El mundo actual está marcado por una creciente polarización de opiniones y creencias que, en muchos casos, desafían la lógica y el conocimiento probado. La difusión de ideas no iluminadas e irracionales, a menudo alimentadas por intereses particulares y la desinformación, está afectando tanto a la ciencia como a la educación, al mismo tiempo que contribuye a la perpetuación de crisis medioambientales y sociales. Esta irracionalidad no solo se expresa en el escepticismo hacia la ciencia, sino también en una tendencia creciente a rechazar las bases fundamentales del conocimiento humano en favor de pseudociencias o creencias infundadas.

Un ejemplo claro de cómo la irracionalidad se infiltra en nuestra sociedad lo encontramos en la serie de televisión "Chernobyl" (2019), que, a pesar de ser detalladamente precisa en su representación histórica, también desató un fenómeno cultural curioso. El turismo hacia la ciudad abandonada de Pripyat, lugar cercano al desastre nuclear de 1986, se convirtió en una tendencia popular, especialmente entre los llamados "influencers" de las redes sociales. Estos, en su mayoría, buscan promocionar experiencias extremas y sensacionalistas, yendo tan lejos como para tomarse selfies en zonas de alto riesgo radiológico, sin tener en cuenta las precauciones necesarias. Este comportamiento, lejos de ser una muestra de curiosidad intelectual, es un reflejo de la falta de respeto por los conocimientos científicos que advierten sobre los peligros reales de estos espacios, lo cual resulta en un comportamiento no iluminado.

La educación superior, por su parte, juega un rol crucial en la formación de individuos capaces de pensar de manera crítica, lo que, en última instancia, beneficia tanto a las personas como a la sociedad en su conjunto. A través del proceso educativo, los estudiantes no solo adquieren nuevos conocimientos, sino que también desarrollan habilidades de pensamiento crítico, que les permiten entender mejor el mundo que les rodea. Sin embargo, en tiempos recientes, la educación superior ha sido objeto de cuestionamientos que han puesto en duda su valor. La sobrevaloración de disciplinas técnicas como las STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) a expensas de las ciencias sociales y humanidades ha llevado a la desvalorización del conocimiento holístico y crítico. Esta actitud puede ser vista como parte de una agenda más amplia de elites políticas y económicas que ven en una población educada una amenaza a sus intereses.

Un claro signo de pensamiento irracional se encuentra en el escepticismo frente a la ciencia. Este fenómeno no es exclusivo de una región o país; es un problema global. El movimiento populista, el rechazo al cambio climático y el temor a que la ciencia refute creencias infundadas, son algunos de los problemas más relevantes. Este rechazo a la ciencia, sumado a la falta de aceptación de la responsabilidad humana en el cambio climático, está directamente relacionado con los ataques al medio ambiente, especialmente en lo que respecta a la dependencia irracional de los combustibles fósiles. Es difícil comprender por qué alguien rechazaría el conocimiento científico sobre la necesidad de salvar el planeta, especialmente cuando la humanidad está inmersa en la sexta extinción masiva.

El impacto ambiental de nuestras acciones es devastador. La contaminación, el fracking, el uso de plásticos, el desperdicio de alimentos, las prácticas agrícolas dañinas, la deforestación, los desechos marinos y la basura electrónica son solo algunos de los problemas a los que nos enfrentamos. Es crucial comprender que estamos en un momento crítico: la preservación del medio ambiente debe ser la prioridad número uno de los gobiernos, las empresas y la sociedad en general. No solo debemos reducir el daño ambiental, sino que debemos buscar soluciones para restaurar los ecosistemas que estamos destruyendo.

El rechazo a la ciencia también ha impulsado el auge de la pseudociencia, una de las manifestaciones más claras del pensamiento irracional. La pseudociencia, que abarca desde la astrología hasta la quiromancia, pasando por prácticas como la telequinesis y las supersticiones, se presenta como un sistema de creencias que pretende ser científico, pero carece de fundamento empírico. Este tipo de pensamiento es cada vez más común, especialmente cuando se trata de teorías como la de la Tierra plana o el Creacionismo de la Tierra Joven, que niegan abiertamente los avances científicos establecidos.

Es fundamental que los ciudadanos de cualquier sociedad comprendan que el pensamiento crítico y el respeto por la ciencia son pilares esenciales para afrontar los desafíos contemporáneos. La irracionalidad y el escepticismo ante el conocimiento científico no solo limitan nuestro progreso individual, sino que también afectan a la colectividad, impidiendo que tomemos decisiones informadas sobre cuestiones cruciales, como la protección del medio ambiente, la educación y la salud pública.

Además, es importante destacar que, en el contexto de la política, el uso de la metáfora del "pantano" se refiere a la corrupción y a la falta de transparencia de las instituciones. La idea de un "pantano político", más allá de las interpretaciones geográficas, simboliza un sistema en el que personas no electas ejercen poder y control, a menudo favoreciendo sus propios intereses sobre los del pueblo. Este fenómeno se ha acentuado en muchas democracias modernas, donde los poderosos influyen en las decisiones gubernamentales de manera que afectan negativamente a la sociedad. Es crucial reconocer estas dinámicas de poder para poder abordar los problemas que surgen de ellas.

¿Cómo afectaron las decisiones políticas y nombramientos de Trump la credibilidad y el futuro de Estados Unidos?

El mandato de Donald Trump estuvo marcado por una serie de nombramientos y decisiones que contribuyeron a un deterioro notable en la percepción tanto nacional como internacional de Estados Unidos. Desde el controvertido manejo del informe Mueller sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016 hasta la renuncia de figuras clave de su administración, se observa una profunda fractura en las instituciones y valores democráticos tradicionales.

El informe Mueller, cuya publicación parcial inicialmente parecía exonerar a Trump, fue en realidad motivo de amplias críticas por parte de funcionarios como el propio Robert Mueller, quien consideró que el resumen ofrecido por el fiscal general William Barr no reflejaba adecuadamente la complejidad ni la gravedad de las investigaciones. La reacción política estuvo profundamente dividida: los demócratas cuestionaron vehementemente la credibilidad de Barr y denunciaron la existencia de evidencia sustancial de mala conducta, mientras los republicanos defendieron el manejo del caso y respaldaron a Barr, quien incluso desafió al Congreso negándose a testificar. Este episodio evidencia un entorno político polarizado y una erosión de la confianza en los mecanismos de justicia y supervisión.

Los nombramientos de Trump, especialmente en su gabinete, revelan patrones preocupantes de decisiones basadas más en lealtades personales o afinidades que en méritos o integridad. El caso de Alexander Acosta, exsecretario de Trabajo, ilustra cómo la tolerancia hacia decisiones polémicas —como el acuerdo indulgente con Jeffrey Epstein, condenado por tráfico sexual— afectó la imagen y legitimidad de la administración. La relación cercana entre Trump y Epstein, con múltiples testimonios y evidencias que revelan la frecuente interacción social entre ambos, pone en entredicho la coherencia moral del entorno presidencial.

Por otra parte, la renuncia de diplomáticos veteranos, como Chuck Park, pone de manifiesto el deterioro interno en la diplomacia estadounidense. La pérdida de moral y la sensación de complicidad con políticas contradictorias y divisivas reflejan un daño profundo a la reputación del país en el extranjero. La “ciénaga inundada” del gobierno Trump no solo impacta las fronteras internas, sino que extiende sus efectos a la posición global de Estados Unidos, debilitando su rol tradicional como promotor de valores como la libertad y la justicia.

Las designaciones en cargos claves, como la de Kelly Craft como representante ante la ONU, demuestran también una alineación con intereses corporativos y la influencia del dinero en la política, lo que puede socavar esfuerzos críticos, por ejemplo, para enfrentar el cambio climático. Este fenómeno refleja una lógica de corto plazo y falta de visión que amenaza la sostenibilidad ambiental y social a largo plazo.

Más allá de las controversias inmediatas, la administración Trump ha sembrado dudas sobre la capacidad de las instituciones para actuar con autonomía y racionalidad. El impacto a largo plazo de estas decisiones podría ser grave, pero la historia también muestra que, tras periodos de crisis política, las sociedades pueden reconstruir y corregir los daños mediante nuevas administraciones y reformas. Sin embargo, la profundidad de la fractura política y la normalización de prácticas cuestionables representan un reto significativo para la restauración del tejido democrático y la confianza pública.

Es fundamental comprender que estas dinámicas no solo implican una crisis de liderazgo, sino un fenómeno más amplio que afecta la cultura política, la legitimidad del sistema judicial, la función del Congreso y la percepción internacional. La interacción entre intereses privados, debilidad institucional y polarización política crea un contexto en el que la democracia se encuentra en riesgo, y donde la vigilancia ciudadana y el compromiso con valores fundamentales se vuelven esenciales para preservar el equilibrio y la justicia social.