En las últimas décadas, los datos de encuestas sobre la percepción del patriotismo partidista en los Estados Unidos muestran una tendencia clara: el patriotismo se asocia más con el Partido Republicano que con el Partido Demócrata. De hecho, las encuestas nacionales realizadas en 2001 y 2010 sobre qué partido se percibía como más patriótico revelaron que un porcentaje considerable de los estadounidenses veía al Partido Republicano como más patriótico que al Partido Demócrata. En ambas encuestas, la diferencia fue notable, con un 41% y un 43% de los encuestados respectivamente identificando a los republicanos como más patrióticos, frente a un 24% y un 29% que veían a los demócratas de la misma manera.

Esta percepción de que los republicanos son los verdaderos defensores del patriotismo ha sido consistente durante años, particularmente en las elecciones presidenciales. Desde 1984, los votantes han considerado de manera constante a los candidatos presidenciales republicanos como más patrióticos que sus oponentes demócratas. En varias ocasiones, la diferencia ha sido abrumadora, como en las elecciones de 1984 cuando Ronald Reagan (87%) fue considerado más patriótico que Walter Mondale (81%), o en las de 2004, cuando George W. Bush (49%) fue visto como más patriótico que John Kerry (34%).

En este contexto, los demócratas parecen enfrentarse a un déficit en la lucha por el patriotismo, mientras que los republicanos a menudo son favorecidos por un reconocimiento tácito. Este fenómeno se hace más evidente cuando se observa el contraste entre las estrategias de los partidos para posicionarse como los guardianes del patriotismo. El caso de Barack Obama durante las elecciones presidenciales de 2008 es un ejemplo claro. A lo largo de su campaña, Obama enfrentó múltiples ataques sobre su patriotismo, en particular debido a la insinuación de que no era estadounidense "suficientemente" por su herencia y la famosa controversia de la insignia de la bandera. A pesar de su profundo compromiso con el país, que destacó en sus discursos, la percepción popular seguía siendo la de un Obama menos patriótico en comparación con su rival republicano, John McCain. Incluso después de que Obama intentara redefinir el patriotismo como un concepto que no pertenece a ningún partido político, la opinión pública permaneció inalterada, con un 73% de los encuestados afirmando que McCain era "muy patriótico", mientras que solo el 37% creía lo mismo de Obama.

Este fenómeno se intensificó con la propagación de teorías conspirativas, como el rumor de que Obama había nacido en Kenia, lo que alimentó la desconfianza hacia su patriotismo. A pesar de que Obama resolvió el asunto al mostrar su certificado de nacimiento, los ataques no cesaron. No obstante, uno de los momentos más significativos de la campaña fue cuando McCain, en un acto de respeto hacia su oponente, defendió a Obama durante un encuentro con votantes. Al ser confrontado por un asistente que lo calificó de "mentiroso" y "terrorista", McCain se negó a seguir la línea de ataque populista que algunos sectores de su base republicana promovían. En lugar de recurrir a la demagogia, McCain defendió a Obama como un "hombre de familia decente", demostrando que el patriotismo no debe ser monopolizado por ningún partido.

A pesar de este gesto de integridad, McCain perdió las elecciones, y las tensiones dentro del Partido Republicano crecieron. Su enfoque moderado no fue bien recibido por una base que se inclinaba por las estrategias más agresivas de su candidata a la vicepresidencia, Sarah Palin. Tras la elección de Obama, los ataques a su patriotismo se intensificaron, particularmente después de que, en 2009, durante una cumbre de la OTAN, Obama hiciera una declaración sobre el excepcionalismo estadounidense que fue percibida negativamente por la derecha. En su respuesta a una pregunta de un periodista británico, Obama afirmó que creía en el excepcionalismo estadounidense, pero que, al igual que los británicos creían en el excepcionalismo británico, los griegos en el griego, cada país tiene derecho a sentirse único. Esta declaración fue rápidamente criticada por figuras de la derecha, que interpretaron las palabras de Obama como una minimización del excepcionalismo de los Estados Unidos frente a otras naciones.

Este incidente subraya una de las dinámicas clave del patriotismo en la política estadounidense: el patriotismo se ha convertido en una herramienta política que, aunque es defendida por muchos, está marcada por un fuerte componente ideológico. El debate sobre el patriotismo no se limita solo a la declaración de amor a la nación, sino que está profundamente entrelazado con la identidad política y la lucha por el poder.

Además, es esencial reconocer que el concepto de patriotismo, especialmente en su forma partidista, tiene implicaciones más amplias que simplemente una cuestión de lealtad a la bandera o la nación. La forma en que un partido se apropia del patriotismo, y cómo esto se percibe, puede influir de manera significativa en las decisiones políticas, las alianzas internacionales y la cohesión interna de la sociedad. En este sentido, el patriotismo no es solo un símbolo, sino una herramienta para definir quién pertenece a la nación y quién no, quién es "lo suficientemente americano" y quién no lo es.

¿Cómo los candidatos presidenciales usan las críticas a sus oponentes para moldear su campaña?

El jeremíad, como estrategia política, ha sido una herramienta constante en las campañas presidenciales modernas, utilizada por candidatos de ambos partidos. En muchos casos, esta táctica se ha centrado en atacar a los oponentes, pintándolos como responsables de los problemas que aquejan al país y ofreciendo una visión contrastante para el futuro. Un ejemplo claro de este fenómeno se observa en la campaña presidencial de John Kerry en 2004, donde se dedicó a criticar al presidente republicano George W. Bush. Kerry no solo destacó los fallos de la administración Bush, sino que también presentó su propia visión de un gobierno que debería servir a los ciudadanos comunes y no a las grandes corporaciones, y que se mantuviera fiel a los principios fundamentales de la nación. La crítica de Kerry fue directa y clara: la política económica y exterior de Bush estaba llevando a Estados Unidos hacia un camino de oportunidades perdidas.

En contraste, Barack Obama, en su campaña de 2008, adoptó una táctica similar al referirse constantemente a la administración Bush y sus políticas. Obama acusó a su oponente republicano, John McCain, de representar una continuación de las fallidas políticas de Bush. Cada vez que McCain hacía una propuesta, Obama la vinculaba a los errores previos del gobierno saliente, destacando cómo su candidatura era una extensión de la presidencia de Bush. Obama destacó que votar por McCain significaba votar por un tercer mandato de Bush, lo que le permitió construir una clara narrativa de oposición.

Mitt Romney, en las elecciones de 2012, adoptó una estrategia similar, atacando duramente a Obama en cuestiones clave como la reforma sanitaria y las políticas exteriores, especialmente en relación con Irak y Afganistán. En sus discursos, Romney insistió en que Obama había fallado a América y que su administración había dejado al país en una posición vulnerable tanto internamente como en el escenario global. Al igual que sus predecesores, Romney utilizó la crítica a la administración vigente como una base para justificar su propia candidatura.

La campaña de Donald Trump en 2016 llevó esta táctica al extremo. Trump no solo atacó a la administración Obama y a Hillary Clinton, su oponente, sino que también se mostró muy agresivo en sus críticas, acusando a Clinton de ser responsable de las políticas que él describió como desastrosas para Estados Unidos. Trump utilizó un lenguaje fuerte, aludiendo a las políticas de Clinton y Obama como las que habían destruido el país, causado el crecimiento de ISIS y debilitado la posición de Estados Unidos en el mundo. De esta forma, Trump presentó su campaña como la única opción para restaurar la grandeza de la nación, contrastando con la "desastrosa" presidencia de Obama.

A lo largo de estas campañas, una constante ha sido la reticencia de los candidatos a criticar a su propio partido. Hacerlo podría dividir a los votantes y debilitar el apoyo de la base del partido. Tradicionalmente, los candidatos presidenciales se esfuerzan por resaltar los logros de su propio partido y sus líderes, buscando la unidad y el respaldo del establishment del partido. Sin embargo, Trump rompió con esta tradición. Desde el principio, Trump fue criticado por muchos miembros del Partido Republicano, que lo veían como un outsider, alguien que no encajaba en el molde de un político tradicional. Esta oposición interna, lejos de dañar su campaña, la fortaleció, pues Trump fue capaz de presentarse como el candidato del cambio, alguien dispuesto a derribar el sistema establecido.

Esta crítica interna al Partido Republicano fue esencial para la narrativa de Trump. Él no estaba interesado en defender las políticas tradicionales del partido ni en mantener las formas. Su enfoque fue claramente disruptivo: el sistema estaba corrupto, y él se presentaba como la única solución capaz de romper con el orden político que, según él, había fallado a los estadounidenses. En sus palabras, los "viejos políticos" estaban tratando de detener su campaña porque sabían que su "tren de beneficios" había llegado a su fin, y era hora de un cambio real.

Este enfoque de diferenciarse incluso de su propio partido se convirtió en uno de los elementos más característicos de la campaña de Trump. A través de sus ataques a los políticos republicanos y su rechazo a las normas establecidas, Trump logró consolidarse como una figura fuera de lo común, un candidato que representaba la ruptura con el pasado y la promesa de una nueva era en la política estadounidense.

Es importante que el lector comprenda que estas tácticas no son nuevas, ni limitadas a un solo partido político. La crítica al oponente como estrategia electoral ha sido empleada por diversos candidatos a lo largo de la historia. Sin embargo, lo que distingue a la campaña de Trump es su capacidad para convertir el rechazo a su propio partido en un acto de conexión con una gran parte del electorado que veía a los políticos tradicionales como parte del problema, no de la solución. Esto resalta la importancia de entender cómo los discursos de campaña no solo se basan en las políticas propuestas, sino también en la habilidad de los candidatos para presentarse como la única alternativa viable ante un sistema percibido como corrupto y fallido.

¿Cómo Donald Trump utilizó la frase "Drenar el pantano" para atacar a la política de Washington?

Donald Trump se presentó en la campaña presidencial de 2016 como el candidato outsider, el único que podía "arreglar" Washington, un sistema que describió como corrupto y "roto". Para Trump, su propuesta no solo era política, sino casi moral: los políticos de carrera, esos mismos que habían gobernado durante años, eran responsables de los problemas de la nación, y solo él, como alguien ajeno al sistema, podía ofrecer una solución. Este enfoque fue fundamental para su estrategia y se plasmó en uno de los lemas más emblemáticos de su campaña: “Drenar el pantano” (Drain the Swamp).

El concepto de “drenar el pantano” no era nuevo en la política estadounidense. Ronald Reagan ya lo había utilizado en 1983, aludiendo a la corrupción que se acumulaba en la capital del país. Nancy Pelosi también lo había mencionado en 2007, pero nunca antes se había asociado con tanto fervor a un candidato como en 2016. Trump revivió la frase en octubre de ese año, pocos días antes de las elecciones, cuando la lanzó en un mitin en Newton, Pennsylvania. Al pronunciar las palabras, “Es hora de drenar el pantano en Washington, D.C.”, el público enloqueció en un aplauso ensordecedor, y la consigna se transformó en uno de los momentos más icónicos de la campaña.

Sin embargo, lo que diferencia a Trump de otros candidatos, como Barack Obama o Mitt Romney, es la manera en que abordó su crítica al establishment político. Tanto Obama como Romney también intentaron posicionarse como forasteros, apelando a su falta de vínculos con la política tradicional, pero sus críticas se mantuvieron dentro de ciertos límites. Obama, aunque destacaba la ineficiencia de los políticos, siempre los representaba más como individuos autointeresados que como parte de un sistema corrompido. Por su parte, Romney hacía hincapié en la desconexión entre los políticos de carrera y los intereses del pueblo, pero su lenguaje no llegaba a ser tan visceral.

Trump, en cambio, no solo acusó a los políticos de incompetencia. Los llamó “estúpidos”, “débiles”, “fallidos” y “corruptos”, e incluso sugirió que eran culpables de crímenes que deberían enfrentar. Este lenguaje, cargado de desprecio, llegó a un punto culminante cuando Trump afirmó que el sistema político estaba “amañado” y que solo él, un outsider, podía desafiar ese orden corrupto. Según él, los mismos políticos que habían creado el problema no podían ser la solución, ya que el sistema estaba diseñado para proteger a los poderosos y mantenerlos en el poder.

Lo más importante que Trump transmitió con su mensaje de "drenar el pantano" fue la idea de una división radical entre el pueblo estadounidense y una élite política corrupta. Esta estrategia no solo apelaba a la indignación popular, sino que sugería que una vez en el poder, él sería el único capaz de erradicar esa corrupción. De hecho, en muchos de sus discursos, Trump no solo acusaba a los políticos de incompetentes, sino de ser traidores a su nación, entregados a intereses ajenos al bienestar de su pueblo.

Lo que es crucial entender al analizar este mensaje es que Trump no solo hablaba de reformas políticas tradicionales. Su crítica iba más allá: presentaba a los políticos no como individuos con diferentes opiniones y propuestas, sino como una clase corrupta que, por definición, había traicionado al pueblo estadounidense. La frase "drenar el pantano" no solo hacía referencia a la eliminación de la corrupción, sino a la necesidad de destruir todo el sistema establecido que, según él, había dejado de servir a la nación.

Es importante también reconocer que, a pesar de que Trump utilizó un lenguaje extremadamente duro, esta estrategia resonó profundamente con una gran parte del electorado que veía a Washington como un lugar inaccesible, donde las promesas no se cumplían y donde los intereses personales de los políticos prevalecían sobre los de los ciudadanos. Esta retórica, al mismo tiempo que polarizaba, también consolidaba una narrativa de cambio radical, una narrativa que, finalmente, lo catapultó a la Casa Blanca.

¿Cómo cambió el discurso de Trump sobre el excepcionalismo americano durante su presidencia?

Durante su tiempo en la Casa Blanca, Donald Trump experimentó un cambio significativo en la forma en que presentaba la idea de América, pasando de un discurso de "no excepcionalismo" a un firme énfasis en el "excepcionalismo americano". Este giro retórico no solo reflejó su propio enfoque político, sino también su percepción del estado de la nación y su estrategia para la reelección. Al principio de su presidencia, Trump utilizó el término "no excepcionalismo" en un 90% de sus discursos durante los mítines de "Make America Great Again" (MAGA). En 2017, hacía referencia al hecho de que América no era tan excepcional como se había percibido anteriormente. Estos discursos resaltaban las deficiencias del país, las fábricas cerradas y una economía en declive, una visión que parecía alinearse con su promesa de restaurar la grandeza de Estados Unidos.

Sin embargo, a medida que avanzaba su mandato, la retórica de Trump cambió drásticamente. En 2020, las menciones de "no excepcionalismo" cayeron a un 20%, y los discursos que incluían este término se volvieron mucho menos frecuentes. Este cambio coincidió con su enfoque cada vez más centrado en la recuperación del país bajo su administración, lo que en sus palabras representaba un "comeback" espectacular. De hecho, Trump comenzaba a presentar a Estados Unidos como una nación que, tras haber estado en declive, ahora se encontraba prosperando como nunca antes. En sus mítines de 2019 y 2020, Trump habló con frecuencia sobre el renacimiento económico de América, subrayando que el país estaba "ganando nuevamente", que "América era respetada nuevamente" y que "América estaba prosperando como nunca antes". Este cambio en el discurso no fue simplemente retórico, sino que respondía a una estrategia política: cambiar la narrativa de un país en declive a una nación excepcionalmente poderosa, próspera y respetada.

El auge de las referencias al "excepcionalismo americano" en sus discursos coincidió con su reelección, lo que sugiere que esta retórica era no solo un intento de fomentar el orgullo nacional, sino también una herramienta para movilizar el apoyo popular. A medida que su reelección se acercaba, las referencias al excepcionalismo americano aumentaron considerablemente, alcanzando el 100% de sus discursos MAGA hacia finales de 2019 y 2020. Para Trump, la idea de que América había superado una etapa de decadencia y estaba regresando a su condición de superpotencia mundial se convirtió en el eje central de su campaña de reelección.

Lo interesante de este cambio no solo radica en su relación con la reelección, sino en cómo este discurso sobre la excepcionalidad también se alineó con un patrón más amplio en la política presidencial estadounidense. A lo largo de la historia, casi todos los presidentes de Estados Unidos han recurrido al excepcionalismo para promover una visión optimista del país. Sin embargo, Trump adoptó este enfoque de manera algo tardía, en comparación con otros presidentes como Barack Obama o Richard Nixon, quienes ya destacaban el excepcionalismo de Estados Unidos desde los primeros días de su mandato.

El análisis de los discursos presidenciales desde la Segunda Guerra Mundial hasta la presidencia de Trump revela patrones de uso del excepcionalismo que no son nuevos, pero sí particularmente intensos en algunos momentos. Obama y Nixon, por ejemplo, hicieron del excepcionalismo una parte central de su estrategia discursiva, mencionándolo en más del 85% de sus discursos durante sus primeros mandatos. En comparación, Trump, que inicialmente empleó una retórica más pesimista sobre el estado de la nación, finalmente aumentó la mención de la excepcionalidad en un 65% de sus discursos, un cambio notable desde su campaña, cuando solo usó este concepto en un 23% de sus intervenciones. Este incremento reflejó una adaptación de su discurso a las demandas de su electorado y a la necesidad de construir una narrativa positiva que fortaleciera su imagen como líder.

El excepcionalismo americano, aunque puede parecer un concepto simple, tiene profundas implicaciones políticas y culturales. A menudo se utiliza no solo para describir la grandeza de Estados Unidos, sino para justificar sus acciones en el mundo, presentando al país como un modelo para otras naciones. Es una herramienta poderosa que se ha utilizado desde Truman hasta Trump, cada uno adaptando el mensaje a su propio contexto político y social. Sin embargo, hay algo crucial que no siempre se dice explícitamente en estos discursos: la visión de la nación como excepcional no está exenta de críticas y contradicciones. Mientras que esta narrativa puede inspirar a muchos, también puede alienar a aquellos que se sienten excluidos o que critican las desigualdades internas del país.

Además, el excepcionalismo americano tiene un impacto directo en la política exterior de Estados Unidos. A menudo, se emplea para justificar intervenciones militares y políticas externas, bajo la premisa de que la nación tiene una responsabilidad moral de liderar el mundo. Este enfoque, que ha caracterizado la política estadounidense durante décadas, no solo busca asegurar el bienestar de la nación, sino también mantener su hegemonía global. En consecuencia, el excepcionalismo no solo define la identidad interna de los estadounidenses, sino que también influye en las relaciones internacionales de Estados Unidos.

¿Qué es el excepcionalismo americano y cómo ha sido interpretado por los presidentes de EE. UU. a lo largo de la historia?

Durante la Guerra Fría, los presidentes de Estados Unidos tuvieron que hacer constantes esfuerzos para demostrar la legitimidad del excepcionalismo americano como una forma de diferenciar al país de su principal rival global, la Unión Soviética. En la lucha por captar los corazones y las mentes de los pueblos del mundo, los presidentes estadounidenses recurrieron con frecuencia a la apelación al excepcionalismo de su nación. Según las palabras de John F. Kennedy: "La gente de todas partes, a pesar de las decepciones ocasionales, nos mira, no por nuestra riqueza o poder, sino por el esplendor de nuestros ideales. Porque nuestra nación está encargada por la historia de ser ya sea observadora del fracaso de la libertad o la causa de su éxito. Nuestra obligación primordial en los meses venideros es cumplir con las esperanzas del mundo cumpliendo nuestra propia fe."

Richard Nixon llevó esta idea más allá al señalar que, incluso en los momentos más difíciles de la historia de Estados Unidos, la nación siempre fue la esperanza para millones en el mundo: "Hace doscientos años, esta nación era débil y pobre. Pero incluso entonces, América era la esperanza de millones. Hoy, nos hemos convertido en la nación más fuerte y rica del mundo. Y el destino ha dado un giro tal que cualquier esperanza que el mundo tenga para la supervivencia de la paz y la libertad dependerá de si el pueblo estadounidense tiene la resistencia moral y el coraje para afrontar el desafío del liderazgo del mundo libre."

Ronald Reagan, autoproclamado campeón del excepcionalismo americano, enfatizó una visión similar de la nación como un faro de esperanza, más allá de sus poderes materiales. Para Reagan, Estados Unidos era la "ciudad brillante sobre la colina", un modelo de libertad y dignidad humana que prevalecería frente a la amenaza soviética. En su primer discurso inaugural, proclamó sin reservas: "Si miramos la respuesta a la pregunta de por qué durante tantos años logramos tanto, prosperamos como ningún otro pueblo en la Tierra, fue porque aquí, en esta tierra, desatamos la energía y el genio individual del hombre de una manera más grande que nunca antes. La libertad y la dignidad del individuo han estado más disponibles y garantizadas aquí que en cualquier otro lugar del mundo."

En los años posteriores al colapso de la Unión Soviética y al final de la Guerra Fría, surgió una nueva era del excepcionalismo estadounidense. La posición de Estados Unidos como la única superpotencia mundial parecía confirmar, para muchos, que el excepcionalismo americano había sido plenamente validado. Charles Krauthammer, periodista conservador, lo describió como el "momento unipolar" de América, mientras que el académico neoconservador Francis Fukuyama lo denominó "El fin de la Historia", al declarar que la democracia estadounidense había, como se esperaba, triunfado sobre todas las demás formas de gobierno.

El presidente Bill Clinton fue quien probablemente mejor resumió la visión post-Guerra Fría del excepcionalismo americano. En un discurso de campaña en 1996 sobre política exterior, Clinton afirmó: "De hecho, América sigue siendo la nación indispensable. Hay momentos en los que América, y solo América, puede marcar la diferencia entre la guerra y la paz, entre la libertad y la represión, entre la esperanza y el miedo." La frase "la nación indispensable" se convirtió en un símbolo de la importancia global de Estados Unidos en un mundo unipolar. Clinton y su secretaria de Estado, Madeline Albright, utilizaron esta expresión repetidamente, destacando que Estados Unidos no solo era único, sino indispensable para la estabilidad mundial.

La presidencia de George W. Bush, marcada por los ataques terroristas del 11 de septiembre, representó un punto de inflexión en la forma en que Estados Unidos y el mundo veían su papel en la política global. En respuesta a los ataques, Bush intensificó el excepcionalismo americano para reafirmar el compromiso de su nación con la libertad y la justicia. El día después de los atentados, Bush declaró: "América fue atacada porque somos el faro más brillante de la libertad y la oportunidad en el mundo. Y nadie podrá apagar esa luz."

El periodo presidencial de Barack Obama representó el punto culminante del excepcionalismo estadounidense, especialmente debido a su ascenso a la presidencia en gran parte gracias a su identificación con este ideal. Obama hizo de su creencia en el excepcionalismo americano una parte central de su discurso, incluso afirmando en público: "Creo en el excepcionalismo estadounidense con cada fibra de mi ser". Fue el primer presidente en utilizar explícitamente el término "excepcionalismo estadounidense" en un discurso, y durante su presidencia, hizo más invocaciones de este concepto que cualquiera de sus predecesores.

A lo largo de los años, los presidentes de Estados Unidos, independientemente de su afiliación política, han utilizado el excepcionalismo como un recurso retórico multidimensional. No solo lo emplearon como una forma de inspirar unidad nacional frente a amenazas globales como la Guerra Fría o los atentados del 11 de septiembre, sino también como un medio para consolidar el liderazgo global de Estados Unidos. El excepcionalismo americano se presentó como la justificación de la intervención estadounidense en diversos conflictos internacionales, siempre con el fin de preservar los ideales de libertad y democracia.

Es fundamental que el lector comprenda que el excepcionalismo no solo es una afirmación de la grandeza de Estados Unidos, sino que también ha sido utilizado como herramienta política para mantener la cohesión interna en momentos de crisis. Este discurso ha estado profundamente entrelazado con las identidades nacionales de los estadounidenses y su visión de sí mismos como la vanguardia de la libertad global. Sin embargo, es importante considerar que, más allá de la autopercepción positiva, el excepcionalismo ha sido objeto de críticas tanto dentro como fuera de Estados Unidos, especialmente en relación con las intervenciones militares y las políticas exteriores percibidas como imperialistas. La constante invocación de la excepcionalidad a menudo ha sido cuestionada por aquellos que se oponen a la forma en que se han implementado los ideales de libertad y democracia a través de la fuerza militar y la imposición de modelos de gobierno.