La vida de Henry Beston en Chimney Farm, en Maine, fue una verdadera inmersión en los ritmos de la naturaleza, lejos de la agitación de la vida urbana. Durante años, él y su familia se escapaban del bullicio de Boston para sumergirse en la quietud del campo. La experiencia de vivir en un entorno donde las estaciones marcaban el pulso de la existencia cotidiana fue una fuente constante de inspiración para Beston. A diferencia de las ciudades, donde la naturaleza era una vista lejana, en el campo cada día era un recordatorio tangible de la interconexión entre el hombre y el mundo natural.

La vida en Chimney Farm no era una vida de ostentación ni de grandes esfuerzos para administrar una granja, sino más bien un retorno a lo elemental. Henry se encontraba más cómodo observando los ciclos naturales que gestionando el trabajo agrícola. El cultivo de su jardín de hierbas en particular reflejaba esta actitud contemplativa. A lo largo de los años, su jardín pasó de ser una simple cama de diez pies a una serie de camas más grandes, adaptándose a las plantas que mejor se daban en el entorno local. Sin embargo, lo que realmente destacaba de este jardín era la profunda conexión emocional que Henry sentía con cada planta, como si cada hierba, desde la albahaca hasta la borraja, contara una historia de tiempos antiguos, de culturas pasadas, de la Biblia, de los griegos y romanos, hasta el Renacimiento.

Beston entendió la jardinería como algo más que un pasatiempo; para él, representaba una forma de acercarse al alma misma de la tierra. Aunque su contacto físico con la tierra era limitado, su vínculo emocional con ella era profundo. En sus textos, se puede sentir la esencia de la tierra en cada palabra, como si el mismo aroma de las hierbas se hubiera impregnado en las páginas de sus libros. De hecho, Beston describía la sensación de trabajar con la tierra como una de las "dos mejores columnas de nuestras vidas como seres humanos" y en su caso, el trabajo con la tierra era, más que nada, un acto de observación y reflexión.

El entorno que Beston creó en su hogar, en particular el "ático de las hierbas", fue un espacio ideal para la meditación y la escritura. Este lugar, donde podía escuchar la lluvia golpear el tejado, se convirtió en el refugio perfecto para su creatividad. Desde allí, tenía vistas del pequeño huerto y de los árboles frutales centenarios, conectando su cuerpo y alma con el ritmo de la naturaleza. En este espacio de aislamiento, rodeado por los fantasmas de los jardines pasados, Beston escribió gran parte de su obra más conocida.

Sin embargo, su relación con la naturaleza no era solo intelectual o emocional. Para él, la naturaleza era una presencia casi mística, algo que merecía respeto y cuidado. La influencia de este entorno se refleja no solo en su trabajo sobre hierbas, sino también en otros libros como The St. Lawrence (1942) y Northern Farm (1948), aunque Herbs and the Earth sigue siendo la obra más intensa, aquella que captura la esencia de su experiencia con la tierra. En el proceso de escribir, Beston luchaba con las palabras, como si estuviera buscando una forma de capturar lo inefable, ese vínculo intangible con la naturaleza que lo rodeaba.

A lo largo de su vida, Beston mantuvo un enfoque profundamente personal y espiritual en su trabajo. No solo se trataba de una cuestión de jardinería o de escribir sobre la naturaleza; su obra era una exploración de la relación del hombre con la tierra, una invitación a reconocer la paz que se puede encontrar al conectar con la esencia de la naturaleza. Su visión era clara: la vida, con su flujo constante, era un reflejo de un orden cósmico más amplio, un orden que solo podía ser entendido si uno se disponía a vivir en relación con la tierra, el cielo y todo ser vivo.

Al considerar su legado, es importante recordar que Henry Beston no era solo un escritor que describía la naturaleza, sino un hombre cuya vida misma fue una búsqueda para comprender la relación más profunda entre el ser humano y el mundo natural. A través de su observación, sus escritos y su jardín, invitaba a los lectores a reflexionar sobre sus propias conexiones con la tierra, a ver la belleza en lo cotidiano, a encontrar una espiritualidad en los ritmos de la naturaleza y a comprender que, en última instancia, todos estamos entrelazados con el universo de una manera más profunda de lo que solemos reconocer.

¿Cómo transformar una simple planta en un jardín lleno de vida y aromas?

Las plantas, en su naturaleza más esencial, son portadoras de un alma vibrante, una que, cuando se cultiva correctamente, tiene el poder de transformar un simple rincón en una explosión de colores y fragancias. El albahaca, por ejemplo, es un claro ejemplo de cómo la vida vegetal, al ajustarse a sus necesidades y al espacio que le otorgamos, puede ofrecer un espectáculo visual fascinante. Es una planta que se adapta al espacio de manera precisa: si se le da suficiente espacio, su crecimiento será compacto y armonioso; si no, se estirará en busca de la luz, creando formas inusuales que, lejos de ser un defecto, añaden carácter y atractivo.

En el jardín, el albahaca no es solo una hierba culinaria, sino también una obra de arte visual. Los matices de púrpura y verde que se entrelazan en sus ramas y hojas evocan las tonalidades características de la India, de donde proviene, y su presencia es, en cierto modo, una sinfonía de colores. El púrpura aparece en los tallos, las ramas, las brácteas y los racimos de flores, mientras que el verde predomina en las hojas, un verde vivo que en las plantas cultivadas en interiores se hace aún más pronunciado. Este contraste de colores no es meramente decorativo, sino que refleja la intensidad vital de la planta, un testimonio de su conexión profunda con la tierra.

Las plantas de albahaca, cuando se cultivan con cuidado, pueden llegar a medir más de un metro de altura, transformándose en árboles en miniatura, con troncos robustos y una estructura simétrica que recuerda la perfección de la naturaleza. El albahaca púrpura, con sus racimos de flores formados por diminutas flores blancas entrelazadas en tallos morados, destaca por su forma y presencia, mientras que el albahaca verde, con flores blancas y brácteas de verde pálido, ofrece un crecimiento más abierto y natural. Sin embargo, ambas variedades, aunque diferentes, tienen algo en común: su aroma inconfundible y su carácter vivaz.

El albahaca, además de ser una planta ornamental, es esencial en la cocina. Su sabor refrescante y su fragancia han acompañado al ser humano desde tiempos antiguos, especialmente en la gastronomía mediterránea, donde se utiliza no solo en platos de tomate, sino también en ensaladas, salsas y como condimento para una infinita variedad de platillos. En la antigüedad, su nombre proviene del griego "basilikon", que significa "real", un nombre que hace referencia a la nobleza de su color morado, el cual simbolizaba la realeza.

En su uso doméstico, el albahaca se convierte en un ingrediente imprescindible, no solo por su utilidad culinaria, sino también por su capacidad de enriquecer el ambiente con su fragancia. Si bien en la Edad Media su presencia disminuyó en el occidente, con el Renacimiento resurgió con fuerza, siendo de nuevo apreciada no solo como una planta culinaria, sino también como una joya del jardín. En mi jardín, cada vez que paso junto a una planta de albahaca al mediodía, me sorprende la vitalidad que emana de ella, una fuerza silenciosa pero presente, como si la planta estuviera en una constante lucha por la vida.

El marjorán, por su parte, también merece una mención especial. Este pequeño arbusto, de un crecimiento ordenado y elegante, refleja una armonía perfecta en su proporción. Con sus tallos finos y hojas ovaladas, es una de las hierbas más amables y fáciles de cultivar. En su forma más cultivada, el marjorán dulce (Origanum majorana) se convierte en un hermoso y delicado arbusto con un aroma encantador, que complementa perfectamente las ensaladas, platos de pasta y salsas. Esta planta, que pertenece a la misma familia que el orégano, posee una fragancia más suave y menos penetrante, lo que la convierte en un ingrediente indispensable para quienes buscan una delicadeza en los sabores.

El marjorán es una planta que no solo es valiosa por su fragancia y sabor, sino también por su resistencia. Es fácil de cuidar, resistente a diversas condiciones climáticas y su crecimiento es siempre prolijo. En su forma silvestre, el marjorán, como el orégano, se cultiva a menudo en forma de arbustos más grandes que florecen durante todo el verano, ofreciendo una explosión de flores moradas que embellecen cualquier jardín.

El marjorán en su forma más grande, conocido como "marjorán de maceta", tiene un tamaño mucho mayor que el marjorán dulce, creciendo en arbustos fuertes de hasta dos pies de altura. Sus flores moradas, agrupadas en densos racimos, cubren la planta durante todo el verano. Esta variedad de marjorán es sumamente resistente y fácil de cultivar, lo que la convierte en una de las opciones más populares para jardines de hierbas.

Es fascinante observar cómo la fragancia ha sido un elemento esencial en la creación de jardines desde la antigüedad. Los romanos, por ejemplo, no solo cultivaban rosas en sus jardines, sino que también mantenían jardines de hierbas para satisfacer la demanda de aromas delicados. En la Edad Media, las hierbas se convirtieron en una forma de vida esencial, preservando plantas como la menta y el perejil, que hoy día son comunes, pero en su época eran casi mitológicas en su valor. A lo largo de los siglos, las hierbas se han valorado no solo por sus propiedades curativas, sino también por su capacidad para transformar el ambiente, llenándolo de aromas agradables que ayudan a la relajación y la meditación.

Al igual que el albahaca y el marjorán, muchas otras hierbas han formado parte de la vida cotidiana de las civilizaciones pasadas. A menudo, no comprendemos en su totalidad la importancia de las plantas en nuestras vidas, pero ellas han sido compañeras fieles del ser humano, no solo en la cocina, sino en el jardín, el hogar y la medicina. El valor de una planta no solo reside en su capacidad para nutrir o curar, sino en el hecho de que cada una de ellas posee una historia, una vitalidad que refleja la fuerza de la vida misma.

¿Qué hace especial la Bergamot Mint en el jardín y cómo entender la esencia de sus plantas?

El campo es siempre un escenario de sutilezas. A mediodía, mientras los hombres descansaban después de la siega, observé algo curioso en el campo. La hierba había sido cortada en las laderas superiores y se encontraba secándose en los tallos, mientras que más abajo, donde la siega había tenido lugar el día anterior, se alzaba un montículo de heno esparcido. De repente, una pequeña torbellino local cruzó la carretera, como una presencia, y comenzó a bajar la ladera, levantando el heno. El aire, en su trayecto, se convirtió en una lluvia salvaje de heno lanzado a decenas de pies de altura, más se elevaba conforme el vórtice aumentaba su movimiento descendente. En su camino, levantó la cima del montículo, dispersándola por el campo, y barrió la ladera no segada hacia el lago, oscureciéndola con una senda fugaz antes de desaparecer como un genio de una botella. Algunas pajitas de heno cayeron del cielo, quedándose en las hojas de los manzanos y cubriendo la cercana carretera, y pronto todo volvió a ser como había sido, o casi igual, mientras la campana de la granja sonaba para la comida del mediodía.

El otoño es la temporada de los colores, el invierno es la temporada de la forma, la primavera la de la textura, y el verano la del movimiento. Las hojas y las ramas se mueven, proyectando sombras que se desplazan bajo ellas, la hierba larga se ondula y se dobla, los arroyos fluyen y se dividen sobre las piedras, el viento invisible y cálido es en sí un movimiento más intrincado que el frío del invierno. Sin embargo, hoy, salvo por el pequeño genio que acababa de trastornar el campo, un verdadero silencio rural cuelga en el aire soleado y caliente, y desde el jardín, sigo con el oído el crujido de la máquina segadora hasta el final de su surco, escuchando luego el grito de "¡ho!" al caballo, y el sonido que comienza de nuevo.

En uno de los rincones del lecho de Bálamo, sus hojas se mezclan con las del Bálamo pero sobresaliendo, se encuentra una planta cuyo rasgo esencial podría describirse diciendo que es la más femenina de todas las hierbas. Se trata de la Bergamot Mint (Mentha Citrata) o Menta Limón, a veces llamada Bergamot Francés para distinguirla de la Bergamot italiana. En textura, esta hierba es la más bella de todas las mentas, con hojas suaves y elegantes, y la planta en su conjunto tiene una aire de acabado y medida. Sus hojas son más pequeñas que las del Bálamo, su vecina, y el nuevo crecimiento en los extremos de los tallos principales y en las ramas axilares forma rosetas planas y patroneadas, firmemente adheridas y coloreadas de un morado bronceado que se funde con la luz hacia la parte superior de las superficies.

Delicada, válida y en cierto modo elaborada, la planta tiene, en su forma general, un arbusto que crece hacia afuera, suelto y simétrico, alcanzando una altura de aproximadamente 45 a 60 cm. Gran favorita en la Francia del siglo XVIII, cuando el gusto y la moda estaban inspirados en lo femenino, a menudo se incluía en las pinturas florales de la época por sus hojas teñidas de morado bajo el verde y las flores de la violeta francesa. Todavía florece allí en los jardines de las viejas casas provinciales, honrada tanto por su fragancia como por su uso en la elaboración de licores. Como planta de jardín, la Bergamot Mint necesita suelo húmedo y sombra fragmentada, más o menos lo que requiere el Bálamo, y aunque es razonablemente resistente, debería tener alguna protección durante el invierno.

Cuando se trata de flores en el jardín, a menudo nos enfrentamos a una concepción de belleza más profunda que lo físico. Un jardín ideal podría parecer uno en el que todos los aspectos de la belleza estuvieran perfectamente unidos, pero la realidad es que muchas flores hermosas no nos conmueven. Además de lo físico, hay otro mundo de valores por los cuales juzgamos la idoneidad de una flor. Las flores de la Bergamot Mint, aunque no sean grandes, poseen un anillo de color a sus conos puntiagudos, y una fragancia que es característica de la hierba. No son flores que atraigan la atención de inmediato, pero tienen un encanto particular y la capacidad de mover la mente, pues esas mismas delicadas espigas han estado en jarrones florales en los grandes salones del siglo XVIII, escuchando el deleite urbano de la música, observando la luz de las velas sobre los brocados, los puños de espada y las joyas, y oyendo las voces de las mujeres discutiendo las políticas de los reyes.

En el jardín, junto al robusto Orégano y cerca de la Lavanda, se encuentra otra hierba con una hoja tan interesante como las que más muestra el jardín. Su color es un verde apagado, sin brillo; su forma, un óvalo alargado y puntiagudo, mantenido sobre un tallo de su propia longitud; en textura, es rugosa, como la piel de un camaleón. No conozco otra hoja que por su textura pureza dé una sugerencia tan curiosa de un reino más allá de la naturaleza. La hoja, tocada por una belleza extraña, es algo que captura la mirada y provoca preguntas; es la hoja de la Salvia Officinalis, conocida comúnmente como Salvia, una de las hierbas más antiguas.

La Salvia es una planta perenne que crece desde una base leñosa y, aunque es originaria de la región mediterránea de Europa, en zonas más frías actúa como una perenne de jardín. Es una planta resistente, con una flor delicada y resistente a las inclemencias del tiempo. La Salvia nunca luce mejor que cuando la encuentro en la mañana, con sus hojas rugosas cubiertas por el rocío de verano. Es una planta individual en su quietud y belleza.

En cuanto a su presencia en el jardín, la Salvia representa un equilibrio entre lo sencillo y lo extraordinario. Un jardín no solo busca la belleza en lo visible, sino también en los significados que despierta en el observador. El valor del jardinero no reside solo en su capacidad de ver belleza, sino también en su sensibilidad para captar el alma de cada planta, para que cada uno de sus elementos despierte algo más profundo en la imaginación.