La figura de Richard Nixon en las elecciones presidenciales de 1968 estuvo marcada por una habilidad política excepcionalmente calculada, que aprovechó las tensiones raciales y sociales que dividían al país. Su estrategia no solo se centraba en las cuestiones tradicionales de la política, sino que articulaba una retórica de "orden y ley" que, bajo su superficie, resonaba de manera especial con los temores y frustraciones de amplios sectores de la sociedad estadounidense, especialmente entre los votantes blancos suburbanos y aquellos que sentían que el país estaba perdiendo su rumbo moral.

Nixon no inventó el concepto de "orden y ley", pero supo adaptarlo a su campaña de manera magistral. En este contexto, el término no solo se refería a la necesidad de restaurar la seguridad ante el aumento de la delincuencia, sino que se convirtió en un código que apelaba a la parte más conservadora de la población, aquella que temía la creciente influencia de los movimientos de derechos civiles y la expansión de la igualdad racial. Chester Gillespie, un delegado republicano de Cleveland, observó con claridad que el Partido Republicano podría prescindir de los votantes negros y apostar por el respaldo de la "reacción blanca". Esta reacción, profundamente vinculada a las tensiones raciales, no solo formaba parte de la estrategia de Nixon, sino también de la de su principal rival, George Wallace, quien ya había desplegado una narrativa de "orden y ley" como eje central de su campaña.

El término "orden y ley", sin embargo, no solo se entendió como una solución al crimen, sino que en su uso político se convirtió en una distorsión de la realidad social del país. La aplicación de "orden" se transformó en un medio para reprimir a las minorías y, de manera indirecta, en una táctica de división racial. Nixon, aunque no al nivel de Wallace, apostó por esta estrategia sin mostrar abiertamente su apoyo al racismo explícito. En privado, su campaña dejó claro que su objetivo era movilizar a los votantes blancos, sin alienar demasiado a la comunidad negra, que todavía constituía un bloque electoral significativo, aunque minoritario.

A medida que la convención demócrata en Chicago se desenvolvía en un escenario de violencia y caos, la imagen del desorden se agudizó. La fragmentación dentro del partido demócrata, exacerbada por las divisiones sobre la guerra de Vietnam, no solo minó la credibilidad de Hubert Humphrey como candidato, sino que dejó al país con la sensación de que el orden estaba fuera de control. Fue en ese escenario en el que Nixon brilló, no solo como el candidato de "orden", sino como el líder que prometía restaurar la calma en una nación al borde del colapso social y político.

Su discurso de aceptación en la convención republicana ejemplificó la división que él veía en la nación: los buenos estadounidenses frente a aquellos que desafiaban el orden establecido. Nixon presentó la división de la sociedad estadounidense en términos casi existenciales, como si existiera una fuerza interna antiamericana que amenazaba las bases del país. Aunque no era el feroz anticomunista de antaño, Nixon seguía viendo en los movimientos de izquierda y en las protestas sociales una amenaza directa a la unidad y estabilidad de Estados Unidos.

Esta estrategia no solo era racialmente cargada, sino que también apelaba a una identidad nacional en crisis. En sus discursos, Nixon advertía sobre la creciente polarización, dibujando un país dividido entre "blancos" y "negros", casi como dos naciones diferentes que no podían convivir en paz. Sin embargo, esta retórica era solo la punta del iceberg. En realidad, Nixon operaba dentro de un juego político mucho más complejo, utilizando la palabra "orden" como una forma de ganar apoyo mientras manipulaba hábilmente las tensiones sociales en su beneficio.

A pesar de la aparente preocupación de Nixon por la pobreza urbana y la desigualdad racial, sus estrategias reflejaban una clara voluntad de no comprometerse con las comunidades negras. Un mes antes de las elecciones, en una reunión con sus asesores, Nixon dejó claro que no estaba dispuesto a ganar el voto negro a costa de perder el apoyo de los suburbios blancos. A pesar de que en público evitaba la polarización racial, su campaña se dedicó a explotar las ansiedades de los votantes blancos ante la idea de un país en el que la "ley y el orden" eran cada vez más inciertos, especialmente en las ciudades.

La influencia de su asesor Kevin Phillips fue crucial en la definición de la campaña de Nixon. Phillips propuso que el eje de la campaña fuera la "revolución socioeconómica negra" y que, a pesar de intentar atraer a los votantes negros, la principal preocupación debía ser siempre el electorado blanco. De hecho, las campañas en el sur de los Estados Unidos, centradas en el crimen y el busing, aprovecharon al máximo las tensiones raciales, haciendo que la segregación y las políticas de desegregación fueran temas de debate no solo en el plano estatal, sino a nivel nacional. Nixon no atacó abiertamente a Wallace por su postura racista, sino que lo utilizó estratégicamente, asegurando que su candidatura no representaba una amenaza seria y que votar por él era votar por la pérdida de tiempo.

El uso de la estrategia del "orden y ley" culminó en los anuncios de televisión, en los cuales Nixon apeló directamente a la ansiedad por la creciente violencia en las ciudades. En estos anuncios, hizo una clara distinción entre su enfoque y el de Humphrey, presentándose como el candidato que podía garantizar un futuro más seguro y organizado para el país. De esta forma, Nixon ganó la presidencia con un 43,4 % de los votos, superando a Hubert Humphrey por menos de un punto porcentual, mientras que Wallace obtuvo el 13,5 % de los votos. La estrategia fue exitosa, ya que el crimen y la violencia fueron las principales preocupaciones de los votantes, y Nixon capitalizó estas inquietudes de manera efectiva.

Además de lo ya mencionado, es relevante entender cómo la división racial, la política de "orden y ley" y las tensiones sociales fueron elementos clave en la configuración del panorama político estadounidense de finales de los años 60. Aunque Nixon trató de presentarse como el candidato de la unidad nacional, su estrategia de apelar a los temores raciales y a la fragmentación social profundizó las divisiones que ya existían en la sociedad. De este modo, la victoria de Nixon no solo fue un triunfo electoral, sino también una victoria para una forma de política que explotaba las divisiones raciales y sociales en lugar de intentar sanar las heridas que dividían a la nación.

¿Cómo la conspiranoia se convirtió en un pilar de la política de derecha en los años 90?

La manipulación mediática y las teorías de conspiración se convirtieron en herramientas fundamentales en la lucha política durante la presidencia de Bill Clinton. La figura de Jerry Falwell es emblemática de cómo la paranoia contra el presidente demócrata se extendió como un virus entre los sectores más conservadores. A través de su popular programa de televisión, Old-Time Gospel Hour, y mediante la distribución masiva de videos difamatorios, Falwell no solo atacó la figura de Clinton, sino que también fomentó una narrativa apocalíptica que retrataba al gobierno de Clinton como una amenaza moral para la nación.

Uno de los primeros ataques que Falwell perpetró fue en relación con la política militar, cuando Clinton propuso permitir que personas homosexuales sirvieran en las fuerzas armadas. Este gesto, que para algunos era un avance hacia la igualdad, fue interpretado por Falwell como un signo de la inminente caída moral de la sociedad estadounidense. En 1993, envió cartas de recaudación de fondos que preguntaban si Estados Unidos se estaba convirtiendo en una "nación hedonista de homosexualidad desenfrenada, aborto, inmoralidad y anarquía". Este tipo de retórica no solo buscaba apelar a la moral religiosa de sus seguidores, sino que también creaba un clima de miedo y división, algo que pronto se incrementaría con el lanzamiento de materiales aún más controvertidos.

Falwell se unió con otros personajes de la extrema derecha, como Larry Nichols, un ardiente enemigo de Clinton, para promover videos en los que se alegaba que numerosos individuos relacionados con el presidente habían muerto de forma misteriosa. Estos videos, que se basaban en una teoría de conspiración conocida como "El conteo de cuerpos de Clinton", eran un compendio de acusaciones sin fundamento, tales como que Vince Foster, un alto funcionario del gobierno que se había suicidado, en realidad había sido asesinado. Se hablaba también de un supuesto tráfico de drogas en Arkansas, que involucraba a Clinton y que habría sido encubierto mediante un sinfín de mentiras y manipulaciones. Estos relatos no solo carecían de pruebas, sino que además se nutrían de un lenguaje cargado de odio y desinformación.

La propagación de estos videos, como Bill y Hillary Clinton's Circle of Power y The Clinton Chronicles, se convirtió en una forma de recaudación para Falwell y sus aliados. Millones de copias fueron vendidas a sus seguidores, quienes pagaban sumas considerables por acceder a esta supuesta "información confidencial". Al mismo tiempo, figuras como el ex congresista Bill Dannemeyer y otros extremistas de derecha se unieron al coro de acusaciones, aportando más argumentos para alimentar la paranoia que se cernía sobre Clinton. Incluso después de que Robert Fiske, el abogado especial asignado para investigar la muerte de Foster, declarara que se trató de un suicidio sin vínculos con actividades ilícitas, el rumor continuó alimentándose.

Lo realmente relevante en este contexto no es solo el hecho de que estas teorías de conspiración fueron basadas en rumores y mentiras, sino el impacto real que tuvieron en la política estadounidense. A través de los esfuerzos de figuras como Falwell y los medios de comunicación de derecha, como The Washington Times o la cadena de televisión de Pat Robertson, la conspiranoia se convirtió en una estrategia política. No se trataba solo de desacreditar a un presidente, sino de crear un enemigo visible que movilizara a los votantes más conservadores en un frente unificado contra lo que veían como una amenaza cultural y moral.

Este fenómeno no solo se limitó a la figura de Clinton, sino que también contribuyó al auge de figuras políticas como Newt Gingrich y la consolidación de la llamada Revolución Conservadora, que cambió para siempre el paisaje político de los Estados Unidos. Los conspiradores no solo atacaron a Clinton, sino que también cuestionaron las instituciones que sostenían su gobierno, como la Corte Suprema y el Departamento de Justicia. La figura de Kenneth Starr, quien reemplazó a Fiske en la investigación de Whitewater, se convirtió en un símbolo de la persistencia de la derecha en su lucha por derribar a Clinton. A pesar de que la investigación de Whitewater no produjo resultados criminales significativos, la narrativa de un Clinton culpable persistió, alimentada por estos videos y las constantes insinuaciones de corrupción.

Es importante entender que la obsesión por las conspiraciones en torno a Clinton no fue un fenómeno aislado. Fue parte de un cambio más amplio en la forma en que los grupos conservadores manejaban la información y la percepción pública. La creación de "noticias alternativas" y la proliferación de medios de comunicación de derecha con agenda política específica tuvieron un impacto duradero en la política estadounidense. La estrategia no era simplemente convencer a los votantes de que Clinton era culpable de crímenes, sino crear un clima de desconfianza hacia las instituciones democráticas y los medios de comunicación tradicionales, lo que llevaría a una polarización aún mayor en la sociedad.

Este episodio también dejó claro que la política de derecha había aprendido a utilizar los nuevos medios de comunicación de forma más efectiva que la izquierda. La capacidad para movilizar a un electorado utilizando rumores, teorías sin evidencia y una narrativa de "nosotros contra ellos" fue un cambio que dejó una marca indeleble en la política estadounidense.