El exceso de palabras en los textos académicos es un fenómeno común que, lejos de enriquecer el contenido, puede desgastar la atención del lector. El ejemplo de los discursos de Lincoln y Everett lo ilustra perfectamente. Mientras que Lincoln logró transmitir el mensaje central de su discurso en 272 palabras, Everett, su antecesor, se extendió por 13,524 palabras sin alcanzar la misma contundencia. Esto nos lleva a reflexionar sobre la importancia de la economía en el lenguaje: lo que a veces se pierde por no extenderse excesivamente puede ser justamente lo que nos da fuerza. La habilidad de expresar una idea compleja de manera concisa y poderosa debería ser el modelo para todo escritor.

Es común que los escritores noveles, especialmente aquellos en el ámbito académico, caigan en la trampa de la prolijidad, buscando llenar páginas con citas y explicaciones extensas. Sin embargo, no todo debe ser citado, y menos aún utilizando largas citas textuales que sólo sirven para alargar el trabajo sin aportar sustancia. La cita textual, si bien válida, debe ser utilizada con discernimiento, especialmente cuando se trata de frases o ideas tan elocuentes que no pueden ser mejoradas. El uso de citas largas puede ser, en muchos casos, una trampa que desvía la atención del lector de la voz del autor.

Al escribir, el desafío radica en encontrar el equilibrio entre apoyo de autoridad y expresión propia. Si bien es cierto que citar a autores reconocidos puede otorgar solidez a un argumento, el autor nunca debe permitir que las citas opaquen su propia voz. La tendencia a recurrir a citas textuales largas, especialmente aquellas que simplemente expresan hechos conocidos o conceptos obvios, debe ser evitada. No se debe usar una cita larga solo porque es la forma más directa de exponer algo, sino solo cuando realmente contribuye a la fuerza argumentativa del texto.

Una de las formas más efectivas de incorporar citas es, en lugar de recurrir a largas transcripciones, integrarlas de forma breve y precisa. Así se mantiene la consistencia en el tono y la voz del escritor, y se evita que el lector pierda el hilo del argumento. Por ejemplo, al analizar un poema, no es necesario citar todo el poema para explicarlo; basta con hacer referencia a los versos que realmente apoyan la interpretación que se está desarrollando. Esto no solo ahorra espacio, sino que también demuestra un dominio más preciso de la obra y un mayor control sobre el flujo del texto.

La clave está en no dar por hecho que lo que otros dicen es necesariamente más válido o sólido que lo que uno mismo puede expresar. Las citas, por tanto, deben usarse como un recurso selectivo, como piezas de un rompecabezas, no como el conjunto completo. Así, la obra del escritor se convierte en un todo coherente, con su propia identidad y voz.

Un consejo práctico es evitar la sobrecarga de citas innecesarias, mezclando de forma fluida las propias ideas con las de otros. De este modo, el autor se mantiene al mando, y el lector se encuentra guiado por una voz clara y coherente. Este principio es especialmente importante en el ámbito académico, donde la tentación de usar citas largas como "muros" para apoyar una tesis puede ser fuerte. En lugar de esto, se debe pensar en cómo cada cita contribuye a la tesis y se debe reflexionar sobre si realmente hay algo esencial que se perdería sin ella.

Otro aspecto a tener en cuenta es el uso del verbo "decir" en lugar de recurrir constantemente a verbos como "afirmar", "proponer" o "sostener". La simplicidad de "decir" puede ser eficaz precisamente porque no sobrecarga la estructura de la frase y mantiene la fluidez del texto. Aunque en la academia se tiende a evitar esta palabra por su aparente sencillez, en muchos casos su uso genera una lectura más natural y menos rígida.

En resumen, el arte de escribir eficazmente no radica solo en las ideas que se tienen, sino en cómo se eligen comunicar. La claridad, la concisión y el control sobre la propia voz del escritor son esenciales. El exceso de citas o la dependencia de autoridades ajenas pueden desvirtuar el mensaje principal, por lo que siempre es mejor cuestionar si realmente se necesita una cita larga o si se puede transmitir la idea de manera más efectiva a través de la propia redacción. La práctica constante de revisar, recortar y ajustar el texto permitirá no solo una mejora en la calidad del contenido, sino también una mayor conexión con el lector, que encontrará en esas palabras una claridad directa y valiosa.

¿Cómo estructurar un argumento complejo y mantener la claridad para el lector?

La estructura de un ensayo o artículo académico complejo no se limita a la simple exposición de ideas, sino que depende de la habilidad del escritor para desarrollar y conectar de manera lógica sus argumentos. Un enfoque eficaz permite que un argumento evolucione a lo largo del texto, adaptándose y profundizando a medida que avanza. Un buen ejemplo de este proceso puede observarse en los ensayos de opinión más contundentes, los cuales, a pesar de su brevedad, se enfocan en un solo punto. Sin embargo, a medida que la longitud de los textos aumenta, como en los ensayos académicos, la estructura debe volverse más compleja para acomodar varios puntos interrelacionados.

El acto de escribir no solo implica registrar pensamientos ya formados, sino un proceso continuo de reflexión. A medida que se avanza en la redacción, las ideas tienden a profundizarse y a volverse más complejas. Es posible que, de un argumento inicial, surja una nueva idea que, al principio, parece un simple giro de la argumentación previa. Esta nueva tesis secundaria nace a menudo de las complicaciones que se generan a medida que el argumento primario se despliega. El proceso es inductivo: las pruebas y ejemplos de la primera parte del argumento contribuyen a la formación de una segunda idea, y este fenómeno puede repetirse, dando lugar a una estructura más compleja a medida que el texto progresa.

Este tipo de estructura, que combina deducción e inducción, puede ser confusa al principio, ya que la base del argumento inicial se funde con las complicaciones que dan origen a la nueva idea. La clave para que esta estructura funcione radica en la revisión constante, con la mirada puesta en las necesidades del lector. La escritura debe guiar al lector de forma clara y lógica, incluso cuando el argumento es denso y multifacético. De hecho, los mejores textos académicos no surgen plenamente formados, sino que evolucionan mediante un proceso de revisión constante, donde se modelan y pulen las ideas hasta que se logra una estructura coherente y comprensible.

El manejo de una estructura deductiva clara es crucial para facilitar la comprensión del lector. Un buen ejemplo de cómo manejar un argumento complejo puede encontrarse en el trabajo de la escritora Zadie Smith en su reseña "Getting In and Out". En ella, Smith desarrolla una argumentación sobre la naturaleza contradictoria de las relaciones raciales en los Estados Unidos, estructurada en dos partes: primero analiza la película Get Out de Jordan Peele y luego la pintura Open Casket de Dana Schutz. A través de este enfoque, Smith combina aspectos inductivos y deductivos, lo que permite que la segunda idea surja de la primera, sin perder claridad ni coherencia.

Este proceso de "escribir para pensar" también demuestra por qué no se debe escribir una introducción al comienzo. Si bien es tentador comenzar con una visión general del texto, es solo al final de la redacción, cuando se han explorado completamente todas las ideas, que el escritor es capaz de generar una introducción que refleje con precisión el contenido del trabajo. Por lo tanto, es útil mantener un archivo de "introducción" a lo largo del proceso, en el que se guarden frases o párrafos que no encajen en el cuerpo principal del texto, pero que eventualmente puedan servir para construir una introducción sólida.

La escritura es un proceso que exige flexibilidad y capacidad para revisar y reestructurar constantemente. A medida que se desarrolla el argumento, el escritor puede encontrarse con la necesidad de proporcionar contexto adicional o información de fondo para que el lector pueda comprender completamente los puntos clave. En ocasiones, esta información de fondo puede integrarse de manera fluida dentro del análisis, pero en otros casos, puede ser necesario un apartado independiente para dar cuenta de aspectos históricos o contextuales relevantes. La decisión de cómo organizar esta información depende del público objetivo y de la complejidad del tema tratado.

El escritor debe anticipar las preguntas y dudas del lector, proporcionándole siempre una base lógica para comprender los argumentos. Esto no solo facilita la lectura, sino que demuestra el respeto hacia el lector, guiándolo a través del texto de manera que no se pierda ni se confunda. Para ello, es necesario ser consciente de cuándo y cómo introducir el contexto necesario para que cada parte del texto tenga sentido en el conjunto.

En última instancia, la habilidad para revisar y reestructurar es fundamental. Un buen escrito no es solo un producto de la inspiración inicial, sino de una serie de revisiones que pulen y perfeccionan la argumentación. La estructura de un ensayo o artículo académico debe ser concebida como una herramienta dinámica que evoluciona junto con el desarrollo del pensamiento del autor. Solo mediante la revisión continua se puede alcanzar una estructura coherente, que no solo sea lógica, sino que también sea capaz de mantener al lector involucrado e interesado a lo largo de todo el texto.