‘Spice’ es un término que designa una serie de sustancias psicoactivas sintéticas que imitan el efecto del cannabis tradicional, pero que no son productos naturales. Mientras que el opio y la marihuana han sido conocidos y usados durante milenios, ‘Spice’ pertenece a un grupo más reciente llamado “nuevas sustancias psicoactivas” (NPS, por sus siglas en inglés), que surgieron en la primera década del siglo XXI. A diferencia del Δ9-tetrahidrocannabinol (Δ9-THC), el componente psicoactivo principal de la marihuana, ‘Spice’ contiene compuestos sintéticos diseñados para unirse a los receptores cannabinoides del cerebro, principalmente al receptor CB1, con una potencia que puede superar en varias veces la del THC natural.

El descubrimiento de los receptores cannabinoides CB1 y CB2 en los años 90 abrió la puerta a la creación de compuestos sintéticos que se adhieren a estos receptores. El químico John W. Huffman fue pionero en sintetizar cientos de moléculas, como JWH-018, que se hallan comúnmente en estos productos. Inicialmente, estos compuestos fueron investigados para comprender mejor el sistema endocannabinoide y sus posibles aplicaciones médicas, pero, para sorpresa de sus creadores, estos compuestos comenzaron a aparecer en el mercado ilícito bajo la forma de “hierbas” rociadas con estas sustancias, comercializadas como ‘Spice’, ‘Herbal Spice’, ‘Herbal Gold’ y otros nombres similares.

JWH-018, por ejemplo, es un agonista potente del receptor CB1, con una acción cuatro veces más intensa que el THC. La disponibilidad de estas sustancias sintéticas es facilitada por la facilidad relativa con que pueden ser producidas por laboratorios clandestinos en todo el mundo. La legislación intenta prohibirlas, pero la constante modificación química de estas moléculas —como el simple cambio de un grupo metilo— permite a los fabricantes sortear las leyes que regulan sustancias específicas.

Paralelamente, aparecieron otras drogas sintéticas como las llamadas ‘sales de baño’, con estructuras químicas similares a las anfetaminas, entre ellas la mefedrona, relacionada con la catinona, un alcaloide presente en la planta de khat, consumida tradicionalmente en África oriental. Estos estimulantes no actúan sobre los receptores cannabinoides, pero forman parte del complejo escenario de nuevas drogas psicoactivas.

Desde 2013, han surgido nuevas moléculas como ADB-FUBINACA y AMB-FUBINACA, desarrolladas originalmente para fines terapéuticos y nunca comercializadas, pero que hoy aparecen en productos ‘herbales’ de ‘Spice’ y han causado serios incidentes, incluyendo muertes y eventos masivos de intoxicación. Por ejemplo, en 2016, un brote masivo de intoxicaciones en Brooklyn estuvo asociado con AMB-FUBINACA, y en 2017 se atribuyeron unas veinte muertes en Nueva Zelanda a esta sustancia.

El tráfico y la síntesis de estas drogas no se limitan a la calle. En el Reino Unido, por ejemplo, se han documentado casos de producción clandestina en viviendas urbanas, usando sustancias peligrosas sin conocimientos adecuados, poniendo en riesgo la seguridad de los vecinos. ‘Spice’ también ha penetrado en espacios cerrados como las prisiones, donde se utiliza para evadir las restricciones, siendo introducido incluso a través de métodos sofisticados, como impregnar papel con la droga disuelta en solventes.

Este fenómeno subraya la complejidad del desafío que representan las drogas sintéticas: la rapidez con que evolucionan químicamente, su distribución clandestina y la dificultad para su regulación efectiva. Además, el alto poder agonista de muchas de estas sustancias puede provocar efectos adversos graves y una alta toxicidad, mucho más imprevisible que la del cannabis tradicional.

Es crucial comprender que el uso de ‘Spice’ no es un simple equivalente del consumo de marihuana, sino que conlleva riesgos añadidos por la potencia desconocida de los compuestos, su variabilidad y los daños potenciales a la salud, que incluyen desde intoxicaciones agudas hasta efectos neuropsiquiátricos severos. Además, la facilidad para la producción y distribución clandestina favorece la proliferación de estos productos, que desafían las estrategias tradicionales de control de drogas. El impacto social también es significativo, desde la alteración del entorno en comunidades y prisiones hasta los riesgos legales y de salud pública asociados.

Por último, es importante reconocer que estas sustancias sintéticas representan un avance tecnológico en química orgánica y farmacología, pero cuyo desvío hacia el abuso ha generado una crisis sanitaria que exige un enfoque multidisciplinario, combinando ciencia, legislación, salud pública y educación para enfrentar su propagación y mitigar sus daños.

¿Cómo ayudan los isótopos estables a detectar fraudes y revelar orígenes en alimentos, drogas y objetos históricos?

La espectrometría de masas de isótopos estables ha transformado silenciosamente el modo en que comprendemos la autenticidad, el origen y la trazabilidad de numerosos productos que consumimos o estudiamos. Su aplicación se ha expandido desde la autenticación de ingredientes alimentarios hasta la detección del origen geográfico de drogas ilícitas y artefactos arqueológicos. A través del análisis de proporciones isotópicas de elementos como carbono, hidrógeno, oxígeno, estroncio, plomo o uranio, los científicos pueden desentrañar historias escondidas en moléculas aparentemente idénticas.

En el caso de la vainilla, uno de los sabores más codiciados y costosos del mundo, las técnicas SNIF-NMR (Site-specific Natural Isotope Fractionation – Nuclear Magnetic Resonance) han permitido detectar adulteraciones con vainillina sintética. Estudios desde los años 80 hasta la actualidad han demostrado cómo la vainillina derivada del petróleo, maíz o lignina presenta firmas isotópicas distintas frente a la extraída naturalmente del Vanilla planifolia. Las proporciones de isótopos de carbono (δ¹³C) y deuterio (δ²H) sirven como huellas digitales que delatan la fuente original, incluso cuando la estructura química es la misma.

En aguas embotelladas, la variabilidad de los isótopos de hidrógeno y oxígeno revela patrones geográficos que permiten trazar el origen exacto de una muestra. Este enfoque ha sido validado en estudios de aguas de Europa Central, Asia y América, mostrando que el agua que consumimos no solo hidrata, sino que también habla de su historia geológica y climatológica.

La trufa blanca, otro producto de altísimo valor comercial, ha sido objeto de análisis similares para diferenciar ejemplares auténticos de falsificaciones. Las proporciones isotópicas de diversos elementos permiten trazar su origen geográfico y descartar imitaciones cultivadas o importadas.

En el ámbito forense y criminalístico, los isótopos son testigos silenciosos. El análisis de δ¹³C y δ²H en drogas como la cocaína y las metanfetaminas ha sido utilizado para inferir tanto la ruta de síntesis como la localización de cultivo o producción. Por ejemplo, la cocaína proveniente de regiones específicas de Sudamérica muestra patrones isotópicos particulares, mientras que la metanfetamina fabricada a partir de medicamentos de venta libre puede distinguirse según la vía sintética empleada. Incluso la marihuana cultivada en distintas regiones deja un rastro en su composición isotópica de estroncio.

En arqueología, los isótopos metálicos ofrecen una ventana al pasado. Análisis de isótopos de plomo y plata han revelado circuitos comerciales y orígenes de metales preciosos en la Europa del Renacimiento y la España colonial. En el caso de una punta de flecha de la Edad del Bronce, el análisis indicó que fue forjada a partir de hierro meteórico, revelando no solo su rareza, sino también las redes de intercambio prehistóricas. Asimismo, estudios en restos de agua canalizada en la antigua Roma permitieron identificar fuentes específicas gracias a los isótopos de plomo, evidenciando la infraestructura urbana de la época.

Incluso personajes históricos como el rey Ricardo III han sido objeto de estudios multi-isotópicos que revelan cambios en su estilo de vida y migraciones durante su vida, integrando evidencias químicas con la historia y la arqueología.

Los combustibles fósiles y los procesos industriales tampoco escapan a este escrutinio. El uranio y sus derivados, especialmente en forma de hexafluoruro de uranio (UF₆), han sido rastreados con precisión gracias a sus firmas isotópicas, información esencial para el monitoreo de materiales nucleares. El metano, uno de los gases de efecto invernadero más importantes, ha sido objeto de amplios estudios globales mediante análisis de fuentes y sumideros isotópicos, revelando su procedencia ya sea biogénica, termogénica o antropogénica.

Más allá del laboratorio, estos métodos isotópicos funcionan como herramientas de vigilancia silenciosa en un mundo cada vez más interconectado y expuesto a fraudes, engaños y desinformación. El conocimiento y uso de firmas isotópicas se vuelve así un nuevo lenguaje: invisible, pero inequívoco.

Además de lo ya expuesto, es crucial entender que el poder de los isótopos no reside únicamente en detectar diferencias, sino en contextualizarlas. Una firma isotópica es valiosa solo en la medida en que se compara con una base de datos robusta y geográficamente precisa. Sin referencias sólidas, las inferencias pueden ser equívocas. Por ello, el desarrollo de bases de datos globales de isótopos —los llamados “isoscapes”— se ha vuelto una prioridad científica. Estos mapas isotópicos permiten ubicar cualquier muestra dentro de un marco espacial y temporal, elevando el análisis desde una simple comparación química a una narrativa compleja sobre origen, historia y autenticidad.