El cambio climático es uno de los desafíos más críticos a los que se enfrenta la humanidad en el siglo XXI. Los principales contribuyentes al aumento de dióxido de carbono en la atmósfera son las industrias, los sectores militares y los proveedores de energía que dependen de la quema de carbón. Fomentar que estas industrias y naciones, responsables de grandes cantidades de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), reduzcan sus emisiones podría marcar la diferencia en las tendencias de calentamiento climático observadas y predichas por los científicos. Sin embargo, este enfoque se ve complementado por la necesidad de buscar soluciones innovadoras que permitan mitigar los efectos ya en curso.
El concepto de ingeniería climática, o geoingeniería, ha surgido como una respuesta potencial al calentamiento global. Esta disciplina aboga por el uso de la tecnología para modificar las condiciones climáticas de la Tierra, proponiendo dos vías principales de acción: capturar el carbono o controlar la radiación solar que llega a la atmósfera. Entre las ideas más destacadas se encuentran:
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Pintar techos y otras superficies de colores claros, como el blanco, para aumentar el albedo, es decir, la reflexión de la energía solar.
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Capturar carbono del aire mediante filtros especiales y almacenarlo de nuevo en la Tierra.
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Construir pantallas solares o espejos reflectantes fuera de la atmósfera terrestre para reducir la radiación solar entrante.
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Añadir hierro al océano para que pueda absorber más carbono y almacenarlo como sedimento en el fondo marino.
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Crear una "erupción volcánica artificial" que llene la atmósfera superior con partículas de azufre, creando una neblina que bloquee la luz solar.
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Instalar tuberías en el océano para ayudar a circular agua más fría desde las profundidades del océano.
Estas propuestas van desde las más simples, como la pintura de techos, hasta las más complejas y potencialmente extravagantes, como la creación de una pantalla solar a escala planetaria. Si bien algunas de estas ideas, como la pintura de techos, parecen inofensivas y de bajo costo, la mayoría de las soluciones más ambiciosas aún no han sido probadas a gran escala, y sus efectos a largo plazo en el clima y los ecosistemas terrestres siguen siendo inciertos. Los científicos advierten que aunque algunas de estas intervenciones podrían ser efectivas, los riesgos inherentes y las consecuencias no deseadas deben ser cuidadosamente evaluados antes de implementarlas de manera global.
Simultáneamente, es fundamental reconocer que el cambio climático ya está en marcha, y que las sociedades humanas deben adaptarse a un clima que nunca antes hemos experimentado. Adaptarse al cambio climático implica conservar los recursos disponibles y encontrar nuevas fuentes para satisfacer las necesidades humanas. Esto no solo está relacionado con la mitigación de las emisiones, sino también con la capacidad de adaptación y la sostenibilidad. A medida que el clima cambia, es probable que la humanidad deba ajustar sus infraestructuras y sistemas para sobrevivir en un entorno cambiante. Algunas de las medidas de adaptación necesarias incluyen:
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Aumentar la eficiencia energética y diversificar los recursos energéticos, alejándose de la dependencia de los combustibles fósiles.
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Mejorar la eficiencia en el uso del agua y fomentar su conservación, especialmente en regiones propensas a la sequía o con estrés hídrico.
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Construir infraestructuras para proteger las costas y los centros urbanos costeros del aumento del nivel del mar.
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Prepararse para apoyar a las poblaciones desplazadas debido al aumento de los niveles del mar, la escasez de agua y las hambrunas.
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Ajustar las rotaciones de cultivos o las especies cultivadas en función de los cambios estacionales.
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Crear corredores protegidos para las migraciones de la fauna como respuesta al desplazamiento de los biomas.
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Incrementar los recursos de salud pública y la educación para preparar a las comunidades ante la propagación de enfermedades relacionadas con el cambio climático.
El desafío es monumental, pero las soluciones también lo son. Los avances tecnológicos y la capacidad de adaptarse y modificar nuestras infraestructuras son claves para mitigar el impacto del cambio climático. Sin embargo, es fundamental recordar que la adaptación y la mitigación no deben considerarse de manera aislada. El cambio climático no solo está relacionado con la reducción de emisiones, sino también con la capacidad de adaptarse a nuevas realidades. Esto incluye la preservación de recursos naturales, la revalorización de la biodiversidad y la búsqueda de alternativas a los combustibles fósiles, entre otras estrategias.
En este proceso de adaptación, la sociedad debe reconocer que no todas las regiones del mundo se verán afectadas de la misma manera. Algunas áreas podrían experimentar condiciones más extremas, como sequías prolongadas o inundaciones catastróficas, mientras que otras podrían enfrentarse a nuevos patrones de enfermedades. Esto exige una coordinación global, así como políticas públicas eficaces que permitan mitigar los impactos y preparar a las comunidades para lo que está por venir.
¿Por qué es importante la biodiversidad para el equilibrio de los ecosistemas?
La biodiversidad es uno de los pilares fundamentales que sostienen el equilibrio de la vida en nuestro planeta. Desde los organismos más simples hasta los más complejos, la variedad de especies y ecosistemas define la salud y el funcionamiento del medio ambiente. Este concepto abarca no solo la diversidad de especies, sino también la variedad genética y la diversidad ecológica, lo que en conjunto crea una red compleja de interacciones que permite la supervivencia y el bienestar de todos los seres vivos, incluidos los seres humanos.
La biodiversidad puede ser observada en tres niveles principales: la diversidad ecológica, la diversidad de especies y la diversidad genética. La diversidad ecológica se refiere a la variedad de ecosistemas presentes en una región específica. Cuanto mayor es esta diversidad, más ecosistemas distintos (como bosques, praderas, humedales y lagos) pueden encontrarse en esa área. Por otro lado, la diversidad de especies es la más comúnmente reconocida y se refiere a la cantidad de especies diferentes dentro de un ecosistema. Algunos ecosistemas, como las selvas tropicales de África y América del Sur, pueden albergar miles de especies diferentes en cada metro cuadrado. Finalmente, la diversidad genética se enfoca en las diferencias genéticas dentro de una misma especie. Una mayor diversidad genética dentro de una especie facilita su capacidad para adaptarse a cambios en el ambiente, lo que aumenta la resiliencia de esa especie ante condiciones adversas.
El beneficio de conservar la biodiversidad a nivel ecológico, de especies y genético es evidente. Un ecosistema con alta diversidad ecológica ofrece a los seres humanos y a otras especies una amplia gama de recursos naturales. Por ejemplo, un ecosistema diverso crea redes tróficas complejas que refuerzan la capacidad de recuperación de los ecosistemas después de perturbaciones, como incendios o inundaciones. Además, una amplia diversidad genética dentro de las especies aumenta las probabilidades de que algunas de estas especies desarrollen nuevas características adaptativas útiles frente a cambios ambientales, como los que ya estamos experimentando debido al cambio climático.
Para los científicos, medir la biodiversidad de especies implica estudiar dos conceptos clave: la riqueza de especies y la equidad de especies. La riqueza de especies se refiere al número total de especies diferentes en un área o ecosistema, mientras que la equidad de especies mide la distribución de estas especies, es decir, si todas las especies tienen una cantidad similar de individuos. Un ecosistema con alta riqueza de especies pero baja equidad puede ser menos estable que uno con tanto alta riqueza como alta equidad, debido a las complejas interacciones entre las especies.
Además de sus beneficios ecológicos, la biodiversidad es fundamental para los seres humanos de manera directa. La biodiversidad proporciona alimentos y medicinas. Las especies animales y vegetales que existen en ecosistemas altamente diversos son una fuente vital de recursos, tanto para la alimentación humana como para el desarrollo de fármacos. Muchas de las medicinas que usamos, como los antibióticos y los medicamentos contra el cáncer, provienen de compuestos naturales encontrados en plantas. Asimismo, la biodiversidad fortalece los ecosistemas al permitirles resistir y recuperarse de perturbaciones. Cuando un ecosistema tiene una alta diversidad de especies, es más probable que algunas especies puedan adaptarse rápidamente a cambios y recomponer las redes tróficas afectadas.
Otro beneficio crucial de la biodiversidad es el servicio ecosistémico que proporciona. Los ecosistemas con una gran diversidad cumplen funciones naturales esenciales, como la descomposición de materia orgánica y la purificación del agua. Un claro ejemplo de esto es el uso de plantas de humedales para tratar aguas residuales, un proceso que aprovecha la diversidad de especies para mejorar el entorno y la calidad de vida de las personas.
Finalmente, la biodiversidad tiene un valor estético y recreativo. Aunque es más difícil de medir, el atractivo visual y las experiencias que los ecosistemas diversos ofrecen alimentan una industria turística que fomenta el disfrute y la apreciación de la naturaleza. Esta valoración de la biodiversidad no solo tiene un impacto económico, sino que también contribuye a un mayor aprecio por la preservación de la naturaleza.
La teoría de la evolución por selección natural, formulada por Charles Darwin, explica cómo se genera la diversidad biológica a lo largo del tiempo. Esta teoría sostiene que los organismos presentan variaciones genéticas y aquellas variaciones que resultan más adaptativas para el ambiente tienden a ser seleccionadas, lo que da lugar a la evolución de nuevas especies. Sin embargo, la selección natural no se refiere al origen de la vida en la Tierra, sino a cómo los organismos han cambiado y se han adaptado a su entorno a través de generaciones.
La preservación de la biodiversidad, tanto en sus niveles ecológico, de especies como genético, es fundamental para garantizar la estabilidad de los ecosistemas y, por ende, la supervivencia de las especies que dependen de estos, incluyéndonos a los seres humanos. En un mundo donde el cambio climático y la urbanización afectan los ecosistemas a una velocidad alarmante, comprender y valorar la biodiversidad es un paso crucial para asegurar un futuro sostenible.
¿Cómo afecta la destrucción de la capa de ozono al medio ambiente?
La capa de ozono, una delgada capa en la estratósfera, juega un papel crucial en la protección de la vida en la Tierra. Actúa como un filtro natural que absorbe y bloquea la mayor parte de la radiación ultravioleta (UV) proveniente del sol. La exposición a los rayos UV puede causar una serie de problemas de salud, como cáncer de piel, cataratas y daños al sistema inmunológico humano. Además, afecta a los ecosistemas marinos, la fauna terrestre y la vegetación, alterando el equilibrio ecológico global.
A lo largo de las últimas décadas, la capa de ozono ha sufrido un deterioro considerable, sobre todo debido al uso de compuestos químicos conocidos como clorofluorocarbonos (CFC). Estos productos, que se encontraban principalmente en aerosoles, sistemas de refrigeración y aire acondicionado, tienen la capacidad de descomponer las moléculas de ozono en la atmósfera, llevando a una disminución significativa de su densidad.
En las zonas donde la capa de ozono se ha adelgazado, los niveles de radiación UV aumentan, lo que puede tener consecuencias devastadoras. Este adelgazamiento es más pronunciado en la región de los polos, donde se ha formado lo que se conoce como el "agujero de ozono". En el caso del hemisferio sur, especialmente en la Antártida, este fenómeno ha alcanzado su máximo nivel de severidad durante las últimas décadas, afectando tanto a la salud humana como a los ecosistemas de la región.
El Protocolo de Montreal, un acuerdo internacional firmado en 1987, marcó un hito en los esfuerzos para frenar la destrucción de la capa de ozono. El acuerdo establece la eliminación gradual de sustancias químicas que agotan el ozono, incluyendo los CFC y otros compuestos halogenados. Desde su implementación, el protocolo ha mostrado resultados positivos, con una reducción significativa en la emisión de estas sustancias y una gradual recuperación de la capa de ozono. Se estima que, si se mantienen las políticas establecidas, la capa de ozono podría recuperarse completamente hacia mediados del siglo XXI.
Sin embargo, a pesar de los avances, el reto sigue siendo significativo. Aún existen desafíos relacionados con el cumplimiento de las normativas en algunos países, y la existencia de sustancias alternativas que, aunque menos dañinas, todavía presentan riesgos para el medio ambiente. Por lo tanto, es necesario continuar con la investigación y el monitoreo de la capa de ozono, así como fomentar políticas que promuevan la adopción de tecnologías y productos más seguros y ecológicos.
La cuestión del ozono no solo se limita a la protección de la salud humana, sino que también influye en el clima global. La relación entre la capa de ozono y el cambio climático es compleja, ya que las mismas sustancias que agotan el ozono también contribuyen al calentamiento global. Por lo tanto, los esfuerzos para reparar el daño en la capa de ozono deben ir acompañados de medidas que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero, con el fin de lograr un enfoque integral hacia la sostenibilidad ambiental.
A pesar de los esfuerzos internacionales, es fundamental que los ciudadanos y las empresas continúen tomando medidas a nivel local. El uso responsable de productos como los aerosoles, la mejora en los sistemas de refrigeración y la promoción de alternativas ecológicas, juegan un papel crucial en la protección del medio ambiente. Los avances tecnológicos y la conciencia ambiental son herramientas poderosas para enfrentar los retos relacionados con la capa de ozono.
Además de estas acciones, el concepto de "desarrollo sostenible" debe ser considerado en todos los ámbitos de la sociedad. La destrucción de la capa de ozono es solo un ejemplo de cómo las actividades humanas pueden tener efectos a largo plazo en el medio ambiente global. Comprender la interrelación de los ecosistemas y la atmósfera es esencial para crear un futuro en el que las generaciones venideras puedan disfrutar de un entorno saludable.
¿Cómo se produce la energía nuclear y qué implicaciones tiene su uso?
La energía nuclear se genera mediante un proceso llamado fisión, en el cual los átomos de uranio se dividen en dos átomos más pequeños. Esta reacción es exotérmica, lo que significa que libera una gran cantidad de energía térmica a medida que el átomo se divide. El calor producido por la fisión desencadena una reacción en cadena, donde más átomos de uranio se dividen, liberando aún más energía. Este conjunto de reacciones provoca una liberación masiva de calor, el cual debe ser cuidadosamente controlado y aprovechado para la generación de energía.
El uranio utilizado en las plantas nucleares está comprimido en pequeños cilindros altamente concentrados, que luego se agrupan en varillas de combustible. Estas varillas se colocan en el núcleo del reactor nuclear. Para evitar un desastre, el sistema de refrigeración del reactor es crucial. Este sistema circula agua a través de las varillas de combustible, asegurando que la temperatura no aumente demasiado y previniendo así un sobrecalentamiento que podría llevar a un desastre nuclear.
Por otro lado, existe otro método para generar energía nuclear mediante la fusión, que consiste en la unión de átomos. Este es el proceso que ocurre en el sol, donde la fusión nuclear produce la enorme cantidad de energía que llega a la Tierra en forma de calor y radiación. Aunque los científicos entienden cómo funciona la fusión, aún no se ha logrado crear las condiciones necesarias para replicarla de manera controlada en la Tierra. Mientras esto no se logre, la fusión nuclear no será una opción viable para la producción de energía.
La energía nuclear se presenta como una alternativa en el debate sobre la reducción de la dependencia de los combustibles fósiles. Aunque genera grandes cantidades de energía de manera constante, tiene sus ventajas y desventajas. Una de sus principales ventajas es que, a diferencia de otras fuentes de energía, la energía nuclear puede producir grandes cantidades de energía de forma continua. Además, al reducirse la dependencia de los combustibles fósiles, podría disminuir la tensión internacional relacionada con la extracción de petróleo y gas.
Sin embargo, la utilización de la energía nuclear también conlleva importantes inconvenientes. Uno de los mayores problemas es el manejo del desecho nuclear. La generación de energía nuclear produce residuos radiactivos que deben almacenarse de manera segura durante largos períodos de tiempo. Este almacenamiento plantea un desafío significativo en términos de seguridad y sostenibilidad a largo plazo. Además, la minería de uranio, esencial para la obtención del combustible nuclear, causa un impacto ambiental considerable. Al igual que en otras actividades mineras, la extracción de uranio genera grandes cantidades de residuos y requiere el uso de combustibles fósiles para operar la maquinaria de minería.
El miedo a los accidentes nucleares es otro factor que genera rechazo hacia la energía nuclear. Los accidentes como los de Chernóbil en 1986 y Fukushima en 2011 son ejemplos de cómo un fallo en los sistemas de refrigeración puede desencadenar un desastre. En Chernóbil, la falla en el sistema de enfriamiento del reactor llevó a una explosión que liberó enormes cantidades de material radiactivo al medio ambiente, afectando a gran parte de Europa y la antigua Unión Soviética. En Fukushima, un terremoto y un tsunami provocaron un fallo similar, lo que resultó en la liberación de material radiactivo al océano y la atmósfera. Aunque los reactores nucleares no explotan de la misma manera que una bomba nuclear, los efectos de un accidente pueden ser devastadores, especialmente cuando se liberan productos radiactivos al ambiente.
A pesar de los riesgos asociados, muchos científicos medioambientales ven la energía nuclear como una herramienta clave en la transición de los combustibles fósiles a fuentes de energía más limpias. Para que la energía nuclear sea una opción viable a largo plazo, es necesario mejorar la tecnología de los reactores y los sistemas de seguridad, además de desarrollar métodos más eficientes y seguros para el almacenamiento de desechos radiactivos.
Es fundamental que los lectores comprendan que, si bien la energía nuclear tiene el potencial de ofrecer una solución energética importante para el futuro, los avances en tecnología y en la gestión de los riesgos asociados son esenciales para maximizar sus beneficios y minimizar sus peligros. El debate sobre la energía nuclear no se trata solo de los riesgos inmediatos, sino también de cómo se puede gestionar de manera efectiva a largo plazo el impacto ambiental y social asociado con su uso.
¿Por qué es importante incluir los costos ambientales en el precio de los productos?
El comercio y la demanda indican el número y tipo de productos que los consumidores desean adquirir. La oferta y la demanda alcanzan un equilibrio cuando el precio es adecuado: lo suficientemente alto para que sea financieramente rentable para el vendedor ofrecer exactamente la cantidad de bienes o servicios que el consumidor exige. Cuando compras algo en la tienda, pagas lo que se llama el precio de mercado. Sin embargo, los precios actuales de la mayoría de los productos y servicios no incluyen una evaluación de los efectos ambientales de los mismos. Por ejemplo, cuando compras papel, el precio que pagas cubre el costo de las materias primas, la mano de obra, la fabricación, el embalaje, y tal vez el combustible para entregar el producto a tu tienda local. Lo que no incluye es el costo de la contaminación del aire generada durante el proceso de fabricación, ni de la erosión del suelo, la contaminación del agua y la destrucción de hábitats que provoca la deforestación. Estos costos ambientales se consideran costos externos o externalidades. No se incluyen en el precio de mercado porque son difíciles de cuantificar, y los productores (especialmente aquellos que causan altos niveles de daño ambiental) temen que hacerlo incremente los precios y reduzca la demanda del consumidor. En la actualidad, el medio ambiente del planeta soporta la carga de estos costos, mientras que los fabricantes de productos se benefician de ellos.
Actualmente, los economistas miden la riqueza de una nación o economía mediante el Producto Interno Bruto (PIB), que es un valor calculado para todos los productos que produce la nación. Las cálculos del PIB no incluyen el costo de las externalidades, por lo que no reflejan verdaderamente el costo de producción de los productos de una nación. Tradicionalmente, los economistas también han considerado el consumo general de una nación como un indicador de riqueza: a mayor consumo de recursos, más rica es la nación. Algunos científicos han sugerido que una medición más precisa del bienestar económico de una nación es el Indicador de Progreso Genuino (IPG), que mide características más allá de los productos, incluyendo la salud de las personas, los niveles educativos, el consumo y los niveles de contaminación, así como la degradación ambiental. Medido desde esta perspectiva, muchas naciones consideradas ricas según los estándares del PIB están experimentando una disminución del bienestar en general.
El concepto de triplicar la línea de fondo es una propuesta importante en este debate. Los científicos ambientales y los economistas ambientales sugieren que las externalidades se incluyan en el cálculo del precio de mercado de un producto. Incluir el costo de los efectos sociales y ambientales en el precio de un artículo se llama triplicar la línea de fondo. Este costo refleja el verdadero valor del artículo en términos de recursos, calidad ambiental y salud humana. Ya puedes notar la diferencia de precio entre los productos que han incluido algunos costos externos en su precio de mercado, como el café de comercio justo y el café regular. El café regular es mucho más barato, pero esto se debe a que el café de comercio justo incluye en su precio el costo de utilizar prácticas sostenibles para evitar dañar el ecosistema y garantizar que los agricultores y trabajadores que cosechan el café reciban un salario justo. Calcular cómo añadir el costo de la contaminación y el daño ambiental al precio de un producto es complicado. En el sistema económico actual de Estados Unidos, se requiere de leyes o regulaciones y una agencia reguladora para garantizar que las empresas sigan las normas.
Uno de los enfoques para incorporar los costos ambientales es a través de los impuestos a las prácticas dañinas. Algunos economistas ambientales creen que gravar las prácticas ambientalmente dañinas es una forma segura de motivar a las empresas a reconsiderar esas actividades. Cuando una empresa se enfrenta a un impuesto de este tipo, puede descubrir que los beneficios a largo plazo de cambiar a prácticas más sostenibles superan con creces el costo inicial de esos cambios. Un enfoque de eco-impuesto o impuesto verde significa que en lugar de gravar el trabajo y las ganancias, las autoridades gravan las actividades específicas que resultan en contaminación y daño ambiental. Un ejemplo sería cuantificar la cantidad de contaminación del aire emitida durante la fabricación de un producto y aplicar un impuesto sobre esas emisiones. La empresa paga ese impuesto o lo transfiere al consumidor, lo que significa que el producto costará más.
Otro enfoque es el de regulaciones basadas en incentivos. Estas regulaciones fomentan que los productores utilicen prácticas sostenibles y reduzcan el desperdicio en la producción. Un ejemplo de este sistema es el sistema de "cap and trade" (tope y comercio) para la contaminación del aire. La Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA) instituyó este sistema de regulación para abordar el problema de la lluvia ácida. El Programa de Lluvia Ácida de la EPA establece un límite máximo (el tope) en la cantidad de contaminantes atmosféricos que un contaminador puede liberar en la atmósfera, requiere que se haga un seguimiento y reporte de la contaminación del aire producida, y proporciona un mercado en el que los contaminadores pueden intercambiar créditos si no han utilizado toda su cuota de contaminación permitida. Si un productor de bajas emisiones no ha alcanzado su límite, puede vender su sobrante a otro productor de mayores emisiones. Este sistema fomenta la reducción de la contaminación, pero también presenta desventajas, ya que los mayores contaminadores y las empresas más ricas pueden sortear las regulaciones ambientales sin cambiar a prácticas más sostenibles.
Además de estas medidas regulatorias, se sugiere aplicar el principio precautorio, que establece que si un producto es potencialmente dañino para el medio ambiente o la salud humana, el riesgo de daño no merece la pena. La mejor opción es optar por una alternativa que se sepa que es inofensiva. Esta directriz puede parecer razonable, pero significa que cada producto debe ser demostrado como inofensivo antes de ser puesto en el mercado. Por el contrario, las industrias de Estados Unidos actualmente practican el principio de "inocente hasta que se demuestre lo contrario", lo que significa que un producto se retira del mercado solo después de que se haya demostrado científicamente que causa daño. Este enfoque permite a las empresas poner productos en el mercado rápidamente, pero también significa que no tienen que retirar un producto hasta que ya se haya producido daño y se haya comprobado científicamente.
Algunos países ya practican el principio precautorio, retirando productos potencialmente dañinos del mercado hasta que se puedan completar pruebas científicas para determinar si son peligrosos. Por ejemplo, en 2010, Canadá clasificó el bisfenol-A (BPA), un compuesto común en botellas de plástico y latas con revestimiento plástico, como una toxina. Este movimiento hizo ilegal la venta de productos que contenían BPA. La investigación sobre si y cómo el BPA afecta a los humanos continúa, con algunos estudios iniciales sugiriendo que funciona como un disruptor endocrino.
Es esencial reconocer que la economía no debe evaluarse solo por la producción y el consumo, sino también por los efectos sociales y ambientales de esos productos. El costo real de cualquier producto va más allá de su precio de venta y debe incluir los efectos sobre la salud humana, el medio ambiente y la sostenibilidad a largo plazo. Sin este enfoque, seguimos ignorando los costos invisibles que afectan tanto a las generaciones futuras como a la biodiversidad actual del planeta.
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