La resistencia bacteriana es uno de los mayores desafíos en la medicina moderna. A medida que las bacterias se adaptan a los tratamientos antibióticos, los métodos tradicionales para combatir infecciones se vuelven menos efectivos. Esta adaptación de los microorganismos es compleja, involucra múltiples mecanismos y genera una considerable dificultad en el tratamiento de infecciones graves. En particular, las bacterias resistentes a múltiples fármacos (MDR-GNB) han generado una creciente preocupación entre los profesionales de la salud.

Uno de los mecanismos fundamentales de resistencia de las bacterias es la disminución de la penetración del antibiótico en la célula bacteriana. Este mecanismo se basa en la modificación de las estructuras de la pared celular bacteriana, lo que impide que los antibióticos alcancen su objetivo. Otro aspecto importante es la modificación del blanco del antibiótico, lo que significa que el sitio al que normalmente se uniría el antibiótico se altera, de modo que ya no sea reconocido o inhibido eficazmente. Las bacterias también emplean modificaciones enzimáticas que desactivan los antibióticos, especialmente aquellos de la clase beta-lactámicos.

Dentro de las bacterias Gram positivas y Gram negativas, uno de los mecanismos clave es la producción de beta-lactamasas. Estas enzimas destruyen los antibióticos beta-lactámicos, como la penicilina y sus derivados. Existen diversos tipos de beta-lactamasas: penicilinasa, cefalosporinasa, y carbapenemasa, entre otras. Las cepas que producen estas enzimas son particularmente resistentes a los tratamientos tradicionales. Entre las más destacadas se encuentran las beta-lactamasas de clase A, como KPC (Klebsiella pneumoniae carbapenemasa) y las de clase B, como las MBL (Metalo-beta-lactamasa). Estos mecanismos han dado lugar a la resistencia a medicamentos clave como los carbapenémicos, utilizados en el tratamiento de infecciones graves.

La clasificación de las bacterias resistentes a antibióticos, como las que producen beta-lactamasas, es esencial para definir el tratamiento adecuado. Por ejemplo, las Enterobacteriaceae resistentes a los cefalosporinas de tercera generación (3GCRE) o resistentes a carbapenémicos (CRE) requieren de enfoques terapéuticos especializados. Estas bacterias, en su mayoría, han adquirido mecanismos de resistencia mediante la producción de enzimas como CTX-M, AmpC, KPC, MBL y OXA. Las cepas de Pseudomonas aeruginosa y Acinetobacter baumannii también presentan formas resistentes a los carbapenémicos, complicando aún más el manejo clínico.

El diagnóstico y la detección de la resistencia bacteriana es un paso crucial para una terapia exitosa. Los métodos tradicionales de laboratorio incluyen la difusión en disco y la medición de la concentración mínima inhibitoria (MIC), mientras que los enfoques más avanzados recurren a técnicas moleculares como la PCR y la espectrometría de masas para identificar patógenos y su perfil de resistencia. Estos métodos permiten una identificación rápida de los mecanismos de resistencia, lo que resulta en decisiones terapéuticas más acertadas y personalizadas.

En cuanto a la gestión de estas infecciones graves, el enfoque debe ser multifacético. Los antibióticos de nueva generación, como el meropenem-vaborbactam, ceftazidime-avibactam y plazomicina, han demostrado ser eficaces en el tratamiento de infecciones causadas por cepas resistentes, como CRE o CRAB (Acinetobacter resistente a carbapenem). En situaciones donde estos antibióticos no están disponibles, las combinaciones de antibióticos, que incluyen carbapenémicos, polimixinas, aminoglucósidos y tigeciclina, se utilizan como opción terapéutica.

Además, el manejo de las infecciones debe diferenciarse según la gravedad del caso. En infecciones urinarias no complicadas, los antibióticos tradicionales como la piperacilina-tazobactam y los fluoroquinolones pueden ser efectivos. Sin embargo, en infecciones complicadas o graves, como aquellas relacionadas con sepsis o shock séptico, es necesario recurrir a combinaciones más complejas de medicamentos y, cuando sea posible, a antibióticos de última generación. En todo caso, el uso prudente de los antibióticos es crucial para evitar la expansión de la resistencia bacteriana.

El concepto de "resistencia difícil de tratar" (DTR, por sus siglas en inglés) hace referencia a cepas de bacterias que son resistentes no solo a los antibióticos beta-lactámicos, sino también a las combinaciones de inhibidores de beta-lactamasas y fluoroquinolonas. Estas infecciones son especialmente difíciles de manejar y requieren de estrategias terapéuticas avanzadas y, a menudo, de una colaboración estrecha entre equipos médicos.

En conclusión, la resistencia bacteriana es una amenaza creciente que pone en riesgo los avances logrados en la medicina moderna. Las estrategias para enfrentarla deben ser cada vez más sofisticadas, involucrando diagnósticos precisos, la utilización de antibióticos de última generación y la implementación de un enfoque personalizado que tenga en cuenta el perfil de resistencia de cada infección. La gestión de estos patógenos multirresistentes no solo depende de los avances farmacológicos, sino también de un manejo clínico adecuado y de la correcta educación sobre el uso racional de antibióticos.

¿Cómo se diagnostican y gestionan las infecciones fúngicas en pacientes críticamente enfermos?

Las infecciones fúngicas en pacientes críticamente enfermos son una de las principales preocupaciones en las unidades de cuidados intensivos (UCI). La alta prevalencia de condiciones predisponentes como la diabetes, la insuficiencia renal, la malnutrición y la necesidad de procedimientos invasivos, incrementa el riesgo de infección por hongos. Este fenómeno se ve facilitado por la alteración de las barreras naturales del cuerpo, como la piel, la mucosa intestinal y las membranas de los órganos internos, que se ven comprometidas en situaciones de inmunosupresión. De igual manera, el uso de antibióticos de amplio espectro en estos pacientes puede contribuir al desequilibrio de la flora microbiana, favoreciendo el crecimiento de hongos patógenos.

Uno de los hongos más comunes en este tipo de pacientes es Candida, que puede ser responsable de una candidiasis invasiva, la cual puede evolucionar hacia una candidemia si no se controla a tiempo. Para poder identificar y tratar eficazmente estas infecciones, es fundamental comprender las herramientas diagnósticas disponibles y las estrategias terapéuticas más adecuadas.

Técnicas diagnósticas
El diagnóstico de las infecciones fúngicas en pacientes críticos se basa en varias metodologías. Las pruebas microscópicas y los cultivos de sangre, fluidos corporales y tejidos son la base del diagnóstico. Sin embargo, los avances recientes han permitido el uso de biomarcadores específicos como el beta-D-glucano (BDG), el Mannan y el Galactomannan, que ofrecen una forma más rápida y no invasiva de detectar infecciones fúngicas.
El beta-D-glucano es un polisacárido que forma parte de la membrana celular de la mayoría de los patógenos fúngicos. Los niveles de BDG pueden indicar la presencia de una infección, con valores superiores a 80 pg/ml considerados positivos. Sin embargo, esta prueba puede generar resultados falsos positivos, especialmente si el paciente está recibiendo terapia con antibióticos beta-lactámicos o transfusiones sanguíneas.
El Mannan y su anticuerpo Anti-mannan son específicos para detectar infecciones invasivas por Candida. Los valores de sensibilidad y especificidad mejoran cuando se utiliza la combinación de ambas pruebas.
El Galactomannan es especialmente útil en la identificación de Aspergillus, otro hongo común en pacientes críticamente enfermos. Los valores de corte recomendados para esta prueba son de 0.5 en suero, 0.5-1 en lavado broncoalveolar (BAL) y de 0.5-2 en líquido cefalorraquídeo (LCR).

En cuanto a los métodos moleculares, las pruebas PCR basadas en cultivos de sangre o en muestras de otros fluidos biológicos, como el panel FilmArray, permiten una detección más rápida y específica de especies de Candida. Asimismo, los paneles moleculares T2 Candida ofrecen una alternativa aún más precisa para la detección directa en sangre, sin necesidad de cultivo.

Candidiasis invasiva (IC)
La candidiasis invasiva se desarrolla en individuos con factores predisponentes que incluyen la colonización de Candida en sitios del cuerpo como la piel o el tracto gastrointestinal. La alteración de las barreras físicas del cuerpo y la supresión del sistema inmunológico facilitan la invasión fúngica. Para predecir el riesgo de candidiasis invasiva, se utilizan herramientas como el índice de colonización de Candida y la escala de Candida, que permiten identificar a los pacientes con mayor riesgo de desarrollar una infección invasiva.

La escala de Candida evalúa factores como la presencia de sepsis, cirugía reciente y el uso de nutrición parenteral total (TPN), entre otros. Un puntaje superior a 2.5 indica un alto riesgo de candidiasis invasiva. La índice de colonización de Candida evalúa la cantidad de sitios colonizados por el hongo, siendo un valor superior a 0.5 un indicativo de riesgo significativo de desarrollar candidiasis invasiva.

Manejo de la candidiasis invasiva
El tratamiento de la candidiasis invasiva incluye varias estrategias basadas en el riesgo del paciente y la presencia de síntomas. En aquellos pacientes con sepsis abdominal o sepsis de origen no abdominal, se recomienda la terapia antifúngica empírica. Los biomarcadores como el BDG y las pruebas de Mannan/Anti-mannan se utilizan para ajustar el tratamiento empírico según la respuesta del paciente.

Cuando la infección es confirmada, el tratamiento antifúngico se debe ajustar a la evidencia microbiológica obtenida del cultivo de sangre o de otras muestras biológicas. En pacientes con candidemia, la remoción de los catéteres venosos centrales y la realización de cultivos de sangre periódicos son fundamentales para monitorear la efectividad del tratamiento. En cuanto a la elección de antifúngicos, el Amphotericina B es la opción preferida en pacientes con candidiasis invasiva grave, mientras que los equinocandinas son eficaces en casos menos graves.
El tratamiento debe continuarse durante al menos dos semanas después de que el primer cultivo de sangre sea negativo, y el seguimiento debe incluir un examen oftalmológico para descartar endoftalmitis por Candida.

Manejo de la candidiasis localizada
Cuando la infección fúngica afecta a sitios específicos, como el sistema nervioso central (SNC), los huesos o el corazón, el tratamiento se hace más complejo y puede requerir cirugía además de terapia antifúngica. El uso de Amphotericina B y Flucitosina es común para tratar la endoftalmitis o la candidiasis del SNC. En casos de osteomielitis o endocarditis, el tratamiento puede extenderse durante meses, combinando Fluconazol y Amphotericina B.
Es importante recordar que, en estos casos, la intervención quirúrgica puede ser necesaria para eliminar los focos de infección.

Consideraciones finales
El manejo de las infecciones fúngicas en pacientes críticos requiere una combinación de diagnóstico precoz, monitoreo constante y tratamiento personalizado. Las pruebas rápidas de diagnóstico y la selección adecuada de terapia antifúngica son cruciales para mejorar los resultados en estos pacientes de alto riesgo. Además, es fundamental tener en cuenta que la prevención de la candidiasis invasiva comienza con el control de los factores predisponentes y el manejo adecuado de la inmunosupresión, ya sea por enfermedad o tratamiento médico.
Es esencial que los equipos de salud estén bien entrenados en el diagnóstico y tratamiento de estas infecciones, y que se utilicen todos los recursos disponibles para minimizar la mortalidad asociada con estas condiciones.

¿Cómo evaluar la tolerancia del lado derecho a la carga de volumen en la resucitación con líquidos?

La resucitación con líquidos es un componente fundamental en el manejo de pacientes con shock o hipoperfusión orgánica. El desafío radica en decidir cuándo y cómo administrar líquidos, para evitar sobrecargar al paciente, especialmente en aquellos con antecedentes de insuficiencia cardíaca o con signos de congestión venosa. La medición de la presión venosa central (PVC) y el uso del puntaje de ultrasonido de exceso venoso (VExUS) se han consolidado como herramientas esenciales para evaluar la tolerancia del paciente a la carga de volumen y guiar la resucitación de manera más efectiva.

El incremento de la PVC entre 3 a 5 mmHg (4-7 cmH2O) después de un desafío con líquidos o un aumento de la PVC hasta alcanzar los 15 mmHg, puede limitar el uso de un segundo bolo de líquidos. Esta medición ayuda a identificar cuándo el cuerpo ya no tolera una carga adicional de líquidos sin comprometer la perfusión de los órganos. Es esencial realizar una evaluación dinámica de la PVC durante la carga de volumen para optimizar la administración de líquidos.

El puntaje VExUS es otra herramienta importante en la evaluación de la congestión venosa. Este sistema clasifica la congestión venosa a partir del análisis ultrasonográfico de cuatro órganos clave: la cava inferior (IVC), la vena hepática, la vena portal y la vena renal. Cada uno de estos se evalúa mediante Doppler y se clasifica en cuatro grados según su patrón de flujo.

  • Grado 0: IVC <2 cm, sin congestión.

  • Grado 1: IVC >2 cm con patrones normales o levemente anormales, congestión leve.

  • Grado 2: IVC >2 cm y un patrón severamente anormal, congestión moderada.

  • Grado 3: IVC >2 cm y más de dos patrones severamente anormales, congestión severa.

Este puntaje ofrece una aproximación objetiva para la identificación de la congestión sistémica y ayuda a ajustar el tratamiento de acuerdo con la gravedad de la condición del paciente. El análisis debe incluir la medición de la IVC, el Doppler de la vena hepática, la vena portal y la vena renal, siguiendo una secuencia para determinar el grado de congestión venosa. La identificación temprana de una congestión venosa severa puede indicar la necesidad de frenar la administración de líquidos para evitar el agravamiento de la condición clínica.

Cuando se trata de la resucitación con líquidos, es crucial individualizar el tratamiento de acuerdo con el estado clínico del paciente. Si un paciente presenta signos de hipoperfusión, como hipotensión, lactato elevado o CRT retardado, la resucitación con líquidos se iniciará sin necesidad de probar la respuesta al volumen. En estos casos, el objetivo es restaurar el volumen intravascular lo más rápidamente posible. En pacientes que presentan signos claros de sobrecarga de volumen o cuando no hay una causa evidente de la pérdida de volumen, la administración de líquidos debe basarse en la capacidad del paciente para responder a los líquidos y en la tolerancia de su sistema cardiovascular.

Un enfoque común en la resucitación es administrar 250 ml de cristaloide en 10 minutos y evaluar la respuesta del paciente. Si el desafío con líquidos es positivo y no provoca un aumento significativo de la PVC o la congestión venosa, la infusión de líquidos debe continuar. Sin embargo, si el desafío con líquidos no aumenta el gasto cardíaco (CO) y provoca un aumento sustancial en la PVC o signos de congestión, se debe evitar seguir administrando líquidos.

La resucitación de líquidos debe ser un proceso adaptado, guiado por la respuesta del paciente al desafío con líquidos. El protocolo de resucitación también debe considerar las condiciones subyacentes, como el tipo de shock (hipovolémico, cardiogénico, séptico, entre otros) y la presencia de signos de hipoperfusión o sobrecarga de volumen. El uso de herramientas como la medición de la PVC y el puntaje VExUS proporcionan una evaluación continua del estado hemodinámico del paciente, permitiendo una toma de decisiones más precisa en cuanto a la administración de líquidos.

Es necesario también considerar el manejo de la sobrecarga de líquidos, una condición donde el peso corporal del paciente aumenta más del 10% o al menos 5 kg debido a la acumulación de líquidos. La sobrecarga de líquidos puede ocurrir en un contexto de hipovolemia, normovolemia o hipervolemia, y no siempre se asocia con edema intersticial. El síndrome de acumulación de líquidos se define por la presencia de sobrecarga de líquidos y evidencia de deterioro en la función de uno o más órganos o sistemas, como la presencia de derrame pleural moderado o un aumento en la presión intraabdominal superior a 15 mmHg.

Existen métodos clínicos y ultrasonográficos para evaluar la sobrecarga de líquidos. Los signos clínicos incluyen edema periférico, congestión pulmonar, rales y derrame pleural. A nivel ultrasonográfico, se pueden observar más de 38 líneas B en los pulmones, una relación tricuspidia anormal en el Doppler y un puntaje VExUS de grado 2-3. Estos métodos permiten detectar de manera temprana y precisa la sobrecarga de líquidos, lo que es crucial para evitar complicaciones graves.

El proceso de de-resucitación es esencial en pacientes con sobrecarga de líquidos. Este proceso implica la eliminación activa de líquidos mediante el uso de diuréticos o ultrafiltración. Es importante que la de-resucitación se inicie solo después de que el paciente esté estabilizado. Los diuréticos como los de asa, tiazidas y espironolactona, así como el uso de albúmina en casos de hipoproteinemia, son algunas de las estrategias que se emplean en este proceso. La de-resucitación puede ser crucial para evitar complicaciones secundarias, como el edema pulmonar o la insuficiencia renal.

Una evaluación precisa del estado de volumen del paciente, utilizando tanto la medición de la PVC como el puntaje VExUS, es fundamental para guiar las decisiones de resucitación con líquidos, y es indispensable que los profesionales de la salud se familiaricen con estos métodos para optimizar los resultados en pacientes críticos.