A lo largo de las décadas de 1970 y 1980, la industria tabacalera adoptó una estrategia agresiva de desinformación para proteger sus intereses y frenar la creciente evidencia que vinculaba el tabaquismo con enfermedades graves, como el cáncer de pulmón. A pesar de las pruebas científicas cada vez más contundentes, la industria no solo minimizó los riesgos asociados con el consumo de cigarrillos, sino que también intentó desviar la atención hacia otros factores, como la personalidad del fumador, e incluso llegó a afirmar que fumar podría ser beneficioso en ciertos contextos médicos.

En un cortometraje divulgado por la industria en 1979, titulado The Answers We Seek (Las respuestas que buscamos), un comentarista sugirió que la personalidad del fumador, y no el fumar en sí, era la causa del cáncer. Esta propuesta insinuaba que la naturaleza del individuo podría ser más relevante que el acto de fumar mismo. Un año antes, en 1978, una publicación titulada The Smoking Controversy: A Perspective (La controversia sobre el tabaco: una perspectiva) argumentaba que fumar tenía beneficios, como aliviar la hipertensión, mejorar la digestión, reducir la ansiedad y tratar enfermedades como el Parkinson o las úlceras aftosas. Incluso se mencionaba que fumar podría ser útil para quienes sufrían trastornos psíquicos graves, una afirmación de Sheldon Sommers, un médico de la industria, en 1982.

A medida que la investigación científica comenzó a vincular el humo de segunda mano con el cáncer de pulmón, la industria respondía con una negativa rotunda a aceptar cualquier relación causal. Argumentaba que no existía evidencia científica suficiente para probar que fumar causara enfermedades en los no fumadores. En 1984, R. J. Reynolds Tobacco Company publicó un extenso informe titulado Smoking and Health (El fumar y la salud), en el que afirmaba que no se había demostrado científicamente que el tabaquismo causara ninguna enfermedad humana, y que los estudios sobre las correlaciones entre fumar y enfermedades carecían de pruebas definitivas.

En este documento, se citaban más de doscientas referencias de estudios científicos, informes gubernamentales y publicaciones patrocinadas por la propia industria, con el fin de presentar argumentos en favor de la inocuidad del tabaco. La industria no se limitaba a defenderse ante las autoridades o los tribunales; sus mensajes estaban también dirigidos al público general, especialmente a través de la publicidad. Entre 1929 y 1984, un análisis de los anuncios de cigarrillos reveló que la industria adoptaba una estrategia consistente de desinformación, con un enfoque en la promoción de cigarrillos de bajo contenido de alquitrán, la supuesta "seguridad" de los filtros diseñados científicamente y la reducción de los riesgos para la salud.

En la década de 1970, los anuncios de cigarrillos se enfocaron en destacar los atributos no relacionados con la salud, como el sabor y la satisfacción que proporcionaba fumar. También se promovieron cigarrillos "menos peligrosos", con menores niveles de alquitrán, con el mensaje de que fumar estos productos era menos dañino para la salud. De hecho, algunas campañas publicitarias llegaron a promover el tabaquismo entre mujeres y niños, con el fin de reemplazar a los hombres y adolescentes que dejaban de fumar.

El uso de imágenes visuales atractivas, como modelos bellas y paisajes pintorescos, hizo que las marcas de cigarrillos, especialmente Marlboro, lograran asociar su producto con conceptos de éxito, glamour, atractivo sexual y sociabilidad. A través de estos anuncios, la industria logró mantener su imagen de marca y detener, al menos temporalmente, el impacto negativo de los crecientes conocimientos sobre los riesgos del fumar.

A finales de los 70 y principios de los 80, la industria tabacalera parecía haber ganado la batalla de la desinformación. Los cigarrillos de bajo alquitrán y baja nicotina, que inicialmente representaban solo el 5% de las ventas de cigarrillos, aumentaron al 60% a finales de esa década. Sin embargo, muchos fumadores comenzaron a fumar más para compensar la menor cantidad de nicotina en estos productos, lo que no hacía que el acto de fumar fuera más seguro. A pesar de las evidencias que sugerían que estos cigarrillos no eran en absoluto seguros, la industria logró sembrar la duda entre el público general. Un estudio patrocinado por la industria en 1980 reveló que un tercio de los encuestados no sabía si fumar cigarrillos de bajo alquitrán aumentaba el riesgo de enfermedades.

Es crucial comprender que, aunque la industria tabacalera logró retrasar el reconocimiento público y legal de los peligros del fumar, esta estrategia de manipulación y confusión sigue teniendo repercusiones hoy en día. Las tácticas de marketing de la industria tabacalera continúan influyendo en la percepción pública del tabaco, incluso cuando se ha demostrado de manera irrefutable que fumar es una de las principales causas de muerte evitable en el mundo.

El control sobre la información no solo se limitó a la publicidad directa. La industria se infiltró en las discusiones científicas, organizando estudios que respaldaban sus afirmaciones sobre la seguridad del tabaco. Esta manipulación de la información ha creado una narrativa que ha retrasado la implementación de políticas públicas efectivas para reducir el tabaquismo, dificultando el trabajo de los reguladores gubernamentales y organizaciones de salud pública que luchan por contrarrestar décadas de desinformación.

¿Cómo la política, los medios y la desinformación moldean la percepción del cambio climático?

Las percepciones públicas sobre el cambio climático han estado históricamente influenciadas por factores complejos como la política, la economía y los medios de comunicación. Mientras que el público en general tiende a comprender los problemas ecológicos a partir de experiencias personales inmediatas, los fenómenos globales, como el calentamiento global, suelen quedar fuera de su alcance perceptivo directo. Una persona puede haber experimentado una sequía o una tormenta extrema, pero no necesariamente comprenderá los aspectos globales y a largo plazo del cambio climático, que requieren una perspectiva científica más amplia.

A lo largo de las últimas décadas, el cambio climático ha sido un tema que se ha politizado fuertemente. Los partidos políticos, especialmente en países como Estados Unidos, han jugado un papel crucial en la manera en que el público percibe esta crisis. Desde mediados de los años 90, el Partido Republicano ha minimizado o rechazado el problema del calentamiento global, mientras que el Partido Demócrata, especialmente su ala más liberal, ha aceptado y advertido sobre sus consecuencias. Este fenómeno de polarización ha hecho que la aceptación de la realidad del cambio climático no dependa tanto de los hechos científicos como de la afiliación política de cada individuo. A medida que la industria de los combustibles fósiles y sus aliados políticos aumentaron su retórica en contra de las políticas ambientales internacionales, como el Protocolo de Kioto, el público comenzó a alinearse con más fuerza según sus inclinaciones políticas.

Los medios de comunicación, por su parte, también han jugado un papel fundamental en la construcción de la opinión pública. No solo importa la cantidad de cobertura de un tema, sino también cómo y dónde se presenta. En este sentido, la ubicación de las noticias en los periódicos o el horario en el que se transmiten en la televisión tiene una importancia significativa. La cobertura de los medios de comunicación contribuye de forma determinante a dar forma a las percepciones colectivas. La información que se transmite está muy a menudo filtrada a través de marcos políticos, lo que afecta cómo el público percibe los hechos científicos, favoreciendo aquellas narrativas que se alinean con sus creencias previas.

Además, los intereses económicos también influyen en cómo se percibe el cambio climático. La industria de los combustibles fósiles, en particular, ha sido un actor clave en la creación de desinformación. Al igual que ocurrió en las décadas anteriores con la industria del tabaco, las grandes corporaciones y sus aliados han sembrado dudas sobre la ciencia del cambio climático, con el objetivo de proteger sus intereses económicos. Esta estrategia ha sido efectiva, ya que ha creado confusión en la opinión pública y ha dificultado el consenso sobre la gravedad del problema.

Un factor crucial en la formación de la opinión pública es cómo se manejan los hechos científicos en el discurso político y mediático. La comunidad científica, a pesar de haber proporcionado pruebas claras y crecientes sobre la existencia del cambio climático y su vínculo con las actividades humanas, ha sido atacada repetidamente por sus detractores. A pesar de que la mayoría de los científicos están de acuerdo en que el calentamiento global es real y causado por las emisiones de CO2, los datos han sido malinterpretados o utilizados selectivamente para respaldar posiciones políticas contrarias.

En este contexto, los cambios en la opinión pública no solo han sido impulsados por la evolución de la evidencia científica, sino también por la forma en que los medios, los políticos y las empresas han influido en esa percepción. Las encuestas de opinión, como las realizadas por Gallup, han mostrado una clara polarización entre los partidos políticos, con los demócratas generalmente más preocupados por el cambio climático que los republicanos, cuya postura ha sido más escéptica o indiferente. Este desajuste entre la evidencia científica y las creencias políticas del público refleja la importancia de los marcos ideológicos en la interpretación de los hechos.

Un punto clave para comprender el cambio climático es que la forma en que se presenta la información en los medios no siempre se basa en la precisión de los hechos, sino en la influencia que tiene el medio y su audiencia. Los liberales tienden a confiar en fuentes como el New York Times o MSNBC, mientras que los conservadores prefieren medios como el Wall Street Journal o FOX News. Este fenómeno de los "campos de eco", donde las personas buscan información que refuerce sus creencias previas, hace que las discusiones sobre el cambio climático a menudo se reduzcan a debates ideológicos en lugar de ser un intercambio racional sobre hechos verificables.

A lo largo de los años, la desinformación ha sido una herramienta poderosa para desviar la atención del público de la urgencia del cambio climático. En lugar de basarse en un consenso científico global, el debate se ha convertido en un campo de batalla político, en el que las posturas sobre el cambio climático dependen más de la afiliación política que de los datos. Esta polarización ha llevado a una situación en la que, aunque la mayoría del público cree en la existencia del cambio climático, existen grandes divisiones sobre la causa, la magnitud del problema y las posibles soluciones.

Además de la manipulación de la información, otro aspecto importante a considerar es el papel de la economía en este debate. Las grandes industrias, especialmente la del petróleo y el gas, han presionado fuertemente para frenar las iniciativas políticas destinadas a mitigar el cambio climático. Estos intereses económicos no solo han influido en los políticos, sino también en el público en general, alimentando la creencia de que las políticas para combatir el cambio climático podrían dañar la economía. La idea de que la lucha contra el cambio climático requiere sacrificios económicos ha sido una narrativa poderosa utilizada por los opositores.

Por otro lado, la acumulación de pruebas científicas sobre el cambio climático ha sido un proceso lento, pero constante. Desde los años 50 hasta los 70, existían diferencias de opinión entre los científicos sobre las causas y los efectos del cambio climático, pero a medida que se acumulaban más datos, se fue formando un consenso global. Investigaciones que involucraban muestras de hielo, anillos de los árboles y patrones meteorológicos ayudaron a confirmar que el calentamiento global es una realidad y que la actividad humana, especialmente las emisiones de gases de efecto invernadero, es la principal causa.

La importancia de comprender estos procesos radica en que, a pesar de las pruebas científicas y las advertencias de los expertos, la opinión pública sigue estando dividida. Esto nos recuerda que la percepción de la realidad, en temas complejos como el cambio climático, está profundamente influenciada por factores como la política, los intereses económicos y los medios de comunicación. Es fundamental que los ciudadanos, independientemente de su ideología política, se enfrenten a los hechos científicos con una mente abierta, reconociendo que la verdad no siempre se ajusta a sus expectativas o creencias previas.

¿Cómo afecta el aumento de gases de efecto invernadero al cambio climático?

Desde principios del siglo XIX, los científicos han comenzado a comprender la importancia de ciertos gases en la regulación de la temperatura de la Tierra. Los gases de efecto invernadero —como el dióxido de carbono (CO2), el metano, el óxido nitroso y el vapor de agua— actúan como una manta en la atmósfera, reteniendo el calor en las capas más bajas de la atmósfera. Aunque estos gases constituyen solo una pequeña fracción de la atmósfera terrestre, son esenciales para mantener el planeta lo suficientemente cálido como para sustentar la vida tal como la conocemos.

El “efecto invernadero” funciona de la siguiente manera: cuando la energía del Sol llega a la Tierra, una parte se refleja de vuelta al espacio, pero la mayoría es absorbida por la tierra y los océanos. Esta energía absorbida se irradia hacia arriba desde la superficie terrestre en forma de calor. En ausencia de gases de efecto invernadero, este calor se escaparía directamente al espacio, y la temperatura promedio de la superficie del planeta sería considerablemente más baja, por debajo del punto de congelación. Los gases de efecto invernadero, sin embargo, absorben y reflejan parte de esta energía hacia abajo, manteniendo el calor cerca de la superficie de la Tierra. A medida que aumentan las concentraciones de estos gases que atrapan calor, el efecto invernadero natural de la Tierra se intensifica (como una manta más gruesa), provocando el aumento de las temperaturas superficiales.

El incremento de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera tiene un impacto directo en la temperatura global, y si los niveles de estos gases se redujeran, las temperaturas superficiales disminuirían. A lo largo de las últimas décadas, se ha observado un claro vínculo entre las actividades humanas y el aumento de estos gases. A partir del momento en que los seres humanos comenzaron a extraer y quemar formas de carbono que habían estado enterradas por millones de años, como el carbón y el petróleo, se liberó más CO2 en la atmósfera a un ritmo mucho más rápido que en el ciclo natural del carbono. Otras actividades humanas, como la quema de madera, también han contribuido a este fenómeno.

A partir de la década de 1950, los científicos empezaron a notar que los océanos no estaban absorbiendo el exceso de CO2, lo que generó una serie de informes que documentaban el aumento de los niveles de dióxido de carbono. Este fenómeno fue similar con otros gases como el metano y el óxido nitroso. Se observó que aproximadamente el 45% del CO2 emitido por las actividades humanas permanece en la atmósfera, superando la capacidad natural de la Tierra para eliminarlo del aire. Como resultado, los niveles de CO2 atmosférico continúan aumentando y permanecerán elevados durante muchos siglos. La mayor parte de este CO2 proviene de los combustibles fósiles. El conjunto de estos datos ha demostrado de manera concluyente que el aumento de la concentración de CO2 en la atmósfera es el resultado directo de las actividades humanas.

A medida que la evidencia científica se acumulaba, la comunidad científica buscaba compartir sus hallazgos con los líderes gubernamentales para implementar un plan de acción. Los modelos computarizados que se realizaron en los primeros años del siglo XXI predijeron que, si las temperaturas continuaban aumentando a diferentes ritmos, se producirían una serie de efectos devastadores: el derretimiento de los casquetes polares, el aumento del nivel del mar, la inundación de las costas, el incremento de las sequías, la intensificación de tormentas violentas y la amenaza sobre los cultivos alimentarios. Estas predicciones fueron respaldadas por un consenso amplio en la comunidad científica, que enumeró varias recomendaciones clave para mitigar los efectos del cambio climático: reducir la demanda de bienes y servicios que requieren energía, mejorar la eficiencia en el uso de la energía, ampliar el uso de fuentes de energía bajas en carbono o nulas, y capturar y almacenar el CO2 directamente de la atmósfera.

La implementación de estas recomendaciones depende en gran medida de las inversiones del sector privado y de las decisiones de los consumidores. Los gobiernos, en todos sus niveles, tienen un papel crucial que desempeñar al influir sobre estos actores clave mediante políticas efectivas e incentivos. Sin embargo, esta recomendación científica se encontró con una resistencia significativa por parte de aquellos con intereses económicos vinculados a los combustibles fósiles, que se unieron en un frente común para proteger sus creencias políticas y su poder económico.

A lo largo de los años, figuras políticas como Al Gore, exvicepresidente de Estados Unidos, se convirtieron en voces prominentes en la lucha contra el cambio climático. Gore, aunque sin formación científica, utilizó sus habilidades políticas y de comunicación para presentar los hallazgos científicos sobre el calentamiento global al público. Gore describió la situación en términos alarmantes, calificando el calentamiento global como una emergencia planetaria. Según él, está claro que la humanidad está alterando el sistema ecológico de la Tierra, y que este cambio está acelerándose a un ritmo peligroso.

El debate sobre el cambio climático, sin embargo, no se limita únicamente al ámbito científico. La forma en que los científicos se comunican y cómo sus mensajes son percibidos por el público es clave. A menudo, el cambio climático se presenta como un problema ambiental cuando debería considerarse más bien como una amenaza directa para la economía y los aspectos más fundamentales de la vida humana: el agua, la comida, la seguridad y la salud. La falta de comprensión entre los investigadores y el público general, especialmente en lo que respecta a la gravedad de la situación, sigue siendo uno de los mayores obstáculos para abordar el cambio climático de manera efectiva.

Es crucial comprender que, además de los aspectos científicos, el cambio climático involucra también consideraciones políticas, sociales y económicas. Los avances en la lucha contra el cambio climático dependen no solo de la ciencia, sino también de un cambio en las políticas gubernamentales y en los comportamientos de los individuos y las empresas. A medida que las evidencias científicas siguen creciendo, también lo hace la urgencia de adoptar medidas significativas para mitigar sus efectos.

¿Cómo influyen la desinformación y las estrategias informativas en las elecciones presidenciales y los eventos históricos clave de EE. UU.?

La historia de la desinformación en los Estados Unidos es un campo de estudio relativamente nuevo, pero en constante expansión. Aunque aún no existe una visión integral que abarque completamente el papel de la desinformación en la historia política estadounidense, se han identificado algunos casos notorios que destacan la importancia de este fenómeno. Estos eventos son particularmente reveladores cuando se observan en el contexto de las elecciones presidenciales y otros sucesos históricos clave, donde las estrategias informativas y la manipulación de la información se juegan a menudo un papel central. Esta reflexión surge a partir de una serie de estudios clave que abordan cómo la desinformación ha influido en decisiones políticas fundamentales.

Las elecciones presidenciales de 1828 y 1960 ofrecen ejemplos paradigmáticos del uso estratégico de la información. En ambos casos, las campañas presidenciales se caracterizan por la creación y difusión de narrativas que buscan no solo promover la figura del candidato, sino también distorsionar la imagen del oponente. La desinformación en este contexto no se limita a hechos falsos o manipulados, sino que también incluye la omisión selectiva de información, la interpretación sesgada y la retórica negativa. El análisis de estos procesos a través de los estudios históricos y las teorías de la ciencia política revela cómo los candidatos y sus equipos manipulan la percepción pública, apoyados en herramientas de comunicación y sondeos de opinión.

Murray Edelman, en su obra Political Language: Words That Succeed and Politics That Fail (1977), proporciona una comprensión profunda del lenguaje político y su poder para dar forma a las emociones y pensamientos de los votantes. Edelman subraya que los políticos no solo comunican hechos, sino que, a través de sus discursos, logran conectar con los valores, temores y aspiraciones del electorado. En este sentido, la desinformación no solo se refiere a mentiras, sino a la creación de símbolos y mitos que resuenan emocionalmente en la población.

Un estudio relacionado que debe ser considerado es el de Michael John Burton y Daniel M. Shea, Campaign Craft: The Strategies, Tactics, and Art of Political Campaign Management (2010), que ofrece una mirada más técnica a las tácticas informativas empleadas en las campañas. Los autores exploran cómo las campañas no solo usan la información de manera estratégica, sino que también manejan la narrativa de manera que maximicen sus posibilidades de éxito, empleando tácticas como la difamación del adversario o la manipulación de temas y cuestiones políticas.

El estudio de las elecciones de 1828, particularmente la confrontación entre Andrew Jackson y John Quincy Adams, revela cómo los rivales utilizaron la retórica y la invención de relatos distorsionados para ganar apoyo popular. Obras como The Election of Andrew Jackson de Robert V. Remini (1963) o The Birth of Modern Politics de Lynn Hudson Parsons (2009) profundizan en cómo se creó la mitología alrededor de Jackson y cómo la invención de hechos en torno a su biografía política ayudó a cimentar su victoria. La retórica de Jackson, junto con la creación de una narrativa que lo presentaba como un hombre del pueblo, contrastaba fuertemente con la imagen de su oponente, Adams, quien fue pintado como parte de la élite política y aristocrática.

Por otro lado, las elecciones de 1960 entre John F. Kennedy y Richard Nixon marcaron un hito en la historia de la manipulación mediática y la desinformación política. El debate televisado entre ambos candidatos fue un evento clave que no solo mostró las diferencias políticas entre los dos, sino también las técnicas de manipulación visual y discursiva. Las obras de Theodor H. White, The Making of the President 1960 (1961), y de Edmund K. Kallina, Kennedy v. Nixon: The Presidential Election of 1960 (2010), ofrecen una visión detallada de cómo se gestionó la imagen pública de ambos candidatos, especialmente en relación con los medios de comunicación y la televisión. Kennedy, apoyado por su joven y carismática imagen, se benefició enormemente de la cobertura mediática, mientras que Nixon, a pesar de ser un político experimentado, fue percibido como menos accesible y menos atractivo en el escenario televisivo.

La desinformación en torno a las figuras presidenciales no se limita a las campañas electorales, sino que se extiende a eventos trascendentales como los asesinatos de Abraham Lincoln y John F. Kennedy. En ambos casos, la circulación de rumores y teorías de conspiración ha generado un sinnúmero de narrativas alternativas que continúan influyendo en la percepción pública de estos hechos. La magnitud de la desinformación que rodea los asesinatos presidenciales revela cómo, en situaciones de gran impacto emocional y político, la sociedad tiende a llenar los vacíos de información con especulaciones y versiones distorsionadas de los hechos. William Hanchett, con The Lincoln Murder Conspiracies (1983), proporciona un análisis académico sobre las múltiples teorías que han surgido sobre el asesinato de Lincoln. Este tipo de estudios resulta esencial para entender cómo, incluso en los eventos más dramáticos de la historia, la manipulación de la información se convierte en una herramienta poderosa para moldear la memoria histórica colectiva.

La literatura sobre el asesinato de Kennedy es mucho más extensa, dada la complejidad y los sospechosos múltiples que rodearon su muerte. Obras como The Real Making of the President de W. J. Rorabaugh (2009) analizan las "trampas sucias" informativas que se tejieron alrededor de su campaña y cómo estas prácticas de desinformación se extendieron hacia el día de su asesinato, contribuyendo a una proliferación de teorías conspirativas. El análisis de estos eventos demuestra que la desinformación no solo cumple una función inmediata en la política electoral, sino que también tiene un impacto duradero en la manera en que los hechos históricos son recordados y comprendidos por las generaciones futuras.

La desinformación no debe ser entendida únicamente como un conjunto de mentiras deliberadas, sino también como un proceso dinámico que involucra la creación de narrativas que persisten a lo largo del tiempo. Es fundamental que los estudios futuros profundicen en la relación entre la información, la política y la memoria colectiva, considerando cómo las estrategias informativas y desinformativas configuran la historia de manera que afecta no solo a las decisiones inmediatas, sino también a la percepción histórica de los eventos. Las elecciones, los asesinatos y otros eventos clave son el escenario ideal para examinar cómo la información se manipula y se utiliza para moldear la política, la cultura y la memoria nacional.