Kit saltó a sus pies. "¿Deuce?" le preguntó a la persona frente a él. "Dije, ¿Deuce? ¿Has hablado con él?"
"Supongo," dijo lentamente, "que has venido para decirme que es uno de ellos y que debo hacer algo al respecto."
Minty, con tono burlón, respondió: "Al menos podrías invitar a una dama a tu casa para que podamos hablar del asunto con algo de luz."
Kit dejó ver un poco de su propio temperamento mientras pasaba junto a ella hacia la cabaña. "Siempre hay luz para una dama, pero si esperas un momento, desplegaré la alfombra roja, Su Alteza."
Minty lo siguió, permaneciendo junto a la puerta mientras él prendía una cerilla para encender la lámpara. Cuando ajustó la mecha para evitar que el humo invadiera la habitación, volvió la vista hacia ella. Minty lo observaba en silencio, su mirada profunda y misteriosa, mientras él sentía una extraña emoción al escuchar su tono suave, que no hacía sino remitirlo a Deuce. Minty había llegado debido a los elogios que siempre había recibido de él.
"¿Qué está haciendo ahora?" preguntó Kit, con la mirada fija en el tapete de la mesa. "¿Algo malo?"
"Por el momento no hay nada concreto," respondió Minty, "pero parece haber caído bajo el hechizo de Lita Montez, y con ella todo puede pasar."
Kit soltó un gruñido de alivio. "Siempre ha tenido buen ojo para la belleza," dijo. "Probablemente solo tengas celos."
Minty lo miró, con los ojos ardiendo de rabia. "No es celos," replicó, "y tú bien lo sabes."
“Como un borracho,” se burló Kit. “Cuanto más toma, más sobrio parece.”
La irritación crecía en ella, pero Minty contuvo la impulsividad. "Veo que no te interesa," dijo, y se levantó de la silla.
"¡Siéntate!" ordenó Kit con firmeza. "No me hagas enfurecer. Te gusta Deuce."
Minty volvió a sentarse, aunque su rostro seguía distante. "No lo sé," murmuró con voz baja y pensativa.
Kit fijó la mirada en ella, notando un brillo extraño en sus ojos. "¿Quieres hablar de esta mujer Montez?" preguntó.
La expresión de Minty se oscureció. "Es la hija de Santiago Montez, quien maneja la cantina La Luz. Se sospecha que él sea el líder de la banda Gila, pero nunca se ha comprobado. Es un grupo pequeño, y nadie sabe realmente quiénes son. Pero ahora Deuce pasa mucho tiempo en la cantina con Lita, y por eso han comenzado los rumores. La gente es rápida para juzgar, aunque no haya pruebas. Pensé que tal vez podrías hablar con él antes de que se meta en un lío."
Kit se quedó callado por un momento, su mente trabajando rápidamente. "No me gustan las habladurías," dijo finalmente, "pero si hay algo que pueda hacer, prefiero verlo con mis propios ojos."
Se levantó de la mesa y fue hacia una pared, donde se ató el revólver a la pierna. Minty lo observaba en silencio, el brillo de las estrellas reflejándose en su rostro de manera extraña, como si sus pensamientos y los de él estuvieran en perfecta sintonía.
Cuando Kit se acercó a la puerta, Minty lo siguió en silencio. El aire de la noche estaba lleno de olores frescos y el crujir de las piedras bajo los cascos de los caballos. El brillo de las estrellas en el cielo y el contraste de la oscuridad con las luces tenues de la cantina creaban una atmósfera que parecía estar hecha para la reflexión, para los secretos que aún no se habían dicho.
Llegaron a la cantina La Luz. La luz amarilla de las lámparas se filtraba a través de las ventanas, creando sombras inquietantes. Kit detuvo su caballo frente al establecimiento, pero Minty no se movió. "¿Por qué no te vas a casa?" preguntó Kit, su tono grave.
Minty lo miró con una sonrisa burlona. "¿Te preocupas por mí?"
"No me gustan los problemas innecesarios," dijo Kit. "Pero si insistes, adelante. Haz lo que quieras."
Minty lo observó con una mirada que parecía decir más de lo que sus palabras podían expresar. Finalmente, dio un suspiro y se bajó del caballo. "Si quieres saber algo de Deuce," dijo con voz desafiante, "serás tú quien lo descubra, no yo."
Dentro de la cantina, el aire era espeso con el olor a tequila y cerveza rancia. Dos hombres dormían en una esquina, envueltos en sus serapes. La música suave de un guitarrista mexicano flotaba en el aire, pero Kit no estaba allí para disfrutarla. Sabía que algo no estaba bien, que el destino de Deuce y Lita Montez estaba entrelazado de una manera peligrosa, y si no actuaba rápido, las consecuencias podrían ser irreversibles.
Con una mirada de furia, Minty pasó junto a él y se acercó a la barra. Kit no podía quitarle los ojos de encima. Sabía que en este juego de sombras y misterios, ella era tan parte de la trama como él. Pero su corazón, herido por las traiciones pasadas, no estaba dispuesto a ceder a los caprichos del destino. Deuce tendría que enfrentarse a la verdad, no importaba cuánto le costara.
Es importante destacar que lo que está en juego aquí no es solo la lealtad de los personajes o el destino de Deuce, sino la manera en que cada uno de ellos se enfrenta a sus propios demonios. Minty, a pesar de su dureza exterior, sigue atrapada en un conflicto emocional, un tira y afloja entre su afecto por Deuce y la realidad que vive en la frontera de este mundo violento. Kit, por otro lado, tiene una visión pragmática del mundo, aunque las emociones que despierta Minty lo ponen en una posición incómoda. La tensión entre ellos es palpable, y lo que podría parecer una confrontación entre dos mundos, es en realidad una batalla interna sobre lo que realmente significa el sacrificio y la lealtad.
¿Qué significa ser un hombre de ley en un mundo sin leyes?
Menifee levantó la vista, sostuvo la mirada con una evaluación casual de Toney, quien se encontraba en una postura relajada, casi como si intentara deshacerse de la tensión acumulada, un reflejo de la tranquilidad tensa que dominaba el lugar. El hombre, un mariscal de hierro en su propio derecho, parecía dispuesto a cualquier cosa, su rostro serio, casi solemne, como si el peso de sus decisiones se reflejara en su mirada fija, mientras las pulsaciones de sus sienes evidenciaban la calma rota por la violencia inminente.
En ese silencio, se dejó oír el crujido metálico de la concha que caía al suelo, una distracción momentánea que se desvaneció ante la presencia de los hombres que rodeaban la sala. Menifee, sentado con un control absoluto, no movió un músculo, sin un ápice de emoción. La calma de su rostro, casi sin expresión, contrastaba con la tensión del ambiente. Su voz, baja pero precisa, se alzó al hablar. “Gracias por tu intervención oportuna hoy, Toney. Sin ella, esa situación habría sido... desagradable”. Cada palabra parecía medir el tiempo entre un suspiro y otro, como si estuviera calculando cada uno de los movimientos del hombre frente a él.
Toney, imperturbable, no respondió de inmediato. En lugar de ello, sus ojos se desplazaron brevemente hacia el balcón, desde donde emergían los hombres del recinto, todos con armas listas, hombres de confianza de Menifee. La gente del lugar, los bouncers, guardias de su propio territorio, ocupaban el espacio como una sombra de la autoridad que él representaba. El aire estaba cargado, impregnado con el olor a pólvora y peligro.
La conversación continuó, con Menifee observando cada gesto de Toney, cada palabra, cada respiración. El tono de Toney, siempre desafiante, dejó en claro que sabía mucho más de lo que Menifee estaba dispuesto a admitir. “¿Sabías que la mafia de Dragoon está a punto de reventar todo esto?”, dijo Toney, mientras señalaba hacia el horizonte, al mismo tiempo que su voz se mantenía firme. La amenaza no estaba en las palabras, sino en la forma en que se las decía, con una serenidad que evidenciaba su conocimiento de lo que estaba en juego.
Menifee, por primera vez en toda la conversación, dejó que sus ojos mostraran una grieta en su máscara de indiferencia. Sin embargo, no respondió, sus dedos tocando la mesa con una ligera presión, como si dudara si debía ceder ante la verdad que lo estaba alcanzando o seguir aferrado a la ilusión de control que había cultivado durante años. Con un resoplido, como si finalmente aceptara el hecho de que las fuerzas fuera de su control comenzaban a apoderarse de la situación, se inclinó hacia atrás, mientras Toney, en una acción despreocupada, ajustaba su pistola en la funda.
“Este lugar está rodeado”, dijo Toney al fin, con una calma que contrastaba con la gravedad de sus palabras. “Los reformistas han cerrado el cerco. No importa cuántos hombres tengas aquí. Dragoon no será el mismo. Esta ciudad no podrá seguir siendo el refugio que fue”. El sonido de la mina en el horizonte, casi como una advertencia, dejó claro que la calma antes de la tormenta ya había pasado. El destino de la ciudad, y de Menifee, estaba sellado.
Las últimas palabras de Toney no dejaban lugar a dudas. "Este es un final que tú mismo has forjado, Menifee. Nadie puede escapar de lo que ha creado".
En medio de la tensión, los hombres de Menifee se movieron, pero con una descoordinación que dejó ver su inseguridad. Los disparos fueron casi simultáneos, una ráfaga de violencia que rasgó el aire, pero fue insuficiente para cambiar el curso de lo que ya era inevitable. La revelación de que Menifee ya no controlaba la situación lo golpeó como una verdad amarga. Había sido un hombre de ley en un mundo sin ella, y ahora enfrentaba las consecuencias de vivir en un reino donde la moral y la justicia no eran más que conceptos olvidados.
Este tipo de hombres, aquellos que creen que pueden gobernar todo con la violencia y el poder, no pueden comprender que, al final, son las circunstancias las que los superan. El control absoluto es una ilusión, especialmente en un mundo donde la ley se desdibuja y lo único que persiste es la violencia de la supervivencia. Toney, con su mirada fija en Menifee, parecía entender esto mucho mejor que su adversario. Mientras se retiraba del lugar, sabía que la verdadera batalla no era contra los hombres, sino contra los fantasmas del pasado que todos ellos cargaban.
Es crucial comprender que el conflicto aquí no solo es físico, sino también psicológico. Menifee y Toney representan dos extremos de una misma moneda: uno que se aferra al poder y la tradición, y otro que, al reconocer la fragilidad de su posición, opta por adaptarse al cambio, aunque esto implique desafiar las normas que ha seguido durante toda su vida. La verdadera lección de esta historia no se encuentra en el enfrentamiento directo, sino en cómo cada personaje enfrenta sus propios demonios internos, aquellos que los definen más que sus armas o su control sobre los demás.
¿Cómo el aceite y la traición cambiaron el destino de los hidalgos en Sonora?
El negocio del petróleo en Sonora, lejos de ser una simple oportunidad económica, se convirtió en el epicentro de una disputa peligrosa que arrastró a los hidalgos hacia un camino de traición y muerte. Don Roberto Aguierra y Torreón, un hombre orgulloso, inteligente y valiente, se encontraba en el centro de esa tormenta. La propuesta del americano Trask, un hombre de dinero y poder, parecía demasiado atractiva para ignorarla: un contrato para perforar pozos de petróleo en las haciendas de los Dons, con la promesa de una generosa comisión. Sin embargo, lo que parecía una solución para la creciente opresión del Gobernador Armandez, pronto se convirtió en una trampa mortal.
La lógica detrás de la oferta de Trask era clara: el gobernador Armandez, con su ambición desmesurada, había estado despojando a los hidalgos de sus tierras bajo cualquier pretexto. La explotación del petróleo podría no solo enriquecer a los Dons, sino también debilitando la opresión del gobernador. Pero algo esencial se pasaba por alto: este tipo de negocio no solo desafiaba las autoridades, sino que directamente amenazaba el poder absoluto que Armandez había logrado construir.
Don Roberto, a pesar de sus dudas iniciales, decidió apostar por el futuro de los Dons, presentando la propuesta a sus compañeros en la Hacienda del Oro. Sin embargo, la división entre ellos era evidente. Algunos vieron en el acuerdo una oportunidad para recuperar su poder perdido, mientras que otros, temerosos de las consecuencias, dudaban en arriesgarlo todo por una apuesta incierta. La aparición inesperada del Coronel Riega, aliado cercano del gobernador, puso fin a la discusión. Con una fuerza arrolladora, Riega arrestó a Don Roberto y a sus compañeros, acusándolos de traición. En una macabra actuación de justicia, la decisión fue rápida: Don Roberto fue sentenciado a muerte, y sus amigos a la confiscación de sus tierras y exilio.
A medida que el carruaje avanzaba por las calles de Sonora, Don Roberto reflexionaba sobre su situación. Recordaba el primer momento en que escuchó la propuesta de Trask, sintiendo en ese entonces que era un riesgo que podría cambiar el destino de todos. Ahora, mientras se dirigía al que creía ser su final, entendía que ese riesgo había sido fatal. Los hidalgos, más que simples terratenientes, eran los últimos vestigios de una nobleza que, aunque antiquísima, todavía mantenía una dignidad que los conectaba con las raíces de la región. Su caída no solo representaba la derrota de una clase social, sino también la consolidación de un poder absoluto que marcaba el inicio de una nueva era en Sonora.
El sacrificio de Don Roberto y sus amigos no fue en vano. Aunque su lucha no logró el objetivo final de liberar a los Dons de la tiranía del gobernador, su historia resonó como un símbolo de resistencia. El temor que Armandez sentía al ver un resurgir de los hidalgos, tan arraigados en la tierra y la tradición, indicaba que, a pesar de su poder, la rebelión nunca podría ser completamente suprimida. A través de la traición, la muerte y la lucha por el control del petróleo, el destino de Sonora estaba marcado por las mismas fuerzas que definían la historia del país: poder, traición y una constante búsqueda de justicia, aunque a veces esta llegara demasiado tarde.
Es importante recordar que el petróleo, como recurso estratégico, no solo tiene el poder de transformar economías, sino también de desestabilizar gobiernos y alterar el curso de la historia. La lección de los Dons de Sonora es clara: el poder económico puede ser tan peligroso como el poder político, y quienes buscan controlarlo deben ser conscientes de las consecuencias que pueden desencadenarse.
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