La plaza pública, espacio donde se desarrollan los debates y decisiones sociales, está contaminada por la desinformación y la polarización. El dominio de los intereses creados, las campañas de propaganda financiadas por grandes industrias y una comunicación fragmentada han dejado una huella profunda en la forma en que interactuamos y discutimos temas cruciales. Este fenómeno no solo afecta el ámbito del cambio climático, sino que permea todos los rincones del conflicto social contemporáneo. La confrontación polarizada entre "yo tengo la razón y tú eres un idiota" no solo impide el entendimiento mutuo, sino que también bloquea la posibilidad de encontrar soluciones. La forma en que nos comunicamos hoy está teñida de una competitividad destructiva que obstaculiza el avance colectivo.

Un punto crucial es que los debates, especialmente sobre temas como el cambio climático, a menudo se ven condicionados por el interés económico y las ideologías profundamente enraizadas. Las voces que intentan desafiar el statu quo, a menudo son silenciadas o deslegitimadas. Esto no es solo un problema de falta de información, sino un problema de interpretación y comprensión de esa información. Muchas veces, el problema no es que las personas no tengan acceso a los hechos, sino que están atrapadas en marcos mentales que filtran esos hechos a través de sus creencias previas.

Diversos estudios han mostrado que la razón por la que las personas se aferran a sus puntos de vista, incluso ante la evidencia en contrario, tiene que ver con la forma en que la identidad personal se fusiona con esas creencias. En este sentido, las emociones juegan un papel central. Los valores y principios éticos que guían las creencias de una persona no son fáciles de cambiar; incluso cuando se presentan datos que refutan esos puntos de vista, la resistencia sigue siendo fuerte. La psicología detrás de esto es profunda: el cambio de creencias puede percibirse como una amenaza a la identidad misma, lo que activa defensas cognitivas y emocionales que impiden una reflexión abierta.

Esta situación se agrava cuando se incorporan actores que buscan explotar estas divisiones por medio de la desinformación. Las campañas de propaganda, financiadas por actores con poder económico, aprovechan los sesgos cognitivos y las fallas en el razonamiento de las personas para profundizar aún más la polarización. El caso de la industria del tabaco y la manipulación de la opinión pública sobre los efectos del fumar, o la tergiversación de la ciencia sobre el cambio climático, son ejemplos paradigmáticos de cómo la información puede ser manipulada para servir a intereses privados. Esta falta de transparencia y honestidad no solo erosiona la confianza en las instituciones, sino que también divide a la sociedad.

No obstante, el análisis de los pensadores contemporáneos, como George Lakoff o Jonathan Haidt, nos ofrece una perspectiva crucial sobre cómo podemos comenzar a reparar este daño. Lakoff, por ejemplo, sugiere que, para cambiar el discurso, debemos comenzar por comprender cómo las personas enmarcan los problemas. Los marcos mentales, que son estructuras cognitivas preexistentes, determinan cómo interpretamos las noticias, cómo reaccionamos ante diferentes tipos de argumentos y cómo percibimos las intenciones de los demás. Solo cambiando estos marcos podremos esperar una discusión pública más productiva y menos polarizada.

La tarea no es fácil. Para lograr una verdadera transformación en la forma en que nos comunicamos, debemos ser capaces de escuchar de manera empática y genuina a quienes piensan de manera diferente. La conversación requiere no solo transmitir hechos, sino también respetar la humanidad del otro, reconociendo que todos estamos influenciados por nuestras emociones, miedos y deseos. El proceso de cambio no pasa por la demonización del otro, sino por la creación de un espacio donde se valore la apertura, la flexibilidad y la creatividad en la resolución de los problemas.

La verdad, según muchos de los pensadores entrevistados por James Hoggan, no es solo una cuestión de hechos. Los datos, por sí solos, no son suficientes para convencer a una sociedad profundamente dividida. La narración pública y la construcción de relatos colectivos son herramientas poderosas para movilizar a las personas y generar una comprensión compartida de los desafíos que enfrentamos. Por ejemplo, la forma en que se comunica un problema, la narrativa que lo rodea, puede alterar profundamente la manera en que las personas perciben ese problema y se movilizan para solucionarlo.

Uno de los mayores retos es superar la "apatía activa", ese estado de desinterés generado por la saturación informativa y el cansancio emocional. Como nos recuerda Paul Slovic, la constante exposición a las tragedias y problemas sociales puede llevar a un agotamiento mental, lo que lleva a una desensibilización. En lugar de fomentar la apatía, es esencial desarrollar una narrativa que conecte emocionalmente, que despierte la empatía y la compasión, que invite a la acción. Este cambio de enfoque es fundamental si se desea lograr una participación activa en la resolución de los problemas globales.

Finalmente, debemos recordar que la clave de todo proceso de cambio radica en la voluntad de escuchar y en la disposición para aprender. Cambiar la manera en que nos comunicamos no solo implica un cambio intelectual, sino un cambio emocional y moral. La apertura, la humildad y la sinceridad son esenciales para crear un discurso público que sea inclusivo, respetuoso y eficaz. Sin estas cualidades, la polarización seguirá siendo la norma, y cualquier intento de avanzar en la resolución de los grandes problemas contemporáneos será en vano.

¿Cómo transformar la sociedad a través del cambio de leyes, actitudes y comportamiento?

El cambio social no ocurre simplemente mediante un cambio de corazón, como sugiere la psicóloga social Carol Tavris. Para alterar comportamientos y creencias en una sociedad, es necesario primero modificar las leyes, las percepciones públicas sobre lo que es aceptable y cambiar las consecuencias económicas de las prácticas que deseamos transformar. Este enfoque más sistémico y estructural es el que puede conducir a transformaciones duraderas, ya que cuando estos cambios se producen a nivel nacional o dentro de una sociedad organizada, las actitudes de las personas comienzan a evolucionar.

Para Tavris, la estructura de la pirámide de creencias es fundamental. En su visión, el objetivo es ayudar a las personas a formar opiniones en la cúspide de la pirámide, un lugar donde la reflexión y el juicio crítico son esenciales. Sin embargo, la mayoría de las personas ya han caído hacia los niveles inferiores de la pirámide, habiendo adoptado creencias firmemente arraigadas, especialmente en temas complejos como el medio ambiente. Por eso, la verdadera persuasión radica en movilizar a aquellos que se preocupan por la justicia social y la protección ambiental para que participen activamente en el cambio de las regulaciones gubernamentales y en la modificación de una pasividad ciudadana que perpetúa el statu quo.

Uno de los hallazgos más relevantes de la psicología social es que los mensajes alarmistas por sí solos no logran generar un cambio significativo. Frases como “si fumas, morirás” o “si tienes relaciones sexuales sin protección, contraerás el VIH” provocan una desconexión emocional en las personas, quienes tienden a ignorarlas. Sin embargo, si a ese mensaje alarmista le sigue una solución concreta, como "los condones pueden prevenir el VIH", las personas se muestran más receptivas. Este enfoque es fundamental cuando se habla de temas tan abrumadores como el cambio climático, donde la sensación de impotencia se apodera de la mayoría. Es común pensar: "Puedo comprar un coche más eficiente en combustible, pero cada vez que viajo en avión, esto equivale a miles de kilómetros que he conducido en mi automóvil". La clave para cambiar este comportamiento es proporcionar retroalimentación, mostrar cómo las acciones individuales están marcando la diferencia, como el ahorro de agua o dinero, y ofrecer esperanza. La esperanza es la gran motivadora del cambio, ya que alimenta la narrativa de la libertad y la transformación.

El papel de los activistas en la transformación social también es crucial. Tavris sostiene que se necesita de dos tipos de activistas: los extremos y los persuasivos. Los grandes conglomerados como Shell o las grandes farmacéuticas no van a escuchar razonamientos sensatos sobre el daño ambiental o la mortalidad que sus productos provocan. Por lo tanto, la estrategia de los activistas más radicales ha sido ir en contra de los peores infractores, ejerciendo presión a través de protestas, regulaciones y sanciones. Sin embargo, también es necesario un enfoque persuasivo, que apunte a generar conciencia pública sobre el daño que estas empresas están causando.

El peligro radica en que los activistas caigan en la trampa de la autojustificación. Tavris reconoce que incluso ella misma ha experimentado una disonancia cognitiva al enfrentarse a creencias que había defendido durante años. Un ejemplo de esto fue su oposición a la terapia de reemplazo hormonal, que consideraba innecesaria y peligrosa. Sin embargo, al revisar la evidencia junto a un oncólogo especializado, llegó a la conclusión de que, en muchos casos, esta terapia puede ser beneficiosa para la salud y prolongar la vida de las mujeres. Este tipo de descubrimientos generan incomodidad, pero también pueden ser liberadores, ya que nos permiten reconocer que nuestros errores no nos hacen menos válidos, sino más capaces de adaptarnos a nueva información.

La autocrítica es esencial, y uno de los mayores obstáculos en la transformación personal y social es el autoengaño. La disonancia cognitiva, el sesgo que nos impide aceptar que podemos estar equivocados, refuerza nuestros prejuicios y nos hace más propensos a rechazar puntos de vista contrarios al nuestro. La solución, según Tavris, es mantener nuestras creencias con una cierta ligereza, de forma que, cuando se nos presente evidencia en contra, podamos abandonarlas sin sentirnos humillados o inseguros.

Otra trampa cognitiva que debemos evitar es el realismo ingenuo, que nos lleva a pensar que nuestra percepción de la realidad es objetiva y que aquellos que piensan de manera diferente están equivocados. Este fenómeno se da en muchas disputas, ya sea sobre el conflicto israelí-palestino o el cambio climático. Como ilustra un estudio de Lee Ross, las personas tienden a rechazar propuestas de paz simplemente porque creen que provienen del “enemigo”. En lugar de cerrar nuestra mente a las ideas de los demás, debemos esforzarnos por entender sus perspectivas y ser capaces de articular sus puntos de vista, lo que nos permitirá persuadirlos más efectivamente.

Un aspecto fundamental del cambio social es reconocer que, aunque las soluciones tecnológicas y las políticas públicas son necesarias, el verdadero motor del cambio es la voluntad colectiva de la gente. Cambiar nuestra forma de pensar, nuestras costumbres y nuestras expectativas sociales lleva tiempo y esfuerzo, pero la clave radica en no perder de vista el poder de la esperanza y la acción. La transformación comienza cuando entendemos que podemos hacer algo, aunque sea pequeño, para mejorar la situación. Cada paso cuenta, y el cambio, aunque gradual, es posible.

¿Cómo podemos argumentar de manera constructiva en una democracia saludable?

El desafío de una democracia moderna es encontrar el equilibrio entre la necesidad de debate y la construcción de un consenso. Muchos se han equivocado al pensar que un diálogo fructífero siempre debe ser pacífico, evitando la confrontación directa. Sin embargo, este enfoque a menudo socava los mecanismos adversariales esenciales para el funcionamiento saludable de la sociedad. Obama, en el debate presidencial de 2012 contra Mitt Romney, cometió un error táctico al adoptar una postura de "pasividad chocante", creyendo que evitar el conflicto era un signo de liderazgo superior. A pesar de que su estrategia intentaba proyectar una imagen de estadista, su enfoque falló al no enfrentar de manera directa los argumentos de su oponente, lo que terminó perjudicando el debate y la percepción pública de su liderazgo.

De acuerdo con el académico Ganz, muchos de sus estudiantes, al igual que figuras políticas, caen en la trampa de evitar el conflicto por miedo a la confrontación. Creer que la solución a los problemas sociales y políticos radica en llegar a un consenso en lugar de permitir que las posturas se enfrenten puede ser una falacia peligrosa. El consenso, según Ganz, es más característico de regímenes autoritarios que de una democracia saludable, donde los ciudadanos deben tener la libertad de desafiar y confrontar la injusticia. A pesar de ello, el debate debe ser constructivo, orientado a la búsqueda de la verdad y no a la destrucción del adversario.

Para que un debate sea verdaderamente fructífero, debe ser lo que los sabios Hillel y Panim definieron como "argumento por el bien del cielo". Este tipo de argumentación no busca la derrota del oponente, sino la rectificación de injusticias y la revelación de la verdad. Se trata de un proceso de escucha activa, de respeto y de razonamiento, donde ambas partes están dispuestas a comprender la visión del otro. Esta forma de argumentar es crucial para abordar problemas globales como el cambio climático, donde el no involucrarse en el debate no solo es irresponsable, sino también un acto de indiferencia hacia las generaciones futuras.

Es importante entender que la comunicación no es una ciencia exacta; es un arte que se perfecciona en la práctica. La mejor forma de contar historias es aquella que invita a la reflexión y al entendimiento mutuo. Los relatos más poderosos son los que integran a todos, los que no se centran en una verdad absoluta, sino en la búsqueda compartida de la verdad. El peligro radica en transformar una narrativa de "lo correcto contra lo incorrecto" en una historia de "nosotros contra ellos", ya que esta polarización solo amplifica la oposición y dificulta el entendimiento.

En el ámbito político y social, las narrativas deben ser inclusivas, respetuosas y bien fundamentadas. No se trata de imponer nuestras ideas, sino de proponer soluciones que integren diferentes puntos de vista y fomenten una conversación auténtica y constructiva. En lugar de caer en la trampa de los mensajes cargados de ira, debemos procurar contar historias que eduquen, iluminen y ofrezcan espacio para el diálogo respetuoso.

El trabajo de Adam Kahane, un facilitador canadiense experto en cambio social, ilustra cómo la polarización puede obstaculizar el progreso. Con más de 50 países en su haber, Kahane destaca que la demonización del otro lado ha alcanzado niveles alarmantes, incluso en democracias consolidadas como Canadá. En su experiencia, el cambio social solo es posible a través de un esfuerzo colaborativo entre actores del gobierno, la empresa y la sociedad civil, superando prejuicios y desarrollando confianza mutua. Esta capacidad para superar la fragmentación es esencial para abordar problemas como el cambio climático, donde la solución solo se alcanzará si los diferentes sectores de la sociedad trabajan juntos de manera constructiva.

El mayor desafío radica en encontrar una forma de diálogo que permita transformar opiniones, no a través de la imposición, sino mediante el entendimiento genuino de las preocupaciones y valores de los demás. Si bien no todos estarán dispuestos a cambiar sus posturas, es posible generar conversaciones auténticas que puedan influir positivamente en aquellos que aún están abiertos a la reflexión.

¿Cómo la polarización y el discurso tóxico afectan a la solución de los problemas comunes?

En los últimos años, hemos sido testigos de cómo se ha exacerbado el impacto de la polarización y el discurso tóxico en la esfera pública. Lo que anteriormente era una tendencia gradual, se ha convertido ahora en un fenómeno evidente y a gran escala, que ha impregnado casi todos los aspectos de la vida política, social y económica. La retórica agresiva, las divisiones entre tribus ideológicas y la manipulación de la información han deteriorado gravemente el espacio público, haciendo que los debates sobre temas cruciales como el cambio climático, la extinción de especies o la acidificación de los océanos se conviertan en una batalla de ideologías sin un diálogo real que permita llegar a soluciones efectivas.

El ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, representa una de las figuras más emblemáticas de este cambio en la dinámica pública. Aunque sus políticas, como la salida del Acuerdo de París y el retroceso de las normativas sobre eficiencia de combustible, causaron un daño significativo al medio ambiente, su figura ha puesto en evidencia un lado oscuro de la sociedad: la manipulación de los hechos, la tribalización y el discurso tóxico en el espacio público. Este fenómeno no es nuevo, pero ha alcanzado niveles alarmantes. En muchos casos, las voces que buscan el consenso y la resolución de problemas importantes han sido ahogadas por gritos polarizados y un enfoque en la desinformación que alimenta las divisiones.

No obstante, dentro de este contexto negativo, también hay aspectos que pueden derivar en algo positivo. La polarización extrema está forzando a que muchas personas reflexionen profundamente sobre sus propios valores y el papel que desempeñan en esta dinámica. El énfasis en las "noticias falsas" también ha tenido un efecto en los medios, impulsándolos a mejorar su trabajo y a tratar de ofrecer una información más rigurosa y precisa. A pesar de los enormes retos, esta confrontación con la retórica tóxica está empujando a algunos sectores a replantearse la forma en que deben actuar ante los problemas colectivos.

Uno de los aspectos más complejos de este debate radica en que no es simplemente una cuestión de información errónea o comunicación inadecuada. Como bien señala el filósofo Bruno Latour, los problemas que enfrentamos, tales como el cambio climático, la extinción de especies y la crisis ambiental en general, son tan vastos y complejos que requieren una transformación radical en las vidas de los siete mil millones de personas que habitan el planeta. Esta enormidad genera una resistencia al cambio, porque no estamos hablando de problemas que puedan resolverse con pequeños ajustes, sino de una necesidad urgente de reconfigurar la manera en que entendemos la relación con nuestro entorno y con los demás.

Sin embargo, a pesar de la magnitud de los problemas, la polarización y la retórica corrosiva continúan siendo una de las principales barreras para el progreso. Como observan expertos en comunicación y resolución de conflictos, los intercambios polarizados solo conducen a la parálisis. La falta de un espacio de diálogo genuino nos deja atrapados en un ciclo de disputas sin resolución, lo que a su vez impide que podamos encontrar soluciones prácticas y consensuadas. La polarización no solo afecta la política, sino también los debates sobre temas tan fundamentales como la justicia social, el cambio climático y la ética en la tecnología.

Es esencial, por lo tanto, crear espacios donde se pueda dialogar de manera constructiva, sin caer en el extremismo o en la desinformación. Esto no significa eliminar la discordia o la confrontación, sino lograr que las diferencias sean el punto de partida para un intercambio de ideas más rico y matizado. Los debates, las discusiones y las discrepancias son inherentes a la democracia, pero estas deben ser planteadas de manera que permitan el entendimiento mutuo y el avance hacia soluciones colectivas. Este tipo de debates solo puede prosperar si somos capaces de reconocer y rechazar el veneno de la propaganda, la polarización y la manipulación en nuestras discusiones públicas.

La importancia de este enfoque se refleja en la historia. En 1937, durante la Guerra Civil Española, la ciudad de Guernica fue bombardeada por la Luftwaffe alemana. A pesar de la destrucción masiva, un árbol de roble en la plaza principal del pueblo sobrevivió. Este árbol, que había sido símbolo de unidad y libertad, representaba la resiliencia de la comunidad. Aunque el árbol original fue destruido por las bombas, sus descendientes continúan creciendo en la misma plaza, convirtiéndose en un símbolo de esperanza y regeneración. Así como los habitantes de Guernica protegieron y valoraron este roble como un pilar de su identidad y democracia, es necesario que protejamos los espacios públicos de la corrosión ideológica y busquemos crear un entorno donde las diferencias puedan ser debatidas de manera respetuosa y productiva.

Por lo tanto, debemos estar alertas a cómo nuestras conversaciones y debates pueden ser contaminados por discursos divisivos y manipuladores. Es crucial recuperar el sentido de comunidad y el compromiso con una conversación pública más elevada. Solo de esta manera podremos encontrar las soluciones necesarias para los desafíos globales que enfrentamos.

¿Cómo la actitud hacia el otro afecta el debate público y las estrategias de defensa?

Los conflictos públicos se suelen presentar como una lucha de intereses opuestos, donde ambas partes no logran comprender el problema en su totalidad. Muchas veces, lo que se ve son enfrentamientos que surgen de resentimientos y odios mutuos. Un observador atento de estos fenómenos, como Roger Conner, se cuestiona el porqué de esta polarización y se adentra en la reflexión sobre la naturaleza de las personas involucradas. En su análisis, Conner llega a una conclusión provocadora: las personas que participan en estos conflictos no necesariamente son malas o malintencionadas, sino que están actuando en función de sus creencias y valores, a menudo con las mejores intenciones. Así, la raíz de los debates polarizados podría ser precisamente esta: el deseo legítimo de cada parte de hacer lo correcto, pero sin una comprensión compartida del problema o de las soluciones posibles.

En este sentido, Conner destaca que la labor del defensor público o del activista no se limita a gritar más fuerte o a imponer su punto de vista, sino a tratar de modificar el flujo de los acontecimientos dentro de una comunidad. Este cambio no se logra únicamente mediante la confrontación directa, sino también a través de una variedad de estrategias que permiten que las personas involucradas cambien sus formas de pensar, sentir y actuar. Se pueden emplear tres enfoques fundamentales para cambiar comportamientos: el empuje (push), el atrayente (pull) y la colaboración.

El empuje consiste en forzar a la otra parte a actuar en contra de su voluntad. Es una técnica directa y a menudo confrontacional. El atrayente, por su parte, se basa en convencer a alguien mediante incentivos, educación o advertencias. Es un enfoque que busca ganar a la otra parte sin necesidad de imponerles una conducta. Finalmente, la colaboración es un enfoque más sutil, que busca resolver problemas de forma conjunta, reconociendo que las partes pueden tener diferencias, pero son capaces de trabajar juntas por un objetivo común. Este tipo de colaboración requiere de un alto grado de flexibilidad, y, especialmente, de una disposición para ceder en algunos aspectos para avanzar en otros. Conner sostiene que la colaboración es la estrategia más efectiva, pero también la más difícil de llevar a cabo, pues requiere abandonar los egos y agendas personales para encontrar soluciones reales.

Sin embargo, hay un aspecto que muchos pasan por alto: la actitud o “posición” (stance) que cada uno adopta frente a los demás. La postura con la que nos enfrentamos a los demás condiciona nuestra interacción. Conner diferencia entre varias formas de posicionarse: cuando percibimos a alguien como un amigo o como un enemigo. Esta actitud determina si adoptamos un enfoque de empuje o de atracción hacia esa persona, o si nos embarcamos en un proceso de colaboración. Es crucial entender que, cuando adoptamos una postura de enemigo hacia alguien, estamos casi condenados a la confrontación constante, ya que interpretamos sus acciones desde una perspectiva negativa, reforzando así un ciclo de resentimiento mutuo.

El “abismo” que se genera en estos casos es lo que Conner llama la “trampa de la defensa”. En situaciones de conflicto prolongado, las partes no comienzan siendo enemigos, sino que se perciben como tales debido a sus desacuerdos y, con el tiempo, cada uno comienza a interpretar las acciones del otro desde una perspectiva de agresión o deshonestidad. Esta espiral de desconfianza culmina en la visión del otro no solo como una persona equivocada, sino como un malhechor. La defensa de esta postura de enemistad se convierte en una “trampa” en la que ambos lados se encierran, sin posibilidad de avanzar.

Este ciclo negativo no solo impide que se lleguen a soluciones efectivas, sino que, como explica Conner, puede llevar a la autodestrucción de las propias causas defendidas. Aunque, a corto plazo, esta confrontación puede atraer atención y apoyo de los propios seguidores, a largo plazo impide lograr los objetivos que originalmente motivaron la defensa pública. La lucha se vuelve inútil, ya que se basa en la confrontación constante, sin espacio para la reflexión o el diálogo constructivo.

En este contexto, la habilidad para cambiar de postura y adaptarse a las circunstancias es esencial para un defensor público eficaz. Los defensores que se estancan en una actitud de agresión o desdén hacia los demás están condenados a no lograr avances sustanciales. Aprender a cambiar de empuje a colaboración y de atracción a confrontación según lo requiera el momento, es una habilidad fundamental. Esta flexibilidad estratégica no solo requiere disciplina, sino también una profunda auto-reflexión sobre nuestras propias actitudes y prejuicios. Conner ilustra este punto con ejemplos históricos como Martin Luther King y Mahatma Gandhi, quienes nunca permitieron que el comportamiento de sus adversarios determinara su postura hacia ellos. Ambos lograron mantenerse fieles a su propósito, sin caer en la trampa de tratar a sus opresores como enemigos irreconciliables.

La clave, entonces, para cualquier defensor público o activista es no permitir que las acciones de los demás definan nuestra postura, ni nuestra estrategia. La postura de respeto, empatía y compasión hacia quienes piensan diferente no solo es una opción moral, sino una necesidad estratégica. De lo contrario, caeremos en la trampa del conflicto interminable, donde cada movimiento solo reforzará la polarización. Conner sostiene que para cambiar la dinámica de un conflicto público, es necesario que los defensores se liberen de la necesidad de demonizar al otro y, en su lugar, busquen puntos de contacto, incluso en medio de desacuerdos profundos. Esta capacidad de abandonar la posición de enemigo puede ser la clave para desbloquear un diálogo verdadero y productivo.

El activismo y la defensa pública son procesos complejos que requieren una mente abierta y flexible. Ser consciente de la postura que adoptamos y reconocer cómo esta influye en nuestra estrategia es fundamental para avanzar hacia soluciones reales. La polarización, aunque natural en muchos contextos, no es inevitable, y aquellos que logran mantener una actitud de respeto y colaboración tienen más probabilidades de generar un cambio positivo a largo plazo.