La administración de Obama, con su enfoque en la diplomacia y la aceptación de la ayuda extranjera, permitió que los enemigos de Estados Unidos se sintieran fortalecidos. Esta debilidad percibida permitió a otras potencias afirmar su influencia a expensas de los intereses norteamericanos. En particular, Trump se centró en el Medio Oriente como ejemplo de este colapso estratégico. Según su visión, Irak estaba sumido en el caos, Irán aumentaba su poder debido a un acuerdo nuclear que él calificaba de “el peor tratado de la historia”, mientras que Siria se encontraba en una situación humillante para EE.UU., marcada por las promesas incumplidas de Obama respecto al uso de armas químicas. La caída de Egipto en manos de los Hermanos Musulmanes, la destrucción de Libia y el ataque al consulado estadounidense en Bengasi fueron reflejos del fracaso de la política exterior estadounidense. El ascenso de ISIS, incluso bajo su interpretación, fue culpa directa de Obama, quien había, según Trump, "fundado" a este grupo terrorista. Tras quince años de guerra en la región, miles de vidas perdidas y billones de dólares gastados, Trump consideraba que la situación nunca había sido tan mala.
Este panorama de crisis fue el centro de la campaña de Trump. En sus discursos, él pintó un retrato sombrío de un país debilitado y vulnerado tanto en lo económico como en lo militar. En sus propias palabras, EE.UU. ya no "ganaba" más, ni en Irak ni en Afganistán, ni contra ISIS. Esta falta de victorias se vinculaba también a la pérdida de empleos industriales dentro del país, atribuida a la competencia global. Según Trump, Estados Unidos se había convertido en un "país del Tercer Mundo", lo que justificaba su eslogan "Make America Great Again" (Hacer a Estados Unidos Grande de Nuevo).
Para Trump, el primer paso para restaurar la grandeza de EE.UU. era reconocer que el país se encontraba inmerso en una lucha constante contra enemigos tanto dentro como fuera de sus fronteras. Atribuía esta crisis a una serie de políticas equivocadas que habían dejado a EE.UU. vulnerable, la principal de ellas, su enfoque globalista en la economía y la política exterior. Según él, la inmigración masiva y la tolerancia a diversas culturas debilitaron la seguridad interna.
Trump definió su visión nacionalista del mundo a través de un enfoque binario y conflictivo, donde EE.UU. se encontraba en constante competencia con potencias como China o con amenazas internas como el terrorismo o la inmigración ilegal. Presentaba a EE.UU. como una nación asediada por fuerzas externas que amenazaban su identidad y estabilidad. A nivel internacional, además de China y Corea del Norte, Trump destacó las amenazas provenientes de "aliados explotadores" que, según él, también representaban una amenaza para los intereses de EE.UU.
En sus discursos, el inmigrante ilegal fue presentado como uno de los mayores problemas internos del país. Trump vinculaba la inmigración ilegal con el aumento de las drogas y el crimen, especialmente en relación con las pandillas, muchas de las cuales él asociaba con comunidades hispanas. La retórica de Trump no se limitaba a criticar actos específicos de violencia, sino que con frecuencia atacaba a grupos completos, sin hacer distinción entre inmigrantes legales e ilegales, ni entre musulmanes moderados y los terroristas radicales. Su famosa propuesta de suspender totalmente la entrada de musulmanes a EE.UU. en 2015 fue uno de los ejemplos más extremos de esta forma de discurso. Además, sus comentarios sobre los "malos hombres" (bad hombres) extendían una acusación racista a toda la población hispana.
Esta manera de ver el mundo reflejaba no solo una preocupación por la seguridad de EE.UU., sino también una visión profundamente dividida de la sociedad estadounidense. La retórica de Trump, al enfocarse en diferencias étnicas y religiosas, sugería la necesidad de proteger la "pureza" cultural del país. Su discurso, a menudo acusado de xenofóbico, encontró un paralelismo con los partidos de extrema derecha en Europa, que promueven la idea de proteger los valores y la identidad nacional a toda costa. La amenaza del otro, ya sea a través de la inmigración o el terrorismo, era presentada como una constante en la lucha por la supervivencia de la nación.
Para Trump, la respuesta a esta crisis era clara: “America First”. Esto no solo significaba priorizar los intereses de EE.UU. en el escenario global, sino también proteger la nación de aquellos que, según él, socavaban su integridad interna. Con un enfoque centrado en la seguridad y en la restauración del poderío económico y militar de EE.UU., Trump propuso un cambio radical de prioridades en la política exterior y doméstica. Este enfoque, al margen del globalismo, destacaba la necesidad de poner a los intereses estadounidenses por encima de todo. En sus términos, la única forma de recuperar la grandeza de EE.UU. era a través de un restablecimiento de la fortaleza y la determinación nacional.
Para los lectores, es crucial entender que más allá de las figuras políticas o las ideologías, el discurso de Trump encarnaba una respuesta directa a las percepciones de crisis interna y debilidad en EE.UU. Esta retórica nacionalista, aunque polarizadora, reflejaba una parte significativa de la sociedad estadounidense que se sentía marginada, insegura o económicamente desplazada en un mundo globalizado. De este modo, las tensiones sociales, económicas y políticas que impulsaron el ascenso de Trump son tan importantes de analizar como sus propias políticas y promesas.
¿Cómo se formó la coalición de votantes de Trump en 2016?
En las elecciones presidenciales de 2016, un factor recurrente en la narrativa política fue la identificación de Donald Trump como un candidato respaldado principalmente por la clase trabajadora. Sin embargo, un análisis más detallado revela que esta percepción no refleja completamente la composición de su base electoral. A pesar de que Trump atrajo apoyo de amplias capas de votantes de menores ingresos, su coalición fue mucho más diversa, abarcando a votantes de distintos niveles socioeconómicos, desde los más acomodados hasta aquellos con ingresos más bajos.
Uno de los puntos más destacados es que, aunque más de dos tercios de los votantes de Trump no poseían un título universitario, este dato no es exclusivo de su base. De hecho, este mismo patrón se observa en muchos otros votantes republicanos, sin que esto implique necesariamente una inclinación hacia el sector trabajador. Además, la mayoría de los votantes blancos de Trump sin título universitario provenían de hogares con ingresos superiores a los $50,000 anuales, y un porcentaje significativo de ellos, aproximadamente un 20%, se encontraba en el rango de ingresos más altos, por encima de los $100,000. Esto cuestiona la etiqueta de "clase trabajadora" que a menudo se asocia con los votantes de Trump, dado que su nivel de ingresos y su situación socioeconómica distan de los típicos indicadores de este grupo.
La evidencia de que la base de apoyo de Trump provino principalmente de votantes de clase trabajadora es, por tanto, más débil de lo que algunos sugieren. En realidad, muchos votantes de Trump eran personas de clases medias o altas, lo que refuerza la idea de que, en las elecciones de 2016, el perfil de su electorado fue mucho más variado de lo que se asumió inicialmente. Un análisis de Carnes y Lupu (2017) mostró que, en términos generales, el apoyo de Trump no se concentró en los votantes más pobres o en la clase trabajadora de manera exclusiva, sino que se distribuyó de manera relativamente equitativa entre los diferentes niveles de ingresos. Esta observación pone en duda la narrativa de que Trump consiguió su victoria movilizando a los votantes de la clase trabajadora, un grupo que tradicionalmente ha sido asociado con los valores y políticas demócratas.
Por otro lado, el hecho de que Trump haya recurrido a un discurso antiinmigrante, especialmente en relación con los inmigrantes ilegales, no fue un fenómeno nuevo ni inédito en la historia reciente de la política republicana. Candidatos anteriores, como Pat Buchanan o George H. W. Bush, ya habían utilizado estrategias similares en sus respectivas campañas. Sin embargo, la intensidad con la que Trump abordó estos temas generó un rechazo considerable entre ciertos sectores del electorado, particularmente entre los votantes latinos. A pesar de los pronósticos que auguraban una catástrofe para Trump entre los votantes latinos debido a su retórica, la realidad fue más matizada. En lugar de sufrir una pérdida significativa entre los latinos, Trump obtuvo resultados similares a los de Mitt Romney en 2012, incluso mejorando en algunos segmentos del electorado latino, como las mujeres.
La idea de que Clinton, por su parte, ignoró las preocupaciones de los votantes de clase trabajadora también puede ser puesta en duda. Un análisis de las palabras más utilizadas en sus discursos muestra que, en efecto, los temas de los empleos, la economía y los trabajadores fueron recurrentes en su campaña. A pesar de esto, la estrategia de Clinton, especialmente en los estados del cinturón industrial como Michigan, Wisconsin y Pensilvania, fue errónea. Estos estados, que tradicionalmente votaban de manera competitiva entre los partidos, fueron considerados por los estrategas demócratas como seguros, lo cual resultó ser un cálculo equivocado. La estrecha derrota de Clinton en estos estados demuestra que no se trató de un fenómeno completamente inesperado. Si bien la narrativa de que la elección de 2016 marcó un quiebre histórico en la política estadounidense sigue siendo popular, la realidad es que los cambios en el electorado no fueron tan dramáticos como se pensó en su momento.
El análisis de la elección de 2016 no debe centrarse únicamente en los resultados, sino también en las dinámicas sociales y políticas subyacentes. Muchos votantes, tanto de Trump como de Clinton, no veían en las opciones ofrecidas una solución satisfactoria a sus problemas. El apoyo a Trump, lejos de ser una afirmación inquebrantable de sus políticas, fue, en muchos casos, una expresión de descontento con el rumbo que había tomado el país. En este contexto, el fenómeno Trump puede verse como el resultado de un electorado que, cansado de la política tradicional, optó por un cambio, aunque ese cambio implicara riesgos. La coalición que llevó a Trump a la Casa Blanca no fue la creación de una clase trabajadora unificada, sino una mezcla heterogénea de votantes frustrados con el statu quo.
Es fundamental entender que la narrativa sobre el "trabajador blanco" que apoyó a Trump en 2016 no es del todo precisa. Aunque hubo una participación significativa de trabajadores con menores ingresos y sin educación universitaria, esta base no fue tan homogénea ni tan representativa de la clase trabajadora tradicional como se pensaba. A pesar de las diferencias en los discursos y en las percepciones de la campaña, el electorado de Trump fue, en su mayoría, un reflejo de la política estadounidense: dividido, variado y lleno de matices.
¿Por qué la presidencia de Trump no es tan extraordinaria como parece?
La presidencia de Donald Trump ha sido un tema de debate intenso desde su inicio. Para muchos, su mandato es visto como algo radicalmente diferente a cualquier otra administración que haya precedido. Desde su estilo disruptivo, su retórica polarizadora hasta sus políticas fuera de lo común, Trump ha roto el molde de la política estadounidense. Sin embargo, esta percepción de extraordinariedad, aunque comprensible, oculta una verdad menos evidente: su presidencia, a pesar de ser excepcional en muchos aspectos, es, en su fondo, más ordinaria de lo que parece.
Desde que asumió la presidencia, Trump ha logrado una serie de avances políticos significativos. Ha transformado al Partido Republicano, consolidando una base de votantes tradicionalistas, conservadores y nacionalistas, muchos de los cuales se sienten representados por su discurso anti-establishment. Trump ha logrado una serie de victorias políticas, especialmente en áreas como la economía, los recortes de impuestos, la desregulación y la política de inmigración. En este contexto, su enfoque agresivo en la política exterior, desafiando acuerdos multilaterales como el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático y el TPP, ha sido igualmente notorio.
Sin embargo, al evaluar la presidencia de Trump, no se puede perder de vista la diferencia entre su estilo y la sustancia de sus logros. Es indiscutible que su método de gobernar es único. En cuanto a su forma de comunicarse, su discurso, y su capacidad para movilizar a la opinión pública, Trump ha sido sin duda un presidente excepcional. Su uso de las redes sociales, su confrontación directa con los medios de comunicación y su estilo provocador han sido elementos centrales de su presidencia. Sin embargo, estos aspectos, aunque notables, no son suficientes para calificar su presidencia como extraordinaria en términos de logros tangibles y políticas efectivas.
Lo que se observa, al analizar más profundamente los resultados de su gobierno, es que, a pesar de su enfoque poco convencional y su estilo único, Trump no ha logrado transformar significativamente las instituciones o las políticas fundamentales de Estados Unidos. La esencia de su gobierno ha sido más conservadora que revolucionaria. En muchos casos, las reformas que implementó fueron ajustes a las políticas existentes, más que cambios radicales en el sistema político o económico estadounidense. La reforma fiscal, por ejemplo, aunque significativa, no ha alterado de manera sustancial las estructuras económicas fundamentales del país, y su enfoque sobre la inmigración, aunque polémico, sigue siendo una extensión de las políticas que ya existían bajo administraciones anteriores.
De hecho, la presidencia de Trump sigue siendo un reflejo de muchas de las dinámicas y tensiones que caracterizan la política estadounidense. A pesar de sus declaraciones de querer "hacer a América grande otra vez", las políticas que ha implementado y las instituciones que ha dirigido no se desvían demasiado de lo que se ha hecho en el pasado, incluso si su estilo de liderazgo sí lo hace. La verdadera naturaleza de la presidencia de Trump, por lo tanto, radica en cómo ha utilizado las herramientas del poder presidencial, más que en lo que ha logrado en términos de cambios estructurales.
Una parte fundamental de esta argumentación es entender la distinción entre estilo y sustancia. Mientras que Trump es sin duda una figura política que ha marcado su sello en la forma de hacer política, sus logros tangibles en términos de cambios institucionales y sociales son limitados. Esto no significa que su presidencia no haya sido relevante o significativa, sino que su impacto real está más en su estilo disruptivo que en una transformación profunda del sistema político o social estadounidense.
Es crucial entender, por tanto, que el análisis de la presidencia de Trump no debe centrarse solo en su personalidad o en su discurso provocador. Hay que mirar más allá de las imágenes mediáticas y examinar los resultados concretos de su gobierno. En este sentido, su presidencia, aunque extraordinaria en muchos aspectos superficiales, es profundamente ordinaria en términos de lo que realmente ha cambiado en los Estados Unidos.
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¿Cómo Trump transformó las promesas populistas en una presidencia republicana tradicional?
Desde el inicio de su mandato, Donald Trump mantuvo una relación ambigua con los ideales populistas que lo catapultaron a la presidencia. Su retórica contra el "pantano" de Washington y sus promesas de cambiar el sistema parecían anunciar un gobierno radical, alejado de las estructuras tradicionales. Sin embargo, tras asumir el cargo, se hizo evidente que su agenda seguía una línea mucho más convencional y republicana de lo que muchos esperaban.
Trump, al igual que muchos otros políticos antes que él, se sumergió rápidamente en la red de intereses empresariales y de élite que había prometido desafiar. Durante su presidencia, sus acciones demostraron que las promesas de eliminar el poder de los grandes corporaciones y la política como negocio fueron, en última instancia, solo una táctica de campaña. En lugar de vaciar el "pantano", Trump se alió con los mismos actores que representaba como enemigos en sus discursos. Uno de los ejemplos más representativos de esto fue su asistencia al Foro Económico Mundial de Davos en 2018, donde la presencia del presidente estadounidense, lejos de ser vista como una contradicción, fue bienvenida por los globalistas que promovían el libre comercio y los intereses de Wall Street. Mientras Trump hablaba de América Primero, los poderosos de la economía global estaban igualmente interesados en su agenda de recortes fiscales y desregulación, que beneficiaba a las grandes corporaciones.
El concepto de "drenar el pantano" se reveló como una frase vacía, una consigna política sin la intención real de transformar el poder establecido. Trump, quien nunca experimentó la pobreza ni una vida fuera del lujo, demostró que su empatía hacia las clases bajas era más un discurso que una práctica política. En lugar de rodearse de funcionarios que representaran a los sectores más humildes, eligió a individuos adinerados y poderosos para su gabinete, formando así el gabinete más rico de la historia estadounidense.
En términos de política económica, su presidencia siguió el camino tradicional del Partido Republicano: recortes impositivos para las empresas y desregulación. Esto le permitió ganarse la lealtad de los conservadores económicos, mientras que sus promesas populistas se diluían con el tiempo, dejando claro que no se trataba de un cambio estructural, sino de un gobierno republicano más clásico.
En el ámbito social, Trump también se alineó con los valores conservadores que históricamente han sido una piedra angular del Partido Republicano. A pesar de su comportamiento personal y sus declaraciones durante la campaña, una vez en el poder, adoptó una postura clara en temas como los derechos LGBTQ, el control de armas y la lucha contra el crimen. Por ejemplo, revocó las políticas de la administración Obama que permitían a los estudiantes transgénero usar los baños de acuerdo con su identidad de género y apoyó la prohibición de la entrada de personas transgénero al ejército. Además, en cuestiones de justicia criminal, revocó políticas progresistas como los "decretos de consentimiento" y restauró medidas más estrictas en la lucha contra el crimen, alineándose con la idea republicana de ser "duros con el crimen".
Estas políticas, sin embargo, no estuvieron exentas de controversia. Las decisiones tomadas por su administración en temas como la discriminación racial y la justicia penal tuvieron un impacto directo en las comunidades más vulnerables, especialmente las minorías. La restauración de la pena de muerte federal y el endurecimiento de las leyes contra las drogas, aunque en línea con la tradición republicana, profundizaron las tensiones raciales y sociales en el país.
Por otro lado, el enfoque de Trump sobre la inmigración fue una de sus promesas de campaña más destacadas. La construcción del muro fronterizo y la dura política contra los inmigrantes ilegales se convirtieron en su principal bandera de lucha. La promesa de "hacer América grande otra vez" no solo se refería a la economía o la seguridad, sino también a una visión nacionalista de la identidad estadounidense. Sin embargo, este enfoque también se contradijo con las realidades del gobierno, ya que la construcción del muro fue un proyecto muy limitado y gran parte de las políticas migratorias de su administración resultaron ser más simbólicas que efectivas.
A pesar de sus apariciones en eventos como Davos y sus constantes críticas a las estructuras políticas y económicas tradicionales, Trump no rompió con los principios fundamentales del Partido Republicano. En su lugar, adoptó una versión moderna del conservadurismo social y económico, lo que lo hizo más un "republicano ordinario" que un verdadero revolucionario populista.
Es importante entender que, aunque su gobierno marcó diferencias en términos de retórica y algunas políticas aisladas, la esencia de su presidencia fue la de un gobernante que, en el fondo, siguió la senda tradicional del Partido Republicano. La desregulación, los recortes fiscales a los ricos y la retórica nacionalista sobre inmigración fueron, en su mayoría, temas que habían sido abordados por otros republicanos antes que él. Trump, sin embargo, los hizo suyos, adaptándolos a su estilo personal, pero sin modificar la estructura básica del poder que había prometido desafiar.
¿Cómo la Estrategia de Base de Trump Dificultó sus Reformas en el Congreso?
La relación entre Donald Trump y el Congreso de Estados Unidos ha sido una de las características más complejas y paradójicas de su presidencia. A pesar de la gran popularidad de Trump entre los votantes republicanos, esta base de apoyo no ha sido suficiente para impulsar sus reformas, especialmente en un Congreso dividido y equilibrado, donde incluso los pequeños márgenes de apoyo son decisivos. El respaldo de los legisladores republicanos ha sido esencial para lograr avances legislativos, pero la resistencia de los moderados dentro de su propio partido ha complicado enormemente la tarea de Trump.
Aunque los republicanos más conservadores, como los miembros del Freedom Caucus, inicialmente se mostraron reacios a apoyar a Trump, eventualmente se alinearon con él, viendo en su liderazgo una oportunidad para avanzar en sus propios intereses. Sin embargo, el grupo clave de moderados, aquellos representantes republicanos que provienen de distritos competitivos y cuyo enfoque es más centrista, ha sido mucho más difícil de persuadir. Senadores de renombre, como Jeff Flake, John McCain y Ben Sasse, abiertamente se opusieron a las políticas de Trump, no solo por consideraciones ideológicas, sino también por un cálculo electoral. Temían que la orientación de Trump hacia una base más conservadora y excluyente pudiera aislar a los votantes moderados y poner en peligro su futuro político.
El comportamiento de Trump en relación con su base ha sido un factor decisivo en esta dinámica. Su enfoque divisivo ha logrado consolidar a la mayoría de los republicanos más radicales, pero ha alejado a los votantes independientes y a aquellos con inclinaciones más moderadas. Las encuestas indican que Trump ha sido eficaz para consolidar a los suyos, pero ha tenido poco éxito en atraer a un público más amplio, lo que ha dificultado su capacidad para avanzar con propuestas legislativas importantes. En resumen, su estrategia de base, aunque exitosa dentro de un sector del electorado, ha fracasado en la arena política de Washington, donde se requiere más que un apoyo superficial para lograr reformas significativas.
Un ejemplo claro de cómo la estrategia de Trump no logró reunir el apoyo necesario en el Congreso se observa en su fallido intento de reforma del sistema de salud. A pesar de que el presidente tenía el apoyo de la mayoría republicana en ambas cámaras del Congreso, no logró reunir suficientes votos para aprobar su propuesta. Incluso los legisladores republicanos que en principio estaban alineados con él, como McCain, votaron en contra, lo que resultó en la caída de la reforma.
El fenómeno del fracaso de Trump en este contexto se ejemplifica en lo que podría denominarse "política de rehenes". Este enfoque, utilizado por Trump con fines políticos, consiste en tomar una política "como rehén", ofrecer concesiones mínimas a su base a través de discursos provocativos y, luego, tratar de negociar esa política con otros actores políticos a cambio de ciertos beneficios. Sin embargo, este enfoque raramente ha funcionado como esperaba. A menudo, lo que consigue es alienar a más partes del espectro político, tanto en el Congreso como entre el público en general, lo que termina socavando su capacidad para lograr sus objetivos.
Un caso emblemático de esta estrategia de "rehén" fue su intento de utilizar el programa DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia) como moneda de cambio para obtener financiación para el muro fronterizo con México. Trump anuló de forma unilateral el programa en septiembre de 2017, pero lo mantuvo "en suspenso" hasta marzo de 2018, dándole a Congreso seis meses para actuar a cambio de la aprobación de fondos para el muro. Si bien este movimiento fue bien recibido por su base conservadora, que vio en él una victoria simbólica, no logró el apoyo necesario en el Congreso, ni siquiera dentro de su propio partido. La falta de disposición para comprometerse con los demócratas y la división interna en el Partido Republicano llevaron a que su estrategia fracasara.
El fracaso de Trump con el muro es un ejemplo de cómo su enfoque de “política de rehenes” no ha logrado transformar sus promesas en logros concretos. Los legisladores republicanos que representaban distritos moderados o competitivos no estaban dispuestos a intercambiar el financiamiento para el muro por un camino hacia la ciudadanía para los Dreamers. Esta falta de apoyo, junto con la imposibilidad de superar un obstruccionismo demócrata, resultó en la falta de avances significativos.
Es importante señalar que el enfoque de Trump en la base no solo ha afectado su capacidad de gobernar, sino también la forma en que se percibe su presidencia. Al centrarse en su apoyo más radical, ha descuidado la necesidad de construir alianzas más amplias que le permitan llevar a cabo reformas sostenibles a largo plazo. Esto ha creado un estancamiento en su agenda política, y muchos republicanos que, en teoría, deberían haberle apoyado, han optado por la independencia frente a la presión de su base.
La clave del fracaso de Trump en el Congreso no ha sido solo la resistencia de los demócratas, sino también la incapacidad de convencer a su propio partido. Su enfoque divisivo y su estrategia de base, lejos de consolidar un mandato sólido, han generado una polarización interna que ha dificultado la gobernabilidad efectiva. Los resultados de su estrategia de "rehén" y su falta de flexibilidad política en temas clave reflejan cómo las tensiones dentro del Partido Republicano han dejado a Trump en una posición vulnerable, donde las posibilidades de un cambio significativo se han desvanecido.

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