La otitis media aguda (OMA) es una inflamación de inicio reciente de la mucosa que recubre la cavidad del oído medio, que puede afectar la trompa de Eustaquio, la cavidad timpánica y el antrum mastoideo. En casos graves, si la infección se extiende a la mastoiditis, se diagnostica una complicación. En su forma más sencilla, la OMA no compromete la integridad del tímpano y no hay propagación de la infección, mientras que en casos complicados se puede observar la perforación del tímpano y un mayor riesgo de propagación de la infección.

El mayor porcentaje de OMA ocurre en niños menores de 3 años, siendo más común entre los 6 y 7 meses de vida. Es importante destacar que la OMA es la principal causa de prescripción de antibióticos en niños pequeños, especialmente en países como los Estados Unidos. Aunque no existe una causa única, varios factores predisponentes influyen en el desarrollo de la OMA. El tabaquismo pasivo, el asistir a guarderías a una edad temprana, el uso de chupetes y la alimentación exclusiva con leche materna son factores que aumentan el riesgo. La leche materna, por el contrario, parece actuar como un factor protector contra los episodios recurrentes de OMA.

Existen dos formas principales de OMA: viral y bacteriana. La OMA viral suele asociarse con infecciones respiratorias, y los virus más comunes son el virus sincitial respiratorio (VSR), el rinovirus humano, el coronavirus humano y el virus de la influenza. En comparación, la OMA bacteriana es generalmente causada por organismos piógenos como Streptococcus pneumoniae, Haemophilus influenzae y Moraxella catarrhalis. Aunque la infección bacteriana puede ser más grave, las infecciones virales suelen tener un curso menos complicado. Sin embargo, una infección viral puede convertirse en una sobreinfección bacteriana, lo que complica aún más el tratamiento.

El diagnóstico temprano de OMA es crucial. Los niños pequeños suelen manifestar incomodidad tocándose las orejas o quejándose de dolor, y un examen físico revela un tímpano retraído que puede ser de color rosado y estar acompañado de una efusión en el oído medio. En los primeros estadios, la inflamación de la trompa de Eustaquio impide el drenaje adecuado, lo que favorece la acumulación de fluido y exudado en el oído medio, lo que contribuye al dolor y la posible pérdida de audición temporal.

El tratamiento de la OMA depende de la etiología. Para las infecciones bacterianas, el tratamiento estándar es con antibióticos como la amoxicilina, mientras que en pacientes con alergias a la penicilina, se opta por antibióticos alternativos como la eritromicina o la azitromicina. En casos recurrentes, es posible que se necesiten tratamientos más agresivos o incluso procedimientos quirúrgicos para drenar el líquido y evitar complicaciones adicionales. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la OMA viral se resuelve por sí sola sin la necesidad de antibióticos.

Es importante considerar la relación entre OMA y la audición en niños. La pérdida auditiva temporal asociada con la OMA, que puede ser de hasta 30 dB, es una de las principales preocupaciones en los niños pequeños. Aunque la mayoría de los casos de OMA se resuelven sin consecuencias a largo plazo, la recurrencia frecuente de la enfermedad puede tener efectos duraderos en el desarrollo auditivo y el lenguaje. Es fundamental la monitorización temprana de los niños con antecedentes de OMA recurrente, ya que estos niños pueden ser más propensos a desarrollar pérdida auditiva permanente si no se manejan adecuadamente.

Además, los niños con anomalías craniofaciales, como el síndrome de Down o el paladar hendido, tienen un mayor riesgo de padecer OMA recurrente, lo que agrava el riesgo de complicaciones auditivas. En estos casos, es crucial un enfoque multidisciplinario que involucre a pediatras, otorrinolaringólogos y otros especialistas para garantizar una evaluación exhaustiva de la salud auditiva del niño.

Si bien el tratamiento adecuado de la OMA es esencial, no se debe subestimar la importancia de la prevención. La vacunación contra el neumococo y la influenza, el control del tabaquismo en el hogar, el fomento de la lactancia materna y la reducción de la exposición a ambientes con alta concentración de virus y bacterias son medidas preventivas que pueden reducir significativamente el riesgo de desarrollar OMA en la infancia.

Además, es crucial que los padres y cuidadores estén informados sobre los signos y síntomas de la OMA, para poder actuar rápidamente y evitar complicaciones. Un diagnóstico temprano y un tratamiento adecuado pueden minimizar las consecuencias de la enfermedad y asegurar el desarrollo normal de la audición en los niños.

¿Cómo abordar el tratamiento de los traumatismos nasales y faciales?

Los traumatismos nasales y faciales son frecuentes y tienen múltiples orígenes: accidentes de tráfico, lesiones deportivas, caídas o agresiones. Estos incidentes pueden involucrar desde heridas superficiales hasta fracturas complejas, afectando no solo la estructura ósea y cartilaginosa, sino también la función respiratoria y sensorial. El diagnóstico y tratamiento oportuno son esenciales para evitar complicaciones a largo plazo y restablecer tanto la estética como la funcionalidad del rostro.

El proceso de evaluación inicial debe centrarse en un examen exhaustivo. Para los traumatismos faciales, se debe evaluar la alineación ósea, la integridad de los cartílagos, la función nasal y ocular, y la presencia de hematomas o fracturas visibles. En los casos de fracturas nasales, es clave determinar el patrón y la gravedad de la lesión. Las fracturas nasales pueden clasificarse según su desplazamiento: desde una desviación mínima hasta un desplazamiento total de los huesos nasales que afecta tanto a la estructura ósea como a los tejidos cartilaginosos.

Las fracturas nasales se clasifican generalmente en tres tipos:

  1. Fractura de Chevallet (Clase 1): Suele ser causada por un golpe directo en la parte anterior de la nariz, causando una depresión o desplazamiento de la porción distal del hueso nasal.

  2. Fractura de Jarjaway (Clase 2): En esta lesión, el traumatismo lateral provoca una desviación de la pirámide nasal y una fractura horizontal o en forma de "C" del tabique nasal.

  3. Fractura compleja (Clase 3): Se trata de un traumatismo de alta energía que puede afectar la base del cráneo, con desplazamiento de la nariz hacia el rostro, lo que genera una deformidad tipo silla de montar y puede acompañarse de una rotación de las narinas.

El manejo de estas lesiones debe realizarse dentro de un periodo adecuado, siendo ideal intervenir en las primeras 72 horas, cuando la inflamación aún no ha impedido una reducción adecuada de las fracturas. A partir de ese momento, el tratamiento conservador, como la reducción cerrada, puede volverse menos efectivo debido a la consolidación ósea parcial. En casos más graves, la cirugía abierta puede ser necesaria, especialmente cuando hay un desplazamiento importante de las estructuras nasales o fracturas múltiples que no responden a técnicas menos invasivas.

En la evaluación de cualquier fractura nasal, deben considerarse las posibles complicaciones. Entre ellas, la epistaxis traumática es una de las más comunes. El sangrado generalmente se resuelve con medidas conservadoras, aunque en casos graves puede requerir intervención quirúrgica para controlar la hemorragia. La fuga de líquido cefalorraquídeo (LCR) también es una preocupación seria en traumatismos nasales que involucren la placa cribosa o áreas cercanas a la base del cráneo. En estos casos, la presencia de rinorrea acuosa y pruebas positivas para β2-transferrina son indicativos de una fuga de LCR, lo cual puede requerir atención especializada para prevenir complicaciones como la meningitis.

El tratamiento de las fracturas nasales incluye el uso de analgésicos y el control de la inflamación con hielo y elevación de la cabeza. Es crucial que el paciente reciba atención inmediata si presenta fracturas abiertas o graves, ya que la manipulación incorrecta puede empeorar la deformidad o aumentar el riesgo de infección. En cuanto a las fracturas simples, la reducción digital cerrada se realiza con anestesia local y puede ser seguida de inmovilización con férulas o vendajes.

A lo largo del proceso, la fotografía juega un papel importante para documentar el estado inicial y permitir comparaciones a lo largo del tratamiento. Las imágenes radiográficas, en caso de sospecha de fracturas adicionales o complicaciones, son útiles para confirmar la extensión de las lesiones. En situaciones complejas, la tomografía computarizada (TC) es esencial para una evaluación detallada y para planificar intervenciones quirúrgicas.

Los pacientes deben ser monitoreados durante el proceso de recuperación. Si bien la mayoría de las fracturas nasales se manejan de forma conservadora, es posible que algunos requieran cirugía reconstructiva posterior, como una septoplastia o septorrinoplastia, para corregir deformidades significativas que afecten tanto la función como la estética. Esta intervención suele realizarse una vez que la inflamación ha disminuido, por lo general, alrededor de seis meses después de la lesión.

Es fundamental que los profesionales médicos consideren la historia clínica completa del paciente, ya que factores como la presencia de infecciones, enfermedades previas o el uso de medicamentos pueden influir en la elección del tratamiento. Igualmente, se debe tener en cuenta la evaluación de la función respiratoria y olfativa, ya que la obstrucción nasal prolongada o la alteración del sentido del olfato pueden ser indicios de una lesión más grave del tabique nasal o de las estructuras internas.

En resumen, el tratamiento de las fracturas nasales y faciales no solo se enfoca en corregir la alineación ósea, sino también en restaurar la funcionalidad nasal y facial del paciente. El manejo adecuado de la lesión inicial, el seguimiento constante y la posible intervención quirúrgica en el futuro son claves para una recuperación exitosa y para evitar secuelas estéticas y funcionales a largo plazo.

¿Cómo se estructura y qué función tiene la cavidad nasal y los senos paranasales?

La cavidad nasal se extiende desde las fosas nasales en su porción anterior hasta las coanas en su extremo posterior, donde se conecta con la nasofaringe. Esta cavidad está dividida en dos pasajes por el tabique nasal, una estructura ósea y cartilaginosa que forma la pared medial de la cavidad nasal. El tabique nasal está compuesto por una porción membranosa anterior, un segmento cartilaginoso (cartílago cuadrilátero) y segmentos óseos que incluyen la placa perpendicular del etmoides, el vómer y las crestas nasales del maxilar y los huesos palatinos. La articulación de estos componentes es crucial para la función y la estética de la nariz. En la base del tabique, los crura mediales de los cartílagos laterales inferiores se fijan al tabique membranoso, lo que proporciona soporte estructural a la punta de la nariz.

El cartílago cuadrilátero en la parte superior se fusiona con los cartílagos laterales superiores, lo que contribuye a la proyección y altura del tercio medio de la nariz. Un área importante en la anatomía nasal es el “área clave” que representa la unión entre el cartílago cuadrilátero y la placa perpendicular del etmoides. Esta región tiene un gran significado tanto estético como funcional, ya que brinda soporte y proyección a la parte superior y media de la nariz. Cuando se interrumpe esta continuidad, por ejemplo, debido a deformidades como la nariz en silla de montar, la estética y la funcionalidad de la nariz se ven comprometidas, lo que puede resultar en problemas respiratorios y una alteración en la simetría facial.

La pared lateral de la cavidad nasal está principalmente formada por el maxilar, con contribuciones de la placa perpendicular del hueso palatino y la placa medial de la pterigoides en su parte posterior. En la parte anterior de la pared lateral, los huesos nasales y los cartílagos laterales superiores forman la válvula nasal interna, que es clave para el funcionamiento adecuado de la respiración. A lo largo de esta pared lateral se encuentran tres prominencias llamadas cornetes: inferior, medio y superior, que se desarrollan a partir de proyecciones mediales del complejo etmoidal. A veces puede encontrarse un cuarto cornete, conocido como cornete supremo.

Los espacios ubicados lateralmente a los cornetes se denominan meatos. El cornete inferior se desarrolla como un hueso independiente, mientras que los cornetes medio, superior y supremo son proyecciones de la estructura etmoidal. El meato inferior, que se encuentra lateral al cornete inferior, tiene una relevancia clínica importante, pues es donde se abre el conducto nasolagrimal. El cornete medio, por su parte, tiene una configuración compleja y actúa como un punto de referencia esencial en la cirugía de los senos paranasales. Su orientación varía a lo largo de tres planos y se puede dividir esquemáticamente en tres partes: una parte anterior que corre en un plano sagital, una parte media en un plano coronal, y una parte posterior que se encuentra en un plano axial.

La irrigación sanguínea de la cavidad nasal y el tabique nasal proviene principalmente de ramas de la arteria esfenopalatina, con contribuciones de las arterias etmoidal anterior y posterior, la arteria palatina mayor y la arteria labial superior. Estas arterias forman un plexo, conocido como el plexo de Kesselbach, en el área anterior del tabique nasal (el área de Little), que es el sitio más común de los episodios de epistaxis anterior. La inervación de la cavidad nasal es suministrada por el nervio nasociliar, rama del nervio etmoidal anterior, y por ramas del ganglio pterigopalatino, así como los nervios palatinos anteriores.

En cuanto a la linfa, el drenaje se realiza principalmente a través de los ganglios submandibulares en la parte anterior de la cavidad nasal y, en menor medida, a los ganglios retrofaríngeos y los ganglios cervicales profundos superiores. La circulación y la drenaje venoso de la nariz son esenciales para el mantenimiento de la función respiratoria y la prevención de infecciones. En particular, la vena angular y las venas oftálmicas juegan un papel destacado en la evacuación venosa de la nariz. Las venas de la pared lateral de la cavidad nasal se interconectan con el sistema etmoidal anterior y finalmente drenan hacia el seno cavernoso, lo que tiene implicaciones clínicas en condiciones como la sinusitis.

Dentro de los senos paranasales, el seno etmoidal es uno de los más importantes y está compuesto por una serie de células de aire, que pueden ser tan numerosas como 18. Estas células se agrupan en los grupos etmoidales anteriores y posteriores, dependiendo de su relación con la lámina basal del cornete medio. La cirugía de los senos paranasales debe tener en cuenta la anatomía detallada de estas células, ya que la proximidad del techo del seno etmoidal al cráneo y la separación de la lámina papirácea que lo limita lateralmente son de gran relevancia durante la intervención quirúrgica.

Es importante comprender que la correcta anatomía de la cavidad nasal y los senos paranasales no solo tiene implicaciones estéticas, sino también funcionales. El funcionamiento adecuado de las válvulas nasales y la correcta circulación de las venas y los vasos linfáticos son cruciales para la respiración eficiente. Además, cualquier alteración en la anatomía, ya sea debido a traumas, deformidades congénitas o enfermedades, puede afectar de manera significativa tanto la respiración como la estética facial.

¿Cómo las tecnologías de diagnóstico pueden mejorar la evaluación de la función laríngea?

La evolución de las tecnologías diagnósticas en otorrinolaringología ha permitido avances significativos en la evaluación y tratamiento de diversas patologías relacionadas con la laringe y las vías aéreas superiores. Entre las técnicas más innovadoras se encuentra la Imágenes de Banda Estrecha (NBI, por sus siglas en inglés), que ha demostrado ser útil en la identificación de patrones vasculares anormales asociados a tumores malignos en la laringe y otros tractos aerodigestivos superiores (UADT). Esta tecnología es capaz de resaltar la neoangiogénesis en lesiones, un hallazgo crucial en la detección temprana de cáncer, al permitir la visualización de vasos sanguíneos submucosos de forma detallada.

El uso de filtros ópticos aplicados a un nasoendoscopio flexible permite que la luz blanca estándar se limite a dos bandas específicas: una a 415 nm (400-430 nm) y otra a 540 nm (525-555 nm). Este tipo de iluminación restringida facilita la observación precisa de las estructuras mucosas, permitiendo a los profesionales diferenciar entre las áreas normales y las patológicas. Sin embargo, uno de los retos de esta tecnología es la interpretación de los clips de grabación, ya que incluso un fragmento de dos segundos de duración puede requerir un análisis extenso, que puede tardar varios minutos en su visualización completa. Además, elegir el momento exacto del clip para realizar el análisis es un tema debatido, con algunos clínicos prefiriendo utilizar el inicio de la fonación, mientras que otros optan por analizar la fase de vibración estable.

A pesar de las limitaciones, la combinación de NBI con endoscopia de luz blanca y vídeo de alta definición ha mostrado ser una herramienta invaluable en el diagnóstico, la vigilancia y la planificación quirúrgica de tumores laríngeos y otros cánceres del tracto aerodigestivo superior. El uso de estas tecnologías ha dado lugar a la creación de sistemas de clasificación para apoyar los diagnósticos y ha sido incluida en varias guías clínicas para el manejo de estos tipos de cáncer. Sin embargo, para obtener una interpretación clínica precisa de los resultados obtenidos con NBI, es necesario contar con experiencia y formación especializada, ya que las alteraciones crónicas por cirugía o radioterapia pueden dificultar la diferenciación de la neoangiogénesis maligna.

En cuanto a la electromiografía (EMG), esta técnica se utiliza para medir la actividad eléctrica de los músculos laríngeos, proporcionando señales visuales y acústicas que permiten a los neurofisiólogos diferenciar entre un músculo normal, denervado o en proceso de reinervación. Aunque la técnica de EMG es útil para diferenciar la parálisis laríngea de una fijación mecánica o de otros trastornos, su aplicación en los músculos laríngeos sigue siendo un desafío técnico. Los electrodos, que incluyen agujas monopolares y concéntricas, se insertan en los músculos laríngeos, y la interpretación del señal debe realizarse por un especialista experimentado para garantizar su precisión. Esta técnica tiene aplicaciones en el diagnóstico de enfermedades neurológicas, como la miastenia gravis y la esclerosis lateral amiotrófica, así como en el monitoreo intraoperatorio de nervios, especialmente durante cirugías tiroideas.

El ultrasonido, por otro lado, tiene aplicaciones limitadas en la laringe debido a la naturaleza cartilaginosa de su estructura, que refleja el sonido y dificulta la visualización interna. Sin embargo, en pacientes pediátricos o en aquellos casos donde la visualización dinámica es difícil, el ultrasonido de alta frecuencia y alta resolución puede ser útil para evaluar la movilidad de las cuerdas vocales. Además, puede asistir en la citología por aguja fina de nódulos tiroideos o en la biopsia de ganglios linfáticos en pacientes con cáncer laríngeo avanzado.

La radiografía, aunque menos utilizada en la práctica moderna, sigue siendo una herramienta útil en la detección de cuerpos extraños, la evaluación del grosor del tejido retrofaríngeo y la identificación de aire en los planos tisulares debido a perforaciones o trauma. También es útil en la identificación de calcificaciones en los cartílagos laríngeos, que pueden simular cuerpos extraños. A pesar de su utilidad, la radiografía tiene limitaciones en cuanto a la definición de tejidos blandos en comparación con la tomografía computarizada (TC) o la resonancia magnética (RM).

En cuanto a las tecnologías avanzadas de imagen, la tomografía computarizada (TC) y la resonancia magnética (RM) han ganado popularidad por su capacidad de ofrecer imágenes detalladas de los tejidos blandos. La TC es particularmente útil para evaluar estructuras de la vía aérea superior, aunque implica radiación y puede verse afectada por artefactos, como los causados por restauraciones dentales. La RM, por su parte, ofrece una resolución superior para los tejidos blandos, lo que la hace más precisa para el análisis de lesiones en los tejidos laríngeos.

Al analizar el conjunto de estas tecnologías, es crucial entender que cada una de ellas tiene sus limitaciones y fortalezas. La correcta integración de diversas herramientas diagnósticas, como NBI, EMG, ultrasonido, radiografía y TC, junto con un enfoque clínico experimentado, es fundamental para proporcionar un diagnóstico más preciso y, en última instancia, para mejorar la calidad del tratamiento de los pacientes con afecciones laríngeas y de vías respiratorias superiores.

¿Cómo abordar la obstrucción de las vías respiratorias en adultos con epiglotitis aguda?

La obstrucción de las vías respiratorias en adultos, especialmente en casos de epiglotitis aguda, es un desafío crítico que debe manejarse con rapidez y precisión. A diferencia de los niños, en quienes la evaluación de la faringe y la laringe debe realizarse bajo anestesia general, en los adultos esto puede hacerse de forma segura mientras el paciente está despierto. Este enfoque requiere de una valoración cuidadosa, ya que la obstrucción completa de las vías respiratorias es un riesgo significativo. En este contexto, el uso de sedantes, opioides y anestesia tópica debe evitarse, ya que pueden precipitar una obstrucción total de las vías respiratorias.

Una vez que la vía aérea está asegurada en el quirófano, se puede proceder a realizar una laringoscopia directa y una faringoscopia. Para este procedimiento, es preferible utilizar un endoscopio nasofibroscópico. Además, es fundamental tomar muestras para microbiología, como un hisopo de la epiglotis y cultivos sanguíneos, antes de iniciar la administración de antibióticos intravenosos. La terapia médica se inicia tan pronto como se establece el diagnóstico, y generalmente incluye oxígeno, adrenalina nebulizada 1:1000 (5 mL), corticosteroides intravenosos y antibióticos intravenosos. En muchos casos, se emplea un antibiótico de tercera generación como cefalosporinas, que cubre un amplio espectro de patógenos.

En algunos pacientes, el uso de heliox —una mezcla gaseosa compuesta por 79% de helio y 21% de oxígeno— también puede ser beneficioso. Este gas tiene una densidad más ligera que el oxígeno, lo que facilita el flujo del gas a través de una vía respiratoria estrechada. Sin embargo, es importante recordar que una concentración de oxígeno superior al 21% no puede ser administrada a través de heliox. La adrenalina nebulizada, por su parte, ofrece un alivio rápido y temporal de la obstrucción de las vías respiratorias al inducir vasoconstricción en la mucosa inflamada y edematosa. No obstante, este efecto adrenergico tiene un rebote: tan pronto como desaparece, la mucosa se vuelve hiperémica y edematosa, lo que puede empeorar la obstrucción.

La monitorización de los pacientes adultos debe realizarse de manera estrecha en unidades de alta dependencia, ya que la obstrucción de las vías respiratorias puede deteriorarse rápidamente, incluso cuando no se considera necesario intervenir de manera inmediata. La laringoscopia diaria, tanto directa como a través de fibra óptica, se utiliza para evaluar la mejoría y para detectar la formación de abscesos en la epiglotis. Por lo general, la extubación es segura entre 48 y 72 horas después de la intubación, siempre que la terapia médica haya sido efectiva.

Es imperativo que los cirujanos y anestesiólogos colaboren estrechamente para evaluar la situación del paciente y acordar una estrategia conjunta para asegurar la vía aérea en el quirófano. Este proceso debe realizarse de la manera más rápida y segura posible. En situaciones en las que la intubación traqueal sea difícil o incierta, se recomienda una traqueostomía con anestesia local en un paciente despierto. Si la intubación traqueal es probable que sea exitosa y segura, debe llevarse a cabo en un paciente anestesiado. Sin embargo, la parálisis del paciente, para facilitar la intubación endotraqueal, puede comprometer la tonicidad de la vía aérea y dificultar la ventilación.

El manejo de la epiglotitis aguda en adultos también puede verse complicado por otras condiciones, como la pericondritis laríngea, que rara vez se presenta pero puede ocurrir meses o incluso años después de la radioterapia para el tratamiento de un carcinoma laríngeo. Los pacientes con esta condición suelen experimentar dolor de garganta severo, disfonía, disfagia y estridor. La laringoscopia por fibra óptica puede mostrar enrojecimiento y edema de la mucosa laríngea, mientras que las imágenes de tomografía computarizada pueden revelar lesiones o fracturas en el cartílago laríngeo.

En estos casos, la administración de antibióticos intravenosos y corticosteroides es crucial, y si la obstrucción de las vías respiratorias es significativa, se realiza una traqueostomía. Si se observa una fractura laríngea o daño a la estructura de la laringe debido a un traumatismo, es esencial realizar una evaluación minuciosa mediante una tomografía computarizada y laringoscopia para confirmar el diagnóstico y planificar el tratamiento adecuado.

Además de la intervención médica, el manejo de los pacientes con estas afecciones debe incluir una vigilancia constante y, en algunos casos, intervenciones quirúrgicas. El tratamiento definitivo puede involucrar una laringectomía total con restauración quirúrgica primaria de la voz si el paciente se vuelve dependiente de la traqueostomía y la alimentación enteral.