Las transgresiones lingüísticas, en su forma más básica, son las violaciones deliberadas de normas lingüísticas establecidas. Aunque esto puede parecer un fenómeno puramente estético o de estilo, su impacto va mucho más allá de la simple modificación de las reglas del lenguaje. Estas transgresiones tienen un potencial subversivo y transformador, ya que desafían las normas tradicionales y abren nuevas formas de representar la identidad, especialmente cuando se habla de temas tan complejos como el género.
En las lenguas con marcadores de género, el uso del lenguaje no solo está vinculado a la estructura gramatical, sino que también está profundamente arraigado en las representaciones culturales de lo masculino y lo femenino. En muchos contextos lingüísticos, el género no es solo un marcador gramatical, sino un indicador de las expectativas sociales y culturales sobre la identidad de las personas. En este sentido, las transgresiones lingüísticas pueden funcionar como un acto de resistencia frente a la norma heteronormativa y binaria que tradicionalmente ha definido las categorías de género.
Las lenguas que incluyen un sistema de marcadores de género (como el español, el francés o el alemán) han sido históricamente dominadas por una visión binaria del género, donde las categorías de masculino y femenino son estrictas y excluyentes. Sin embargo, la creciente visibilidad de las identidades no binarias ha puesto en evidencia las limitaciones de este sistema. Las transgresiones lingüísticas, como el uso de un lenguaje inclusivo o la modificación de las formas de género establecidas, se han convertido en una herramienta poderosa para cuestionar las normas binarias y visibilizar otras formas de ser y de existir.
Por ejemplo, en español, el uso del “@” o la "x" para sustituir las terminaciones de género en palabras como "amig@" o "amigx" es una forma explícita de transgredir las normas gramaticales en aras de la inclusión de personas cuya identidad de género no se ajusta a los binomios tradicionales. Este tipo de transgresión no es solo un cambio superficial en la forma de las palabras, sino que señala una reconfiguración más profunda de cómo entendemos el género en el lenguaje. Al introducir estos nuevos significantes, se invita a la reflexión sobre la rigidez de las categorías de género y se desafía la noción de que el lenguaje debe reflejar una realidad social rígida.
Las implicaciones de estas transgresiones lingüísticas son mucho más amplias que el ámbito académico o sociolingüístico. De hecho, tienen un impacto directo en la manera en que las personas se relacionan con el mundo, con los otros y consigo mismas. Al modificar el lenguaje para que sea más inclusivo, se están creando nuevos espacios de reconocimiento para las identidades no binarias, que históricamente han sido ignoradas o invisibilizadas en muchas culturas. Esta apertura lingüística puede ser vista como una forma de justicia social, pues permite que todas las identidades sean reconocidas y respetadas en su diversidad.
Es crucial entender que estas transgresiones no son simplemente un ejercicio lingüístico o una moda pasajera. Son una forma de resistencia política y cultural, una manera de reconfigurar la realidad social a través del lenguaje. Cada vez que se transgrede la norma lingüística en favor de la inclusión, se está llevando a cabo un acto de afirmación de la identidad de aquellos cuyas voces han sido silenciadas por la hegemonía de las estructuras binarias. El lenguaje tiene un poder transformador, y, por ende, las transgresiones lingüísticas no son solo sobre el cambio de una palabra, sino sobre el cambio de una mentalidad y una visión del mundo.
Sin embargo, es importante considerar que estas transgresiones también enfrentan resistencia, tanto en el ámbito académico como en el ámbito social. El uso de un lenguaje inclusivo puede ser percibido como una amenaza a la tradición y a la estabilidad de las normas lingüísticas establecidas. Algunas personas pueden ver en estas transgresiones una forma de confusión o de ruptura con la identidad cultural, mientras que otras pueden temer que el cambio lingüístico diluya el significado de los términos tradicionales. Esta resistencia refleja, en parte, la dificultad de enfrentar una transformación profunda de las estructuras sociales y culturales que el lenguaje refleja.
Además, al explorar las transgresiones lingüísticas en relación con el género, es esencial entender que el lenguaje no actúa de manera aislada. Las palabras y las formas lingüísticas no solo reflejan una realidad externa; también participan en la construcción de esa realidad. Por lo tanto, cuando se modifica el lenguaje para incluir a personas no binarias, se está no solo reconociendo una identidad previamente invisible, sino también creando nuevas formas de interacción y de convivencia que reflejan esa diversidad.
Por último, es necesario considerar que el uso del lenguaje inclusivo no es la única transgresión lingüística relevante en este campo. Las personas no binarias han utilizado también otras estrategias para señalar su identidad, desde la elección de pronombres alternativos hasta la creación de nuevas formas gramaticales que no dependen de la dicotomía de género. Estas estrategias están en constante evolución, lo que refleja la naturaleza dinámica de las identidades de género y la capacidad del lenguaje para adaptarse a nuevas realidades sociales.
El estudio de estas transgresiones lingüísticas es crucial no solo para los lingüistas y los académicos del género, sino también para todos aquellos interesados en la justicia social y en la construcción de un mundo más inclusivo. Si bien la transgresión lingüística puede parecer una cuestión técnica o académica, tiene un impacto profundo en la vida cotidiana, en las relaciones interpersonales y en las políticas públicas. La forma en que hablamos del género puede tener implicaciones decisivas sobre cómo tratamos a las personas, cómo les damos espacio para existir en su diversidad y, en última instancia, cómo les reconocemos como sujetos plenos y dignos.
¿Cómo la crueldad se convierte en una forma de poder y control en los hombres poderosos?
La crítica radical de la violencia que se ejerce a través de abstracciones como la universalidad y la igualdad ha sido fundamental para comprender las formas de crueldad que se manifiestan en las acciones de individuos como el Marqués de Sade y, más recientemente, Jeffrey Epstein. En este sentido, Sade no solo rechazaba la igualdad que promovían los defensores de las leyes abstractas y los derechos universales, sino que buscaba una crueldad interpersonal genuina que reconociera la humanidad común tanto del agresor como de la víctima. De acuerdo con filósofas como Simone de Beauvoir, esta búsqueda de una crueldad auténtica en Sade estaba motivada por la incapacidad de reconocer que la satisfacción individual no debía ser el único fin, y que una acción colectiva para superar las injusticias sociales podría haber sido una opción más eficaz.
En contraste, la figura de Jeffrey Epstein no se encuentra preocupada por cuestiones éticas. Lejos de intentar racionalizar sus acciones bajo el marco filosófico de Sade, Epstein abrazó un sadismo vulgar que ignoraba cualquier reflexión moral profunda. Para él, el desequilibrio de poder y riqueza entre él y las jóvenes a las que sometía no tenía que ver con lo correcto o lo incorrecto. Según sus propios asociados, como el periodista Michael Wolf, Epstein veía la disparidad económica como una justificación para sus abusos. Con gran riqueza y prestigio, se sentía con derecho a hacer lo que quisiera, reduciendo a sus víctimas a objetos de placer. Su comportamiento refleja la creencia de que la posesión de poder económico y social es suficiente para anular cualquier tipo de respeto por la dignidad humana de los demás.
La cultura de la crueldad en la que se enmarca Epstein resuena no solo en su persona, sino también en toda una generación de hombres que, bajo la influencia de figuras como Hugh Hefner y Donald Trump, concibieron una vida de placer masculino desenfrenado, combinado con riqueza y falta de responsabilidad. La tentación del poder sin consecuencias, la idea de que los hombres poderosos tienen derecho a disponer de mujeres vulnerables como objetos sexuales, ha sido propagada por la industria del entretenimiento y la política, creando un círculo vicioso de impunidad.
Epstein, al igual que muchos otros hombres de su generación, no solo construyó su fortuna, sino que lo hizo dentro de una narrativa en la que las reglas sociales y morales no aplicaban a él. Su intención era emular al Marqués de Sade, cuyo trabajo se caracterizaba por su violencia explícita y su explotación de los más débiles. La isla privada de Epstein en el Caribe, Little Saint James, se convirtió en un refugio de este modelo de vida, donde las jóvenes eran traídas en aviones privados y sometidas a una vida de abuso sistemático. La comparación con los personajes de Sade, como los frailes en "Los infortunios de la virtud", que viven en una aparente piedad y pureza pero, en privado, se entregan a orgías y abusos, no es casual. En ese sentido, Epstein no solo imitaba la violencia sadista de Sade, sino que también transformaba ese modelo en una perversión moderna, donde el dinero y el poder eran las herramientas fundamentales para ejecutar sus deseos más oscuros.
Además de la perversa fascinación por el control sexual, la cultura que sostiene a personajes como Epstein, Trump y otros hombres poderosos de esa época también se alimenta de la impunidad que les otorgan las instituciones. Figuras como Alan Dershowitz, abogado de Epstein, encarnan el cinismo moral que respalda a los poderosos. Al defender a sus clientes, no solo defiende a hombres acusados de crímenes sexuales, sino que promueve una visión del mundo donde las mujeres, las más vulnerables, son tratadas como meros objetos de deseo, sin valor más allá de lo que pueden ofrecer a los hombres ricos y poderosos.
El comportamiento de Epstein y su influencia en su círculo social ponen de manifiesto cómo la crueldad se convierte en una forma de poder dentro de las esferas más altas de la sociedad. El abuso de poder, el trato inhumano de las víctimas y la perpetuación de un sistema que protege a los criminales en función de su estatus económico, conforman una narrativa que ha sido parte fundamental de la cultura de los hombres poderosos desde hace generaciones. Esta cultura no solo es alimentada por la riqueza, sino también por la certeza de que las reglas del sistema no aplican para ellos, ya que las víctimas nunca tienen el poder necesario para desafiar esta estructura de dominio.
Es esencial entender que, más allá de los detalles morbosos y escandalosos sobre la vida personal de Epstein, lo que esta historia revela es la manifestación de una mentalidad que considera la crueldad como un derecho. La violencia no es vista como un desvío de la moralidad, sino como un mecanismo de control. Esta mentalidad ha influido en generaciones de hombres que, con o sin la figura de Epstein, han aprendido a asociar poder con la capacidad de infligir dolor, dominación y sufrimiento sin consecuencias.
¿Cómo se construyó un cuerpo digital mesiánico en torno al discurso anticorrupción de Bolsonaro?
En el núcleo de las transformaciones políticas recientes en Brasil, el discurso anticorrupción no solo ha sido un instrumento retórico, sino una tecnología de poder con capacidad para reconfigurar el horizonte ontológico de lo político. En el caso del bolsonarismo, este discurso no opera como una simple denuncia de prácticas ilícitas: se erige como gramática fundacional de una comunidad imaginada, pura, moral y esencialmente anticorrupta, que se contrapone a enemigos internos representados por la izquierda, los movimientos sociales y los valores del pluralismo democrático. El cuerpo del líder, herido físicamente en vísperas de la primera vuelta electoral de 2018, se transformó simbólicamente en cuerpo digital: una red de seguidores que, al replicar masivamente su mensaje y su estilo comunicativo, prolongaron su presencia en el espacio público virtual con una potencia política que excedía la campaña misma.
Esta corporalidad digital, sostenida por estructuras algorítmicas de las plataformas, funciona como una multiplicación del yo del líder. No se trata solo de viralización de contenidos, sino de una operación afectiva profunda, en la que se genera una experiencia de unidad transversal que articula política, religión, entretenimiento y moral cotidiana. La arquitectura fractal de los medios digitales, al colapsar las distinciones entre lo público y lo privado, habilita una producción de sentido que no se rige por la deliberación racional, sino por el afecto encarnado. El bolsonarismo, como el trumpismo, instrumentaliza esta condición técnica para instalar una política visceral que redefine las fronteras del cuerpo político.
Las campañas digitales bolsonaristas durante y después del proceso electoral de 2018 se estructuraron en torno a una lógica antagonista radical que disuelve la figura del adversario legítimo, reemplazándola por la del enemigo existencial. La circulación de memes y contenidos gráficos no fue un fenómeno marginal, sino el núcleo del dispositivo de subjetivación: imágenes que mostraban a feministas como sucias, antinaturales, amorales, en contraste con mujeres derechistas bellas, patrióticas, defensoras del orden. Esta gramática visual no apelaba al razonamiento político sino a una codificación afectiva inmediata que buscaba impedir que los votantes reconocieran en los opositores a sujetos legítimos. Así se consolidó una comunidad emocional que, más que debatir, se sintió convocada a defender una causa sagrada.
La infraestructura mediática sobre la que se monta esta política ya estaba predispuesta a favorecer formas epistémicas contrarias a la normatividad liberal. El diseño de plataformas orientadas a la captura de la atención, la distribución de contenido por engagement y la retroalimentación emocional instantánea, produce un sesgo estructural que mina los fundamentos deliberativos de la democracia liberal. La combinación de populismo digital y economía de la atención exacerba la tensión entre soberanía popular e institucionalidad liberal: mientras la primera se hiperinflaciona en la figura carismática del líder, la segunda se diluye en un mar de sospecha y deslegitimación.
Tras las elecciones, la pandemia de COVID-19 permitió una mutación significativa en el uso del discurso populista por parte de Bolsonaro. Negando responsabilidad por la crisis sanitaria y económica, desplazó la culpa hacia enemigos abstractos mientras intensificaba una política de ambigüedad epistémica. La verdad dejó de ser un campo de disputa racional para convertirse en una herramienta de movilización emocional, funcional a la conservación del poder. Paralelamente, se intensificó el recurso a prácticas clientelares, opacas, al borde de la legalidad, que se presentaban como necesarias ante el supuesto caos generado por el enemigo.
Este giro iliberal no representa simplemente una regresión autoritaria o una anomalía democrática. Más bien, revela la capacidad del neoliberalismo para fusionarse con formas políticas punitivas, moralistas, nativistas y necropolíticas. El bolsonarismo no niega el neoliberalismo; lo reconfigura desde una matriz afectiva y digital que legitima formas tradicionales de intercambio político (el famoso toma y daca), pero ahora investidas de carisma contemporáneo. La corrupción, lejos de desaparecer, se vuelve un significante flotante: ya no remite al acto ilícito en sí, sino a un imaginario moral que excluye a los otros y santifica a los nuestros.
En este marco, el discurso anticorrupción funciona menos como una herramienta de control institucional y más como un artefacto simbólico que permite reorganizar el cuerpo social en torno a una frontera ontológica entre pureza y contaminación. Lo que está en juego no es la legalidad, sino la legitimidad afectiva de los cuerpos, los relatos y los liderazgos. Esta lógica abre la puerta a una forma de gubernamentalidad digital donde la excepcionalidad, el juicio moral inmediato y la emocionalidad encarnada sustituyen los procedimientos racionales del Estado democrático moderno.
Es fundamental entender que esta transformación no surge ex nihilo. Se apoya sobre una larga historia de autoritarismo estatal, desigualdad estructural y exclusión social, ahora reactivada y resignificada por las lógicas tecnopolíticas del presente. La combinación de carisma digital, antagonismo visceral y legitimación de prácticas extralegales marca una mutación en la gramática política del siglo XXI. La crisis no es del neoliberalismo, sino de su forma liberal; su versión iliberal, en cambio, parece adaptarse con inquietante eficacia a las coordenadas tecnológicas, afectivas y culturales de la actualidad.
¿Cómo las plataformas digitales impulsaron el éxito de Bolsonaro en 2018?
El ascenso meteórico de Jair Bolsonaro en las elecciones de 2018 en Brasil ha sido analizado bajo diversas perspectivas, y un elemento común en los estudios más recientes es el impacto que las plataformas digitales, especialmente WhatsApp, tuvieron en su campaña. Existen pruebas cuantitativas y cualitativas significativas, provenientes de investigaciones periodísticas, académicas y criminales, que sugieren que la victoria de Bolsonaro se vio favorecida por una operación de influencia invisible, centrada principalmente en estos medios (Tardáguila et al. 2018; Evangelista y Bruno 2019; Leirner 2020). Al referirme aquí a la campaña pro-Bolsonaro en los medios digitales, no me limito solo a los canales y perfiles oficiales del candidato, sino a la totalidad de las agencias, tanto humanas como no humanas, que replicaron narrativas y patrones de diseño similares a través de múltiples plataformas (Cesarino 2019a, 2019b, 2020b).
El uso de plataformas como WhatsApp permitió la creación de redes de comunicación personalizadas y específicas, dirigidas a grupos con intereses políticos muy definidos. A través de este medio, los mensajes políticos no solo se transmitían directamente, sino que eran filtrados y ajustados a la percepción y preferencias individuales de los usuarios. Este tipo de comunicación directa y personalizada es un factor clave que favorece la radicalización política y la consolidación de una base de apoyo inquebrantable. Es relevante señalar que la forma en que Bolsonaro movilizó a sus seguidores no solo fue a través de sus propios canales oficiales, sino mediante una multiplicidad de actores que creaban contenido viral en apoyo a su candidatura, aprovechando la estructura de los algoritmos que favorecen el contenido homofílico, donde el "como piensa, como actúa" se convierte en un principio de repetición y fortalecimiento de ideologías (Lury y Day 2019).
Desde una perspectiva teórica, Ernesto Laclau (2005) nos invita a entender las demandas políticas como las unidades fundamentales de la identidad grupal en la movilización populista. Estas demandas, inicialmente dispersas y no necesariamente relacionadas entre sí, tienen en común el hecho de que presentan reclamaciones contra un orden establecido. El líder populista, en este sentido, cumple la función de unir estas demandas dispares a través de lo que Laclau denomina "cadena de equivalencias", construyendo una unidad (siempre inestable) en torno a su figura. En el contexto de Brasil en 2013, durante las protestas que antecedieron la campaña de Bolsonaro, las demandas fueron tan diversas como la solicitud de transporte público gratuito hasta un rechazo generalizado hacia "todo lo que está ahí". Esta naturaleza difusa de las demandas prefigura el terreno fértil para que el líder populista las agrupe bajo un discurso coherente y polarizante.
Un aspecto interesante de este proceso fue la manipulación visual que se realizó durante momentos clave de la campaña. Un ejemplo es el atentado a Bolsonaro en 2018, que no causó una hemorragia inmediata, lo que llevó a la proliferación de teorías conspirativas en los sectores de izquierda. Para contrarrestar la falta de sangre en las imágenes del atentado, se añadieron digitalmente representaciones gráficas del líquido rojo en camisetas y memes pro-Bolsonaro, lo que revela cómo los elementos visuales y simbólicos se construyeron para reforzar una narrativa política, creando una imagen heroica y martirizada del candidato. Este tipo de manipulación no solo refleja la influencia de las nuevas tecnologías en la política, sino también cómo la estética y la emoción se han convertido en elementos cruciales para la movilización populista, algo que, como señala Laclau, no es extraño para el campo de la política, pero sí es central en la movilización populista y en el modelo contemporáneo de la política en internet.
La creación de un núcleo de lealtad en torno a Bolsonaro, que se estima en un 15-20% de los votantes, se vio reforzada por las políticas emergentes que buscaban compensar las pérdidas de apoyo debido a la salida de Sergio Moro, ministro de Justicia, tras su implicación en el escándalo Lava Jato. Este apoyo base fue crucial para que Bolsonaro consolidara una tercera parte del electorado brasileño, lo que demuestra cómo la estrategia digital no solo trabajó a nivel de emociones y símbolos, sino también de distribución material y promesas económicas (Nobre 2020).
Además de los elementos previamente mencionados, es necesario entender que el éxito de Bolsonaro en 2018 no puede reducirse solo a su uso de las plataformas digitales. La conjunción de factores como el descontento generalizado con los partidos tradicionales, el vacío ideológico dejado por el impeachment de Dilma Rousseff y la polarización exacerbada por los escándalos de corrupción, crearon un caldo de cultivo perfecto para el ascenso de una figura como Bolsonaro.
Es relevante para el lector no solo entender cómo las plataformas digitales jugaron un rol fundamental en este proceso, sino también cómo el concepto de "lo político" se redefine en el contexto de la era digital. Al contrario de lo que podría pensarse desde la perspectiva liberal, la política hoy en día se articula no solo desde los intereses racionales y las deliberaciones públicas, sino a través de un juego complejo de emociones, imágenes y algoritmos, elementos que, aunque considerados irracionales o aberrantes desde un punto de vista tradicional, constituyen el núcleo mismo de las movilizaciones populistas contemporáneas.

Deutsch
Francais
Nederlands
Svenska
Norsk
Dansk
Suomi
Espanol
Italiano
Portugues
Magyar
Polski
Cestina
Русский