La investigación sobre geopolítica popular, en su forma más amplia, puede surgir de diversas fuentes y motivaciones. No siempre es necesario centrarse en temas contemporáneos; los archivos tanto digitales como físicos ofrecen un sinfín de documentos y objetos que permiten explorar cómo ha evolucionado la imaginación geopolítica a lo largo del tiempo, y cómo estos elementos históricos siguen teniendo implicaciones en el presente. En muchos casos, la investigación puede originarse en la curiosidad intelectual, en un deseo profundo por explorar o avanzar en la comprensión académica de un concepto o teoría específica.

El interés de Daniel por la geopolítica popular en los videojuegos de temática militar, por ejemplo, surgió de su participación en cursos de geografía militar y geopolítica en la Universidad de Newcastle. Al involucrarse con la literatura académica existente, Daniel notó que existía una notable falta de estudios académicos sobre los videojuegos, a pesar de su masiva popularidad. Los pocos estudios existentes tendían a centrarse más en los discursos geopolíticos representados en estos juegos, en lugar de examinar cómo los jugadores experimentan e interactúan con estos productos. Esta observación fue crucial en el desarrollo teórico y metodológico de su investigación, que terminó explorando las experiencias corporales de los jugadores en relación con su posicionamiento dentro de los juegos.

En algunos casos, la motivación para emprender un proyecto de investigación en geopolítica popular puede surgir de intereses personales, en particular aquellos vinculados con la cultura popular. Este tipo de investigación puede ser útil, ya que el investigador posee un conocimiento previo de los textos culturales populares, lo que facilita el desarrollo del proyecto. Sin embargo, es fundamental tener en cuenta las cuestiones de "posicionalidad", es decir, cómo las actitudes, conocimientos y concepciones previas del investigador influyen en la investigación. A pesar de ser valioso tener una conexión personal con el tema de estudio, es esencial mantener una distancia crítica para evitar sesgos y prejuicios que puedan distorsionar los resultados.

Una vez que se ha decidido el tema de investigación, es necesario planificar el diseño de la investigación. El diseño de la investigación debe entenderse como el plano que guiará todo el proceso investigativo. Clifford y otros autores (2016) proponen seis puntos clave que deben considerarse para que el diseño de la investigación sea efectivo. En primer lugar, se debe formular una pregunta de investigación clara, específica y que pueda responderse. La pregunta guiará todas las etapas posteriores del proyecto, aunque es importante recordar que las preguntas de investigación pueden evolucionar a medida que surjan nuevos temas o desafíos durante el proceso de investigación.

El siguiente paso consiste en elegir los métodos adecuados para responder la pregunta de investigación. Existen diversos métodos para estudiar la geopolítica popular, tanto cualitativos como cuantitativos. Los métodos cualitativos, que suelen estar más ligados al estudio de la geopolítica popular, son aquellos que exploran los significados y las interpretaciones, y se obtienen a través de entrevistas o grupos focales, entre otros. Por otro lado, los métodos cuantitativos suelen proporcionar datos numéricos que pueden analizarse estadísticamente, y son útiles cuando se busca medir tendencias o patrones en grandes volúmenes de datos. La combinación de métodos cualitativos y cuantitativos puede enriquecer el análisis, siempre que se adapten a la pregunta de investigación.

En relación con los datos, es necesario tener en cuenta que no basta con recolectarlos; también se debe considerar cómo se almacenarán, gestionarán y analizarán a lo largo de la investigación. El tipo de datos que se recoja dependerá de los métodos empleados: datos cualitativos, como transcripciones de entrevistas, o datos cuantitativos, como respuestas a encuestas. Estos datos deben ser tratados con el máximo cuidado, respetando la confidencialidad y la seguridad.

Otro aspecto clave del diseño de la investigación es la planificación práctica. Dependiendo del tipo de investigación, puede que se requiera trabajo de campo. Sin embargo, no todas las investigaciones requieren trabajo de campo, y muchos estudios sobre geopolítica popular se han realizado sin necesidad de salir del entorno académico. A pesar de ello, el investigador debe considerar detalles prácticos como el lugar de la investigación, el momento en que se llevará a cabo y quién participará en ella. Es fundamental también que se prevean los posibles riesgos, como cuestiones de salud o seguridad, y que se resuelvan de manera ética y responsable.

En cuanto a la ética, la investigación que involucra a seres humanos plantea cuestiones fundamentales como la participación voluntaria, el consentimiento informado y la confidencialidad. Cualquier proyecto de investigación que involucre participantes humanos suele requerir aprobación ética previa por parte de la institución correspondiente. Es esencial que los participantes reciban toda la información necesaria sobre el proyecto, lo que incluye los objetivos de la investigación, cómo se utilizarán los datos recogidos y qué medidas se tomarán para proteger su privacidad.

Por último, es necesario pensar en la presentación de la investigación. El formato de presentación dependerá de los requisitos institucionales, pero en general, es importante tener en cuenta cómo se organizará y estructurará la investigación para su divulgación pública. Esto puede implicar la presentación en conferencias académicas, la defensa oral del proyecto o su publicación en medios especializados. La buena planificación en el diseño de la investigación facilitará esta fase, dándole al investigador la confianza necesaria para presentar su trabajo de manera clara y efectiva.

Es importante reconocer que, a pesar de una planificación cuidadosa, la investigación puede estar llena de imprevistos. Problemas como el acceso limitado a datos clave, la cancelación de entrevistas o cambios en las circunstancias políticas y personales pueden afectar el curso de la investigación. La flexibilidad y la capacidad de adaptación son cualidades esenciales para gestionar estos obstáculos de manera eficaz.

¿Cómo influye la cultura popular en la comprensión geopolítica?

En los estudios contemporáneos sobre geopolítica popular, se ha producido una significativa reflexión sobre el poder de los medios de comunicación y la cultura popular para moldear las percepciones políticas y geopolíticas del público. En particular, se ha observado cómo los editores de publicaciones juegan un papel crucial no solo en la selección y "condensación" de contenido, sino también en la construcción de discursos que promueven actitudes políticas y sociales concretas. Estos discursos, por ejemplo, pueden combinar la defensa del anticomunismo con una actitud individualista y optimista que se asocia con la idea del "puedo hacerlo" en la sociedad estadounidense.

Este proceso no solo se limita a la creación de contenido, sino también a la manipulación de la recepción de los mensajes. Con el fin de hacer estos discursos accesibles a un público más amplio, se ajustan a formas de comunicación que son más fáciles de consumir para las clases medias. Sin embargo, el análisis de estos discursos va más allá del contenido superficial y se enfoca en el papel de los medios de producción. Al adoptar una perspectiva foucaultiana, se investiga no solo lo que se comunica, sino también el poder y la autoridad detrás de esa comunicación. Es por esto que el análisis de los discursos en la geopolítica popular se ha convertido en una herramienta clave para los estudiosos de las relaciones de poder y autoridad, especialmente en el contexto de las tensiones geopolíticas globales.

Sin embargo, el análisis de los discursos en la cultura popular tiene una complejidad adicional cuando se aplica a ciertos medios, como los videojuegos. Los videojuegos son multimodales, ya que su comunicación se produce a través de múltiples canales: visual, auditivo, narrativo y, sobre todo, interactivo. Esto añade una capa de complejidad al análisis, ya que, como jugador-investigador, el propio acto de participar en el juego contribuye a la construcción del mensaje. Esta interacción no solo implica recibir información, sino también modificarla a medida que se avanza en el juego, lo que hace que los videojuegos sean una forma única de comunicación cultural.

En cuanto a las metodologías de investigación en la geopolítica popular, uno de los desarrollos más notables ha sido el interés en cómo las audiencias interactúan, experimentan y comprenden la cultura popular. En lugar de suponer que la audiencia es pasiva ante el contenido mediático, se han empezado a utilizar métodos cualitativos y cuantitativos para estudiar cómo las personas negocian y reinterpretan los significados geopolíticos a partir de los productos culturales que consumen. Los cuestionarios, entrevistas y grupos focales permiten capturar la diversidad de respuestas y visiones del público en relación con cómo perciben temas geopolíticos a través de la cultura popular.

En este contexto, las encuestas son herramientas útiles para recoger datos, sobre todo cuando se trata de obtener una muestra representativa de un grupo amplio. El uso de cuestionarios puede ser tanto cuantitativo como cualitativo, permitiendo una recolección extensa de opiniones y actitudes. Sin embargo, es importante reconocer que la administración de estas encuestas influye considerablemente en los resultados obtenidos. Por ejemplo, las encuestas en línea pueden generar una mayor tasa de respuesta, pero pueden estar sesgadas hacia las personas con mayor acceso a la tecnología, excluyendo a otros grupos de la población como los ancianos o los de bajos recursos. Además, las preguntas cerradas limitan las respuestas, lo que puede simplificar demasiado las percepciones del público.

Por otro lado, las entrevistas proporcionan una visión más compleja y detallada de cómo las personas se relacionan con la geopolítica popular en sus vidas cotidianas. A diferencia de las encuestas, las entrevistas permiten a los informantes ampliar y clarificar sus respuestas, lo que facilita una comprensión más profunda de sus pensamientos y experiencias. Esta metodología ofrece la posibilidad de explorar la complejidad de las interpretaciones individuales, aunque también requiere una planificación cuidadosa en términos de diseño y ética.

Es fundamental entender que, más allá de los métodos de recolección de datos, el análisis de la cultura popular desde una perspectiva geopolítica debe tener en cuenta la interacción entre los medios, los productores y la audiencia. La cultura popular no es un fenómeno aislado ni una influencia pasiva; por el contrario, es un espacio dinámico donde se negocian y recrean las percepciones sobre el mundo. Las personas no solo reciben información, sino que también participan activamente en la creación de significados a través de su interacción con los productos culturales. Por lo tanto, cualquier estudio de la geopolítica popular debe abordar tanto las estructuras de poder que producen el contenido cultural como las formas en que las audiencias lo interpretan y lo utilizan en su vida cotidiana.

¿Cómo los videojuegos de temática militar afectan nuestra percepción de la guerra y la geopolítica?

La celda de una prisión militar acompañada de los sonidos sombríos de una armónica. Son las reglas y estructuras del juego las que generan su significado, y en este caso, refuerzan las ideologías del ejército de los Estados Unidos, "animando a los jugadores a considerar la lógica del deber, el honor y la verdad singular como una visión del mundo deseable" (Bogost 2007, 79). Así, el juego se convierte en una herramienta importante de reclutamiento, ofreciendo un medio relativamente barato para atraer nuevos reclutas. Además, la modificación del juego permite entrenar a reclutas reales. El entendimiento y la simulación de las emociones y afectos en la política exterior y el combate ha sido una prioridad para los líderes políticos y militares, que buscan garantizar que los soldados y marineros continúen siendo una fuerza efectiva de combate. Sin embargo, como vimos previamente, también existe un creciente interés por mantener los fundamentos morales del militarismo entre las poblaciones democráticas.

En este contexto, los videojuegos comerciales han sido utilizados para sumergir a los ciudadanos en entornos virtuales cargados de afecto, emociones y sensaciones que acercan la guerra a la cotidianidad. En particular, la serie Call of Duty ha logrado posicionarse como un fenómeno mundial, vendiendo más de 250 millones de unidades globalmente y alcanzando más de 15 mil millones de dólares en ventas totales. Aunque tales videojuegos no son producidos ni financiados directamente por el ejército, se encuentran inmersos dentro de lo que se ha denominado el MIME, una estructura mediática que involucra a los militares en la creación de experiencias realistas para los jugadores. En el caso de Call of Duty: Modern Warfare, se contrató a asesores militares y los diseñadores del juego incluso visitaron bases militares para presenciar ejercicios en vivo y disparos reales.

Lo más relevante de estos videojuegos no es tanto la representación directa de las estructuras y las ideologías militares, sino la creación de una experiencia de juego inmersiva que hace sentir al jugador como parte activa de un escenario bélico. El enfoque principal no se centra en enseñar valores propagandísticos o habilidades militares únicas, sino en construir una experiencia estética—un marco afectivo—que apela más a la corporalidad que a la cognición, sumergiendo al jugador en un entorno donde la guerra se convierte en una experiencia agradable, casi heroica. El objetivo es convertir algo tan intrínsecamente desagradable como la guerra en una vivencia excitante y positiva, un desafío que atrae a los jugadores a volver una y otra vez.

Esta experiencia no solo está presente en el diseño del juego, sino también en la forma en que los productos son promocionados. El auge de la "economía de la experiencia" ha llevado a las industrias a explotar los sentidos de los consumidores, creando emociones que fortalezcan su vínculo con el producto. En este contexto, los lanzamientos de juegos como Call of Duty: Modern Warfare 3 involucraron eventos de marketing espectaculares que buscaban difuminar las fronteras entre el mundo del juego y la realidad. En Londres, por ejemplo, actores uniformados descendieron por edificios y patrullaron las calles, recreando escenas de terror y violencia que se desarrollaban en las ciudades occidentales dentro del juego. La presencia militar, entonces, no solo conecta con las ansiedades sobre el terrorismo en las ciudades occidentales, sino que también invita a superar esos miedos a través del consumo y la participación en un juego que permite a los jugadores enfrentarse a esos temores como fuerzas especiales heroicas de Occidente.

Además de los eventos promocionales, la interacción directa con el videojuego añade una capa de complejidad única a su estudio. A diferencia de otras formas de cultura popular, los videojuegos requieren un compromiso activo y corporal del jugador con el entorno virtual. Con el desarrollo de la tecnología de juegos en 3D, los jugadores ya no solo observan pasivamente las narrativas de guerra, sino que se sumergen completamente en ellas, participando en la creación de la experiencia, convirtiéndose en parte activa del conflicto representado.

Es crucial destacar que el impacto de estos juegos no se limita a la diversión o el entretenimiento. Estos títulos, diseñados para estimular la adrenalina, incitan a los jugadores a asumir una postura particular frente a la guerra y la violencia. De manera sutil, los videojuegos de temática militar moldean nuestra comprensión de los conflictos geopolíticos contemporáneos, transmitiendo no solo imágenes, sino también sensaciones que pueden influir en cómo las personas perciben la guerra, el heroísmo y el papel de los países occidentales en la escena global. En este sentido, los videojuegos no solo recrean conflictos, sino que los reconfiguran, creando nuevas formas de ver y sentir la guerra.

¿Existe un “yo” verdadero o somos una serie de posiciones subjetivas?

La teoría freudiana dio los primeros pasos hacia la disolución del sujeto cartesiano al proponer una división entre el “yo” racional (ego) y los impulsos inconscientes (id), afirmando que no somos seres íntegramente coherentes ni en completo control de nuestras acciones. Sin embargo, desde la perspectiva postestructuralista, esta dicotomía resulta demasiado simple. El sujeto no es una esencia singular que se manifiesta de manera continua a lo largo del tiempo, sino una construcción fragmentada y contingente, moldeada por discursos, relaciones y contextos sociales.

Desde esta óptica, la identidad no es un reflejo de una verdad interna, sino el resultado de una negociación lingüística y social. No somos entidades que simplemente expresan un contenido esencial; somos productos de interacciones simbólicas que buscan hacer comprensible lo que somos para los demás, y a su vez, comprender a los otros. En palabras de João Salgado y Hubert Hermans, el yo no es más que un caso específico de inteligibilidad: nuestra identidad se forma a través de juegos sociales y relacionales en los cuales se asignan y negocian significados a nuestra persona.

El sujeto postestructuralista es nómada, disgregado, adoptando diversas posiciones según el contexto y los discursos dominantes. Como señalaron Deleuze y Guattari, ya no somos un centro fijo de experiencia, sino una multiplicidad de “posiciones subjetivas” a través de las cuales nos constituimos. Esta fragmentación se hace visible cuando recordamos versiones pasadas de nosotros mismos —por ejemplo, durante la adolescencia— y notamos cómo actuábamos desde lógicas completamente distintas, incluso ajenas a nuestra identidad actual. A veces, esos recuerdos se perciben como narraciones en tercera persona, como si fuéramos personajes en historias que no protagonizamos directamente.

La ilusión de un yo continuo y estable se sostiene a través de narrativas que intentan dotar de coherencia a nuestras experiencias. Pero en realidad, nuestra subjetividad oscila constantemente, influida por discursos múltiples que muchas veces se contradicen entre sí. Este entrecruzamiento de discursos genera tensiones internas, obligándonos a elegir, articular o incluso resistir ciertas identidades en momentos específicos.

No obstante, el individuo no es simplemente pasivo ante estas fuerzas. Aunque no tenemos un control absoluto sobre los discursos que nos constituyen, sí participamos activamente en el proceso de subjetivación. Podemos intervenir, favorecer ciertos discursos sobre otros, y de este modo, incidir en nuestra propia transformación. Ejemplos cotidianos como el “detox digital” —decidir alejarse de las redes sociales para reducir su influencia emocional— demuestran cómo las personas pueden ejercer agencia sobre su entorno afectivo y simbólico para modificar su forma de ser.

Este enfoque, sin embargo, no está exento de críticas. Una objeción importante al postestructuralismo es que, al rechazar la noción de un yo esencial, ignora la dimensión privada e íntima de la experiencia que no necesariamente se articula discursivamente. Si todo lo que somos es el efecto de narrativas sociales, ¿quién narra? ¿Quién organiza los fragmentos en una historia coherente?

Aquí, Mijaíl Bajtín aporta una posible respuesta con su concepto de dialogismo. Originalmente formulado para explicar cómo los textos están en constante diálogo entre sí —no solo influyendo hacia el futuro, sino siendo reinterpretados desde el presente—, esta idea puede extrapolarse a la subjetividad. Así como un texto cambia de significado según las lecturas que recibe, el sujeto se define en función de una audiencia —real o imaginada— cuyas reacciones influyen en la forma en que nos concebimos. Es en esta interacción, en esta mirada del otro, donde se vislumbra la posibilidad de un yo que, si bien no es esencial en un sentido fijo y cerrado, tampoco es enteramente disuelto en discursos. Un yo que se constituye en el diálogo y cuya continuidad depende de la relación que mantenemos con quienes nos rodean.

Es crucial entender que este enfoque no elimina la posibilidad de una experiencia subjetiva auténtica, pero sí reconfigura su naturaleza: ya no se trata de descubrir una verdad interna, sino de aceptar que el yo es un proceso relacional, narrativo y dinámico. La identidad, por tanto, no se encuentra; se negocia, se construye y se reconstruye en un flujo constante de afectos, discursos y decisiones.