La naturaleza se despliega ante nosotros en una danza de vida y muerte, de calma y tormenta, que, si bien muchas veces nos parece caótica o peligrosa, posee una sabiduría profunda que los seres humanos rara vez comprendemos en su totalidad. El mundo que rodea a los pequeños habitantes del bosque, como el humilde abejorro, nos ofrece una lección sobre cómo enfrentar los desafíos de la vida con serenidad. Él, en su simple existencia, se refugia bajo las raíces de un roble, en su madriguera protegida del estrépito de la tormenta, y permanece indiferente a los estruendos del trueno y las sacudidas del viento.

Bajo las lluvias torrenciales, cuando el cielo parece colapsar sobre la tierra, el abejorro no se inmuta. Su hogar, en el suelo, cubierto por musgos y fibras que forman una especie de túnel subterráneo, resiste la furia de la tormenta. Y cuando la lluvia cesa, el sol aparece con una claridad renovada, el aire se enriquece, y los campos se llenan de nuevas flores. En su simpleza, el abejorro se convierte en un símbolo de cómo podemos hallar refugio en nuestra propia esencia, confiando en la fortaleza interna y la serenidad ante la adversidad.

Este comportamiento es algo que los animales parecen dominar perfectamente. El tranquilo vuelo de las aves o el paso constante de los conejos por los campos, sin preocuparse por los ecos que retumban en los valles, es un reflejo de una vida sin miedo al mañana, un recordatorio de que la existencia se sostiene en el presente, no en la incertidumbre futura. Mientras los seres humanos tienden a huir de las tormentas y a construir un futuro seguro, los animales parecen estar totalmente inmersos en el aquí y el ahora, sin temor al viento o al rayo que pueda caer.

Es importante reflexionar sobre esta postura. En su ignorancia sobre el peligro que los rodea, los animales parecen estar más conectados con el fluir natural de la vida que muchos de nosotros. Ellos no se ven alterados por los vaivenes de la tormenta, ni por la fugaz duración de los momentos. Como el pequeño pájaro verde que canta sin cesar, ajeno al paso del tiempo, así debemos aprender a vivir en el presente. En nuestra vida diaria, marcada por el afán y la prisa, deberíamos parar un momento y pensar si, tal vez, la serenidad de los animales no sea una forma más sabia de existir que la nuestra.

La calma que vemos en ellos frente al rayo y el trueno debería invitarnos a cuestionar nuestras propias respuestas al miedo. ¿Por qué el ser humano ha llegado a construir un dios del vapor y el trueno, mientras que las criaturas más humildes permanecen impasibles? La paz que encontramos en la naturaleza, especialmente en aquellos momentos en que la tormenta arremete, tiene mucho que enseñarnos sobre cómo gestionar nuestras propias emociones y temores. Si fuésemos capaces de adoptar algo de esa calma, si pudiéramos, aunque sea por un momento, experimentar la confianza del palomo o la tortuga en su destino, viviríamos sin tantas inquietudes.

El gran roble, bajo el cual los insectos ya no encuentran refugio por el paso del tiempo, se ha erigido durante años, absorbiendo la lluvia y el viento, viendo generaciones de animales venir y partir, pero sin alterarse. Es un recordatorio de lo que significa ser fuerte y firme, mientras que todo a nuestro alrededor cambia y se transforma. Las aves, como el verderón que canta sin cesar, no se preocupan por el transcurrir de los minutos. Para ellos, la vida está llena de momentos que, aunque breves, son completos en sí mismos.

Cuando uno se sienta a observar cómo las mariposas se posan en las hojas, cómo los pájaros se posan en las ramas y cantan sin prisa, cómo el sol se mueve lentamente a través del cielo, se puede entender que la verdadera sabiduría radica en vivir sin apresurarse. No hay un reloj que marque el ritmo de la vida cuando uno está completamente inmerso en ella. La naturaleza no tiene miedo al paso del tiempo. Su proceso de crecimiento, el elevarse de las plantas y el zumbido de los insectos, no se detienen. Así, todo en el universo parece tener un propósito tranquilo, alejado de la ansiedad y la agitación.

En estos días de verano, cuando el viento sopla suave y el aire se llena de sonidos y colores, se puede sentir el verdadero ritmo de la vida. Las flores se abren lentamente al sol, las aves cantan, y todo parece estar suspendido en un instante eterno. ¿Por qué, entonces, nosotros, los seres humanos, nos preocupamos por todo lo que no podemos controlar? La naturaleza, en su vasta sabiduría, nos muestra que cada momento de existencia está lleno de suficiente belleza y significado para no tener que apresurarnos.

A lo largo de los siglos, el hombre ha buscado refugio en la tecnología, ha construido sus casas y sus ciudades, y ha creado dioses e ideologías para lidiar con lo que no entiende. Pero, en su constante búsqueda por el control, ha perdido la conexión con lo esencial, con la simple serenidad que se encuentra en los árboles, en las aves y en el zumbido de los insectos. Si pudiésemos encontrar la calma de la naturaleza dentro de nosotros, no necesitaríamos huir de nuestros miedos. Nos sentiríamos completos y en paz, como el abejorro bajo su techo de musgo, ajenos a las tormentas que rugen sobre nuestras cabezas.

¿Cómo influye el clima extremo en los desiertos y las actividades humanas en Chile?

En el desierto de Atacama y otras zonas áridas de Chile, se puede encontrar una sorprendente diversidad de vida, si se observa con detenimiento. Aunque la aridez parece dominar todo el paisaje, en espacios de apenas doscientas yardas cuadradas es posible descubrir pequeñas plantas, cactus o líquenes. Además, en el suelo descansan semillas que permanecen latentes, listas para brotar con la llegada de las primeras lluvias del invierno. A pesar de este microcosmos de vida, las verdaderas condiciones desérticas se extienden en vastas áreas de Perú y Chile, donde las lluvias son extremadamente escasas.

Un ejemplo claro de estas condiciones desérticas lo encontramos al llegar a un valle, cuyo cauce de agua estaba ligeramente húmedo. Al seguir el curso del arroyo, encontramos agua potable de buena calidad. Sin embargo, lo más curioso de este fenómeno es cómo, durante la noche, el agua del arroyo desciende unos tres kilómetros más abajo debido a la evaporación y absorción más lenta de la misma. Esta dinámica revela la gran fragilidad de los ecosistemas en estas zonas y cómo, aún con pequeñas cantidades de agua, la vida puede sostenerse, aunque de manera precaria.

Los animales en estos valles, como los caballos que acompañaban nuestro viaje, no tienen acceso a alimento adecuado. Aunque durante largos periodos no pudieron comer nada, parecía que seguían con energía, lo que demuestra la extraordinaria resistencia de los seres vivos a la escasez. En las noches frías y silenciosas, mientras nosotros cenábamos, los caballos mordían los postes a los que estaban atados, buscando algo, aunque fuera mínimo, para satisfacer su hambre. Pero, como es común en las regiones áridas, la carencia de recursos vegetales es una constante.

El recorrido por las montañas y valles de la zona, sin embargo, ofrece vistas impresionantes. Las montañas desnudas, con sus tonos variados, eran un espectáculo cautivador, y no era difícil sentir cierta melancolía al ver cómo el sol iluminaba un paisaje tan desolado. El clima en esta región, pese a su aparente dureza, tiene algo que atrae y fascina a quienes atraviesan estos paisajes desérticos.

Al llegar a la región de Copiapó, me sentí aliviado, ya que el viaje había sido una fuente continua de preocupación, especialmente por el estado de los animales. En este valle, la situación no era mejor, aunque se encontraba algo de agua y leña para hacer fuego. La tierra en este lugar es mayormente estéril, pues sólo pequeñas franjas de tierra cultivable pueden ser irrigadas por el escaso caudal del río que atraviesa la región. Este río, que en su curso superior se encontraba a la altura del vientre de un caballo, va perdiendo fuerza y tamaño conforme avanza hacia el sur, a tal punto que en algunas épocas de sequía desaparece por completo antes de llegar al mar.

La escasez de agua es un problema constante. Durante años en que el caudal del río fue mínimo, la gente en la región se vio obligada a emigrar, buscando mejores condiciones en otras partes. Sin embargo, cuando el río se llena, las cosechas y el ganado se benefician enormemente. Aunque el valle tiene una población de alrededor de 12,000 personas, su producción sólo es suficiente para tres meses del año. El resto de la alimentación debe ser importada desde otras regiones más al sur, como Valparaíso.

La llegada de las lluvias o de la nieve en las montañas, especialmente en la Cordillera de los Andes, es un evento crucial. Un buen aluvión de nieve asegura la continuidad del ciclo agrícola, mientras que la falta de ella provoca un verdadero desastre. En el pasado, varias veces los habitantes de la región se vieron forzados a emigrar hacia el sur debido a la escasez de agua. Las tormentas de nieve o lluvia no sólo son vitales para la agricultura, sino también para la supervivencia de los animales que habitan estas tierras.

La relación entre el clima y la actividad sísmica es otro aspecto interesante que merece atención. En las regiones del norte de Chile, la población está convencida de que existe una relación directa entre los terremotos y la llegada de lluvias. Aunque esto parece un fenómeno más de creencias populares que de hechos científicos comprobables, no es raro escuchar que, tras un terremoto, se esperan lluvias y, por ende, pastos más verdes para el ganado. Este tipo de correlaciones, aunque no completamente entendidas, forman parte de la sabiduría popular de los habitantes locales, quienes han aprendido a interpretar las señales del clima y la tierra como indicativos de lo que está por venir.

Además, la conexión entre las erupciones volcánicas y el clima también es significativa. En el caso de erupciones como la de Coseguina, la liberación de grandes cantidades de vapor y ceniza puede alterar temporalmente el equilibrio atmosférico y causar fenómenos meteorológicos atípicos. Aunque la correlación entre los terremotos y las lluvias es aún un misterio sin resolver, las observaciones de quienes viven en estas regiones apuntan a una comprensión intuitiva de los cambios en la atmósfera y sus efectos en el entorno.

El estudio de estos fenómenos no es sencillo, pero entender cómo el clima afecta la vida en el desierto y cómo las sociedades locales se adaptan a estas duras condiciones es crucial. En estos lugares, las personas no sólo sobreviven, sino que han aprendido a aprovechar al máximo los recursos limitados que la naturaleza les ofrece.