Al encontrarse atrapado en la vorágine oscura de un remolino, el observador percibe que su embarcación no es el único objeto arrastrado hacia la inevitable caída. Fragmentos dispersos de naves, troncos, muebles y barriles acompañan este descenso caótico, cada uno respondiendo de forma diferente a la fuerza centrípeta del vórtice. La mirada se vuelve entonces una mezcla de terror y curiosidad, una extraña fascinación por observar cómo estos elementos flotantes se desplazan, caen y, en ocasiones, parecen resistir la caída hacia el abismo de espuma.
La observación minuciosa revela patrones en el comportamiento de los objetos: los cuerpos más grandes descienden con mayor rapidez; entre dos cuerpos de igual tamaño, la forma es determinante para la velocidad de absorción. Las esferas caen con mayor celeridad que cualquier otra forma, mientras que los cilindros muestran una resistencia notable al ser succionados, descendiendo más lentamente. Esta diferencia no es casual, sino consecuencia directa de la dinámica del flujo en el vórtice y de las propiedades físicas de la forma y la superficie de los objetos involucrados.
Estos patrones permiten vislumbrar una posible estrategia de supervivencia. La idea de atarse a un objeto flotante —en este caso un barril— para intentar evitar una caída inmediata y total hacia el fondo del remolino se convierte en la única opción racional ante la desesperación. La experiencia relata cómo, tras lanzarse con el barril, la velocidad de descenso se detiene antes de alcanzar el fondo, y la intensidad del remolino decrece gradualmente hasta que es posible emerger a la superficie y ser arrastrado hacia aguas menos turbulentas.
Este relato no sólo describe la lucha por la supervivencia física, sino que también revela una profunda reflexión sobre la percepción humana frente a lo inevitable. El terror inicial da paso a una esperanza basada en la observación metódica y el entendimiento de las leyes naturales que gobiernan el fenómeno. No es sólo la fuerza bruta del remolino la que determina el destino, sino la interacción compleja entre tamaño, forma, tiempo de entrada en el vórtice y velocidad de descenso. El conocimiento de estas variables permite al narrador encontrar un modo de escapar de lo que parecía un destino fatal.
Es fundamental comprender que el remolino no actúa de manera uniforme ni monolítica. La naturaleza del flujo, sus cambios de intensidad y la posición relativa de los objetos en el tiempo determinan su destino final. La diferencia entre ser absorbido completamente y ser reabsorbido hacia la superficie está condicionada por un delicado equilibrio temporal y físico. Además, la experiencia demuestra que la supervivencia depende no sólo de la fuerza o el coraje, sino del entendimiento racional del fenómeno y la capacidad de actuar con rapidez y decisión.
Más allá del relato, es importante entender que fenómenos naturales de esta complejidad exigen una visión interdisciplinaria: física de fluidos, geometría, dinámica y psicología de la respuesta ante el peligro. El estudio de los objetos en el vórtice es un ejemplo claro de cómo la ciencia puede ofrecer estrategias para afrontar situaciones aparentemente imposibles. La observación detallada y el análisis racional proporcionan herramientas para la esperanza, incluso en medio del caos más absoluto.
¿Cómo se manifiesta la obsesión y el deterioro mental en "La caída de la casa Usher"?
Durante varios días, el nombre de la mujer ausente no fue mencionado ni por Usher ni por mí. En ese tiempo, intenté con empeño mitigar la melancolía de mi amigo; pintábamos y leía en voz alta, o simplemente escuchaba, como en un sueño, las improvisaciones salvajes de su guitarra parlante. La intimidad creciente me permitió adentrarme en los recovecos de su espíritu y, cuanto más cerca estaba, más amarga se hacía la percepción de la inutilidad de mis esfuerzos para animar una mente de la que emanaba una oscuridad tan profunda que parecía una cualidad inherente. Esa oscuridad irradiaba sin cesar sobre todo lo que constituía su universo moral y físico.
Las horas solemnes que pasé a solas con el maestro de la casa Usher permanecen indelebles en mi memoria. Sin embargo, resulta imposible transmitir con exactitud el carácter de sus estudios y ocupaciones, a las que me involucraba o guiaba. Una idealidad exaltada y perturbada teñía todo con un resplandor sulfúrico. Sus largos cánticos improvisados retumban aún en mis oídos.
Entre las cosas que más me han quedado grabadas, recuerdo una extraña perversa y ampliada interpretación de la última vals de Von Weber. De las pinturas, sobre las que su fantasía elaborada meditaba, brotaban imágenes vagas que me estremecían sin que pudiera explicar por qué. Estas obras, que crecían pincelada a pincelada, detenían la atención por su absoluta simplicidad y desnudez de diseño. Si algún mortal plasmó una idea en pintura, ese fue Roderick Usher. En el entorno en que me encontraba, la abstracción pura que el hipocondríaco vertía en su lienzo generaba una intensidad de temor intolerable, un aura que nunca había sentido ante los sueños más brillantes, pero demasiado concretos, de Fuseli.
Una de sus concepciones fantasmagóricas, aunque menos abstracta, puede bosquejarse con palabras: un pequeño cuadro mostraba el interior de una bóveda rectangular inmensamente larga, con paredes bajas, lisas y blancas, sin interrupciones ni ornamentos. Algunos detalles sugieren que esta excavación estaba a gran profundidad bajo la tierra. No se observaba salida alguna ni fuente artificial de luz, sin embargo, un torrente de rayos intensos bañaba todo con un resplandor lúgubre e inapropiado.
Mencioné antes la condición morbosa del nervio auditivo que hacía intolerable toda música para Usher, salvo ciertos efectos de instrumentos de cuerda. Tal vez esta limitación al sonido de la guitarra originó en gran medida el carácter fantástico de sus interpretaciones. Pero la facilidad ferviente de sus improvisaciones no puede explicarse solo por eso. Tanto en las notas como en las palabras de sus fantasías salvajes, que a menudo acompañaba con versos rimados, se manifestaba una concentración mental intensa y absoluta, observable solo en momentos de excitación artificial extrema.
Recuerdo vívidamente los versos de una de esas rapsodias titulada "El Palacio Encantado". En ella, se percibe una conciencia plena, quizás por primera vez, de Usher sobre el desmoronamiento de su razón. Los versos evocan un palacio radiante habitado por ángeles, símbolo de la mente en su apogeo, que luego es asediado por fuerzas sombrías y vestidas de luto, lo que prefigura la desolación y decadencia inevitable. Los ecos de este palacio, que antes cantaban la sabiduría de su rey, se transforman en una multitud horrenda que ríe sin sonreír más.
De esta balada surgió una reflexión que llevó a Usher a expresar una opinión peculiar: la sensación o conciencia de todas las cosas vegetales. En su fantasía trastornada, esta idea se tornaba aún más atrevida, invadiendo el reino de lo inorgánico. Creía que la colocación de las piedras grises de la casa familiar, su orden, así como la presencia de hongos y árboles en decadencia, y la prolongada estabilidad de esta disposición, generaban una atmósfera propia. Esta atmósfera invisible era, según él, la causa silenciosa, imperiosa y terrible que durante siglos había moldeado el destino de su familia y que lo había convertido en lo que era.
Los libros que compartíamos, que formaban gran parte de la existencia mental del enfermo, reflejaban esta misma naturaleza fantasmal: obras como La Cartuja de Ververtet, Belphegor de Maquiavelo, El cielo y el infierno de Swedenborg, El viaje subterráneo de Nicholas Klimm, y tratados esotéricos y ocultistas, servían para alimentar su espíritu perturbado.
Es fundamental comprender que la manifestación de la enfermedad mental en Usher no solo es una cuestión de síntomas aislados, sino que se entreteje con la atmósfera, el entorno y la herencia familiar, creando un todo en el que la locura parece alimentarse de la casa misma, como si las piedras y la tierra conservaran y comunicaran una conciencia maléfica. La percepción de la música, las artes y las letras son todas alteradas y distorsionadas por este influjo oscuro, que impregna y corroe cada aspecto de la realidad.
Este relato sugiere que la mente humana puede estar en estrecha simbiosis con su entorno material y espiritual, y que el aislamiento y la melancolía no solo afectan el alma, sino que resuenan en el espacio físico, creando un ciclo imposible de romper. La obsesión de Usher con la idea de la sensibilidad de las piedras y la atmósfera que envuelve su casa muestra cómo la psique puede proyectar y amplificar sus temores, fundiéndose con la realidad circundante hasta hacer indistinguibles ambos planos.
Es importante entender que la caída de Usher es la caída no solo de un hombre, sino de una herencia, de una estructura simbólica y física que representa la mente fragmentada, la fragilidad de la razón y la inevitable corrupción que acecha tanto al cuerpo como al alma. La locura aquí se presenta como un fenómeno integral, en el que lo interno y lo externo se reflejan y amplifican mutuamente, en una espiral de descomposición inexorable.
¿Qué sucedió esa noche en la casa de Glister?
Esa noche, Dennis, tras colocar sus pies en las zapatillas, se dispuso a moverse, pero antes de que pudiera hacerlo, la lámpara de la habitación se apagó. "¡Maldita sea!" murmuró, buscando a tientas los fósforos. Antes de encontrarlos, escuchó el sonido de cajones abriéndose y cerrándose. Encendió un fósforo y, a la luz débil de la llama, se acercó a la lámpara, pero el mecha se negó a encenderse, a pesar de los numerosos intentos fallidos. En la creciente oscuridad, con la luna ya oculta, Dennis se dirigió hacia la puerta, pero al poner la mano en la perilla, se detuvo en seco. De nuevo, los pasos resonaron en la casa, seguidos del fuerte golpe de la puerta de mosquitos que lo hizo saltar. Los pasos cruzaron la veranda, seguros con cada paso, hasta que el sonido se desvaneció a lo lejos, perdiéndose en la noche. La campana del despacho sonó tres veces con un tono profundo, haciendo que Dennis se estremeciera. Se quitó las zapatillas y regresó a la cama, rodeándose con la manta para protegerse del aire frío. "El viejo Walley camina dormido o anda de merodeo a medianoche", murmuró. En medio minuto, estaba profundamente dormido.
Cuando los ojos de Dennis se abrieron a la belleza del amanecer tropical, el tintinear de cucharas de plata contra porcelana llegó a sus oídos, y el aroma a cigarro se filtró en la habitación. Se sumergió la cabeza en un recipiente con agua fría, se peinó y, todavía con su sarong y kabaiah, salió a la veranda, donde Walkely estaba a punto de llevarse una taza a la boca. "Buenos días, Dennis", gruñó Walkely, sin muchas ganas de conversar por la mañana. Dennis lo saludó con un gesto y comenzó a ocuparse de la tetera. Mientras elegía meticulosamente un trozo de tostada, observaba a Walkely, quien parecía no tener señales de haber pasado una noche inquieta. De repente, Walkely levantó la vista y se encontró con la mirada de Dennis. "¿Qué pasa?", preguntó. "Nada", respondió Dennis, con tono brusco. "Entonces, ¿por qué me miras así?" "Perdón, viejo", tartamudeó Dennis. "Solo me preguntaba..." "¿Sí?" "¿Qué demonios hacías anoche? ¿Caminando por toda la casa y llamando a tu chico?" "¿Lo oíste también?" preguntó Walkely, con alivio. "¿El qué? ¿Qué estás diciendo?", replicó Dennis. "¿No te oíste subir los escalones de la veranda, abrir las puertas y caminar hacia atrás? Llamaste tres veces 'Boy', pero nadie respondió. Luego caminaste por la casa y bajaste las escaleras. ¿Qué pasó, Walley?" Walkely miró a Dennis a los ojos y, con lentitud, respondió: "Nada. No pasó nada, y no me moví de mi habitación hasta esta mañana."
"Pero, ¿entonces quién...?" Dennis comenzó a preguntar, pero Walkely lo interrumpió. "Nunca me moví", repitió, "lo que escuchaste fue Glister."
"¡Glister! ¿Qué estás diciendo? ¿Quién es Glister?" "Ya lo sabes. El hombre que fue gerente aquí antes de Bellamy. Se disparó. Murió en tu habitación, en tu cama. Está enterrado en el jardín, al pie de la colina, debajo de tu ventana. Una gran lástima, pero... bebida y una mujer nativa... buen tipo también." El recuerdo de Glister comenzó a regresar a la mente de Dennis. "Sí, recuerdo haberlo visto una vez en una carrera en Jesselton. ¿Era un tipo alto y apuesto?" Walkely asintió. "Sí, estaba loco por una mujer nativa hermosa, una Dusun llamada Jebee."
"Sí. Ella fue apartada de Glister por otro hombre. Fue algo muy sucio." "¡Vaya! Ojalá..." "No te preocupes", interrumpió Walkely. "Seguro que ahora se arrepiente, porque ella lo tiene completamente atrapado... drogada hasta los ojos, y su temperamento es el de un demonio. Además, es sacerdotisa del Gusi, y él no se atreve a llamar a su alma suya." "Así que la pérdida de Glister resultó ser ganancia para otro, si tan solo lo hubiera sabido." Las palabras de Dennis fueron suaves.
"Sí. Pero él sintió su ausencia, y en la soledad que siguió, la bebida lo atrapó de nuevo." Hubo un silencio por casi un minuto entre ambos. Parecía como si sus recuerdos hubieran convocado el espíritu de Glister, como si estuviera sentado en la mesa con ellos, mientras el tintineo de los cascabeles de Jebee sonaba desde alguna habitación cercana...
Dennis rompió el silencio. "¿Y tú dices que fue él, anoche?" "Sí." La palabra salió lentamente de los labios de Walkely. "Pero, dios mío, hombre, ¿no quieres decir...? Es una locura." "Lo sé", contestó Walkely con calma. "Suena absurdo, ¿verdad? Pero Old Bellamy lo vio, habló con él e incluso le disparó una vez." "¡Bellamy! ¿Bellamy le disparó?" "Sí. Y no hay nada de misticismo en él, es tan imaginativo como una remolacha." "Pero... " "Todos los 'pero' del mundo no van a cambiar las cosas. Bellamy lo vio. Yo lo vi. Y tú lo escuchaste. Él está ahí, y pasa, y siempre es lo mismo, solo que..." "¿Qué?" La palabra salió entrecortada de los labios de Dennis. "Nunca había entrado en la habitación de los mosquitos antes."
"¿Crees que...?" "No sé. ¿Cómo puedo saberlo? Solo me pregunto qué le pasó, qué está buscando allí." "¿Bebida, tal vez?" Walkely negó con la cabeza. "No", dijo. "La habitación no existía en sus tiempos. No. Hay algo que lo está preocupando, algo que ha provocado este cambio en su habitual caminar." Sus ojos se encontraron con los de Dennis y soltó una breve y medio avergonzada risa. "Vamos a seguir con el té. Cuando termines, iremos a ver su tumba. Siempre la inspecciono dos veces al mes y pongo a un coolie a limpiarla y cuidar las flores. Hoy vamos a echarle un vistazo."
Mientras Dennis se vestía lentamente, su mente estaba llena de la tragedia que se había traído a la memoria de manera tan extraña. "¡Pobre viejo Glister!" murmuró. "Qué final más triste."
Una llamada impaciente hizo que Dennis saliera de su ensoñación y se apresurara hacia la veranda, donde Walkely ya conversaba con Gaga, el jefe de mayordomos, quien llevaba años en ese puesto. Los tres se dirigieron hacia el jardín, caminando por los amplios escalones de cemento, rodeados por una profusión de flores brillantes. Sobre ellos brillaba un sol ardiente en un cielo azul, y una ligera brisa acariciaba sus rostros, impregnada con el aroma del rocío y las fragantes flores de los árboles de caucho. Al pie de la colina, tomaron un estrecho sendero que seguía el contorno del monte. Los tres caminaron en silencio, pues hablar era difícil en aquel estrecho camino. De repente, el sendero descendió y giró bruscamente. Walkely, que iba adelante, se perdió de vista por un instante. Dennis, cantando una canción de amor Dusun, siguió de cerca, pero cuando llegó a la curva, la melodía murió en sus labios. "¡Dios mío! ¿Qué significa esto?", exclamó Walkely, petrificado, mirando con ojos aterrados hacia adelante. Dennis, con la mirada fija, también se quedó inmóvil.
Habían llegado a la tumba, y estaba abierta. Alrededor, había montones de tierra recién removida y flores dispersas, marchitas y pisoteadas. Ambos se miraron, y en sus ojos había una pregunta que ninguno se atrevió a formular. Los pasos arrastrados de la noche anterior resonaban en sus mentes, junto con el sonido de los cajones abriéndose y cerrándose en la habitación de los mosquitos. Un ruido interrumpió sus pensamientos. Un grito alarmado y el rápido golpeteo de los pies descalzos. Gaga se arrodilló rápidamente, hundiendo sus manos en la tierra. "¡Gaga!" La voz de Walkely resonó con furia, pero el hombre no lo escuchó y siguió buscando, palpando frenéticamente la tierra.

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