El excepcionalismo americano, una idea profundamente arraigada en la narrativa política y cultural de los Estados Unidos, ha sido un componente clave en los discursos presidenciales desde la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de las décadas, este concepto ha sido invocado de distintas maneras por los presidentes, adaptándose a los contextos y necesidades políticas de cada época. Sin embargo, la forma en que Donald Trump utilizó y transformó esta noción durante su presidencia es notablemente distinta a la de sus predecesores.
En términos generales, el excepcionalismo americano puede entenderse a través de cuatro grandes categorías: la singularidad, la superioridad, el modelo y el liderazgo. Cada presidente ha hecho énfasis en diferentes aspectos de este excepcionalismo, adaptando el discurso a sus prioridades y estilo político. Mientras que figuras como Bill Clinton y George W. Bush centraron sus invocaciones en el liderazgo mundial de los Estados Unidos, con Clinton destacando su papel como "la nación indispensable" y Bush defendiendo el país como un faro de esperanza para la humanidad, la presidencia de Trump marcó un cambio significativo en esta tradición.
Trump, a diferencia de sus antecesores, no abrazó una visión multifacética del excepcionalismo. Su estrategia fue más unidimensional, centrada en la idea de la superioridad de los Estados Unidos, particularmente en términos de economía y poder militar. A lo largo de su mandato, Trump presentó una narrativa en la que los Estados Unidos eran "la nación más grande y poderosa", destacando la economía más próspera del mundo y el ejército más formidable. Esta visión de superioridad no solo definió su discurso, sino que se convirtió en una de las herramientas más poderosas de su retórica política.
Lo que resulta más revelador de este enfoque es la manera en que Trump presentó este excepcionalismo como un logro exclusivo de su presidencia. Mientras que sus predecesores, incluso cuando mencionaban el excepcionalismo, a menudo lo hacían con cierto grado de modestia o humildad, Trump no dudó en tomar crédito directo por el regreso de este excepcionalismo bajo su mandato. En lugar de ver el excepcionalismo como un proceso continuo de la nación, Trump lo presentó como una meta alcanzada gracias a sus políticas, como si los Estados Unidos hubieran caído en la mediocridad antes de su llegada a la Casa Blanca y él fuera el responsable de restaurarlo.
Este enfoque de "excepcionalismo por mí" se vio reflejado en su discurso tanto en las principales alocuciones presidenciales como en su comunicación menos formal, como los tuits y los mítines de "Make America Great Again". En esos espacios, Trump hacía constantes referencias a la grandeza de la nación, vinculado directamente a sus propias decisiones políticas, como la reducción de impuestos y la desregulación, las cuales según él, habían desencadenado un crecimiento económico sin precedentes.
Además, este enfoque diferenciado por Trump no se limitó solo a las políticas internas, sino que también se reflejó en su discurso sobre la posición de los Estados Unidos en el escenario global. A diferencia de sus predecesores, que habitualmente hablaban de la nación como un líder mundial, un ejemplo para otros países, Trump se enfocó en proyectar una imagen de los Estados Unidos como una potencia superior que debía ser admirada, pero que no necesariamente tenía que preocuparse por ejercer una influencia positiva o ejemplar en el resto del mundo. Este cambio de enfoque se refleja claramente en la retórica de su campaña de reelección, donde el lema "Keep America Great!" se utilizó no solo para evocar la idea de restaurar una América exitosa, sino para afirmar que solo su liderazgo podría mantener esa grandeza.
Es relevante observar que este uso de la excepcionalidad de una manera tan centrada en la superioridad de la nación y en los logros personales del presidente también tuvo implicaciones más profundas sobre la percepción del propio concepto de excepcionalismo. Para muchos, la idea de que un solo presidente pudiera reclamar tal logro resultaba no solo exagerada, sino incluso peligrosa, pues implicaba que la identidad de la nación y su lugar en el mundo dependían de la figura central del mandatario, en lugar de ser un reflejo de un proceso colectivo o histórico. Esto creó un espacio en el que las políticas de Trump, especialmente en lo que respecta a la economía y el ejército, se presentaron como las únicas claves del éxito de Estados Unidos, minimizando otros elementos que históricamente habían sido parte de la identidad nacional, como el ideal de justicia social o el papel en la promoción de los derechos humanos.
Además de entender esta diferencia en la forma de invocar el excepcionalismo, es crucial reconocer que la estrategia de Trump fue deliberadamente diseñada para reforzar su propia imagen de líder capaz de restaurar la grandeza perdida. La repetida insistencia en la "superioridad" y en la atribución de los logros exclusivamente a su administración se convirtió en una herramienta política vital para asegurar su base de apoyo, al presentar su gobierno como el único responsable de la revitalización de la nación. Así, el excepcionalismo bajo Trump no solo fue una declaración de poder y superioridad, sino también un medio para consolidar su imagen ante la nación.
¿Cómo el concepto de la excepcionalidad americana se ha utilizado en la lucha política durante la presidencia de Trump?
La excepcionalidad americana ha sido durante mucho tiempo un pilar en el discurso político de Estados Unidos, funcionando como una narrativa que resalta las características únicas del país y su papel en la promoción de valores democráticos a nivel global. Sin embargo, en los últimos años, este concepto ha sido objeto de debate y reinterpretación, especialmente durante el mandato de Donald Trump. La retórica en torno a la excepcionalidad se ha transformado en un arma en la lucha política, y a menudo ha sido utilizada por sus oponentes para retratarlo como una amenaza existencial para los principios fundamentales de la nación.
Uno de los momentos más claros en los que se utilizó esta narrativa fue durante el anuncio de Nancy Pelosi el 18 de diciembre de 2019, cuando respaldó los artículos de impeachment contra Trump. En su intervención, Pelosi citó a Benjamin Franklin, el cual, al referirse a la República, señaló: “una República, si podemos mantenerla”. Con estas palabras, la presidenta de la Cámara de Representantes no solo evocaba los ideales fundacionales de la nación, sino que también señalaba que esos principios estaban siendo amenazados por las acciones del presidente. Trump, según Pelosi, no solo estaba fallando en representar la voluntad del pueblo americano, sino que además estaba socavando las bases democráticas del país, actuando como si estuviera por encima de la ley.
Pelosi desafió la visión de Trump, a quien se refería como el defensor de un "Me, el Pueblo", una retórica que reflejaba su enfoque centrado en sí mismo y su creciente tendencia a ignorar los límites establecidos para el poder presidencial. Esta afirmación de la excepcionalidad americana, tal como la veían los opositores de Trump, también estaba siendo defendida por otros líderes demócratas. La congresista Ayanna Pressley, por ejemplo, destacó que el proceso de juicio político era una manifestación de lo que significa ser verdaderamente estadounidense: “Lo que estamos haciendo hoy no solo es patriótico, es exclusivamente americano”. A lo largo de la historia de los Estados Unidos, decía, la nación había sido un lugar donde los oprimidos luchaban contra los abusos del poder, y esa tradición continuaba.
Adam Schiff, otro de los defensores más prominentes de la excepcionalidad americana durante el juicio político, utilizó un discurso global para enfatizar el impacto que el liderazgo de Trump estaba teniendo en el prestigio de Estados Unidos. En un momento crucial durante el juicio, Schiff afirmó: “Somos la nación indispensable. Todavía lo somos. La gente nos observa desde todo el mundo... lo que ven, no lo reconocen”. Con estas palabras, Schiff señalaba que, en la visión de los demócratas, Trump no solo estaba debilitando la democracia en Estados Unidos, sino que estaba enviando un mensaje dañino al resto del mundo. La posición que Estados Unidos había mantenido como el “farolillo de la colina”, un modelo de democracia que otros países intentaban emular, estaba siendo socavada por su presidencia.
El impacto de esta retórica fue tan profundo que, cuando Trump fue absuelto en el Senado, la narrativa continuó en la campaña presidencial de 2020. Los candidatos demócratas, como Bernie Sanders, Pete Buttigieg, Elizabeth Warren y Kamala Harris, no solo rechazaron la figura de Trump como un presidente excepcional, sino que también lo presentaron como una aberración del concepto de excepcionalidad americana. Sanders, en particular, fue directo y repetitivo en su crítica, llamando a Trump “el presidente más peligroso en la historia moderna de Estados Unidos” y destacando su corrupción y su falta de respeto por los valores democráticos.
Esta continua polarización en torno a la idea de la excepcionalidad americana durante el mandato de Trump no solo ha marcado el tono de la política interna estadounidense, sino que también ha dejado claro el profundo desencuentro que existe en torno a lo que significa ser "americano". Mientras que para los republicanos la presidencia de Trump representaba una reafirmación de la soberanía nacional y el retorno a valores conservadores, para los demócratas, su enfoque egocéntrico y autoritario era una amenaza directa a la misma esencia de la democracia que Estados Unidos había defendido durante generaciones.
Es fundamental entender que la excepcionalidad americana no es un concepto monolítico. Ha sido utilizada tanto como una herramienta de unidad como de división, dependiendo de quién la reclame y cómo la interprete. Los debates sobre lo que significa ser “excepcional” son inseparables de la lucha por el futuro del país y su papel en el mundo. Las críticas a Trump no solo se centraban en su persona, sino también en los valores que representaba y en su capacidad para erosionar los principios fundamentales que habían hecho a Estados Unidos un referente global de democracia.

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