Los días pasan tranquilos para aquellos que viven cerca del lago, un sitio tan apacible como misterioso, donde la vida parece mantenerse en equilibrio. Sin embargo, bajo esa superficie calma, hay fuerzas que ni el más sabio de los habitantes del lugar puede explicar con certeza. Moriarty, un hombre de pocas palabras pero lleno de historias y experiencias, vivió toda su vida en estas tierras, rodeado de los elementos que definieron su existencia. No mucho le sorprende, y menos aún la violencia que, según él, mora en las aguas profundas de ese lago al que no deja de temer.

Nos sentamos juntos en las orillas, disfrutando de la comida, mientras Moriarty observaba, con un aire de desdén, nuestra oferta culinaria. La trucha en vinagre no le interesó en absoluto; las alubias cocidas, en cambio, provocaron un gruñido de satisfacción. Pero lo que más le cautivaba era el queso, ese queso que su madre elaboraba con la leche de las cabras, tan diferente al que otros podrían considerar "bueno". También aceptó las galletas de barco, pero de manera desconfiada, como si tuviera que justificar su consumo ante algún juicio interior. El comportamiento de Moriarty nos enseñó algo importante: la relación con la comida en estos lugares no es solo una cuestión de gusto, sino de supervivencia y tradición, transmitida de generación en generación.

Conforme avanzaba la conversación, comenzó a hablar de su vida, una vida sin cambios significativos. "He vivido aquí siempre, como mi padre, y su padre antes que él. La casa sigue siendo la misma, solo cambia el techo cuando se desgasta." Para él, la tierra, la casa, el fuego en el hogar, son lo que realmente importa. No le importan las ciudades ni las comodidades de los extraños que vienen a la valle. La gente aquí, aunque no labora como lo hacen en otras partes, vive de lo que la tierra les da. Y aunque las dificultades, como las piedras que caen de las montañas o el frío invierno, pueden ser intensas, él las acepta con una resignación fatalista.

Pero había algo que no podía ignorar: el monstruo del lago. De vez en cuando, cuando el viento soplaba fuerte y las aguas se agitaban, Moriarty mostraba un desconcierto palpable. "Si supierais lo que yo he visto," decía, señalando la extensión del agua como si estuviera buscando algo invisible. Para él, el monstruo no era solo una leyenda o un mito; era una presencia palpable, una fuerza de la naturaleza que había experimentado en carne propia. Una vez, le había arrancado el remo, rompiéndolo como si fuera una ramita. En otra ocasión, el monstruo azotó las aguas con su cola, enviando un torrente que casi los ahoga. Moriarty había sido testigo de las furias de ese ser, y aunque sus palabras podían parecer exageradas, había algo en su mirada que sugería una verdad oculta tras su relato.

Cuando nos adentramos en el bote, con la esperanza de encontrar a esa criatura que tanto temía, el aire se llenó de tensión. Moriarty, con su rostro tenso y su actitud urgente, nos dirigía con brusquedad mientras remaba hacia las aguas del lago. Las órdenes eran claras y precisas, pero había algo más en sus palabras que no podíamos pasar por alto: "El monstruo está cerca", dijo en un susurro, mientras su rostro se tensaba aún más al mirar las aguas. El ambiente se cargaba de una extraña expectativa, como si la misma naturaleza estuviera observando cada uno de nuestros movimientos.

Poco después, un gran pez atrapó el anzuelo. Fue una captura satisfactoria, pero algo más parecía estar ocurriendo en ese momento. Mientras el pez luchaba, todos nos sumergimos en un silencio expectante, sintiendo como si la vida en el lago tuviera un ritmo propio, mucho más profundo y complicado de lo que habíamos imaginado. En ese instante, incluso el Novato, que jugaba con su caña sin preocuparse mucho por el mundo, parecía captar la magnitud de lo que sucedía.

Es importante recordar que no solo el entorno físico juega un papel en la vida de estos hombres, sino también su relación con las fuerzas invisibles que habitan este lugar. La naturaleza, la tradición, la historia personal, todo se entrelaza en un tejido complejo, donde lo aparentemente insignificante cobra un peso trascendental. El lago, con su monstruo, se convierte en una metáfora de los miedos ancestrales que aún persisten en lo profundo del alma humana, donde lo racional y lo irracional conviven de manera constante.

¿Cómo perciben los animales la noche y cómo se adaptan a ella?

El mejor momento para obtener una idea de la vida nocturna de nuestros bosques, arbustos y campos es cuando un breve día de noviembre o diciembre llega a su fin temprano, y la noche oscura y húmeda comienza a cerrarse. Si salimos a esa hora, esperamos y escuchamos durante un rato, escucharemos mucho y obtendremos varias pistas sobre qué criaturas se han despertado. Desde las polillas de invierno que revolotean en la oscuridad y rozan la mejilla, hasta los personajes más emblemáticos de la noche: el búho marrón, el zorro y el tejón.

"¡Too-hoo! ¡Too-ooo-ooo!" es el conocido y alargado canto de un búho marrón, ataviado en tonos de marrón y amarillo. "¡Ker-wick! ¡Ker-wick!" responde otro, mientras un tercero gorjea suavemente. Los búhos están por todas partes, uno sobre las vallas antes de la casa, otro en los árboles cerca del estanque, y tres o cuatro más en el bosque. La noche resuena con su canto, que se extiende a lo largo del paisaje. Dicho canto, cuando se escucha a lo lejos, tiene un tono impresionante, pero cuando el ave que lo emite está cerca, parece mucho menos penetrante. El viejo Hooter, mi búho marrón, solía sentarse sobre mi hombro y literalmente cantar en mi oído, pero no me molestaba en absoluto. Cuando lo hacía, esponjaba sus suaves plumas, estiraba su cabeza y cuello, y (en palabras de Gilbert White) su garganta se hinchaba como un huevo de gallina.

El búho marrón es un ave con una gran autoestima, a cada pareja le gusta tener su propio territorio, y los distintos ejemplares se comunican con sus vecinos para indicarles cuál es su país, mediante sus cantos y desafíos. Además, en el invierno temprano, los jóvenes nacidos en la primavera anterior deben encontrar su propio territorio, por lo que los meses de noviembre y diciembre son especialmente activos para los búhos. Sus llamados retumban desde todos los rincones, y las sombras silenciosas flotan por los cielos sobre sus suaves alas. El búho, tan ocupado proclamando su dominio, no tiene tiempo para cazar con tanta eficacia como desearía. Si no puede atrapar un ratón o un topo, tomará cualquier cosa que le sirva de cena, desde una rana o un escarabajo hasta lombrices de tierra.

Cuando la noche se encuentra en calma total y el rocío cubre la hierba, las lombrices emergen hacia la superficie del suelo, estirándose desde sus agujeros para recoger trozos de pasto, hojas u otros materiales que puedan arrastrar hacia sus madrigueras para alimentarse. Aunque las lombrices son criaturas humildes, sin ojos ni oídos como los nuestros, son extremadamente sensibles a las vibraciones y se sienten rápidamente amenazadas por cualquier ruido. El más mínimo ruido las hace regresar a sus agujeros. Sin embargo, el búho, con sus alas sigilosas, puede atraparlas. Espera y observa desde algún lugar cercano, y en el caso de los jardines de mi casa, las vallas de hierro proporcionan un buen lugar para vigilar. Tan pronto como el búho ve que las lombrices salen, simplemente se lanza hacia ellas y las captura.

Ahora bien, podría preguntarse cómo es posible que un búho vea en la oscuridad. En realidad, ninguna criatura, ave, bestia o reptil puede ver en la oscuridad total, es decir, cuando no hay ni el más mínimo resplandor de luz. Sin embargo, ¿cuántas noches son verdaderamente oscuras? Muy pocas. En un invierno, puede haber una o dos noches completamente negras, cuando la niebla espesa bloquea todo, y entonces ninguna criatura, desde los búhos hasta los zorros, se aventuraría. La mayoría de los animales nocturnos tienen ojos grandes y agudos, especialmente adaptados para sacar el máximo provecho de una luz escasa. Un búho puede ver bien cuando nosotros apenas podemos distinguir algo, y un lirón puede correr sin equivocarse por su senda en los arbustos a pesar de la luna titilante, pero esto no es lo mismo que "ver en la oscuridad".

Cuando cae una noche realmente oscura sobre el campo, trae consigo una extraña quietud. Ningún búho ulula, ningún zorro ladra, y todo queda en silencio. Pero hay noches agradables, no demasiado oscuras, cuando...

A esta visión nocturna tan única de la fauna se le debe añadir la adaptación de los animales a sus hábitats. El comportamiento de las criaturas nocturnas va más allá de la simple supervivencia. Para ellas, la noche es una extensión natural de su entorno, donde se desarrollan sin los obstáculos que enfrentan durante el día, cuando otros depredadores están al acecho. Además, las criaturas nocturnas a menudo no solo dependen de sus ojos para orientarse, sino también de otros sentidos agudos como el oído, el tacto, e incluso la capacidad de detectar cambios en el aire o en las vibraciones del suelo. Esto permite una interacción más completa con su entorno, un escenario invisible para nosotros, pero fundamental para el equilibrio de la naturaleza.

¿Cómo la geografía de Chile moldea su economía y cultura?

La geografía de Chile, especialmente en sus regiones del norte, ofrece un paisaje desafiante y fascinante que influye profundamente tanto en la vida cotidiana como en la economía del país. La región norte de Chile, conocida por su clima árido y su terreno desértico, tiene una historia de minería que ha sido esencial en la construcción del Chile moderno. No obstante, esta actividad no está exenta de complicaciones y riesgos que van más allá de la explotación de los recursos naturales.

Un ejemplo claro de este fenómeno es el relato de un médico inglés que, después de haber trabajado en una mina de plata en Copiapó, regresó a su país con una ganancia considerable. Sin embargo, esta riqueza adquirida no fue producto de una inversión segura, sino de una suerte que puede considerarse más cercana al azar, como el que se experimenta al comprar un billete de lotería. Las minas de cobre, por ejemplo, son una inversión mucho más confiable, en comparación con las minas de plata, donde el riesgo de pérdida es elevado debido a las dificultades inherentes a la extracción, como el robo de los minerales. Esto no es solo un riesgo económico; la constante amenaza de hurto en las minas chilenas se ha convertido en parte del folklore local, como cuando un minero, en broma, apostó con su jefe que sería robado frente a él, y luego le mostró una piedra rica en plata que había encontrado durante un "accidente".

La falta de control sobre las minas ha llevado a pérdidas significativas para los dueños, quienes a menudo se ven obligados a lidiar con situaciones imprevistas. Este entorno de incertidumbre es una constante en la minería chilena, donde las técnicas de extracción y seguridad son deficientes. Este escenario refleja una paradoja: la riqueza mineral de Chile es innegable, pero el manejo de estos recursos, en muchos casos, es altamente ineficiente.

Más al norte, en los valles de Coquimbo y Guasco, la tierra parece responder de una manera muy distinta. En estos valles, las comunidades luchan por encontrar formas de supervivencia en medio de un paisaje árido y seco. A pesar de las condiciones extremas, la agricultura en estas zonas ha logrado prosperar en formas sorprendentes. En las regiones cercanas a los Andes, donde la altitud es considerable, los cultivos de frutas como los higos y las uvas se dan con una calidad excepcional. Esto no solo resalta la adaptabilidad de las plantas a condiciones extremas, sino también el ingenio humano en aprovechar las ventajas del entorno.

La vida de los habitantes de estos valles está marcada por la escasez de recursos y las dificultades para conseguir alimentos y agua. El relato del viaje hacia Guasco ilustra perfectamente las dificultades que enfrentan los viajeros y los residentes locales: la tierra árida, los cielos despejados y la constante falta de lluvia. La escasez de agua no es solo un reto para los habitantes, sino también para la flora y fauna local. Los guanacos, que habitan los desiertos, y las pequeñas plantas que apenas brotan durante la primavera, son testigos de la lucha por la supervivencia en un ambiente tan inhóspito.

Sin embargo, a pesar de la dureza de estas regiones, la geografía del norte de Chile también es una fuente de belleza impresionante. Los valles rodeados por montañas, las terrazas de cultivo y la vista a la Cordillera de los Andes conforman un paisaje único que, aunque árido, es visualmente grandioso. La comparación entre estos desiertos y los de otras partes del mundo, como Patagonia, resalta una verdad difícil de negar: el norte de Chile es una de las regiones más secas y estériles del planeta. La poca vegetación que crece aquí resalta aún más la austeridad del entorno.

El impacto de la geografía en la vida de los habitantes del norte no se limita solo a la minería y la agricultura. También influye en el transporte, las costumbres locales y las creencias. Las lluvias son un evento tan raro que, cuando se producen, son motivo de gran celebración y esperanza. Un día, las lluvias pueden traer vida a los valles, y al siguiente, la inundación puede arrasar con los pocos recursos cultivables. La vida en estas regiones, por tanto, depende de una especie de equilibrio precario entre la esperanza de la lluvia y la amenaza constante de la sequía.

La historia de los pueblos del norte, como Freyrina y Ballenar, muestra cómo la falta de agua y la escasez de recursos naturales dan forma a las costumbres y la economía local. En estos lugares, el desafío no es solo cultivar la tierra, sino mantener una comunidad unida en condiciones extremas. La minería, que en otras partes del mundo podría ser vista como una actividad estable, en el norte de Chile se convierte en una lotería. A veces, el saqueo y la robación de minerales ocurren bajo el más absoluto silencio, a pesar de que los propietarios de las minas intentan tomar precauciones. Sin embargo, el atractivo del oro, la plata y el cobre sigue siendo irresistible.

Además de las dificultades económicas que presenta el entorno, los habitantes deben afrontar la escasa infraestructura y el aislamiento, lo que hace aún más difícil la tarea de exportar sus productos o encontrar mercados donde puedan vender lo que producen. Sin embargo, a pesar de todo esto, las pequeñas comunidades del norte de Chile mantienen una vida llena de trabajo y esperanza, aprendiendo a adaptarse a las exigencias de su entorno.

Por último, es fundamental que el lector comprenda que el paisaje y las condiciones del norte de Chile, aunque duras y desafiantes, han forjado una cultura de resistencia y adaptabilidad. La minería, a pesar de sus riesgos, ha sido crucial para el desarrollo económico del país, pero la vida en el desierto sigue siendo una batalla diaria para quienes habitan estas tierras áridas. La historia de Chile no solo es la de un país que ha aprovechado sus recursos naturales, sino también la de un pueblo que ha aprendido a convivir con un entorno extremo, donde la tierra, el agua y el aire dictan el ritmo de la vida.