La propuesta de Trump, encapsulada en su eslogan "America First", representó una ruptura drástica con las políticas tradicionales de los últimos años y un desafío a las ideas dominantes sobre el libre comercio, la globalización, y la excepcionalidad estadounidense. Con un enfoque económico nacionalista, Trump no solo cuestionó la validez de los acuerdos comerciales internacionales, sino que también presentó una visión del mundo donde Estados Unidos debía proteger su industria, sus empleos y su economía de las amenazas externas, incluso si eso significaba contradecir los principios del mercado libre que habían prevalecido durante décadas. En este sentido, su retórica no solo apelaba a los problemas internos de su país, sino que también proponía soluciones radicales para los mismos.
Trump entendía que los acuerdos comerciales, como los pactos de libre comercio, habían llevado a la desindustrialización de ciertas regiones de Estados Unidos. El descenso de la manufactura y la competencia desleal percibida de países con costos laborales bajos fueron puntos clave en su discurso. Así, Trump prometió traer de vuelta los trabajos perdidos y revertir las políticas que, según él, habían dejado a los estadounidenses en una situación económica vulnerable. Para lograrlo, se comprometió a reformar los tratados comerciales, implementar aranceles y proteger sectores clave como el carbón y la manufactura.
En términos de política exterior, Trump planteó un escepticismo hacia las instituciones internacionales y los compromisos previos de Estados Unidos con sus aliados. Contrario a la visión de posguerra que había prevalecido durante más de siete décadas, en la que Estados Unidos desempeñaba un papel protector y moralizador en el mundo, Trump cuestionó la idea de la "excepcionalidad" estadounidense. Rechazó la noción de que Estados Unidos debía ser el modelo democrático a seguir, o que su rol era garantizar la seguridad global. En cambio, argumentó que el sistema liberal internacional era una fachada que solo beneficiaba a otros países, mientras que los estadounidenses pagaban el precio de esa "generosidad". De acuerdo con su visión, el país debía centrarse en sus propios intereses y no cargar con la responsabilidad de mantener el orden internacional.
En cuanto a la inmigración, Trump también presentó un enfoque que desafiaba los ideales tradicionales de la nación como un crisol de culturas. Bajo su retórica, la inmigración era vista como una amenaza a la seguridad nacional y a la estabilidad económica, especialmente en un contexto en el que se acusaba a ciertas políticas migratorias de beneficiar a los inmigrantes en detrimento de los trabajadores estadounidenses. El discurso de Trump sobre la inmigración, por tanto, se alineaba con un nacionalismo que no solo rechazaba la multiculturalidad, sino que también alimentaba la narrativa de que el país debía priorizar a sus ciudadanos y proteger su identidad cultural frente a la "invasión" de extranjeros.
Esta visión no solo desafió la narrativa tradicional sobre el papel de Estados Unidos en el mundo, sino que también puso en entredicho las creencias más profundas sobre el capitalismo global y la democracia liberal. Trump y su círculo de asesores, como Steve Bannon, mostraron un rechazo explícito a la idea de que Estados Unidos debía ser un faro para otras naciones. En cambio, propugnaron una política exterior mucho más aislacionista y proteccionista, una que se centrara en las necesidades internas del país antes que en las relaciones internacionales o en la exportación de ideales.
Aunque algunos interpretaron su campaña como una respuesta populista a un sistema político corrupto y desconectado de las necesidades del pueblo, el enfoque de Trump también se enmarcó en una postura que veía al "establishment" como el principal culpable de los problemas de la nación. De acuerdo con Trump, los líderes políticos, las élites mediáticas y las grandes corporaciones habían favorecido el libre comercio y la globalización, pero a costa del bienestar de la clase trabajadora estadounidense. Este enfoque en las élites corruptas y su prometido reemplazo por un liderazgo "del pueblo", alineaba su mensaje con las demandas de quienes se sentían abandonados por el sistema tradicional.
El fenómeno "Trumpismo" no solo representaba una serie de políticas concretas, sino también una transformación cultural y simbólica en la forma en que los estadounidenses se percibían a sí mismos y su lugar en el mundo. Esta narrativa populista, marcada por una fuerte carga de nacionalismo y proteccionismo, no solo desafió los cimientos del sistema político y económico estadounidense, sino que también replanteó la manera en que el país debía verse a sí mismo en la escena mundial.
Lo que resulta crucial para entender el impacto de estas ideas es cómo transformaron la política interna de Estados Unidos y cómo se relacionaron con las fuerzas externas que antes eran vistas como parte fundamental de su estrategia global. Al desafiar el sistema liberal, Trump también reconfiguró la idea misma de lo que significa ser estadounidense en un mundo cada vez más interconectado.
¿Cómo la estrategia mediática de Trump redefine la comunicación política?
La relación entre Donald Trump y los medios de comunicación ha sido un componente central en su ascenso y permanencia en el poder. A diferencia de otros presidentes, Trump no solo ha utilizado los medios de manera tradicional, sino que ha convertido el manejo de su imagen mediática en una estrategia central de su política. Este enfoque, aunque basado en tácticas comunes de los políticos, se distingue por una serie de giros únicos que han transformado su presidencia en un fenómeno mediático más que en una gobernanza tradicional. Desde sus primeros días como magnate inmobiliario hasta su mandato presidencial, la constante búsqueda de atención mediática ha sido un rasgo definitorio de su carrera.
Al igual que Ronald Reagan, conocido como "El Gran Comunicador", Trump se ha visto a sí mismo como un maestro de la comunicación. Reagan, aunque carente de una profunda comprensión técnica de las políticas, lograba conectar emocionalmente con su audiencia, apelando a una visión compartida de Estados Unidos que trascendía las divisiones partidarias. Trump, por su parte, también ha buscado conectar con las emociones de la gente, pero lo hace a través de una retórica mucho más polarizante y, a menudo, controvertida. Desde sus primeros días en Nueva York, Trump utilizó los medios para construir su imagen como un empresario exitoso, a pesar de que su riqueza fue impulsada por una considerable inversión paterna. Este uso estratégico de los medios le permitió construir una figura pública que, aunque en muchos casos ficticia o exagerada, le permitió consolidarse como un personaje central en el discurso público.
A lo largo de su carrera, Trump ha perfeccionado su habilidad para crear narrativas mediáticas que refuerzan su imagen. Desde el inicio de su campaña presidencial, utilizó exageraciones y afirmaciones escandalosas para atraer atención, tales como las acusaciones de que Barack Obama no había nacido en Estados Unidos. Estas afirmaciones no solo eran falsas, sino que además le aseguraban una cobertura constante en los medios, algo que él interpretó como una victoria. Esta técnica, centrada en el sensacionalismo y la manipulación mediática, se convirtió en la base de su estrategia política. Para Trump, lo importante no era la veracidad de sus declaraciones, sino su capacidad para dominar los titulares y mantener su figura en el centro del debate público.
A medida que avanzaba su presidencia, Trump dedicó una cantidad considerable de tiempo a monitorear su cobertura mediática. Se sabe que veía entre cuatro y ocho horas de televisión al día, principalmente en Fox News, y que este consumo intensivo de información era complementado por conversaciones constantes con sus asesores y amigos, con el objetivo de medir cómo se percibían sus acciones. Esta retroalimentación, que incluía desde miembros de su círculo cercano hasta periodistas, le permitía ajustar su estrategia y mantenerse en el foco de atención. De hecho, Trump logró establecer relaciones cercanas con figuras clave de Fox News, como Sean Hannity, quienes no solo informaban sobre sus políticas, sino que también lo asesoraban de manera informal.
El uso de los medios sociales, especialmente Twitter, ha sido otro pilar de su estrategia. A través de esta plataforma, Trump ha podido comunicar sus mensajes directamente a sus seguidores, eludiendo lo que él considera los medios tradicionales y "falsos". Aunque su afirmación de que las redes sociales le permiten eludir los medios convencionales no es del todo precisa, ya que muchos de sus tuits son recogidos y amplificados por los medios, su manejo de estas herramientas ha sido más efectivo que el de cualquier presidente anterior. A través de Twitter, ha podido acelerar las noticias y generar controversias en tiempo real, asegurándose de que su figura permanezca en el centro de la conversación pública.
A pesar de su crítica constante a los medios tradicionales, Trump ha demostrado comprender plenamente la importancia de estos en su éxito político. Aunque en ocasiones los descalifique como "noticias falsas", su comportamiento muestra que sabe cómo utilizarlos para su beneficio. Sabe que los medios de comunicación tradicionales son esenciales para mantener su imagen en el ojo público y, por lo tanto, emplea tácticas que generan cobertura mediática, desde declaraciones provocadoras hasta eventos diseñados específicamente para atraer la atención de los periodistas.
Es crucial comprender que la comunicación de Trump no solo se basa en la manipulación de los medios, sino en su habilidad para dominar el ciclo de noticias. A diferencia de otros políticos que siguen un enfoque más disciplinado y centrado en la política pública, Trump ha hecho de la política una especie de espectáculo mediático. Este enfoque ha transformado su presidencia en algo mucho más visible y mediático que lo que podría haberse logrado a través de políticas tradicionales. La comunicación no solo es una herramienta para él, sino que constituye la estructura misma sobre la cual se ha construido su poder.
¿Por qué la lealtad personal fue el criterio principal en los nombramientos de Trump?
El proceso de nombramientos en la administración Trump estuvo marcado por una preferencia por la lealtad personal sobre la competencia profesional. En lugar de valorar la experiencia, el presidente Donald Trump tendió a sobrevalorar la importancia de la lealtad, a menudo elevándola a niveles que fueron descritos por James Comey como “mafiosos” (Comey, 2018). Esta obsesión con la lealtad resultó en la exclusión de individuos asociados con la resistencia contra su candidatura de 2016, conocidos por su oposición al presidente. Trump también desconfió de aquellos vinculados a las presidencias de los Bush, lo que limitó aún más su red de confianza. En su lugar, el presidente optó por rodearse de un grupo cercano de leales de su campaña de 2016, incluso si esto significaba emplear a personas sin experiencia en gobernanza. Steve Bannon, Michael Flynn, Reince Priebus, Kellyanne Conway y Hope Hicks, por ejemplo, pasaron de ser figuras clave en su campaña a ocupar cargos en la Casa Blanca, pero muchos carecían de la experiencia necesaria para gobernar eficazmente.
Los nombramientos de personas como Ivanka Trump y Jared Kushner, aunque ofrecían lealtad familiar, fueron aún más problemáticos debido a su falta de conocimientos en la gestión política y administrativa. En particular, Kushner, quien asumió una gran cantidad de responsabilidades políticas y diplomáticas, rápidamente se convirtió en un símbolo de la inexperiencia de la administración, al recibir un amplio portafolio sin tener la formación adecuada.
A pesar de su enfoque en la lealtad personal, Trump no se limitó a evaluar a sus candidatos por su devoción a él. De forma paradójica, también prestaba atención a la imagen pública, particularmente a aquellos que podían proyectar una imagen favorable en los medios de comunicación, especialmente en la televisión. Esto llevó a decisiones aparentemente superficiales, como rechazar a Jeff Sessions por su estatura, o marginar inicialmente a John Bolton como asesor de seguridad nacional debido a su bigote. Sin embargo, Trump sí mostró una clara preferencia por los generales y sus uniformes, a los que consideraba idóneos para el cargo, como si de un elenco de cine se tratase, una actitud que le valió el apelativo de “agente de casting en jefe” (Grynbaum, 2018).
La falta de experiencia y el exceso de lealtad personal en el proceso de nombramientos resultaron en graves problemas para la administración. La Casa Blanca se convirtió en un entorno disfuncional, con una moral baja y una rotación continua de personal. La tasa de rotación del equipo de alto nivel de Trump fue del 34% durante su primer año, un índice mucho más alto que el de sus predecesores (Tenpas et al., 2018). A pesar de los esfuerzos de Trump por construir un equipo de leales, la falta de experiencia en los puestos clave dificultó la implementación de políticas y la toma de decisiones informadas.
El problema no se limitó a las posiciones más altas, sino que también se extendió a las vacantes en niveles más bajos del gobierno. Trump carecía de una red suficientemente amplia de personas capacitadas y comprometidas con su visión, lo que lo obligó a depender de los contactos dentro de su propio partido, a pesar de su discurso anti-establishment. Esta falta de conexión con operativos políticos establecidos se convirtió en un obstáculo para llenar las vacantes del gobierno federal y, en consecuencia, muchas de estas posiciones fueron ocupadas por figuras con una marcada trayectoria dentro del Partido Republicano, a pesar de los intentos de Trump por desafiar el sistema.
La administración Trump también enfrentó dificultades para atraer y retener talento. El temor a que los futuros empleadores pudieran ver de manera negativa la asociación con la administración Trump disuadió a muchos posibles candidatos altamente calificados. Al mismo tiempo, el excesivo énfasis en la lealtad personal y la exclusión de expertos en favor de figuras leales a Trump creó un círculo vicioso que dificultó la gobernanza efectiva.
Es importante entender que el enfoque de Trump no fue únicamente una cuestión de falta de experiencia, sino también de una visión errónea del papel de la política en su administración. Aunque la lealtad personal es un valor importante en cualquier entorno de liderazgo, su exageración en el contexto político generó más problemas que soluciones. La falta de una ideología coherente y la elección de individuos sin la preparación necesaria para sus funciones cruciales resultaron en una administración que operó a menudo a ciegas, sin el respaldo de expertos y sin la capacidad de llevar a cabo reformas significativas. En lugar de drenar el pantano, como prometió durante su campaña, Trump terminó por fortalecer las estructuras del establishment que decía querer cambiar.

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