El concepto de "personalidad autoritaria" ha sido uno de los pilares en el análisis de las actitudes sociales y políticas en diversos contextos. Sin embargo, al analizar las investigaciones que dieron lugar a este concepto, como el estudio de The Authoritarian Personality y su escala F (F-scale), surgen varias problemáticas que cuestionan la validez y la extensión de las conclusiones alcanzadas. La mayor parte de estas críticas se centran en la mezcla de elementos de la personalidad con visiones de mundo, y la forma en que estos se interpretan para explicar las actitudes autoritarias.
En primer lugar, uno de los problemas más evidentes de la escala F es que muchas de sus preguntas no evalúan directamente la personalidad, sino las creencias sociales y políticas de los participantes. Por ejemplo, en lugar de preguntar si una persona prefiere ser dirigida por una figura autoritaria o si se siente más cómoda bajo su propia dirección, la escala incluye preguntas sobre si el país necesita "líderes valientes y devotos" o si "la fuerza podría ser necesaria para restaurar el verdadero estilo de vida estadounidense". Este tipo de preguntas aborda la visión general de la sociedad y la política, no la personalidad misma. En su mayoría, las respuestas proporcionadas por los participantes reflejan más su visión del mundo que sus tendencias personales hacia la sumisión o la obediencia.
El segundo problema que se presenta es que, en lugar de centrarse exclusivamente en los rasgos autoritarios, la escala F incluye una gran cantidad de ítems tangenciales que abarcan creencias como la aceptación de la astrología, la percepción de que "cosas salvajes y peligrosas suceden en el mundo", o la noción de que "la vida activa y vigorosa es mejor que una vida más tranquila". Estos elementos desvían el enfoque hacia un análisis más general de la personalidad, involucrando aspectos que tienen poco que ver con la verdadera naturaleza autoritaria de una persona, como sus creencias sobre el destino, la superstición o las tradiciones.
Además, el diseño de los estudios y las muestras de participantes que se utilizaron para construir las conclusiones de AFLS fueron inadecuados. Los encuestados no eran representativos de la población estadounidense en su totalidad. La muestra incluía estudiantes universitarios, miembros de sindicatos, profesionales y prisioneros, lo que creaba una gran heterogeneidad en las respuestas. Aunque el número total de participantes parecía suficiente para llegar a conclusiones válidas, la falta de diversidad y de representatividad en la muestra hace que los resultados no puedan generalizarse con confianza a la población estadounidense en su conjunto.
Otro factor clave que contribuye a la interpretación errónea de las actitudes autoritarias es el sesgo de acquiescencia. Este sesgo se refiere a la tendencia de los participantes a estar más dispuestos a estar de acuerdo con las afirmaciones que se les presentan, incluso si esas afirmaciones no reflejan sus verdaderas opiniones. Si todos los ítems de la escala F están diseñados de tal manera que la respuesta afirmativa refuerza la idea de una personalidad autoritaria, los resultados pueden ser distorsionados, pues los participantes pueden simplemente estar de acuerdo con las afirmaciones sin reflexionar profundamente sobre ellas. Para evitar este sesgo, sería crucial incluir también preguntas que presenten puntos de vista no autoritarios.
Las observaciones y actitudes encontradas en los estudios de AFLS no son menos perturbadoras. Las respuestas de los participantes mostraron niveles alarmantes de prejuicio racial y étnico, incluyendo comentarios como la preferencia por la segregación racial o incluso la justificación de la violencia contra minorías. Esto refleja una visión profundamente intolerante y despectiva hacia los grupos considerados "inferiores". Las conclusiones de los investigadores intentaron vincular estas actitudes con las experiencias de crianza, sugiriendo que los individuos con personalidad autoritaria habían sido criados por padres autoritarios e inseguros de su estatus social, lo que provocaba una sumisión ciega a la autoridad y una necesidad de deshumanizar a los demás. Sin embargo, las inferencias psicoanalíticas de los investigadores, basadas en la teoría freudiana, son discutibles y no siempre cuentan con el respaldo empírico necesario para validar tales teorías.
Es importante comprender que la personalidad autoritaria no se limita únicamente a una serie de comportamientos o actitudes observables. Es un fenómeno complejo que puede estar influenciado por una variedad de factores históricos, sociales y culturales. Además, las creencias que constituyen una visión autoritaria del mundo no siempre están relacionadas con una predisposición psicológica fija; las personas pueden adoptar actitudes autoritarias como una respuesta a los desafíos sociales o económicos que enfrentan, o como parte de un entorno cultural que refuerza la importancia de la obediencia y el orden.
Para una mayor comprensión de este fenómeno, es esencial considerar que el autoritarismo no es algo inherentemente negativo o patológico. Si bien puede estar asociado con actitudes de opresión y discriminación, también es un reflejo de estructuras sociales que valoran el control, la estabilidad y la jerarquía por encima de la individualidad y la libertad personal. En este sentido, es importante reconocer que las actitudes autoritarias pueden surgir de la interacción entre la personalidad de un individuo y el contexto social en el que se encuentra.
¿Cómo afecta la seguridad interna a las actitudes hacia los "extranjeros"?
En el curso de consolidar y activar a los miembros de un grupo interno, los llamados "securitarianos" a veces exageran y adoptan visiones marcadamente hostiles hacia los "extranjeros". Para ellos, estas exageraciones son simplemente una forma de hablar fuerte, sin que necesariamente se conviertan en xenofobia peligrosa. Aunque para los "unitarios", es incomprensible esta postura, los securitarianos las ven más como una manera de resaltar la diferencia, en lugar de un rechazo absoluto.
Los observadores suelen etiquetar a los fervientes seguidores de Trump como supremacistas blancos. Si bien este calificativo puede aplicarse a algunos, la mayoría de estos seguidores son más bien nacionalistas blancos, para quienes la superioridad o inferioridad de otros pueblos no es tan relevante como el hecho mismo de que son diferentes. Los securitarianos están completamente cómodos con estas actitudes, mientras que para los unitarios estas son vistas como una forma extrema de etnocentrismo. Para los unitarios, evitar a los "extranjeros" hasta el punto de querer minimizar el contacto con ellos es, en su opinión, una grave falla moral. Ellos sostienen que la preservación de los miembros internos no debe implicar menospreciar a los ajenos, ya que esa actitud se acerca peligrosamente al racismo.
Desde la perspectiva de los no-securitarianos, al igual que con los zorros domesticados de Belyaev, no hay nada de malo en suponer lo mejor de aquellos que son diferentes, aunque esto pueda hacer a un grupo más vulnerable. Para los unitarios, conceptos como la pureza, el patriotismo ciego, la unidad y las historias nacionalistas idealizadas son profundamente perturbadores. Es inútil tratar de convencer a un unitario de la importancia de preservar la seguridad de los miembros internos, ya que están menos dispuestos a ver la seguridad desde esa óptica.
Es común que los partidarios más intensos de Trump aseguren que no son racistas porque tienen relaciones personales con individuos de diferentes razas, religiones o orientaciones sexuales. Se aferran a la idea de que la revelación de actitudes racistas, xenófobas o de odio no ocurre en las preferencias políticas o actitudes sociales, sino en las interacciones personales. Por ejemplo, uno de los asistentes a un mitin de Trump en 2019 argumentó que no podía ser racista porque había dado 20 dólares a un extraño que necesitaba ayuda para cuidar de su hijo adoptivo negro. Otra persona subrayó su labor misionera en Tailandia, trabajando con personas pobres durante 15 años. Este tipo de lógica hace que los securitarianos puedan adoptar políticas como el fin de la inmigración, recortar la ayuda exterior o las prohibiciones de viajes a musulmanes sin sentirse xenófobos o racistas. Para ellos, las relaciones personales y los actos de bondad no afectan sus políticas de seguridad, que consideran prioritarias.
Sin embargo, esta lógica no es tan sencilla para aquellos fuera del grupo de seguridad. La forma en que los securitarianos defienden la separación entre sus actitudes personales y sus políticas de exclusión resulta desconcertante para muchos. La seguridad, en su visión, se relaciona con la preservación de la unidad interna y la fortaleza del grupo frente a elementos percibidos como externos o potencialmente peligrosos. Para ellos, los problemas de seguridad, como la inmigración, no permiten concesiones; los "extranjeros" no son bienvenidos si amenazan lo que consideran la estabilidad interna.
En cuanto a la distribución de securitarianos entre diferentes grupos raciales y étnicos, se observa que la mayoría de los seguidores de Trump son blancos, lo que sugiere que los securitarianos negros son una minoría. La explicación a este fenómeno no es obvia, pero algunos estudios sugieren que el contexto social en el que una persona pertenece juega un papel crucial. Los miembros de grupos minoritarios, aunque pueden compartir las inclinaciones securitarias, no se sienten tan fácilmente parte del "grupo interno". Las políticas que derivan de este temor a la falta de seguridad suelen ser problemáticas para los propios miembros de grupos minoritarios.
Además, hay que destacar que las mujeres, al igual que los hombres, pueden ser securitarias, aunque la mayoría de los securitarianos sean hombres blancos. Sin embargo, la creciente propiedad de armas de fuego entre mujeres solteras en Estados Unidos, junto con el apoyo a Trump, sugiere que un segmento de mujeres también se ve atraído por las ideas securitarias. A pesar de que la política social ha avanzado en temas de igualdad de género y derechos LGBTQ+, los securitarianos siguen viendo con recelo a aquellos fuera del grupo tradicional de seguridad, como las mujeres y los miembros de la comunidad LGBTQ+.
Los securitarianos tienden a considerar que los roles de las mujeres en la sociedad, como la participación en el ejército o en puestos de combate, deberían estar restringidos. Para ellos, los valores tradicionales de la "unidad interna" son más importantes que la inclusión de estos grupos. Esto no significa que todos los securitarianos sean misóginos o anti-LGBTQ+, sino que su visión de la seguridad y la cohesión del grupo los hace mucho más cautelosos con respecto a los cambios sociales que puedan percibirse como amenazas a esa unidad.
Es importante entender que, a pesar de la evolución de las actitudes hacia temas como los derechos de las mujeres o la tolerancia religiosa, las actitudes hacia la inmigración y la seguridad interna siguen siendo un campo en el que las divisiones no solo son profundas, sino también difíciles de superar. En muchos lugares, el concepto de "seguridad" no solo se refiere a la protección física, sino también a la preservación de lo que se percibe como una identidad cultural, social y política.
¿Cómo influyen los rasgos psicológicos en las actitudes políticas y el comportamiento social?
En el análisis de las inclinaciones políticas y las conductas sociales, resulta evidente que las características psicológicas desempeñan un papel fundamental en la configuración de las creencias y las decisiones de los individuos. La relación entre la personalidad y las actitudes políticas, en especial en contextos polarizados, ha sido objeto de numerosas investigaciones. Este enfoque sugiere que ciertos rasgos psicobiológicos, como la sensibilidad al miedo, el dogmatismo y la estabilidad emocional, están estrechamente relacionados con el apoyo a ideologías específicas, particularmente en tiempos de crisis social o política.
La estabilidad emocional y la forma en que un individuo percibe y responde a las amenazas son componentes clave en la definición de su postura política. Aquellos con un mayor grado de sensibilidad a las amenazas y con menor estabilidad emocional suelen mostrar una tendencia más fuerte a adherirse a posturas conservadoras, especialmente en situaciones de inseguridad o incertidumbre. Este fenómeno puede observarse claramente en contextos como la defensa de políticas securitarias o en la creciente popularidad de discursos políticos centrados en el orden y la seguridad. La inseguridad personal, ya sea causada por amenazas económicas, sociales o de salud, puede amplificar la necesidad de un "líder fuerte" que proporcione certezas, un fenómeno que se observa en el apoyo a figuras autoritarias o populistas.
El dogmatismo, entendido como una tendencia a mantener creencias rígidas y no cuestionadas, también está correlacionado con posturas más extremas. Este rasgo psicológico es común entre los seguidores de movimientos políticos que promueven una visión del mundo maniquea, en la que los "buenos" y los "malos" están claramente definidos. Las personas con altos niveles de dogmatismo a menudo muestran una tendencia a rechazar ideas nuevas o alternativas y a valorar la conformidad y la obediencia por encima de la flexibilidad o el debate abierto.
Además, la sensibilidad al disgusto, un factor que influye en cómo percibimos y respondemos a estímulos percibidos como contaminantes o amenazantes, también desempeña un papel en la configuración de las actitudes políticas. La mayor sensibilidad a las conductas percibidas como inmorales o desviadas puede explicar el apoyo a políticas de "línea dura" contra inmigrantes, grupos minoritarios o movimientos sociales que desafían las normas tradicionales. Este fenómeno puede verse reflejado en la forma en que ciertos grupos políticos construyen narrativas sobre la "pureza" cultural o nacional, buscando proteger lo que consideran como valores fundamentales ante lo que perciben como amenazas externas o internas.
Un aspecto crucial que emerge de estos estudios es la influencia del contexto social y político en la manifestación de estos rasgos. Las condiciones sociales y económicas de un país, junto con los eventos políticos inmediatos, pueden amplificar o atenuar la influencia de estos rasgos psicológicos. Por ejemplo, en tiempos de crisis económica o sanitaria, los niveles de ansiedad y de miedo a la muerte tienden a aumentar, lo que puede aumentar el apoyo a políticas que prometen seguridad, incluso a costa de la libertad individual. La pandemia de COVID-19 es un ejemplo claro de cómo los miedos existenciales pueden ser canalizados por líderes políticos para promover una agenda de control y restricción, que a su vez moviliza a aquellos más sensibles al miedo y al caos.
Las investigaciones también señalan que el apoyo a movimientos populistas no siempre está vinculado a la clase social o el nivel educativo, sino más bien a cómo los individuos manejan la incertidumbre. Aquellos con una mayor necesidad de estructura y claridad en su vida diaria suelen estar más dispuestos a seguir líderes que prometen restaurar el orden, independientemente de las consecuencias a largo plazo. Este tipo de apoyo no solo se da en democracias occidentales, sino que también se ha observado en contextos autoritarios donde el orden social es percibido como una cuestión de supervivencia frente a amenazas externas.
Por último, es crucial comprender que, aunque estos rasgos psicológicos pueden ofrecer explicaciones para las actitudes políticas, no son determinantes absolutos. La interacción entre la personalidad y el entorno social, económico y cultural es compleja y varía según el individuo. Así, aunque un rasgo como la sensibilidad al miedo puede predisponer a un individuo a buscar soluciones autoritarias, su comportamiento político final será también el resultado de una serie de experiencias de vida, valores adquiridos y, sobre todo, del contexto en el que se encuentra.

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