Sin el libre comercio, se vuelve sumamente costoso para un gobierno subsidiar a un nuevo participante, ya que el subsidio debe ser lo suficientemente grande como para superar las barreras comerciales extranjeras y, al mismo tiempo, iniciar la producción nacional. La Organización Mundial del Comercio (OMC) y los Acuerdos de Libre Comercio de los Estados Unidos juegan un papel clave al establecer reglas que regulan las acciones que un país puede tomar en diversas áreas para crear una ventaja comparativa. Por ejemplo, el código de subsidios limita el tipo de subsidios que los gobiernos pueden otorgar.

Gomory y Baumol destacan que, debido a que los países pueden crear una ventaja comparativa en productos con costos decrecientes de producción, existen múltiples posibles resultados en los patrones comerciales: "Estos resultados varían en sus consecuencias para el bienestar económico de los países involucrados. Algunos de estos resultados benefician a un país, otros al otro, y algunos benefician a ambos. Pero, a menudo, los resultados que son los mejores para un país tienden a ser desfavorables para su socio comercial". Aunque las políticas nacionales pueden llevar a la creación de una industria dominante, dicha industria puede no ser tan eficiente como lo sería si se hubiera establecido en otro país. Un ejemplo citado por Gomory y Baumol es la industria del acero en Japón. Japón carece de suministros energéticos nacionales y tiene salarios altos; en contraste, China "tiene bajos costos laborales y abundancia de carbón". En teoría, China sería el productor eficiente de acero, pero en la realidad, Japón es el productor dominante. (Este ejemplo es menos válido hoy en día, ya que China se ha convertido en un importante productor de acero).

A pesar de que existen muchas áreas en las que las políticas gubernamentales pueden crear una ventaja comparativa, todavía hay muchas en las que las suposiciones clásicas sobre una ventaja comparativa inherente siguen siendo aplicables. La clave está en determinar si la industria está sujeta a costos constantes o crecientes, como el trigo, o a costos decrecientes, como los autos, aviones o semiconductores.

La ley de la ventaja comparativa es hoy en día uno de los principios fundamentales de la economía. Sin embargo, varios matices importantes a esta ley suelen ser pasados por alto. En primer lugar, David Ricardo basó su teoría en la suposición de que los costos de producción aumentan a medida que se expande la producción; en otras palabras, cada unidad adicional producida cuesta más que la anterior, y esto es cierto para muchos productos, como el trigo. Esta suposición implica que los países tienen una ventaja comparativa en ciertos bienes debido a su dotación natural. Sin embargo, muchos productos hoy en día se producen bajo condiciones de costos decrecientes; por ejemplo, el costo de producir cada semiconductores o avión disminuye a medida que aumenta la producción. La implicación extremadamente importante de esto es que los países pueden crear una ventaja comparativa.

Otro matiz crucial es el llamado teorema de igualación de precios de factores, que sostiene que el comercio internacional hará que los rendimientos relativos de los factores de producción, como el trabajo no calificado, se igualen entre los países en condiciones de libre comercio. Esto significaría que, en un país de altos salarios como Estados Unidos, los salarios para los trabajadores no calificados disminuirían, mientras que en los países con abundancia de mano de obra, los salarios aumentarían. Sin embargo, los precios de los factores no tienden a igualarse en industrias que tienen costos decrecientes de producción.

Ricardo y otros economistas tempranos basaron sus teorías en el comercio de bienes, sin considerar el comercio de factores de producción. Hoy en día, sin embargo, los factores básicos de producción, como el trabajo, el capital y la tecnología, se comercian. La implicación del comercio de factores de producción es que la igualación de estos factores ocurrirá en un período de tiempo más corto que el que ocurriría bajo el comercio de bienes solamente.

La teoría económica occidental asume que el comercio será razonablemente equilibrado a lo largo del tiempo. Cuando esto no es el caso, indica que el país con déficit estará importando productos en los que normalmente tendría una ventaja comparativa. Si estos productos están en áreas que experimentan costos decrecientes de producción, con el tiempo la industria puede perder su capacidad para competir en los mercados globales.

El mundo ha cambiado desde los tiempos de Smith y Ricardo. Hoy en día, el comercio ya no se limita principalmente a pequeños productores y agricultores, sino que involucra a gigantescos conglomerados globales que compran partes y materiales de todo el mundo y venden globalmente. Estas cadenas de suministro globales fueron posibles gracias a la liberalización comercial y los cambios tecnológicos, y explican el hecho de que el comercio internacional se haya expandido mucho más rápido que el crecimiento económico global desde 1970. Estas cadenas de suministro globales también tienen implicaciones para las estrategias de los países en desarrollo para promover el crecimiento económico.

Es evidente que Estados Unidos se beneficia cuando sus socios comerciales reducen sus barreras comerciales, ya que sus exportaciones aumentarán, lo que genera una mayor producción y empleo. La mayoría de los economistas también cree que Estados Unidos se beneficia de reducir sus propias barreras comerciales, ya que los consumidores se benefician de los costos reducidos y los productores se ven obligados, por la competencia internacional, a mejorar la eficiencia. Sin embargo, la liberalización de las importaciones tiene un impacto en el trabajo y la producción nacional que debe ser considerado. La liberalización multilateral del comercio, donde todos los países reducen sus barreras comerciales de manera paralela, promueve mejor el comercio basado en la ventaja comparativa. No obstante, los países pueden abusar del sistema adoptando políticas de "mendigar a tu vecino".

¿Cómo afecta la globalización a las sociedades islámicas y orientales?

La globalización ha sido interpretada por diversos grupos de pensadores como un fenómeno que refleja una nueva forma de colonización, una colonización disfrazada que tiene por objetivo someter a las naciones no occidentales a través de métodos más sofisticados y menos directos que los utilizados en el pasado. Este análisis sostiene que la globalización no es más que la continuación de los antiguos deseos imperialistas del Occidente, una extensión de su ambición de poder, riquezas y dominación sobre las naciones más débiles. A través de la subyugación directa de los países del Este y África, Occidente ha logrado despojar a las naciones menos privilegiadas de su riqueza, y ahora, mediante los medios de comunicación, como la televisión por satélite, el internet y otros canales modernos, impone una forma de vida que resalta los intereses y valores del mundo occidental.

Mohd Kamal, un pensador crítico de este proceso, describe las implicaciones de la globalización en términos muy detallados y alarmantes: el impacto negativo de la americanización, el secularismo, el materialismo, el imperialismo moderno, el endeudamiento con organismos como el Banco Mundial y el FMI, la liberalización unilateral, la manipulación mediática global, la homogeneización cultural, la degradación ambiental, el crimen tecnológico y la violencia son solo algunas de las consecuencias que, según Kamal, enfrenta el mundo islámico.

La imposición de los valores occidentales, muchas veces ateos y desvinculados de la supremacía de Dios, contrasta directamente con la visión islámica, donde la vida está intrínsecamente ligada a la religión. Uno de los aspectos más problemáticos de esta imposición es el secularismo, que separa la vida de la fe, relegando a Dios solo a los lugares de culto, mientras que fuera de estos, las personas pueden actuar sin tener en cuenta sus creencias religiosas. Este enfoque es diametralmente opuesto a la filosofía de vida islámica y oriental, donde las creencias religiosas impregnan todos los aspectos de la vida cotidiana, guiando tanto la moral como las decisiones prácticas.

Otro tema crucial es el concepto de la educación. En muchas sociedades occidentales, la educación es vista como un proceso libre de valores, orientado únicamente al conocimiento utilitario y práctico. En el Islam, por el contrario, el conocimiento tiene un propósito superior: acercar al ser humano a Dios, fomentar la humildad y la autocomprensión. Esta diferencia esencial en la concepción del conocimiento refleja una de las muchas tensiones que surgen entre las tradiciones islámicas y la modernidad globalizante.

Además, la globalización ha favorecido la liberalización de la información, promoviendo la libre circulación de contenidos sin restricciones, lo que ha planteado temores significativos entre los padres y líderes religiosos en los países musulmanes. Las ideas, imágenes y estilos de vida que se difunden a través de internet y otros medios de comunicación son a menudo incompatibles con las normas islámicas y los valores tradicionales de la sociedad oriental. De hecho, uno de los temores más graves es la propagación de la pornografía y la normalización de las perversiones sexuales, como la homosexualidad y el lesbianismo, que son completamente inaceptables según la ley islámica.

En este contexto, el choque de valores se intensifica aún más al observar los esfuerzos de Occidente por homogeneizar las diversas culturas del mundo. La globalización, lejos de respetar la pluralidad cultural, promueve una única visión del mundo, dominada por la cultura estadounidense, el consumo de comida rápida y el dominio de una sola lengua global: el inglés. La obsesión por las marcas estadounidenses, la música y el cine de Hollywood son algunos de los signos de esta homogeneización cultural, que está borrando las diferencias que tradicionalmente han caracterizado a las diversas naciones.

Frente a este desafío, las sociedades musulmanas deben encontrar formas de responder a la globalización, protegiendo sus valores y tradiciones mientras interactúan con el resto del mundo. Como señaló el ex primer ministro de Malasia, Tun Mahathir, los países musulmanes deben asegurarse de que la globalización no los margine, como ocurrió en el pasado con la Revolución Industrial. El rápido avance de la tecnología y las ciencias exige una respuesta activa para no quedar atrás. No se trata solo de adaptarse a los cambios, sino de hacerlo de manera que no se pierdan los principios fundamentales que han guiado la vida de las comunidades musulmanas durante siglos.

A pesar de los retos, es importante comprender que la globalización es un proceso irreversible y que las sociedades musulmanas deben prepararse para enfrentar sus impactos de manera que se preserven tanto su fe como su identidad cultural. La clave radica en un enfoque reflexivo y crítico de las influencias externas, sin rechazar la modernidad en sí misma, sino reconociendo los peligros que puede traer consigo cuando se permite que reemplace los valores fundamentales que definen a una sociedad.

¿Son los aranceles y otras políticas proteccionistas un riesgo que vale la pena correr?

La evolución del comercio global ha traído consigo un panorama económico dinámico y lleno de complejidades. Si bien la globalización ha sido vista como un motor de crecimiento y mejora de los estándares de vida, su impacto ha sido desigual, particularmente en los mercados laborales de los países avanzados. En sectores como la manufactura y la contabilidad, se ha observado una agitación tremenda. Los salarios de los trabajadores no cualificados se han mantenido estancados o incluso han disminuido, mientras que los salarios de los trabajadores altamente cualificados han aumentado significativamente. Este fenómeno ha contribuido al aumento de la desigualdad en muchas naciones, incluso en países en desarrollo. La apertura al comercio y a la inversión extranjera ha aumentado la rentabilidad relativa del trabajo cualificado y del capital, mientras que ha reducido la rentabilidad relativa del trabajo no cualificado.

En este contexto, se ha producido un sentido generalizado de inseguridad económica, sobre todo entre las clases trabajadoras. Este sentimiento ha dado paso a un aumento de las sospechas sobre los beneficios del liberalismo económico. Como resultado, se han reavivado ideales proteccionistas en el ámbito político, manifestándose en eventos como el referéndum del Brexit en 2016 y la imposición de aranceles significativos por parte del presidente Donald Trump a productos internacionales en 2018. Esta transformación en la percepción global del capitalismo plantea tanto riesgos como oportunidades, lo que subraya la necesidad de que los responsables políticos y los ciudadanos comprendan la complejidad de estas dinámicas.

Los aranceles, que son impuestos financieros sobre los bienes importados, se presentan como una herramienta crucial dentro de la política comercial de muchos países. A través de ellos, los gobiernos intentan proteger a los productores nacionales de la competencia desleal, que proviene principalmente de productos importados a precios más bajos. Los aranceles tienen un doble objetivo: por un lado, protegen las industrias locales; por otro, generan ingresos para el Estado. Además de esto, buscan prevenir los efectos disruptivos del comercio injusto, como el llamado "dumping", cuando las empresas extranjeras venden productos a precios por debajo de su coste para obtener una ventaja competitiva.

Es importante entender que los aranceles no son una herramienta arbitraria; existen sistemas armonizados para su aplicación que permiten a los países aplicar tarifas de manera estandarizada. Por ejemplo, la Unión Europea representa un ejemplo de una unión aduanera, donde sus miembros han acordado eliminar los aranceles y barreras comerciales entre sí, pero aplican tarifas comunes a los productos que provienen de países no miembros.

Sin embargo, la utilización de aranceles en el contexto internacional está regulada por la Organización Mundial del Comercio (OMC), que establece límites y reglas claras sobre su aplicación. Los gobiernos pueden imponer aranceles especiales para proteger a industrias nacionales si se demuestra que están siendo perjudicadas por prácticas comerciales desleales, como el dumping o la subvención de exportaciones por parte de gobiernos extranjeros. En estos casos, el país afectado puede aplicar aranceles "antidumping" o "compensatorios" para equilibrar las condiciones de competencia.

El proteccionismo, al igual que los aranceles, no está exento de controversia. A pesar de las justificaciones económicas, como la defensa de los empleos nacionales y la protección de industrias estratégicas, el proteccionismo puede tener efectos secundarios indeseables. Las políticas proteccionistas pueden generar represalias de otros países, lo que puede derivar en lo que se denomina una "guerra comercial". Estas guerras comerciales se caracterizan por un ciclo de imposición mutua de aranceles y restricciones comerciales entre dos o más países, lo que puede deteriorar las relaciones económicas internacionales y aumentar los costos para los consumidores.

El ejemplo más reciente de este fenómeno fue la guerra comercial iniciada por Estados Unidos bajo la administración de Trump, quien implementó aranceles a productos como el acero y el aluminio, argumentando que esto protegería la industria estadounidense y reduciría el déficit comercial. Sin embargo, los efectos de estas políticas fueron mixtos. Por un lado, los sectores protegidos por los aranceles vieron algunos beneficios, pero, por otro, los consumidores y las empresas que dependían de estos productos importados se vieron afectados por el aumento de los costos.

Además de los aranceles y el proteccionismo, es relevante entender el impacto de las políticas de libre comercio. Las zonas de libre comercio, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) o la Unión Europea, eliminan las barreras comerciales entre los países miembros y fomentan la competencia. No obstante, los beneficios de estas políticas también deben ser evaluados cuidadosamente, ya que si bien el libre comercio puede ofrecer acceso a productos más baratos y fomentar el crecimiento económico, también puede acentuar la desigualdad, como ya se ha observado en diversas naciones.

Las políticas comerciales deben ser vistas como una herramienta compleja, que tiene tanto ventajas como desventajas. Por tanto, es esencial que los responsables políticos adopten un enfoque equilibrado, evaluando no solo los efectos inmediatos sobre las industrias nacionales, sino también las implicaciones a largo plazo sobre el bienestar social y económico de los países.