En las fases intermedias del proceso de aprendizaje, los estudiantes ya poseen una base de conocimientos y habilidades sobre la cual pueden seguir construyendo. En este punto, se vuelve más probable que puedan identificar las mejoras en su desempeño, lo que les permite avanzar con mayor rapidez. Es precisamente por esto que, a menudo, los estudiantes parecen “despegar” en su desarrollo de conocimientos y habilidades solo después de haber alcanzado un cierto umbral de aprendizaje inicial.

Las implicaciones de la investigación sobre la práctica indican que, para lograr un aprendizaje verdaderamente eficaz, los estudiantes necesitan suficiente tiempo de práctica, enfocado en un objetivo específico o un conjunto de metas, y que estas prácticas sean de un nivel adecuado de dificultad. Sin embargo, dada la limitación de tiempo y recursos, a menudo es difícil o incluso imposible aumentar el tiempo de práctica de los estudiantes, ya sea dentro o fuera del aula. En este sentido, los resultados de la investigación sugieren que una mejor utilización del tiempo de práctica disponible puede tener un impacto significativo en los resultados del aprendizaje. Esto se logra centrando los esfuerzos de los estudiantes en lo que realmente necesitan aprender, y no en lo que ya saben o lo que les resulta más cómodo hacer. Además, es fundamental que los objetivos de desempeño sean alcanzables y desafiantes, pero dentro de un rango que resulte productivo.

Por otro lado, la práctica dirigida por metas sola no es suficiente para fomentar un aprendizaje profundo. Es indispensable que se coordine con una retroalimentación adecuada, dirigida y puntual, que permita maximizar los avances del estudiante. El propósito de la retroalimentación es proporcionar a los estudiantes la información necesaria para que logren alcanzar el nivel de desempeño deseado. Así como un mapa brinda información clave sobre la posición actual de un viajero, la retroalimentación efectiva ofrece detalles sobre el estado actual del conocimiento y desempeño del estudiante, ayudándole a orientarse hacia el objetivo de aprendizaje. En otras palabras, una retroalimentación adecuada permite a los estudiantes entender qué están comprendiendo correctamente, qué aspectos no dominan, y cómo deben orientar sus esfuerzos para mejorar.

Siguiendo con esta analogía, imagina intentar encontrar tu camino a través de un laberinto sin ningún tipo de referencia sobre tu posición en relación con la entrada o salida. Podrías andar en círculos, desperdiciar tiempo y perderte sin siquiera notarlo, aunque eventualmente logres encontrar la salida. Esta situación refleja lo que ocurre cuando los estudiantes carecen de retroalimentación efectiva: no tienen información precisa sobre su progreso, lo que los lleva a perder tiempo y a sentirse confundidos. Por el contrario, la retroalimentación eficaz facilita significativamente el aprendizaje.

Un ejemplo claro de esto se observa cuando dos estudiantes comparten el mismo error en la resolución de varios problemas. Supongamos que uno de los estudiantes resuelve todos los problemas en una tarea de gran envergadura y, tras entregarla, recibe la calificación “C” sin más explicación. Al observar los puntos descontados, puede inferir que no entiende nada sobre el tema y desmotivarse. El otro estudiante, en cambio, recibe retroalimentación tras realizar algunos problemas en clase, donde el instructor destaca errores comunes y explica cómo corregirlos. Este estudiante, al identificar su error en tiempo real, corrige su comprensión y sigue adelante, lo que le permite mejorar su rendimiento en las tareas siguientes.

Las diferencias entre estos dos estudiantes se derivan no solo de la naturaleza del error, sino también del momento y la forma en que se les proporcionó la retroalimentación. El primer estudiante, al no comprender que el error fue aislado y no reflejaba una incapacidad general para aprender el tema, podría caer en la desmotivación y evitar practicar más en el futuro. En cambio, el segundo estudiante, con información precisa sobre su error, tiene la posibilidad de corregirlo y seguir perfeccionando su comprensión.

Es evidente que la retroalimentación es un factor crucial para el aprendizaje, y la investigación ha identificado dos aspectos fundamentales que la hacen más efectiva: el contenido y el momento. En primer lugar, la retroalimentación debe comunicar claramente a los estudiantes dónde se encuentran en relación con los objetivos establecidos y qué necesitan hacer para mejorar. En segundo lugar, la retroalimentación debe proporcionarse en el momento adecuado, es decir, cuando los estudiantes puedan aprovecharla mejor, considerando los objetivos de aprendizaje y la estructura de las actividades planteadas.

Es fundamental reconocer que no existe una única estrategia de retroalimentación que sea efectiva en todos los contextos de enseñanza. Más bien, la retroalimentación debe ser adaptada según los objetivos de aprendizaje, el nivel de conocimientos previos de los estudiantes y las limitaciones prácticas del curso. La retroalimentación debe ser formativa, es decir, debe proporcionar información precisa sobre las áreas específicas del desempeño que deben mejorar, no solo una evaluación general del rendimiento, como ocurre con las calificaciones.

La retroalimentación efectiva, al igual que una herramienta de navegación avanzada como un sistema GPS, no solo informa al estudiante de su distancia del objetivo, sino que ofrece instrucciones claras sobre cómo llegar allí. De este modo, la retroalimentación no debe limitarse a señalar el error, sino a ofrecer a los estudiantes un mapa claro de cómo ajustar su conocimiento y desempeño para cumplir con los objetivos establecidos. Además, debe centrarse en aspectos específicos del proceso de aprendizaje, como la correcta formulación de un problema o la detección de errores durante la práctica.

De este modo, es importante que los educadores no solo proporcionen retroalimentación al final de una tarea, sino que intervengan de manera oportuna durante el proceso de aprendizaje, ayudando a los estudiantes a corregir sus errores antes de que estos se consoliden. El hecho de que los estudiantes reciban retroalimentación inmediata sobre su desempeño les permite ajustar sus enfoques y mejorar continuamente, favoreciendo así un aprendizaje más eficaz y duradero.

¿Qué es el aprendizaje y cómo se puede optimizar?

El aprendizaje es un proceso dinámico que tiene como objetivo provocar un cambio significativo en el individuo. Este cambio resulta de la experiencia y potencia tanto el rendimiento futuro como el aprendizaje subsecuente. Para comprender adecuadamente cómo funciona el aprendizaje, es necesario definir claramente qué significa aprender. En este contexto, el aprendizaje no debe ser visto como un producto final, sino como un proceso continuo que se manifiesta en el tiempo a través de las respuestas y actuaciones del estudiante.

El aprendizaje involucra un cambio tangible en el conocimiento, las creencias, los comportamientos o las actitudes, y este cambio no es superficial ni transitorio. Se trata de un impacto duradero en la manera en que los estudiantes piensan y actúan. Es importante resaltar que el aprendizaje no es algo que se imponga a los estudiantes, sino un proceso activo en el que ellos participan de manera consciente o inconsciente, dependiendo de cómo interpretan y responden a sus experiencias pasadas y presentes.

Las teorías actuales de aprendizaje están basadas en principios que provienen de una perspectiva holística y de desarrollo. Esta visión reconoce que el aprendizaje no ocurre en un vacío, sino que se entrelaza con otros procesos de desarrollo en la vida del estudiante. De hecho, los estudiantes ingresan a las aulas no solo con habilidades y conocimientos adquiridos, sino también con experiencias sociales y emocionales que influencian tanto su percepción de sí mismos como su relación con los demás. Este enfoque integral destaca que, aunque cada principio de aprendizaje se discute de manera individual, todos están presentes y funcionando simultáneamente en situaciones reales de aprendizaje.

Uno de los principios fundamentales es que el conocimiento previo de los estudiantes puede ser un facilitador o un obstáculo para su aprendizaje. Los estudiantes llegan a las aulas con ideas, creencias y actitudes formadas no solo en el aula, sino a través de su vida cotidiana. Este conocimiento previo, cuando es robusto y activado en el momento adecuado, sirve como base para construir nuevo aprendizaje. Sin embargo, cuando este conocimiento es inerte, inexacto o insuficiente, puede dificultar el aprendizaje y crear barreras para el desarrollo de nuevos conceptos.

Otro principio clave es cómo los estudiantes organizan y conectan la información que adquieren. Los estudiantes naturalmente forman conexiones entre los fragmentos de conocimiento. Si estas conexiones están organizadas de manera precisa y significativa, el aprendizaje y la aplicación de ese conocimiento se vuelve más efectivo. En cambio, cuando la información se conecta de forma incorrecta o aleatoria, puede impedir que los estudiantes recuperen o apliquen lo aprendido de manera adecuada.

La motivación juega un papel central en el aprendizaje. A medida que los estudiantes ganan mayor autonomía sobre su proceso de aprendizaje, se vuelve esencial entender cómo la motivación determina y mantiene su involucramiento. Cuando los estudiantes perciben un valor positivo en una tarea de aprendizaje, creen que pueden lograr el objetivo y sienten que su entorno les brinda apoyo, su motivación se intensifica. Esta motivación, a su vez, influye en la dirección, intensidad y persistencia de sus esfuerzos.

El dominio de un tema requiere no solo la adquisición de habilidades individuales, sino también la práctica para integrar estas habilidades de manera fluida. Los estudiantes deben desarrollar una comprensión profunda de los componentes necesarios para realizar tareas complejas, y practicar la integración de esos elementos hasta que se vuelvan automáticos. Esta integración es crucial para lograr la destreza, y los educadores deben ser conscientes de estos procesos para optimizar el aprendizaje de los estudiantes.

La práctica dirigida por metas, acompañada de retroalimentación específica, también es un principio clave para mejorar el aprendizaje. La práctica que se enfoca en objetivos claros, presenta un desafío adecuado y se realiza de manera constante, produce mejores resultados si se complementa con retroalimentación precisa que indique cómo los estudiantes pueden mejorar en áreas específicas.

Es necesario entender que el desarrollo de los estudiantes no se limita al ámbito intelectual. Los aspectos sociales y emocionales juegan un papel fundamental en su proceso de aprendizaje. Los estudiantes no solo están desarrollando habilidades cognitivas, sino también su capacidad de interactuar social y emocionalmente con los demás. El clima que se crea en el aula tiene un impacto directo en el rendimiento: un ambiente negativo puede frenar el aprendizaje, mientras que un ambiente positivo puede energizar el proceso de aprendizaje.

Por último, para que los estudiantes se conviertan en aprendices autónomos, deben aprender a monitorear y ajustar su propio enfoque de aprendizaje. A través de procesos metacognitivos, los estudiantes pueden evaluar sus fortalezas y debilidades, planificar sus estrategias y reflexionar sobre su efectividad. Desarrollar estas habilidades no solo mejora el rendimiento académico, sino que también los convierte en aprendices más efectivos a lo largo de su vida.

Estos principios se basan en investigaciones científicas que provienen de diversas áreas del conocimiento, como la psicología cognitiva, el desarrollo social, y la pedagogía. Esta base empírica asegura que los principios no solo sean relevantes, sino que también sean aplicables de manera transversal en todas las disciplinas. Los elementos fundamentales que impactan el aprendizaje trascienden las diferencias entre áreas de estudio, siendo universales en su aplicación.

¿Cómo los estudiantes se convierten en aprendices autodirigidos?

Se ha demostrado que aquellos estudiantes que son enseñados o impulsados a monitorear su propia comprensión, o a explicarse a sí mismos lo que están aprendiendo, obtienen mayores avances en su aprendizaje en comparación con aquellos que no reciben instrucción sobre cómo monitorear su comprensión (Bielaczyc, Pirolli y Brown, 1995; Chi et al., 1994). Investigaciones adicionales sugieren que cuando los estudiantes aprenden a hacerse preguntas de monitoreo de comprensión entre ellos durante la lectura, tienden a autovigilarse con mayor frecuencia, lo que resulta en un aprendizaje más profundo de lo que leen (Palinscar & Brown, 1984).

El proceso de reflexión y ajuste en el enfoque de aprendizaje es fundamental para el progreso académico. Sin embargo, incluso cuando los estudiantes son capaces de monitorear su rendimiento y reconocer fallos o deficiencias en su enfoque, no siempre están dispuestos a realizar los ajustes necesarios o a intentar alternativas más efectivas. Las razones para esta resistencia son diversas: algunos estudiantes, como Melanie, podrían ser reacios a desviarse de un estilo que previamente les había ganado reconocimiento. Aunque ella pudiera reconocer deficiencias en su escritura analítica, podría no saber cómo escribir de manera diferente. Igualmente, John podría no conocer otros métodos para estudiar para un examen. La investigación ha demostrado que los buenos solucionadores de problemas intentan nuevas estrategias cuando las actuales no funcionan, mientras que los solucionadores ineficaces siguen utilizando un enfoque incluso cuando ya ha fallado (National Research Council, 2001). Un buen escritor, por ejemplo, evaluará su trabajo desde la perspectiva del lector y revisará las partes de su escrito que no logran transmitir el significado deseado (Hayes & Flower, 1986). Sin embargo, estos ajustes no ocurren si el costo percibido de cambiar a un nuevo enfoque es demasiado alto. Estos costos incluyen el tiempo y esfuerzo que conlleva cambiar los hábitos establecidos, así como el hecho de que los nuevos enfoques, aunque mejores a largo plazo, tienden a tener un rendimiento inferior en las etapas iniciales. Los estudiantes que procrastinan o tienen agendas apretadas pueden mostrarse reacios a invertir en un cambio de enfoque, incluso si este les traería beneficios a largo plazo. De hecho, los estudios sugieren que las personas a menudo prefieren continuar utilizando una estrategia conocida que funciona de manera moderada antes que arriesgarse a cambiar a una nueva estrategia que podría funcionar mejor (Fu & Gray, 2004). Esto implica que los estudiantes no adoptarán nuevas estrategias aprendidas a menos que los beneficios percibidos claramente superen los costos percibidos, especialmente los costos de esfuerzo y tiempo.

Las creencias sobre la inteligencia y el aprendizaje son factores determinantes en estos procesos metacognitivos. Estas creencias influyen en las conductas relacionadas con el aprendizaje y los resultados académicos, como las calificaciones y los puntajes de los exámenes (Schommer, 1994). Por ejemplo, en un estudio, se recopilaron medidas de las creencias de los estudiantes sobre si la inteligencia es fija (algo que no se puede mejorar) o incremental (algo que se puede desarrollar con esfuerzo), junto con otros factores como la autoeficacia, la motivación, el tiempo dedicado al estudio y las estrategias de aprendizaje. Los resultados indicaron que las creencias de los estudiantes sobre la inteligencia estaban estrechamente relacionadas con sus comportamientos y estrategias de estudio (Henderson & Dweck, 1990). Aquellos que consideraban la inteligencia como fija no veían necesidad de esforzarse por mejorar, ya que creían que su esfuerzo tendría poco o ningún efecto. Por lo tanto, estos estudiantes, al poner poco esfuerzo en sus estudios, eran menos propensos a aprender y rendir bien. Por otro lado, los estudiantes que creían que la inteligencia era incremental (es decir, que las habilidades podían desarrollarse a través del esfuerzo) estaban más dispuestos a involucrarse en estrategias de estudio que creían que mejorarían sus habilidades, lo que en última instancia resultaba en un mejor rendimiento académico.

La historia de Melanie ilustra cómo las creencias sobre las propias habilidades impactan los procesos metacognitivos y el aprendizaje. Melanie tiene creencias sobre sí misma — "Soy buena escritora" y "Siempre saco A en mis trabajos" — que influyen en su enfoque hacia la tarea del profesor Yang. Empieza su trabajo tarde, confiando en su talento innato para escribir y en su capacidad para trabajar bajo presión. Sin embargo, cuando el resultado — una calificación baja — no coincide con sus expectativas, atribuye el resultado a una evaluación incorrecta en lugar de revisar su concepto del encargo, sus habilidades o el esfuerzo invertido. Si Melanie mantiene estas creencias, es probable que no cambie su enfoque ni trate de mejorar sus habilidades de escritura, incluso si se le da la oportunidad de practicar más en este curso.

En contraste, un estudiante que tiene creencias negativas sobre sus habilidades en contextos específicos (por ejemplo, "No soy bueno en matemáticas") podría sentirse derrotado desde el principio y no poner el esfuerzo necesario en el desarrollo de estrategias de estudio, debido a la creencia de que el tiempo y el esfuerzo invertidos no producirán resultados. Así, las creencias sobre las propias habilidades — ya sean fuertes o débiles — pueden obstaculizar gravemente los procesos metacognitivos, el aprendizaje y el desarrollo.

Las creencias de los estudiantes sobre la inteligencia y el aprendizaje no son fáciles de cambiar, pero la investigación ofrece algo de esperanza. En un estudio realizado con estudiantes de la Universidad de Stanford (Aronson, Fried, & Good, 2002), a la mitad de los estudiantes se les enseñó que la inteligencia es "maleable", es decir, algo que se desarrolla con práctica y esfuerzo. A la otra mitad se les enseñó que la inteligencia estaba compuesta por múltiples componentes fijos (por ejemplo, verbal, lógico, interpersonal), y que las personas simplemente debían descubrir qué componente fijo era su talento para aprovechar sus fortalezas. Ambos grupos participaron en sesiones en las que se les pidió escribir cartas a estudiantes de secundaria con dificultades académicas, promoviendo la visión de la inteligencia que les había sido enseñada. Los resultados mostraron que el grupo que había aprendido sobre la inteligencia "maleable" cambió más sus creencias y mostró un mayor disfrute en los estudios, además de mejorar sus calificaciones en el siguiente semestre.

¿Cómo la interacción entre conocimientos previos y nuevas informaciones afecta el aprendizaje?

El aprendizaje no es un proceso pasivo; se construye sobre la base de lo que ya sabemos, y el éxito de esta construcción depende en gran medida de cómo manejamos la información que nos es presentada. Este proceso de integración de nuevos conocimientos con los previos, así como la capacidad de adaptarse a nuevas situaciones, es un aspecto fundamental de la psicología cognitiva y la educación. En el ámbito de la educación, la relación entre el conocimiento previo y la adquisición de nueva información es crucial para entender cómo los estudiantes logran transferir lo aprendido a contextos más complejos o diversos.

Investigaciones han demostrado que las personas que tienen una base sólida de conocimientos previos suelen tener más facilidad para aprender conceptos nuevos relacionados con esos conocimientos. Sin embargo, cuando el conocimiento previo se encuentra con conceptos nuevos que son demasiado diferentes o contradictorios, pueden surgir interferencias que dificultan el aprendizaje. Este fenómeno es conocido como la "interferencia" y se ha observado en diversos estudios sobre memoria y cognición. Por ejemplo, la investigación de Kole y Healy (2007) sobre la memoria sugiere que la utilización de conocimientos previos para organizar y minimizar la interferencia al aprender nueva información puede mejorar el rendimiento cognitivo.

La interacción entre la información previa y la nueva no siempre es directa o lineal. En ocasiones, los estudiantes no solo aplican lo que saben, sino que también deben modificar su conocimiento preexistente para adaptarse a nuevas realidades, lo cual puede requerir procesos metacognitivos. Este tipo de aprendizaje requiere un esfuerzo consciente y la disposición de reflexionar sobre lo que ya se sabe y cómo eso se conecta con el nuevo contenido. La teoría del "aprendizaje por analogía" expone que las personas tienden a transferir lo aprendido de un contexto a otro mediante analogías. Sin embargo, las analogías no siempre son perfectas y, en ocasiones, pueden conducir a errores de juicio, lo que resalta la importancia de la reflexión crítica en el proceso de aprendizaje.

La "experiencia reversa", descrita por Kalyuga y sus colegas (2003), también es relevante en este contexto. Este fenómeno sugiere que, mientras más experto se vuelve un individuo en un tema, más difícil es aprender de la misma manera que lo hacía cuando era un principiante. En términos prácticos, un experto puede cometer el error de aplicar su conocimiento de manera inapropiada a situaciones que requieren enfoques más simples. Así, la adaptación al contexto y la comprensión de las diferencias entre lo conocido y lo nuevo se convierten en un reto significativo.

Es fundamental, por lo tanto, que los métodos de enseñanza reconozcan y fomenten la conexión entre lo que los estudiantes ya saben y lo que necesitan aprender. Los educadores deben diseñar estrategias pedagógicas que no solo presenten nueva información, sino que también ayuden a los estudiantes a integrar ese conocimiento de manera significativa con su bagaje previo. Además, la retroalimentación, tanto entre pares como del instructor, juega un papel crucial en este proceso. El feedback efectivo debe ser específico y estar orientado a promover la reflexión sobre cómo los conocimientos previos pueden ajustarse o expandirse para incorporar nueva información.

La comprensión de que el conocimiento previo puede ser tanto una herramienta como una barrera en el aprendizaje es esencial. No se trata solo de acumular información nueva, sino de saber cómo integrarla y ajustarla al marco existente de conocimientos. El éxito en este proceso depende de la capacidad del estudiante para reconocer qué parte de su conocimiento debe adaptarse, modificar o abandonar, y cómo hacer ese ajuste de manera efectiva.

Al mismo tiempo, se debe prestar atención a las dinámicas emocionales y sociales que influyen en el aprendizaje. Las investigaciones sobre la identidad social y la motivación han mostrado que la percepción de uno mismo y las expectativas sociales influyen en el rendimiento académico. En particular, los estereotipos negativos sobre el rendimiento intelectual pueden tener un impacto significativo en la motivación y el logro, como se demuestra en los estudios de Major et al. (1998). La gestión de la autoestima y la percepción social es crucial para crear un entorno de aprendizaje donde los estudiantes no solo tengan las habilidades cognitivas necesarias, sino también la motivación para aplicarlas de manera efectiva.

En resumen, el aprendizaje es un proceso dinámico y multifacético, donde el conocimiento previo, las habilidades metacognitivas, las estrategias pedagógicas y los factores emocionales juegan roles clave. Para mejorar la enseñanza y el aprendizaje, es esencial que los educadores diseñen enfoques que favorezcan la integración de nuevos conocimientos con los existentes, reconociendo las dificultades inherentes a este proceso. La educación debe ser vista no solo como una transmisión de información, sino como una construcción activa y crítica, que involucra tanto al estudiante como al educador en un esfuerzo compartido por alcanzar una comprensión profunda y duradera.