pero, paradójicamente, es este mismo miedo lo que nos lleva a fallar. Si nos dejamos dominar por el temor a no ser lo suficientemente buenos o a cometer errores, podemos quedarnos atrapados en un ciclo de indecisión y parálisis. Sin embargo, el éxito no se encuentra en la perfección, sino en la capacidad de confiar en uno mismo y seguir adelante, incluso cuando no tenemos todas las respuestas. La vida no se detiene ante nuestros errores; de hecho, el error es una herramienta valiosa para el crecimiento.
Es esencial desafiarse constantemente, aprender y crecer a través de la acción. Tomando como ejemplo mis primeros días en el negocio inmobiliario, podría haber dejado pasar muchas oportunidades. No hubiera hecho aquella primera llamada a un propietario que estaba vendiendo su propiedad por su cuenta, a pesar de que me había tratado de forma fría. O podría haberme asustado y huido de un cliente agresivo que me cuestionó por mi falta de experiencia. Sin embargo, elegí avanzar. En lugar de enfocarme en mis deficiencias, me concentré en lo que sí sabía hacer: cuidar de las personas y trabajar con dedicación. Si hubiese esperado a tener todas las respuestas, jamás habría alcanzado los logros que obtuve. Aprender a dejar de lado el miedo y confiar en nuestra capacidad para resolver problemas en el camino es la clave para el progreso.
Es importante recordar que no siempre tenemos que tener una respuesta para todo. Está bien admitir que no sabemos algo y prometer buscar una solución. Mentir o inventar respuestas solo nos arrastra más al error. Por lo tanto, aceptar la falta de conocimiento en un momento determinado es una forma válida de crecer. La verdadera enseñanza proviene de la posibilidad de fallar y aprender, y cada error es una oportunidad para mejorar.
En paralelo a esta reflexión sobre la parálisis por análisis, hay otro aspecto fundamental que afecta a muchas personas en su vida profesional: la aceptación del rechazo. En el ámbito inmobiliario, el rechazo es una constante. Todos hemos perdido oportunidades, ya sea con clientes o negocios, y esa es una realidad con la que debemos lidiar. Sin embargo, lo importante no es el rechazo en sí, sino cómo nos levantamos de él. En mi carrera, he perdido clientes y propiedades, pero me he enfocado en aprender de esas experiencias en lugar de quedarme anclada en ellas. Cuando una oportunidad se va, otra llegará. En lugar de lamentarme, prefiero felicitar al agente que consiguió lo que yo no pude, porque sé que el ciclo continúa y que siempre hay más por hacer.
Mantener una mentalidad positiva frente al rechazo y seguir buscando nuevas oportunidades es esencial para avanzar. La actitud de víctima, esa que se queja y se estanca, es un obstáculo real. En lugar de lamentarse, lo que realmente ayuda es concentrarse en lo siguiente. Siempre hay más propiedades que vender, más clientes por ayudar. La abundancia de oportunidades es infinita, y el único modo de aprovecharlas es no dejarse desanimar por un solo rechazo.
En la vida profesional, tanto la parálisis por análisis como el miedo al fracaso y al rechazo son enemigos comunes, pero los verdaderos obstáculos no son los errores en sí mismos, sino nuestra incapacidad para seguir adelante a pesar de ellos. Al aprender a tomar decisiones y a fallar, sin dejar que eso nos frene, se abre un mundo de posibilidades. Y, lo más importante, es que el viaje hacia el éxito no está exento de fallos, sino que se construye sobre ellos.
¿Cómo convertirse en un agente destacado? La clave está en los clientes, no en uno mismo
Como experto en la materia, mi responsabilidad principal es ser honesto con mis clientes, ya que, de lo contrario, no estaría cumpliendo con mi trabajo. Pero, al mismo tiempo, también es parte de mi trabajo hacer todo lo posible por ayudar a mis clientes a obtener lo que desean. Por eso, cuando alguien me dice que necesita algo, mi primera reacción es hacer preguntas. Intento comprender lo que realmente necesitan o lo que está ocurriendo detrás de la escena, para poder ayudarlos a alcanzar sus objetivos de la mejor manera posible.
Ser honesto, incluso cuando mis clientes desean algo que no creo que sea lo mejor para ellos, me permite mantener mi integridad profesional. Preferiría perder una propiedad en venta si no estoy convencido de que es una decisión acertada. Sin embargo, también me encuentro con clientes que desean listar una propiedad a un precio mucho más alto del que yo recomendaría. En estos casos, mi siguiente paso es proponer un compromiso. Suelo decir algo como: “Haré todo lo posible por ese precio durante treinta días. Al final de esos treinta días, vamos a revisar los datos, analizarlos y ver si estamos yendo en la dirección correcta, porque no quiero que termines persiguiendo un número hacia abajo. Eso puede suceder, y podríamos terminar perdiendo dinero si vamos por el camino equivocado. ¿Te parece bien?” Generalmente, aceptan, y al final, casi siempre acabo ajustando el precio para lograr vender la propiedad. Lo hago sabiendo que su confianza en mí está justificada.
A lo largo de mi carrera, he aprendido que para ser un agente destacado no basta con ser exitoso en las ventas. La verdadera clave está en salir de nuestro propio camino, en dejar de centrarnos en nosotros mismos y poner toda nuestra atención en el cliente. Si dejamos de enfocarnos en nuestros logros y nos dedicamos a cuidar a nuestros clientes, tomaremos decisiones que realmente los beneficien. Ellos reconocerán nuestras acciones y, lo más importante, hablarán bien de nosotros, recomendándonos a amigos y familiares. Este es, en esencia, el camino que me ha llevado a donde estoy hoy: hacer que todo gire en torno al cliente, no a mí mismo.
El sector inmobiliario es un campo sumamente complejo. No encuentro otra profesión que combine una alta carga emocional con tan grandes riesgos financieros. Una casa no solo representa el bien material más valioso para muchas personas, sino que es también el lugar donde se celebran los momentos más importantes de sus vidas, donde se sueñan futuros y se viven recuerdos. Por eso, cuando tratamos con las casas de las personas, no estamos simplemente intercambiando un bien comercial; estamos manejando una parte fundamental de su identidad. No se trata solo de dinero. Es mucho más que eso: es la vida misma de las personas.
Quizás por esto muchas personas han confiado en mí a lo largo de los años. He entendido que vender casas no es solo una cuestión de negocio. Se trata de las personas, de las familias, de ayudarles a encontrar el final feliz de su propia historia. Sin embargo, este concepto no es algo que se vea a menudo en la manera en que la mayoría de los agentes se presentan. He observado que muchos agentes se sienten obligados a convertirse en una especie de infomercial humano, como si necesitaran ser más grandes que la vida misma, mostrar al mundo que son los mejores en lo que hacen, o al menos los mejores en su ciudad. Es cierto que está bien sentirse orgulloso de los logros, pero nunca he entendido por qué este tipo de marketing personal debería atraer a un vendedor. ¿En qué ayuda una campaña publicitaria sobre lo grandioso que eres a alguien que busca vender su casa?
Una vez, vendí una propiedad tipo "townhouse" y creé un pequeño libro sobre la casa: fotografías, detalles, toda la información que alguien interesado en comprarla quisiera conocer. Mi información de contacto aparecía en la contraportada, junto con una foto pequeña de mí. Sin embargo, el verdadero protagonista del libro era la casa, no yo. Este es un enfoque que podría parecer poco común, especialmente porque hoy en día muchos agentes se centran en poner su imagen en primer plano. Pero, al final, lo que los clientes buscan es una solución, y no necesitan escuchar sobre tus logros; quieren saber cómo vas a ayudarlos a vender su casa.
En mis primeras etapas, no tenía premios ni títulos prestigiosos, pero esa falta de "traducción de estatus" nunca me detuvo. Lo importante era que los clientes se sintieran escuchados, entendidos y apoyados. A veces, la gente prioriza el estatus y la imagen, pero no es lo que hace la diferencia al final. Mi enfoque siempre fue ayudar a cada cliente, sin importar el valor de la propiedad. Hubo un caso en el que casi pierdo un listado por un detalle aparentemente menor: mi página web mostraba una propiedad pequeña de $350,000 junto con una casa de $7.5 millones. La propietaria no podía entender cómo podía aparecer una propiedad tan económica en el mismo sitio que una tan lujosa. La competencia me había señalado este detalle, y la dueña dudaba en contratarme debido a mi título de "Asociado", mientras que la otra agente era una vicepresidenta que solo trabajaba con propiedades exclusivas. Le expliqué que no me consideraba demasiado importante para ayudar a todos, y que, aunque me gustaba trabajar con clientes de alto nivel, también me sentía realizado ayudando a los compradores primerizos. Mi honestidad y enfoque cercano hicieron que la cliente me contratara, a pesar de mis credenciales menos llamativas.
Lo interesante de todo esto es que, con el tiempo, mis números hablaron por sí mismos. Mi empresa me promovió a vicepresidenta, y sin siquiera saberlo, mi estatus había cambiado gracias a los resultados obtenidos. Esta historia resalta una verdad fundamental: no son los títulos o los premios los que nos definen, sino la calidad del trabajo y la relación de confianza que establecemos con nuestros clientes.
El sector inmobiliario, como muchos otros, requiere una profunda comprensión de las necesidades y deseos del cliente. Es un negocio donde las decisiones personales se entrelazan con los aspectos financieros de manera única. Por lo tanto, más allá de cualquier estrategia de marketing o título profesional, lo que realmente marca la diferencia es la autenticidad, la dedicación y la empatía hacia quienes confían en ti. La clave del éxito no está en presumir lo que hemos logrado, sino en demostrar a cada cliente que su felicidad y éxito son nuestra prioridad.
¿Qué pasa cuando no aceptas el primer "no"?
Cuando deseas algo que parece fuera de tu alcance, la mayoría se detiene ante la primera negativa. Aceptan el precio que les imponen, los límites que les dictan o las condiciones que no se adaptan a sus posibilidades. Pero hay quienes deciden no aceptar el primer "no" como una respuesta definitiva. Porque entienden que ese "no" muchas veces no es más que una fórmula, una reacción automática, una puerta entreabierta que aún puede abrirse si sabes cómo empujarla.
No se trata de discutir o de desafiar el sistema frontalmente. La clave está en la forma en que se hace el pedido. Pedir con empatía, con honestidad, y sobre todo, con humanidad. Cuando compras una casa por primera vez y no puedes pagar el precio de la baldosa que necesitas, no negocias desde la confrontación. Abres una conversación. Involucras a la otra parte en tu historia. Les das el rol de héroes y los invitas a formar parte de tu victoria personal.
Y a veces, funciona. Un descuento del 20 % puede aparecer de un simple gesto de vulnerabilidad, de decir: “Esto me pone triste, ¿podemos encontrar una solución?”. Porque el rechazo no es una sentencia. Es una etapa. Y si tienes el valor de seguir adelante, incluso después de dos negativas, incluso si pareces un poco molesto, a veces consigues exactamente lo que querías.
Así empezó una carrera. Comprando, renovando, vendiendo. Viviendas sencillas, negocios pequeños que crecieron a base de intuición, trabajo y una capacidad extraordinaria de leer a las personas. Porque al final, todo negocio, toda transacción, toda casa soñada, se reduce a personas.
La historia se repite: una casa deseada, un precio imposible, y una solución que parece fantasía. Proponer lo impensable: comprarla a medias, vivir en ella, arreglarla, venderla luego y repartir las ganancias. Y recibir un “no” razonable de parte del dueño. Un doctor ya mayor, sensato, que no buscaba aventuras. Pero ahí es donde entra lo esencial: el segundo intento, la insistencia serena, la honestidad emocional. “Eso no es lo que quería escuchar, y me pone triste. ¿Podrías pensar en una manera distinta de ayudarme a vivir en esta casa?”
Y entonces sucede. Un acuerdo inédito, improbable: el dueño decide financiar toda la hipoteca, con un interés simbólico del 3 %. Porque cuando confías en tu capacidad para encontrar otra forma, cuando no dejas que el primer rechazo apague tu deseo, las personas responden. No todas. Pero más de las que imaginas.
No es magia. Es claridad. Es ver el resultado antes de iniciar el camino. Es tener la osadía de soñar en grande y la disciplina de dar pasos pequeños hacia ese sueño. Y sobre todo, es entender algo fundamental: mucha gente quiere ayudarte. Solo necesitan que les des la oportunidad de hacerlo.
Decir “no” es fácil. Decir “sí” requiere involucrarse. Pero cuando haces sentir a alguien que su “sí” tiene valor, que su decisión puede cambiarte el día, o la vida, abres una vía directa a su generosidad. Y tú ganas, sí, pero ellos también ganan. Se convierten en protagonistas de una historia buena, en parte de un cambio que no esperaban.
Eso es lo que mucha gente no comprende: pedir no es exigir. Pedir es invitar. Y cuando sabes invitar con autenticidad, con convicción, sin arrogancia pero con claridad de lo que quieres, el “no” deja de ser una barrera. Se convierte en una curva del camino.
Es más fácil para algunos. No todos se sienten cómodos ante la posibilidad de rechazo. Pero el “no” no es personal. Es circunstancial. Es un punto de partida, no un destino. Y cuando aceptas eso, dejas de temerle.
Muchos creen que este tipo de habilidades son innatas. Que es “eso que haces tú”. Pero en realidad, es una forma de estar en el mundo. Una forma de confiar, no solo en uno mismo, sino también en la bondad ajena. Es prestar atención, observar los patrones, identificar los momentos clave y hacer la pregunta correcta. Porque muchas veces, la diferencia entre lo imposible y lo alcanzado está en una sola pregunta bien formulada.
Y si sabes verla, y te atreves a hacerla, entonces empiezas a crear tus propias oportunidades. A construir los finales que deseas. No todos dirán que sí. Pero algunos lo harán. Y eso basta.
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