La campaña presidencial de Donald Trump en 2016 es un claro ejemplo de cómo el marketing basado en datos transformó la manera de hacer política en Estados Unidos. Este enfoque se caracterizó por una operación profundamente guiada por la recolección y el análisis de datos, lo que permitió a su equipo tomar decisiones más informadas sobre los gastos, la segmentación del público y las decisiones de viaje. La disponibilidad de expertos, el acceso a más datos y la adopción de técnicas analíticas avanzadas posibilitaron una gestión más eficiente de los recursos de la campaña. Aunque la campaña de 2020 también utilizó estos recursos, la diferencia en su efectividad puede explicarse por los cambios en el mercado electoral y en la posición estratégica de Trump en cada ciclo electoral.

El equipo de Trump en 2016 no solo utilizó estos datos de manera eficiente, sino que también construyó una marca emocional que resonaba con un nicho específico del electorado, en lugar de tratar de atraer a una audiencia masiva. Esta estrategia de marketing político se centró en apelar a los valores de un segmento de votantes que compartía una identidad con la figura de Ronald Reagan, un recurso poderoso dado el perfil demográfico de los votantes objetivo de Trump. Sin embargo, uno de los principales problemas de la campaña de 2020 fue la desaparición de muchos de estos expertos clave. Brad Parscale, quien había sido el director digital en 2016, fue desplazado en 2020 tras varios fracasos, incluyendo un mitin desastroso en Tulsa y un ciberataque a las plataformas de la campaña. Su reemplazo, Bill Stepien, era un veterano de la política republicana y las campañas basadas en datos, lo que trajo una nueva dinámica a la campaña.

El éxito de Trump en la construcción y despliegue de su marca política refleja tendencias más amplias en el marketing y en la sociedad estadounidense. Aunque Trump no causó la fragmentación social que caracteriza la política actual, supo aprovecharla a su favor para ganar las elecciones de 2016. Ya en el cargo, Trump continuó con una estrategia segmentada, concentrándose en satisfacer a sus "mejores clientes", aquellos que compartían su visión política y su marca. Este enfoque no es exclusivo de Trump; también es común en otras figuras políticas. Como los demócratas, que hablan de la equidad fiscal y la desigualdad de ingresos sin profundizar en los complejos detalles de los sistemas impositivos o los efectos de sus políticas. Esta construcción de marcas políticas se basa en el mismo principio: ofrecer promesas que resuenen con los electores, sin necesariamente abordar los costos o las complejidades de esas promesas.

El marketing y la segmentación de audiencias no son fenómenos nuevos, pero la evolución de los medios de comunicación y la tecnología han amplificado su poder. Mientras que en la época de Dwight Eisenhower, los medios eran más limitados y homogéneos, hoy en día las plataformas digitales permiten una segmentación mucho más precisa. Las innovaciones tecnológicas, como la televisión por cable, internet, teléfonos móviles, redes sociales y servicios de streaming, han creado un panorama en el que la omnipresencia de las marcas políticas se vuelve esencial. Trump, al igual que Reagan antes que él, entendió que la política moderna debía adaptarse a este entorno, pero fue un paso más allá al convertir su presencia mediática en algo constante, adaptándose a la era de las redes sociales y la comunicación instantánea.

En este contexto, las estrategias de Trump se alinearon con las tendencias más amplias de la política estadounidense, que cada vez más se asemeja a un mercado de consumo. La política se ha convertido en un campo en el que los electores son vistos como consumidores, y los partidos, como empresas que venden sus propuestas. Esto ha cambiado la manera en que se entiende la relación entre políticos y votantes. La tecnología y el uso de los datos han permitido una comprensión mucho más detallada de los comportamientos de los votantes, lo que ha dado lugar a campañas mucho más personalizadas y segmentadas. Las campañas políticas hoy en día son capaces de apuntar con precisión a sub-audiencias específicas, un fenómeno que no era posible en décadas pasadas.

Sin embargo, este enfoque tiene sus riesgos. La constante exposición de los candidatos en los medios también aumenta su vulnerabilidad a la crítica. La omnipresencia de Trump, por ejemplo, lo hizo más susceptible a la cobertura negativa, especialmente debido a su larga trayectoria mediática. En 2016, uno de los momentos más polémicos fue la aparición de un video antiguo en el que Trump hacía comentarios despectivos sobre mujeres. En lugar de desaparecer del escenario político, Trump gestionó la crisis de manera efectiva, usando su habilidad para manejar los medios y cambiar la narrativa a su favor. Este tipo de situaciones resalta cómo, en la era de la sobreexposición mediática, una buena estrategia de marca puede ofrecer protección, pero no asegura la inmunidad ante la crítica.

Además, el cambio en la tecnología y los medios de comunicación ha creado una sociedad mucho más segmentada. Hoy en día, los votantes son más diversos que en la década de 1950, y la oferta de medios de comunicación es mucho más amplia. Esta diversificación permite que los partidos políticos segmenten aún más a sus audiencias, enviando mensajes más específicos y personalizados. La era de la comunicación masiva ha dado paso a la era de la comunicación dirigida, lo que ha llevado a una mayor polarización y fragmentación en la sociedad.

El impacto de estas transformaciones es profundo. La política ya no es solo una cuestión de ideologías o programas, sino también de construcción de marcas, segmentación de mercados y uso estratégico de los medios. En este sentido, las campañas políticas modernas son mucho más que simples esfuerzos por ganar votos; son empresas que venden una visión del mundo, utilizando herramientas y técnicas de marketing para conectar con su público objetivo y construir una narrativa que resuene con sus valores y creencias.

¿Cómo la política exterior y la inmigración marcaron la marca Trump?

Durante el periodo posterior a la Guerra Fría, se forjó en Estados Unidos una idea de que los estadounidenses eran parte de una comunidad global. El rol de las fuerzas armadas estadounidenses, como principal fuerza de intervención mundial, y la externalización de gran parte de la manufactura a economías en desarrollo, fueron pilares de esta visión. Al mismo tiempo, se asumió que el futuro del trabajo en Estados Unidos estaría centrado en el conocimiento y no en el trabajo físico. Las políticas que impulsaban estas ideas, muchas de ellas formuladas por profesionales educados en instituciones de élite, encontraron un consenso dentro de las clases dirigentes, aunque esta percepción fue refutada por el surgimiento de Donald Trump y su mensaje.

Trump aprovechó las críticas a la globalización y las políticas de libre comercio, adoptando una postura en contra de la teoría de la ventaja comparativa y del concepto de que los países de clase media estable y democrática no irían a la guerra entre sí. A lo largo de su campaña política y como presidente, Trump defendió la necesidad de renegociar acuerdos que no favorecían a los trabajadores estadounidenses. La crítica a los acuerdos de libre comercio, como el NAFTA, y a sus efectos negativos en ciertos sectores económicos, fue central en su discurso. En especial, apuntó a acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, señalando aspectos que no beneficiaban a los trabajadores de sectores clave, como la industria láctea de Estados Unidos. En su opinión, sectores como el de la leche en Canadá eran protegidos de manera poco eficiente, y los productos estadounidenses podrían satisfacer mejor las necesidades de ese mercado a un menor costo.

Este enfoque de Trump sobre los acuerdos comerciales reflejaba su constante búsqueda de ofrecer "buenos tratos" a sus seguidores, manteniendo la promesa de mejorar sus condiciones de vida. La renegociación del NAFTA fue, en este sentido, un ejemplo de su estrategia política: utilizar su habilidad como negociador para obtener mejores resultados para los trabajadores de su país. De este modo, Trump construyó una narrativa de "promesas cumplidas", similar a la imagen que cultivó en su vida empresarial, donde cada acuerdo parecía estar diseñado para beneficiar a su base de apoyo, sin importar las críticas de la élite política o económica.

Por otro lado, el tema de la inmigración fue otro pilar de la marca Trump. Su enfoque hacia este tema fue contundente y radical, alineándose con su eslogan de "Hacer a América segura otra vez". Trump defendió políticas que incluían la construcción de un muro en la frontera con México y un endurecimiento general de las leyes migratorias. Su retórica, especialmente en su famoso anuncio de campaña de 2015, lo presentó como un firme opositor de la inmigración ilegal y como alguien dispuesto a devolver el control al pueblo estadounidense. En este discurso, Trump señaló que muchos de los inmigrantes provenientes de México, así como de América Central y otras partes del mundo, representaban una amenaza económica, cultural y, en su opinión, de seguridad.

Lo que subyace en este mensaje es la creciente preocupación, especialmente entre los votantes blancos, de que su cultura y su identidad nacional estuvieran siendo socavadas por políticas que favorecían una visión multiculturalista y cosmopolita. Este sentimiento de inseguridad y desconfianza se vio potenciado por la sensación de que la inmigración masiva transformaba las comunidades y les imponía una carga económica. Las propuestas de Trump no solo apelaban a cuestiones económicas, sino también a preocupaciones culturales y raciales que marcaron profundamente la política estadounidense durante su presidencia.

Trump no solo se presentó como un candidato que proponía políticas más estrictas sobre inmigración, sino como un líder que entendía los problemas de su electorado. Su mensaje resonó especialmente entre aquellos que sentían que el sistema de inmigración estaba fuera de control, favoreciendo a los inmigrantes en detrimento de los ciudadanos estadounidenses. Su postura contrastaba radicalmente con la de los políticos tradicionales, a quienes acusaba de ser parte de un "establishment" que había ignorado las preocupaciones del pueblo. La imagen de Trump como un defensor de los intereses de la clase trabajadora se consolidó, a pesar de las críticas que recibió por su discurso divisivo y por lo que muchos consideraron comentarios racistas.

Es importante destacar que la política de inmigración de Trump estuvo íntimamente ligada a una narrativa nacionalista que buscaba reforzar la idea de una América "para los americanos". Esta postura también fue un desafío directo a la visión globalista de los sectores más progresistas y a la idea de una nación estadounidense abierta y diversa. La adopción de esta narrativa le permitió a Trump movilizar a una base de apoyo sólida, que sentía que su manera de vivir y de ver el mundo estaba siendo amenazada por los cambios en la demografía y en la política migratoria. Trump supo aprovechar este miedo y frustración, convirtiéndolo en una herramienta política eficaz, creando un espacio para su marca personal y sus políticas.

Finalmente, uno de los puntos claves que se debe considerar sobre el impacto de la marca Trump en la política estadounidense es que, más allá de la controversia y las críticas, él logró articular una visión del mundo que resonó profundamente con un segmento considerable de la población. Su éxito radica no solo en sus políticas, sino en su capacidad para conectar con los sentimientos más profundos y a menudo ignorados de muchos votantes. La política de Trump sobre inmigración y comercio refleja una visión de un Estados Unidos que se vuelve a centrar en sí mismo, protegiendo sus intereses nacionales por encima de los acuerdos multilaterales y la cooperación global.

¿Cómo la marca Trump redefinió la política y la percepción pública?

El ascenso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos fue una ruptura con las normas tradicionales tanto en política como en la construcción de marcas. Su enfoque en los medios de comunicación, el desafío al establecimiento de Washington y su capacidad para mantener una presencia omnipresente en los medios lo convirtieron en una figura única. La forma en que Trump ha manejado su imagen pública ha sido fundamental para comprender su estilo de liderazgo, su relación con los opositores y su marca política.

Uno de los aspectos más fascinantes de la presidencia de Trump es cómo utilizó su figura pública para alterar las dinámicas del poder en Washington. Desde el comienzo de su mandato, Trump se presentó como un outsider, alguien ajeno a las estructuras tradicionales del poder político. Esto no solo le permitió conectar con una parte significativa de la población estadounidense que se sentía ignorada por la élite, sino que también le permitió desafiar directamente las políticas y decisiones tomadas por figuras políticas, jueces federales y burócratas, quienes, según él, representaban el "estado profundo".

Este término, “Deep State”, se convirtió en un componente central de su discurso, especialmente cuando se vio bloqueado en sus propuestas por jueces federales como los del 9° Circuito, con sede en San Francisco, quienes impidieron la implementación de varios de sus decretos ejecutivos. Los conflictos con las instituciones gubernamentales, especialmente con los servidores públicos de carrera, los cuales estaban profundamente comprometidos con políticas establecidas, le ofrecieron a Trump una oportunidad para presentarse como un héroe luchando contra un sistema corrupto.

El uso de las redes sociales por parte de Trump ha sido crucial en la construcción de su marca. A través de tuits y declaraciones públicas, no solo atacó a sus opositores políticos, sino que también reforzó su imagen de patriota y víctima de conspiraciones. En el caso del juicio político de 2019, por ejemplo, Trump se presentó como alguien atacado injustamente por un “estado profundo” que no quería que sus políticas prosperaran. La forma en que utilizó el caso de los "emolumentos" como un ejemplo de su lucha contra los intereses del establecimiento, contribuyó a cimentar su imagen de mártir. Su mensaje era claro: él estaba defendiendo a la nación de fuerzas malignas.

Además, Trump no solo tuvo que enfrentar a los demócratas, sino que también tuvo enfrentamientos dentro de su propio partido. El ataque a figuras como los Bush y el senador John McCain le permitió diferenciarse aún más del establishment republicano. El ataque a McCain, al cuestionar su estatus de héroe de guerra, fue una jugada calculada que desafió las normas de respeto que se tenían hacia figuras tan prominentes dentro del partido. Este acto no solo buscaba generar controversia, sino también reforzar su imagen como alguien dispuesto a desafiar los tabúes de la política tradicional. A pesar de la condena generalizada que recibió por estos comentarios, Trump no se retractó, y de esta manera logró mantener su marca fuerte y su presencia en los medios.

Un componente clave de la estrategia de Trump fue su capacidad para crear una omnipresencia de marca. A través de sus constantes intervenciones en los medios, su nombre y sus políticas estuvieron siempre en el centro del debate público. Este enfoque no solo mantuvo su base de apoyo comprometida, sino que también le permitió definir a sus opositores y controlar la narrativa pública. Un ejemplo claro de esto fue su ataque constante a Hillary Clinton, a quien denominó "Crooked Hillary". Este mote no solo pretendía destruir la credibilidad de su oponente, sino también aplicar una doble moral al cuestionar las acciones de los Clinton mientras él mismo enfrentaba acusaciones por su comportamiento.

La capacidad de Trump para manipular la percepción pública también se vio reflejada en su manejo de la controversia surgida por la filtración del audio de "Access Hollywood", en el que hacía comentarios vulgares sobre las mujeres. Frente al escándalo, en lugar de ocultarse, Trump se presentó como víctima, ofreciendo una disculpa pública pero al mismo tiempo defendiendo su imagen al señalar las malas acciones de su contrincante, Hillary Clinton, y asociarla con la cobertura de los escándalos sexuales de su esposo, Bill Clinton. Este tipo de estrategia, conocida como "muddling the waters" o "ensuciar las aguas", es común en la política y sirve para desviar la atención de los propios errores y poner a la oposición en una posición defensiva.

La forma en que Trump utilizó el cierre del gobierno en 2018 también refleja su estrategia de branding. Ante una derrota política en las elecciones intermedias, Trump recurrió a una táctica que le permitiera mantener su narrativa de lucha contra un sistema corrupto. La política de confrontación directa y su negativa a seguir las normas establecidas no solo fortalecieron su marca, sino que también ayudaron a consolidar su comunidad de seguidores, quienes veían en él a un líder dispuesto a desafiar el status quo.

La marca Trump no solo se construyó a través de su enfoque en los medios y su desafío a las instituciones, sino también mediante la construcción de una narrativa que apelaba a sus seguidores como una lucha personal. Ya fuera enfrentándose a los demócratas, a los republicanos moderados o a las instituciones de poder, Trump consiguió mantener una presencia constante y dominar el discurso político, lo que es uno de los objetivos más efectivos en la creación de una marca poderosa.

Al igual que con cualquier marca, el objetivo de Trump fue garantizar que su presencia no fuera efímera, sino constante y reconocible. La controversia, la provocación y el desafío a las normas fueron componentes esenciales de su estrategia de marketing político, lo que le permitió mantenerse en el centro del debate público y construir una marca que, aunque divisiva, se mantuvo en la cima durante su presidencia.

¿Cómo las emociones, la marca y la personalidad influyen en la política electoral?

El triunfo de Joe Biden en las elecciones de 2020 se entiende mejor cuando se considera la enorme diferencia en las estrategias de marketing político entre los dos principales candidatos. Por un lado, Donald Trump continuó con su enfoque omnipresente, basado en la idea de que debía estar en el centro de todos los temas, proyectando una imagen de poder absoluto, preparado para enfrentar cualquier crisis. Sin embargo, este estilo chocó contra la necesidad de un enfoque diferente en tiempos de pandemia, una crisis global que requería un tipo de liderazgo más mesurado y empático. Mientras Trump promovía soluciones rápidas y soluciones a gran escala, Biden logró conectar con los votantes mediante un mensaje de recuperación, normalidad y empatía, enfatizando que su principal objetivo era superar la crisis sanitaria y devolver al país a un estado de equilibrio.

El contraste entre los dos candidatos fue notable, no solo en términos de sus políticas, sino también en las emociones que cada uno evocó. Biden, con su personalidad discreta y su enfoque limitado a una campaña que daba prioridad a los problemas reales que enfrentaban los estadounidenses, se posicionó como una opción menos polarizante. En tiempos de incertidumbre, la mesura y la estabilidad fueron vistas por muchos como virtudes, en lugar de debilidades. Biden, al igual que su estrategia electoral, parecía una figura más accesible, menos inclinado a la confrontación que su oponente. Mientras tanto, Trump, al insistir en su branding de "hombre fuerte", sin ajustar su mensaje a las nuevas circunstancias del país, cayó en una trampa de comunicación que lo aisló de un sector importante de votantes.

Un aspecto crucial de la campaña de Biden fue su habilidad para no abrazar completamente a los progresistas dentro de su propio partido, lo cual era un riesgo en términos de mantener su atractivo entre los votantes moderados. Este fue uno de los principales problemas con las campañas de otros demócratas que no contaban con la figura de Biden, pues la agenda progresista no tenía un gran atractivo entre los votantes más moderados. La estrategia de Biden consistió en mantener un enfoque independiente, centrado en los problemas que realmente preocupaban a los ciudadanos: la gestión de la pandemia y la recuperación económica. De esta forma, se distanció de las luchas internas del partido y se presentó como un líder pragmático.

Trump, en cambio, al centrarse en su imagen y su presencia constante, no logró ajustar su mensaje al contexto que la situación exigía. Durante su mandato, se enfrentó a una serie de crisis que no pudo gestionar de manera efectiva, desde la reforma sanitaria hasta los problemas económicos derivados de la pandemia de COVID-19. Este enfoque, centrado únicamente en su figura y en una respuesta reactiva a los eventos, evidenció las limitaciones del sistema estadounidense en tiempos de crisis, donde el poder del presidente, a pesar de su aparente centralidad, está limitado por la distribución de poderes en el gobierno federal y los estados.

Una de las principales lecciones del ciclo electoral de 2020 es la importancia de la imagen del líder, la marca personal y la capacidad de conectar con las emociones de los votantes. Trump, al igual que otros presidentes de Estados Unidos, encarnaba la figura del "salvador" dispuesto a corregir los errores del sistema, mientras que Biden ofreció una alternativa más calmada y racional, centrada en la restauración del orden y la salud pública. Este contraste no solo definió la elección, sino que refleja una tendencia más amplia en la política estadounidense moderna, donde las emociones y las percepciones juegan un papel cada vez más importante que las políticas sustantivas.

Es importante señalar que el comportamiento de los votantes durante las elecciones presidenciales no se basa únicamente en sus opiniones sobre las políticas de los candidatos, sino también en cómo estos se presentan a sí mismos como figuras públicas. En este sentido, los medios de comunicación y las estrategias de marketing político son fundamentales para dar forma a la narrativa de un candidato. La habilidad para comunicar empatía, decencia y control, frente a la presencia constante y la promesa de soluciones inmediatas, resulta clave para generar confianza en tiempos de crisis.