En la década de 1970, Nueva York vivió uno de sus peores momentos, sumido en una crisis social y económica que parecía irremediable. El cine reflejaba esta decadencia, con películas como Taxi Driver, que mostraban la desesperanza de la ciudad. Sin embargo, en medio de esta oscuridad, surgió una figura que, a pesar de sus polémicas y excentricidades, representaba una esperanza renovadora para la gran manzana. Este personaje no era otro que Donald Trump, un desarrollador inmobiliario con una visión audaz para la ciudad que, a principios de los 80, había adquirido notoriedad por sus planes de renovación urbana, como la rehabilitación de propiedades cercanas a la estación Grand Central y el desarrollo de los terrenos del Penn Central en el lado oeste de Manhattan. Su optimismo contrastaba fuertemente con el ambiente pesimista de la época (Klemesrud, 1976).

Durante los años 80, la economía se revitalizó con una especie de capitalismo turboalimentado, en el que Trump encontró su lugar. Un joven de 35 años ya había logrado cerrar contratos millonarios de terrenos históricos, salvado un centro de transporte de Midtown Manhattan y se encontraba en pleno proceso de construcción de su emblema: el Trump Tower. Este rascacielos de vidrio negro simbolizaba la audacia y la opulencia de su figura. Trump no solo construía edificios, sino que también construía su propio personaje en los medios, siendo protagonista en programas como Entertainment Tonight junto a figuras como Cher o el ex presidente Gerald Ford (Kerr, 1984). Su vida estaba completamente expuesta al público, y él no perdía oportunidad de utilizar su imagen como parte fundamental de su estrategia de promoción.

Trump, a lo largo de los años, mostró una habilidad extraordinaria para integrarse en el círculo de poder y fama, deseando estar siempre rodeado de los más grandes nombres del entretenimiento, la política y el deporte. Esta necesidad de visibilidad y validación lo llevó a comprar un equipo en la United States Football League (USFL), los New Jersey Generals, con la intención de desafiar a los gigantes de la NFL de Nueva York, los Giants y Jets. Durante esta etapa, Trump se convirtió en un personaje tan mediático como los jugadores de fútbol que contrataba, mezclando el deporte con la cultura popular de la época (Eskenazi, 1984).

Sin embargo, el intento de Trump por transformar la USFL en una competencia seria de la NFL fue un fracaso rotundo. Tras el colapso de la liga en 1985, Trump no solo perdió una gran cantidad de dinero, sino que su sueño de un estadio cubierto en Nueva York se desvaneció, reflejando una tendencia que sería recurrente en su carrera: la exageración y la falta de concreción en sus proyectos. Este patrón de grandilocuencia, que en ocasiones lo llevaba al caos y a la especulación, se mantuvo constante en su vida pública, desde sus inversiones en casinos hasta sus incursiones en el mundo de la televisión.

A pesar de los fracasos, Trump seguía construyendo su marca personal, consolidándose como un símbolo de la riqueza y el éxito en la cultura popular. Su incursión en la televisión con el programa Trump Card a principios de los 90 no tuvo el éxito esperado, pero sirvió para reforzar su imagen como una figura de lujo y prestigio. Al mismo tiempo, su participación en el mundo del boxeo, asociada a sus inversiones en los casinos de Atlantic City, solo reforzó su presencia mediática, aunque con poco impacto duradero en el sector.

Trump no se detuvo ante la adversidad, y en los años 80 y 90 vivió varios fracasos financieros. En 1990, enfrentaba una deuda monumental que amenazaba con arruinar su imperio. Sus pagos de intereses anuales sobre préstamos de $2 mil millones y bonos por más de $1 mil millones excedían su flujo de caja, lo que lo llevó a negociar con los bancos para reestructurar su deuda. La habilidad para negociar y el uso de su imagen de hombre de negocios audaz le permitió sortear la quiebra y salir del atolladero financiero, aunque no sin una enorme carga de deuda. A pesar de las dificultades, Trump logró mantenerse en el ojo público, utilizando lo que él mismo denominaba "hipérbole veraz", una forma de exageración que le permitió mantenerse relevante, incluso cuando la realidad no coincidía con la imagen que él proyectaba (Swanson, 2016).

Es crucial entender que, más allá de sus éxitos y fracasos, Donald Trump ha sido un maestro en construir y mantener una narrativa alrededor de su persona. Su éxito en los medios, sus estrategias de autopromoción y su habilidad para transformar fracasos en victorias mediáticas han sido clave para su ascenso. Su figura está marcada por una constante mezcla de verdad y exageración, una táctica que, a lo largo de los años, ha cultivado una imagen de hombre audaz y capaz de sortear cualquier adversidad, incluso cuando la realidad no es tan brillante como la imagen que él mismo se encarga de mostrar.

¿Cómo se ridiculiza la presidencia de Trump en la comedia nocturna?

La presidencia de Donald Trump se convirtió en un blanco predilecto para los comediantes, especialmente en los programas de la noche, donde su estilo y personalidad eran objeto de constante parodia. Lo que comenzó como simples bromas sobre su físico y su comportamiento extravagante, pronto se transformó en un terreno fértil para críticas ácidas sobre sus políticas, su actitud hacia el poder y su comportamiento hacia los demás.

Un aspecto recurrente de la comedia nocturna es la mención de la apariencia física de Trump, que a menudo se presentaba como una forma de ridiculizar su figura de autoridad. Su inconfundible peinado, su tono de piel excesivamente bronceado y sus corbatas exageradamente largas fueron temas de burlas constantes. El comediante Stephen Colbert, por ejemplo, lo bautizó con términos como "blotus", una combinación de “blot” (mancha) y “potus” (presidente de los Estados Unidos), una metáfora que captura su desprecio hacia la figura presidencial de Trump. Esta burla sobre su apariencia no solo aludía a su falta de elegancia, sino también a la percepción de que Trump representaba una distorsión de lo que tradicionalmente se espera de un líder estadounidense.

A medida que las tensiones políticas aumentaban, las bromas también se intensificaban. Las acusaciones de colusión con Rusia, las investigaciones sobre su campaña electoral y las reuniones secretas con figuras clave se convirtieron en temas recurrentes de los monólogos nocturnos. En un segmento de Stephen Colbert, se parodiaba la insistencia de Trump en negar cualquier vínculo con Rusia, en una situación que se comparaba irónicamente con el escándalo de Watergate. "Agentes rusos hackearon las elecciones", decían los comediantes, pero Trump respondía con una absurda indiferencia que aumentaba la tensión y el ridículo del momento.

Los comediantes también aprovecharon las situaciones que mostraban a Trump como un personaje torpe y egoísta. La relación con su entorno cercano, especialmente con miembros de su gabinete como el Secretario de Estado Rex Tillerson, fue otro blanco frecuente. En ocasiones, los chistes subrayaban cómo Trump parecía tener la personalidad de un niño malcriado atrapado en el cuerpo de un anciano, siempre dispuesto a lanzar comentarios impulsivos y destruir la imagen de aquellos que lo rodeaban.

Pero no solo el aspecto físico o las actitudes familiares eran tema de sátira, sino también su comportamiento hacia las mujeres. Los comediantes, aludiendo a su estilo de vida y sus comentarios sobre las citas, hacían referencia a su actitud misógina, lo que se convirtió en un tema recurrente en sus bromas. En un ejemplo particularmente mordaz, Trevor Noah comentó sobre las acusaciones de acoso sexual que rodeaban a Trump, sugiriendo que, al igual que otras personas acusadas de abusos, Trump estaba simplemente rodeado de personas de su misma calaña.

En cuanto a las políticas de Trump, los chistes también reflejaban la percepción generalizada de que el presidente tomaba decisiones sin una reflexión profunda, confiando en su propia imagen como un hombre de negocios exitoso. La burla hacia su manejo de relaciones internacionales, especialmente con países como Corea del Norte y Rusia, reflejaba una profunda preocupación por la falta de coherencia en sus discursos y sus políticas. La postura de Trump frente a Corea del Norte, por ejemplo, fue ridiculizada como una especie de “gestión improvisada” que carecía de un plan serio, como si la presidencia fuera una mera extensión de su marca personal.

Uno de los elementos más destacados de esta sátira política es cómo los comediantes aprovecharon los hechos de la vida real y las actitudes públicas de Trump para construir una narrativa de ineptitud y vanidad. Las bromas sobre su administración no solo ridiculizaban su comportamiento, sino que se referían también a los efectos de este comportamiento sobre la política nacional e internacional.

Los temas de política, sexo y poder se entrelazan en la comedia nocturna, donde las críticas a Trump no se limitan a su figura pública, sino que se extienden a las estructuras de poder que él representa. La comedia, a través de sus observaciones humorísticas, ofrece una forma de reflexionar sobre el impacto de las decisiones presidenciales y la distorsión de valores que pueden surgir de una persona cuyo enfoque hacia la política parece estar más guiado por su ego y su necesidad de afirmación personal que por el bienestar del país.

Es importante notar que el humor no solo cumple una función de entretenimiento, sino que también actúa como un mecanismo de crítica social y política. En este contexto, los comediantes no solo se burlan de Trump como individuo, sino que también señalan los peligros de la concentración del poder en manos de alguien que parece desinteresado por los matices y la complejidad de los problemas que enfrenta la nación. Este tipo de sátira resalta la responsabilidad que los líderes políticos tienen en la construcción de la narrativa pública y cómo, en su afán por mantener el poder, pueden socavar las instituciones democráticas que deberían preservar.

¿Cómo afecta el humor político nocturno a las percepciones públicas y a las campañas presidenciales?

El uso del humor político en programas nocturnos de televisión se ha convertido en un fenómeno importante en la política estadounidense moderna. A lo largo de los años, los candidatos presidenciales han utilizado estos espacios como una vía para llegar a un público más amplio, especialmente aquellos que no están tan involucrados con los medios tradicionales. Sin embargo, la relación entre los chistes políticos y la opinión pública es más compleja de lo que podría parecer a simple vista.

Un ejemplo claro de cómo el humor puede ser una herramienta de “inmunización” en la política fue la reacción de Franklin Delano Roosevelt a las críticas que se hicieron sobre su perro, Fala. En un acto de autoparodia y usando su característico tono de voz sereno, Roosevelt refutó las acusaciones diciendo: “Estos líderes republicanos no se conforman con atacarme a mí, a mi esposa, o a mis hijos. No, ahora incluyen a mi perrito, Fala. Bueno, claro, no me molestan los ataques, y mi familia tampoco, pero Fala – siendo escocés – sí los resiente”. Con esta intervención, Roosevelt logró tanto suavizar las críticas en su contra como humanizar su imagen, lo que provocó una reacción positiva en muchos votantes, especialmente aquellos que veían su capacidad para reírse de sí mismo como una muestra de fortaleza.

Barack Obama, por su parte, utilizó una táctica similar durante las controversias sobre su certificado de nacimiento. En lugar de responder con ira a los ataques de sus opositores, Obama optó por desdramatizar el tema con humor, al mostrar una escena del “Rey León” en una cena de corresponsales de la Casa Blanca, sugiriendo que el video de un león recién nacido era, en realidad, el video de su propio nacimiento. De esta manera, Obama desarmó a sus críticos, mientras se presentaba como un hombre capaz de reírse de las absurdas acusaciones. Esta estrategia de humor no solo le permitió ganar simpatía, sino que también desactivó una narrativa que había sido utilizada por sus opositores para cuestionar su legitimidad.

Sin embargo, no todos los intentos de inoculación mediante humor político tienen el mismo éxito. Algunos candidatos, especialmente los republicanos, han experimentado una recepción más dura de los comediantes nocturnos. Durante la campaña presidencial de 2012, por ejemplo, Mitt Romney fue muy reacio a participar en programas como The Tonight Show, temiendo que su imagen fuera dañada por la perspectiva política del anfitrión, Jay Leno. A pesar de sus dudas, su equipo de campaña lo convenció de aparecer en el programa, pero esto no evitó que la sátira política hacia él continuara. La aparición de Romney también fue un recordatorio de que la cancelación de un programa puede tener consecuencias negativas. En 2008, John McCain canceló su aparición en The Late Show, lo que provocó una ola de burlas del anfitrión David Letterman, quien no dejó de criticar a McCain hasta que este ofreció una disculpa pública por su ausencia.

El caso de Donald Trump es aún más revelador. Aunque Trump ha sido un crítico feroz de los comediantes nocturnos durante su mandato, también participó en programas como The Tonight Show y Saturday Night Live antes de su elección. Sin embargo, su aparición en The Tonight Show en 2016 resultó en una caída en las calificaciones del programa, lo que sugiere que, a pesar de su popularidad, el humor político en su contra no le pasó desapercibido. A diferencia de Reagan, que utilizaba un humor autocrítico para conectar con el público, Trump adoptó una postura más sarcástica y agresiva, lo que puede haber tenido efectos negativos en su imagen, especialmente en comparación con otros líderes que emplean estrategias más suaves.

En términos de impacto, la presencia de un político conocido en los programas de comedia nocturna puede tener efectos limitados en la opinión pública. La evidencia sugiere que las figuras políticas más conocidas, como George W. Bush y Hillary Clinton, son menos susceptibles a cambios en su imagen debido a los chistes de los comediantes. En contraste, los candidatos menos conocidos, como John Kerry en 2004 o Bernie Sanders en 2016, son más vulnerables a la influencia del humor político. Este fenómeno se debe en parte a la mayor estabilidad de las evaluaciones públicas hacia figuras políticas bien conocidas, que tienen una base de apoyo más sólida y opiniones más firmemente arraigadas.

A medida que los jóvenes se alejan de los medios tradicionales y consumen más entretenimiento y noticias a través de plataformas como los programas de comedia nocturna, los políticos han comenzado a tratarlos como una fuente alternativa de información política. Programas como The Daily Show de Jon Stewart se han ganado la confianza del público joven, lo que ha hecho que muchos candidatos consideren estas apariciones como una forma crucial de llegar a los votantes. De hecho, en su momento, Jon Stewart fue considerado uno de los periodistas más confiables de Estados Unidos, lo que refuerza la idea de que el humor político puede desempeñar un papel central en la política contemporánea.

Sin embargo, el valor de este tipo de estrategias no siempre es claro. Para que un político obtenga algo positivo de su aparición en un programa de comedia nocturna, el espectador debe estar dispuesto a recibir información política en un formato de entretenimiento. Esto no siempre es fácil de lograr, ya que el humor político puede ser tan polarizador como la política misma. En algunos casos, lo que comienza como un intento de “inmunización” o de generar simpatía puede resultar en una mayor división o en un refuerzo de los prejuicios preexistentes.

Es fundamental que los candidatos y sus asesores comprendan que el humor político, si bien puede ser una herramienta poderosa, también tiene el potencial de volverse en su contra. En un entorno mediático donde la sátira y la burla a los líderes políticos son moneda corriente, los políticos deben ser astutos y conscientes de los riesgos y beneficios de involucrarse en estos programas. La clave está en equilibrar la autoironía con una respuesta crítica a las agresiones políticas, sin caer en la trampa de la polarización excesiva que puede perjudicar más que beneficiar.